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Lowell Brueckner

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Buscando la verdad del Reino, capítulo tres

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Yo recomiendo que leyeres los cuatro párrafos que escribí encima de capítulo dos antes de estudiar este capítulo, si es posible.  Cuando confieso mis prejuicios en ellos y la dificultad de superarlos, también tengo el propósito de llamar la atención a todos que igualmente reconozcan sus propios prejuicios sobre las interpretaciones bíblicas.  
Este capítulo es sacado de este libro

Si tienes acceso a lo que opinan los comentaristas, verás que muchos presentan una interpretación diferente que la que yo presento aquí. En casi todos los casos, su punto de vista es la misma que yo mantenía anteriormente, pero cuando escuché o leí la enseñanza de muchos otros maestros de la Biblia, que fue semejante a lo que sigue en este capítulo, estuve convencido, después de estudiarla cuidadosamente yo mismo, que tuvieron razón. Me parecía que fue más de acuerdo con la Escritura y también vi que esta interpretación demuestra que la parábola fue profética, anunciando de antemano exactamente lo que pasó en el futuro. La iglesia con el tiempo se hizo una potencia política y económica y grandes números de personas no sinceros, que nunca habían nacido de nuevo, entraban y muchas veces controlaban sus acontecimientos.



3. UNA FE VERDADERA 
Y UN CRECIMIENTO FALSO

“Otra parábola les refirió, diciendo: El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas”. (Mateo 13:31-32)


FE COMO UN GRANO DE MOSTAZA

La parábola del grano de mostaza se encuentra en Mateo 13:31-32, Marcos 4:30-32 (y algo muy importante relacionado con las parábolas en 33-34), y Lucas 13:18-19.

Aunque no tenemos la interpretación de esta parábola por escrito (en los Evangelios tenemos solamente la interpretación de las dos primeras y la última), sabemos que a sus primeros discípulos “en particular les declaraba todo”, como vemos en Marcos 4:34: “con muchas parábolas como estas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. Y sin parábolas no les hablaba; aunque a sus discípulos en particular les declaraba todo”. También les dijo que les convenía que Él se fuera para que viniese el Consolador, quien “os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 15:7; 14:26). Esperamos que el Espíritu Santo nos dé el mismo entendimiento que Jesús dio a los primeros discípulos. Como hemos intentado aprender, la primera parábola es la clave de todas, y hay verdades en ella que podemos aplicar a las demás. Además, podemos decir lo mismo de todas las parábolas. Es decir, que estudiándolas todas podemos aprender cosas de unas y a veces aplicarlas a las demás. Es el mismo Señor que es Maestro y Autor de todas ellas.

En la parábola del trigo y la cizaña que acabamos de estudiar, nuestra mayor enseñanza era sobre esta verdad: Que el que tiene que sembrar la semilla es el Hijo del Hombre (vr.37). No vamos a abandonar este estudio todavía, porque otra vez aquí habla de un hombre que sembró una semilla. Para que cualquier obra sea genuina, Él tiene que sembrar, si no, no puede llegar a ser más que un plan humano y temporal. La obra eterna la hace Dios.

En Mateo 15:12 vemos a los discípulos muy preocupados porque Jesús había ofendido a los fariseos. Su preocupación no tenía que ver con el respeto, sino con el temor de los hombres que, según dice la sabiduría de Dios, “pondrá lazo; mas el que confía en Jehová será exaltado” (Pr. 29:25). Los discípulos no habían dejado de ver las cosas con ojos humanos. El siervo de Dios no puede perder el tiempo dejándose poner lazo para no ofender a los hombres, sean quienes sean. Su único anhelo debe ser confiar en Dios y obedecerle, cueste lo que cueste. Jesús, desde niño, sólo se preocupaba por estar en los negocios de Su Padre, porque como enseñó a Sus discípulos: “Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada” (vr.13). ¿Pero, que tenían que ver los discípulos con los fariseos, entonces? “Dejadlos”, instruye Jesús, “son ciegos guías de ciegos” (vr.14). Este principio tiene mucho que ver con esta parábola.

El que siembra el grano de mostaza es el Hijo del Hombre. Hemos visto también que la semilla que siembra es Su palabra, y tiene el propósito de producir aquello para lo que fue sembrada. Quiere que las semillas de trigo produzcan una cosecha de trigo, y no está nada contento cuando el campo se llena de cizaña. Ahora que ha sembrado un grano de mostaza, ¿qué crees que quiere que produzca? Obviamente Él quiere mostaza.

