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Lowell Brueckner

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La convicción del pecado

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La convicción que trae verdadero arrepentimiento

La identificación con la cruz empieza en un ser humano cuando, por obra del Espíritu Santo, la convicción de pecado y el temor de Dios caen sobre su alma. “Cuando él (el Espíritu Santo) venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Jn. 16:8). “Al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó…” (Hch.24:25). Job sabía que si Dios le revelaba su pecado una obra buena iba a empezar en él: “¿Cuántas iniquidades y pecados tengo yo? Hazme entender mi transgresión y mi pecado” (Job 13:23).

Hace poco alguien me regaló un CD de himnos de Lynda Randle que me encanta. Su primera canción, Al Calvario, ha sido durante muchos años una de las preferidas de la iglesia. Quisiera compartir con vosotros una de las estrofas que ella no canta en el cd, pero que pertenecen al himno:
Por la palabra de Dios al fin supe de mi pecado,
Entonces temblé por Su ley haber despreciado,
Hasta que mi alma culpable volvió implorando al Calvario.


Los himnos del pasado a veces llevan un mensaje, en este caso evangelístico, que ha sido, en gran parte, ignorado en nuestros días. Reflejan la teología de un tiempo que producía mejores conversiones que las de ahora. Esta estrofa ciertamente nos servirá de ejemplo. ¿Conoces alguna canción moderna que contenga palabras como estas?

Aunque algunas personas llegan a experimentar un cambio superficial, e incluso a veces radical, he aprendido a desconfiar de los resultados del evangelismo moderno. Muchos reciben el evangelio con gozo. Aunque pueden cantar con los ojos cerrados y las manos alzadas, parece que el pecado solamente está escondido bajo la superficie, y tarde o temprano volverá a salir y a tomar de nuevo el control.

Ante un crecimiento numérico y geográfico, a los cristianos se les hace fácil tolerar la farsa, hasta tal punto, que ni se inmutan por el alto índice de fracasos espirituales. Un líder me dijo una vez que “la gente puede perder su salvación vez tras vez y ganarla de nuevo”. Tal declaración, desde luego, no tiene nada que ver con los argumentos del calvinismo contra arminianismo. Raya la herejía y demuestra una gran falta de capacidad para poder interpretar el Nuevo Testamento. Esta afirmación abofetea el rostro de Aquel que sufrió y murió para obtener por nosotros “una salvación tan grande”.

Jesús nos enseñó acerca del camino ancho y del camino angosto. Dijo que por sus frutos podemos reconocer a los que falsamente profesan ser cristianos, porque no es posible recoger uvas de los espinos ni higos de los abrojos. Fue muy inflexible con esto: “No puede el buen árbol dar frutos malos, ni el árbol malo dar frutos buenos”. Algunos profetizarán, echarán fuera demonios, harán milagros…, y se engañarán hasta el fin. Él dirá: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (fíjate en Mt.7:13-23).

Recuerdo el tiempo cuando los cristianos creían que si Dios hacía una obra, tanto física como espiritual, sería genuina y permanecería. No me parecía un argumento a favor de los que creen que la salvación no se pierde. Sencillamente creían que Dios es un experto y, como tal, haría una obra duradera. Parece concordar con la enseñanza del libro de Hebreos, del evangelio de Juan y del siguiente versículo de Eclesiastés: “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá” (3:14).

Los frutos son evidencias claras, pero el problema está bajo la superficie, en las raíces. Las raíces de los espinos y abrojos, sencillamente, no pueden producir uvas e higos. El desorden de la raíz, en gran parte, es causado por un defectuoso mensaje evangelístico. Mira otra vez la primera línea de la estrofa de la canción. Trata de evangelizar, pero no compartiendo un testimonio ni tratando de, sutilmente, vender algo, sino presentando las Escrituras… Por la palabra de Dios, al fin supe de mi pecado. La Palabra de Dios fue directamente al pecado, que es la raíz del problema. El ‘pecado’ en la canción es singular, no plural. No se enfocó solamente en los pecados que su autor cometía, sino en el hecho de que él mismo era un pecador por naturaleza – él es pecado. No es una buena persona que hizo cosas malas, sino un desventurado que no podía hacer el bien. Él fue enseñado sobre su pecado y aprendió.

