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Lowell Brueckner

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Buscad la verdad del Reino, capítulo seis

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La perla de gran precio… ¿qué es? ¿Significa la salvación, o el Reino de Dios, o Cristo mismo? Pienso que no. Si nunca has leído o escuchado el capítulo que sigue, favor de hacerlo, considerando bien todos los aspectos presentados. Gracias.

6. UNA PERLA Y EL MERCADER

“También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró”. (Mateo 13:45-46)

El capítulo es parte de este libro
JESÚS ESTÁ EN LOS NEGOCIOS DEL PADRE
De la misma manera que la parábola del grano de mostaza y la de la levadura son semejantes y están relacionadas, también lo son la parábola del tesoro escondido y la de la perla. Las dos tienen que ver con la compra de algo de mucho valor.

Hemos considerado el tesoro en el campo, que por ser un elemento que es hallado y escondido de nuevo, nos hace llegar a la conclusión de que lo más probable es que represente al antiguo pueblo judío, que es una gran compañía en el Reino de Dios. Al ver que es ofrecido un precio para conseguir el campo donde está el tesoro, la posibilidad de que pueda ser algo que nosotros tenemos que comprar queda prácticamente eliminada. Si sugerimos que tenemos en la mano la posibilidad de pagar por algo del Reino, sea Cristo, la salvación o el evangelio, corremos el riesgo de suponer que algo tan precioso está al alcance de las capacidades humanas, anulando así la gracia. Desbarataremos el valor del objeto y alzaremos nuestro concepto del poder humano. Tal interpretación la hallo presuntuosa e incluso peligrosa.



Entonces, si no podemos comprar el campo donde está el tesoro escondido, tampoco podemos comprar esta perla. El protagonista de las parábolas es Cristo, en quien siempre tenemos que fijar los ojos, para que el Espíritu Santo nos transforme a su misma imagen (2 Co. 3:18). Esta es la manera de ser cambiado y progresar en la vida cristiana. Es mejor que dar consejos o fijarnos tanto en lo que tenemos que hacer. ¡Nuestro mensaje es Cristo! En este caso es un mercader, que siempre, aun desde su adolescencia, está involucrado en los negocios de Su Padre (Lc. 2:49). La única parábola de Mateo 13 donde no vemos a Jesús como el protagonista es en la parábola de la mujer que esconde levadura en el pan, porque el propósito de esta parábola es demostrar de qué manera entra la corrupción en lo que fue formado por Dios.

En Juan 10:16, el buen pastor dice: “Tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer…”. Él irá fuera del redil de Israel para hallarlas. La parábola de la perla comprada tiene que ver con nosotros, si es que somos miembros de la iglesia, la novia de Cristo “Habéis sido comprados por precio” (1 Co. 6:20), la cual es de gran valor para Él, porque a través de ella, Él será glorificado en el mundo (Juan 17:10 y Efesios 3:10). Al considerar el precio invertido en comprarla, podemos hacernos una idea de su valor. “Fuisteis rescatados… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 P. 1:18-19). Tendremos que admitir que no podemos medir su valor en términos económicos. Lo que paga el mercader es una suma incalculable e imposible de explicar en términos humanos, algo que nuestra mentalidad limitada no puede llegar a captar.

Jesús es el mercader que va buscando buenas perlas. “El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10). Estas fueron las palabras del Señor refiriéndose a Zaqueo, el publicano. Muchos consideraban que había traicionado a su patria porque cobraba impuestos para el gobierno romano, que tenía a Israel bajo opresión. Además, en aquel tiempo, no existía un cobrador que fuera honesto. La misma falta de vergüenza que le motivó a entregar a sus propios paisanos para que Roma se enriqueciera, es lo que le impulsó a llenar sus bolsillos con el dinero obtenido por cobrar más de lo que Roma demandaba.

Sin embargo, lo que al Señor le importa es que una persona responda correctamente al evangelio, más que las manchas de su pasado. Si la persona estaba dispuesta a arrepentirse y a restituir lo que había estafado (que en el caso de Zaqueo era devolviendo cuadruplicado), era aceptada gozosamente por Cristo. Jesús consideró a Zaqueo una buena perla que se había perdido.

En una de las parábolas sobre una oveja perdida, Jesús afirmó que “habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lc. 15:7). También concluyó una historia de dinero perdido con estas palabras: “Hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (vr.10). Y, cómo no, la famosa parábola del hijo pródigo termina diciendo: “Era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (vr.32).

CONTEMPLANDO EL PRECIO PAGADO
¿De qué manera, como un mercader, vendió Jesús todo lo que tenía? No encuentro otro lugar en la Escritura que lo pinte con tanta claridad como en Filipenses 2:6-8, y que al mismo tiempo nos revele el hermoso carácter de Cristo de una manera tan maravillosa. Es uno de los pasajes más impactantes de la Biblia. “Siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.