Cuando Jesús en otros pasajes enseña sobre un grano de mostaza se está refiriendo a la fe. La Palabra sembrada en el corazón produce fe: “Así que la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios” (Ro. 10:17). Todo lo que vale y da crecimiento en el Reino de Dios es por la fe. Es sumamente importante que aprendamos esta verdad tan básica. La salvación es por la fe. El crecimiento en la santidad es por la fe. El evangelismo es por la fe, y el crecimiento de la obra de Dios (su Reino) es por la fe. No hay otra manera de cooperar con lo que es celestial y eterno, si no es por la fe.

La doctrina sobre la fe tiene que ver con algo pequeño que Dios toma, y de forma sobrenatural, demostrando Su poder, lo utiliza para hacer algo grande. Esto es lo que enseña la Biblia desde Génesis hasta Apocalipsis. El corazón de esta enseñanza se encuentra en los tan importantes capítulos 1 y 2 de 1 Corintios. Por eso es necesario que el rico abandone sus riquezas para poder seguir a Jesús. Las riquezas no le van a ayudar en Su Reino, y por ello tiene que dejar de negociar con el dinero y empezar a negociar por la fe. Entonces, “si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mt. 17:20) o “si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecería” (Lc. 17:6). Esto es lo que hace falta para combatir demonios, caminar sobre el agua, y transformar los obstáculos de este mundo en beneficios para el Reino de Dios. Claro está que podríamos escribir un libro solo con este tema, pero ahora tenemos que volver a la parábola para ver su significado.

UN PRODUCTO FUERA DE LOS PROPÓSITOS DE DIOS

Sin embargo, es también muy importante ver que el Hijo del Hombre siembra fe para que produzca lo que cumple los planes de Su Padre y nada más. La fe es dada para hacer la voluntad de Dios. La fe, igual que todos los dones del Espíritu, lleva una responsabilidad. Pablo dejó claro a los corintios que “los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas” (1 Co. 14:32), lo cual significa que los dones no se apoderan de la persona forzándola a usarlos correctamente. Esto explica el por qué algunas personas, utilizando dones genuinos del Espíritu Santo, pueden maltratar a otras por razones egoístas. Algunos en Corinto estaban abusando de los dones en lugar de usarlos para la edificación. ¿La edificación de qué? Quiere decir cooperar con lo que Dios estaba construyendo en cada corazón. Tristemente uno puede utilizar la fe que procede del cielo para construir algo que corrompe, y ser así una mala representación del testimonio que Dios quiere dejar en el mundo.

Pablo habló a los Filipenses de algunos que “anuncian a Cristo por contención, no sinceramente…” (Fil. 1:16). Sin embargo, sigue explicando: “o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún” (vr.18). ¿Cómo puede gozarse Pablo de que personas con malas intenciones estén predicando el evangelio? Porque a pesar de las malas intenciones Dios obra por medio de la palabra, produciendo algo genuino para Su Reino. Richard Wurmbrand, que sufrió barbaridades durante trece años en una prisión comunista en Rumanía, escribió acerca de personas que se habían convertido a través de pastores traicioneros. Creyeron el evangelio y fueron salvos, pero después tenían que esconderse de las mismas personas que les habían anunciado el evangelio, ya que estos les delataban y entregaban en manos de las autoridades. Dios hace Su obra, pero también mucho de lo que no es conforme a Su plan, es producido en el nombre de Cristo.

Ha sido dicho por muchas personas que “lo que aprendemos de la historia, es lo que no aprendemos de la historia”. Es decir, en lugar de aprender de los errores del pasado, los seguimos cometiendo. A veces me han acusado de “vivir en el pasado” porque tomo en cuenta sus éxitos y fracasos. Veo que los fracasos en el siglo XXI son los mismos de toda la historia, y los éxitos también. Estoy muy de acuerdo con algo que leí hace poco de John Wesley, que se atrevió a declarar que cada enseñanza nueva tiene que ser falsa. La verdad es muy antigua. Cada discípulo serio de Jesucristo y estudiante de la Escritura, también debe aprender algo de la historia de la iglesia, desde el tiempo de los apóstoles hasta ahora. Algo que me frustra mucho en estos días, es ver cómo hay personas que inocente y felizmente se meten en los mismos errores que han sido muy comunes y comprobados de ser erróneos en el pasado.