Fue revelado con tanto poder y bajo tal unción del Espíritu Santo que yo temblé, dice el autor. La generación anterior a la nuestra habló de estar bajo convicción de pecado, como implica Juan 16:8 y Hechos 24:25. Se trataba de mucho más que lo que se presenta en el método evangelístico moderno llamado ‘las cuatro leyes espirituales’: “¿Reconoces que eres un pecador?”, pregunta. Por supuesto que la persona bajo convicción reconocerá esto, pero se trataba de algo más que estar convencido. Era estar bajo las garras de la convicción, asido fuertemente por el Espíritu Santo, sin poder escapar ni de día ni de noche. Una convicción que te quita el sueño, e incluso, las ganas de comer.

El compositor del himno aprendió bajo un fuerte temor que había despreciado la ley de Dios – Temblé por haber despreciado la ley. Tuvo la misma reacción que el rey Josías cuando escuchó la ley por primera vez (2 R.22:11,18,19). Rasgó sus vestidos y lloró. La ley de Dios dijo: “No hagas…”, y él lo había hecho. Dijo: “Haz…”, y no lo había hecho. La ley definió claramente su pecado y declaró que la muerte era su castigo – la muerte eterna. Todo estaba allí, en libro de la ley (la Biblia), escrito en blanco y negro, declarándole culpable. Lo que era bueno o malo no dependía de la opinión de los hombres ni del juicio de la sociedad. Era el verdadero mandamiento de Dios con una autoridad absoluta.

Esa fuerte convicción le tumbó y le mantuvo sujeto allí hasta que se sometió y se arrepintió… mi alma culpable volvió. Implorando, se volvió de su pecado hacía Dios y la cruz. El diccionario define implorar como: Clamar en súplica; clamar u orar fervientemente; rogar. La raíz de la palabra es ploro = llorar. No fue una oración ligera como: “Repite tras de mí”. Tampoco fue una curación liviana. Fue como el publicano que se golpeaba el pecho, o como los judíos que se compungieron de corazón en el día de Pentecostés. Habían matado al Mesías prometido, al que habían estado esperando por tantos siglos. Puedes ver esta acusación en el primer mensaje evangelístico de los apóstoles en Hechos 2:22-23, después en 3:22-23, y también en 4:10, ante los líderes de Israel. Su pecado fue horrible. Y nosotros, 2000 años después, somos culpables, junto con ellos, del crimen más grande jamás cometido… ¡el asesinato de Dios! Fueron nuestros pecados los que le clavaron a la cruz. Si no fuera por ellos no hubiese tenido que sufrir y morir.

Una presentación poderosa y directa, como la que hicieron evangelistas como Charles Finney, Charles Spurgeon, John Wesley y George Whitefield, producían conversiones claras. Este último, acusó al público inglés de ser criminales, señalándoles que el peor de sus crímenes fue no poder captar la inmensidad de lo que habían hecho. Les llamó “monstruos de iniquidad”. El pronombre que utilizaron esos predicadores no fue nosotros o ellos, sino tú. Esto llevó al pecador a la cruz.

Finalmente, siguiendo con el mensaje del himno, vemos cómo El Señor Jesús se encargó personalmente del pecador, asegurándole Su amor y Su perdón. El evangelio se hizo para él aún más glorioso después de su horrible condenación. Lo creyó, le dio la bienvenida, y se entregó al señorío de Cristo. Fue fuertemente convertido y continuó fiel por el resto de su vida. La canción termina:

“La misericordia fue grande y la gracia libre,
El perdón se multiplicó;
Allí, en el Calvario, mi alma cargada
Por fin la libertad halló."

Tenemos un altar que trae la convicción de pecado y da muerte al ego y al mundo


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