Si pasamos por un museo de arte y hallamos una obra maestra, nos pararemos para contemplarla, aunque nuestros ojos no puedan ver al artista, ni apreciar completamente la calidad de su pintura. Ahora no queremos alejarnos rápidamente de esta obra que tenemos delante nuestros ojos. Es imposible que podamos valorar el precio pagado por Cristo, pero aunque pudiéramos, no lograríamos captar su inmensidad. De todos modos, el precio es digno de horas y días dedicados al intento de percibirlo. Disfrutaremos en el espíritu sólo por acercarnos a observar lo que nuestra mente no puede contener. “Despojarse” es un buen verbo para describir el hecho de que el Verbo eterno dejara su gloria y tomara forma humana. Otro verbo es “vaciarse” y, si combinamos los dos, tendremos una idea diminuta de lo que significa la encarnación. Cristo no se aferró a Su merecida gloria, que es una gloria eterna e infinita que, desde épocas inconmensurables, atrajo la adoración de seres gloriosos como los querubines y serafines, sino que la soltó, se vació, se desprendió, se privó, se desvistió, etc., de esa gloria que es la gloria de Dios… la cedió.

El Amo del universo, el Dueño de las galaxias, se hizo siervo, fiel en hacer la voluntad de Su Padre y lavar los pies de los pescadores. Fue a la pequeña tierra de Israel, que estaba humillada y dominada por los romanos. Los hombres del oriente le buscaron en la ciudad capital, en el palacio de Herodes, pero le hallaron en el pueblo de Belén. Se crió como el hijo de un carpintero, en la despreciada provincia de Galilea, una aldea sin renombre llamada Nazaret. Él mismo fue conocido como “el carpintero”.

“Estando en la condición de hombre” no se aferró a lo que, por derecho en el mundo, era Suyo. Su cuna fue un pesebre prestado por los animales, ya que no hubo otro lugar para Él en el mesón. Durmió bajo las estrellas, en el Monte de los Olivos, porque no hubo lugar para Él en las casas de Jerusalén. Cuando fue presentado en el templo, según la ley, sus padres ofrecieron la ofrenda designada a los pobres, la de dos palominos. La moneda que usó para ilustrar su enseñanza la pidió prestada; pagó sus impuestos y los de Pedro con una moneda sacada de la boca de un pez. Cuando fue recibido por las multitudes en las calles de Jerusalén, entró montado en un pollino de asno prestado, como lo fue el aposento en el que después celebró la pascua con sus discípulos. Su cadáver fue puesto en una tumba prestada por José de Arimatea.

En el cuerpo con el que fue hecho hombre “no hay parecer... ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos” (Is. 53:2). Lejos de ser un campeón o conquistador, fue “despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (vr.3). Fue rechazado por los líderes, la población, su aldea y su familia, y condenado por el juicio de judíos y romanos.

Pero ni el despojo ni la humillación fueron suficientes para saldar el precio que tenía que pagar. La voluntad del Padre fue enviarle al mundo para morir. “Nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido… más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros… Jehová quiso (hebreo: se complació) quebrantarle, sujetándole a padecimiento… y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada” (vrs.4,6,10). Él se sometió a su Padre aún en esto y, en su defensa, “no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (vr.7). En Getsemaní oró entristecido y angustiado, sudando como grandes gotas de sangre, postrado sobre su rostro en tierra, y diciendo: “No sea como yo quiero, sino como tú” (Mt. 26:39).

Fue entregado por uno de sus discípulos, abandonado por los demás, y juzgado falsamente. Le escupieron, le dieron puñetazos y le abofetearon. Pilato mandó azotarle. Los soldados también le escupieron, le desnudaron y le echaron encima un manto escarlata. Pusieron una corona tejida de espinas sobre su cabeza y le escarnecieron; le golpearon en la cabeza con una caña. “De tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (Is. 52:14).

Fue condenado y un criminal fue soltado en su lugar. Su muerte no fue una muerte cualquiera, sino la muerte de cruz. La cruz no era un adorno en aquellos días, para los romanos era el símbolo de ejecución para los criminales. Fue puesto en un lugar público para que todos dieran testimonio del hecho y así, rodeado de escarnecedores, en medio de dos ladrones, Jesús murió vergonzosamente la muerte de un criminal. Sobre la cruz Pilato escribió en hebreo, griego y latín la acusación que le condenó: “JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS”.

El sufrimiento físico de la cruz es inconcebible para nosotros, tanto, que sería imposible exagerarlo al intentar describirlo. Sin embargo, lo que Jesús sufrió allí fue algo mucho más fuerte y doloroso que lo que sufrieron los dos ladrones que estaban a cada lado. La angustia interior y lo que estaba pasando en las esferas espirituales fue mucho más grande. Él luchaba contra fuerzas espirituales; le rodearon demonios, y podemos estar seguros de que el mismo Satanás estaba presente: “Muchos toros... fuertes toros de Basán me han cercado. Abrieron sobre mí su boca como león rapaz y rugiente… perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos” (Sal. 22:12,16).