Uno de los más grandes errores fue hecho por el emperador romano, Constantino, en el siglo IV después de Jesús. Hasta su día, la iglesia fue muy perseguida por el imperio romano y sus césares. No creo que tenga que hablarte de lo que pasó en el coliseo Romano, ni de las crucifixiones de miles de cristianos en los primeros siglos de su historia. Pero Constantino tuvo una visión de una cruz en el cielo y vio escrito: “Por esta señal, vence”. Constantino se convirtió en un cristiano y popularizó el cristianismo, que llegó a ser en poco tiempo la religión oficial y legal del imperio romano. Él fue al Este y fundó la ciudad de Constantinopla (y una catedral) para que fuese la capital del cristianismo en el mundo. Los cristianos dejaron de ser perseguidos y millones de personas entraban en la iglesia. Con el tiempo el “reino cristiano” se dividió en dos. La parte situada al oeste fue llamada “La Iglesia Católico Romana” y la del este, con sede en Constantinopla, “La Iglesia Ortodoxa”.
Ahí empezó un ciclo que se ha repetido vez tras vez. En la reforma de la Edad Media muchas personas fueron despertadas espiritualmente y descubrieron de nuevo la verdad de los tiempos apostólicos acerca de vivir solo por la fe. Estas fueron perseguidas por la religión organizada y florecieron bajo la persecución. Entonces, empezaron a cambiar la fe por una mentalidad humanista y se comprometieron con la sociedad. El movimiento reformista llegó a ser popular, rico y poderoso, pero a la vez empezó a perder la fe y su poder espiritual, convirtiéndose en un movimiento pobre, desnudo y desventurado delante de Dios.

La fe de un grano de mostaza es la que nos dio Jesús, de la cual Judas nos mandó “que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Jud. 3), pero tenemos que tener cuidado de que no sea utilizada para algo más allá de lo que es la voluntad de Dios. El comentarista William MacDonald escribe algo sobre esta parábola diciendo que los cristianos “no deberían dejarse engañar ni identificar el crecimiento con el éxito. Se trataría de un crecimiento malo”. Como sucede en la parábola del trigo y la cizaña, y en la de la red que recoge buenos y malos peces, en ésta, Jesús nos advirtió de algo que Él sembró para que fuese “la mayor de las hortalizas”, pero no para que fuese “un árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas”. Esta parábola solamente nos enseña de un resultado, pero entre las palabras “cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas” y donde está la coma antes de “y se hace un árbol”, algo acontece. No nos dice cómo pasó de ser una hortaliza a un árbol, pero en la siguiente parábola nos habla de cómo esto puede pasar.

Lo que sí nos dice ésta, es que las aves del cielo gustosamente pudieron anidarse en sus ramas. En Marcos dice que “pueden morar bajo su sombra” (4:32). Son las mismas aves que en el versículo 4 se comieron la semilla que cayó junto al camino, y que en el versículo 19 Jesús dice que es el malo. Por Marcos entendemos que el malo es Satanás, y por Lucas, el diablo. Es el mismo enemigo que en el versículo 28 sembró cizaña en el campo, y que Jesús en el versículo 39 nos dice que es el diablo.

ÁRBOLES Y AVES SIMBÓLICAMENTE

Para profundizar un poco más en la palabra y ver más concretamente si la interpretación es correcta o no, vamos a hacer dos pequeños estudios sobre los símbolos de árboles y aves bíblicamente. En el Antiguo Testamento vemos tres casos semejantes, parábolas también. El primero tiene que ver con la nación de Israel en Ezequiel 17. Primeramente la compara con una viña que fue arrancada por Dios mismo, utilizando al imperio babilónico. Entonces dice que el Señor cortará un tallo de un cedro y “en el monte alto de Israel lo plantaré… y habitarán debajo de él todas las aves…” (vrs.22-23). El plan de Dios era y es hacer de nuevo de Israel una nación política, reconocida entre todas las naciones del mundo. Del tallo de un cedro crece un cedro.

En Ezequiel, capítulo 31, habla de la nación de Asiria, una potencia mundial que sobrepasaba en altura a todos los árboles del campo. “En sus ramas hacían nido todas las aves del cielo… ningún árbol en el huerto de Dios fue semejante a él en su hermosura” (vr.6). Entonces tenemos el sueño de Nabucodonosor en Daniel, capítulo 4, representándole a él y a su reino babilónico como un gran árbol. También menciona que las aves del cielo moraban en sus ramas. En los tres casos vemos que el árbol representa un poder político en el mundo, con todas sus imperfecciones y faltas.

