Más que nunca, en estos días cuando el mundo te ofrece todas las garantías para toda área de la vida, hace falta un pueblo que sabe que el mundo es engañador y la vida humana es un vapor. Dios busca personas que viven por la fe sencilla de un niño en un Padre todopoderoso. Quiero presentarte el comienzo del libro que cuenta un poco del cristianismo que he tenido el privilegio de observar desde mi niñez...
Hace poco visité a mi hermano en California y me hizo recordar una escena que se repitió varias veces cuando vivíamos en casa de nuestros padres. Mi papá, un misionero entre gente nativa americana, pasaba muchas horas a solas con Dios, estudiando y orando. En algunas ocasiones por estar lista la comida, mi madre tenía que interrumpirle para que viniese a sentarse a la mesa. Cuando atravesaba la puerta hacia la cocina, su conducta y rostro delataban que había venido de otro mundo. Dando gracias antes de la comida, o a veces aún, antes de inclinar la cabeza, de repente le sobrecogía la emoción, las lágrimas fluían y disculpándose, dejaba la mesa para volver a su cuarto. Para él, la presencia de Dios era una realidad.
Yo era un adolescente cuando, después de que mis hermanos mayores abandonaran permanentemente la casa, al despertar una mañana, vi a mi madre visiblemente estremecida. Había soñado durante la noche, y en el sueño, el Señor se la apareció con la misma pregunta que hizo a la gente hace dos mil años: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” La preocupación que reflejaba el rostro de mi madre, hizo que aquel momento se grabara en mi mente, y que algo cayera profundamente en mi ser. Quizás en parte, el sueño fue para mí, dándome algo que, en el día de hoy, debo que compartir con otros.