¿Estaría dentro de los planes de Dios que el Reino de Cristo fuese un poder político así en el mundo? Bueno, en realidad esto es lo que llegó a ser en Europa por medio del imperio romano, pero ¿era esta la intención del Hijo del Hombre cuando sembró un grano de mostaza? ¿Cómo es la planta de mostaza? Dijo Jesús que la mostaza es la mayor de todas las hortalizas. En realidad puede llegar a tener una altura de cinco metros, entre las especies más grandes, pero la planta en sí no tiene ramas fuertes y gruesas como tienen los árboles. Es algo delgada, quizás algo comparable en su tamaño al girasol. Como es obvio, no es para que las aves del cielo hagan sus nidos en sus ramas o que moren bajo su sombra.

El Hijo del Hombre sembró un grano de mostaza porque quería una planta de mostaza. Él envió a Sus discípulos como ovejas entre lobos. Esto no indica una condición de seguridad mundana que garantice sombra para otros, sino una dependencia total en el Señor para su propio refugio y seguridad. “Seréis aborrecidos de todas las gentes (naciones) por causa de mi nombre” (Mt. 24:9). Sus discípulos no deben preocuparse en si se ofenden los hombres o no, ni hacer que la puerta sea un poco más ancha para que el evangelio sea más popular. Todo lo que es producido por tales esfuerzos tendrá que ser arrancado. Jesús profetizó: “Ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt. 7:13-14). Aquí habla de entrar en el camino a la perdición, no de nacer. La gente no nace en una religión, sino que entra libremente en la que es liberal y popular, porque no está de acuerdo con la puerta estrecha y el camino angosto. Pero mucho mejor les parece el árbol que aparentemente es seguro y fuerte, reconocido por el mundo, que la hortaliza de mostaza. Sin embargo, “el reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí” (Lc. 17:21). Esto está muy bien expresado en una canción:

Observó Su Reino desde una cruz;
Una cruenta cruz fue su trono,
Reinó solamente sobre los corazones.

La hortaliza de mostaza no me hace pensar en un árbol fuerte en este mundo, conveniente y cómodo para que las aves del cielo aniden en él, sino en algo que solamente tiene valor en los ojos de Dios, quien lo planeó y sembró. Es cierto que un día el Reino de Dios dominará por mil años en la tierra: “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás” (Sal. 2:8), sin embargo, no veo en esta profecía mucha tolerancia para las aves del cielo.

Como símbolo, las aves del cielo siempre tienen una connotación negativa en la Escritura. Además del ejemplo de aves que tenemos en la parábola del sembrador, también lo tenemos en Génesis 15:11, cuando Dios hizo Su pacto con Abram y pidió un sacrificio: “Descendían aves de rapiña sobre los cuerpos muertos, y Abram las ahuyentaba”. José dio una interpretación positiva al sueño del jefe de los coperos de Faraón, pero cuando aparecieron aves en el sueño del jefe de los panaderos, José inmediatamente supo que tenía un significado malo: “Había de toda clase de manjares de pastelería para Faraón; y las aves las comían del canastillo de sobre mi cabeza”. José interpretó: “Quitará Faraón tu cabeza de sobre ti, y te hará colgar en la horca, y las aves comerán tu carne de sobre ti” (Gn. 40:19). En Jeremías 5:27 tenemos lo siguiente: “Como jaula llena de pájaros, así están sus casas llenas de engaño; así se hicieron grandes y ricos”. Me parece muy semejante al caso de Laodicea, la iglesia más opuesta a Cristo en su manera de verse, y también la iglesia que más se había enriquecido. Además, tenemos a la Babilonia figurativa en Apocalipsis 18:2, “habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible”.

No podemos interpretar la Escritura como quisiéramos que fuera, sino como Dios quiere que la veamos, permitiendo que la misma Escritura nos de la interpretación. No debemos preocuparnos en ser positivos, sino realistas, viendo las cosas como son. Cristo, con las mejores intenciones, nos habla la pura verdad, para que no seamos engañados por aceptar lo que es popular y atractivo para el hombre natural, a quien tanto nos preocupa ofender. Lo que Cristo quiere es que seamos enriquecidos por todo lo que es espiritual y celestial, es decir, quiere que recibamos “toda bendición en lugares celestiales en Cristo” (Ef.1:3).


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