Allí ocurrieron misterios que no podemos imaginar. La fuente de la santidad experimentó por primera vez el peso de los pecados, no solamente llevándolos, sino que “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado...” (2 Co. 5:21). El inocente y bendito Dios de los cielos, que cumplió perfectamente toda justicia, fue “hecho por nosotros maldición” (Gá. 3:13). Quizá más misterioso todavía es pensar que la comunión perfecta y eterna, unida por un amor irrompible, fue rota en la cruz. La agonía del Hijo de Dios ya no aguantó más y gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). La vida del Autor y Dador de la vida lentamente escapó por sus venas en forma de gotas de sangre, y cayó a la tierra. ¡La vida murió! ¿Cómo es posible?

LA IGLESIA, EL CUERPO, LA AMADA, LA NOVIA DE CRISTO
Así fue como el mercader que estamos estudiando, totalmente involucrado en los negocios de su Padre, “fue y vendió todo lo que tenía”, y compró una perla. La perla representa la iglesia, una gran compañía en el Reino de Dios, compuesta de hombres y mujeres unidos en un solo cuerpo. “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres...” (1 Co. 12:13).

Sí, la iglesia es llamada “el cuerpo de Cristo”, que es también Su amada: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella… porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos” (Ef. 5:25, 30). En la siguiente porción de esta epístola, Pablo hace una comparación entre el matrimonio y la unión de Cristo y la iglesia: “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia” (vrs.31-32). El gran misterio es revelado. Como el novio está dispuesto a dejar su hogar y lo que hasta ese momento más ha amado en su vida, de igual manera, Cristo se vació de Su gloria y se despojó a sí mismo, para venir al mundo a comprarnos.

No lo hizo a la fuerza ni sintiéndose obligado, más bien fue para Él un gozo: “Por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He. 12:2). Isaías también lo afirma: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos” (53:11). Respecto a este amor, será un gran beneficio leer el libro de Cantares. El Espíritu Santo nos lo dio para ilustrarnos, de forma paradójica, el amor entre Cristo y la iglesia. Al final del libro hace una declaración poderosa y preciosa, que lleva este amor a una superioridad que traspasa cualquier amor que conocemos en el mundo: “Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos. Si diese el hombre todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciarían” (Cnt. 8:7). Por esto, Cristo no nos compró con dinero o bienes, sino con su propia vida.

Lo que es más asombroso todavía, es que pagó este precio supremo cuando no teníamos con qué responder a su amor. Él vio lo que podríamos ser, no lo que éramos, y tenía que empezar su relación con nosotros amándonos primero. Éramos débiles, totalmente incapaces de amar, pero no incapaces de aborrecer. Poseíamos un odio potente, y éramos impíos, pecadores y enemigos de Dios: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros… siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Ro. 5:5-10).

Dios utiliza medios para empezar y continuar su obra en nosotros, haciéndonos reconocer y aceptar Su amor. La obra de la cruz fue el medio que el Espíritu Santo usó, haciéndola vivir en nuestros corazones. Fue un chorro de agua viva que ahogó el odio natural de nuestra naturaleza corrupta, e hizo concebir en nosotros el potencial de poder amar con el mismo amor con que nos compró. Juan lo expresa muy bien: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Jn. 4:19).

Dios empezó con nosotros cuando éramos menos que nada. No había una cualidad en nuestras vidas con la que poder recomendarnos delante de Él, en cambio, estábamos llenos de características que le ofendían y provocaban su ira. Sin embargo, Él siente la gran pérdida de cada alma que muere en sus pecados, porque es una pérdida eterna. Por esta razón, el hombre debe valorar su alma más que todas las posesiones del mundo: “¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? (Mt. 16:26).

LA FORMACIÓN DE UNA PERLA
Dios es capaz de llamar a lo que no es como si fuera, y de tomar lo que es más feo y embellecerlo. ¿Sabes cómo se forma una perla? Empieza cuando un grano de arena entra en el ambiente apestoso y desagradable de una ostra. Si queremos un cuadro de lo que somos y de dónde venimos, esto nos dará una idea. Solamente Dios puede ver el potencial que hay delante, y Él es el único que, por una obra creativa, puede hacer que se desarrolle hasta llegar al fin que Él desea. Pero tenemos que tener presente que Él utiliza medios, como veremos a continuación.

El grano de arena molesta e irrita a la ostra y esta, para quitarse la irritación, emite una secreción. Durante un periodo de mucho tiempo la secreción hace su obra de rechazo contra el grano. A su debido tiempo el grano de arena es transformado en una preciosa perla y, finalmente, la perla es liberada de la ostra. Su destino es otro totalmente diferente al del ambiente en que ha sido formada, ya que fue creada para ser un adorno, con una belleza asombrosa.

Pablo habla a los cristianos de su colaboración con Cristo para formar la iglesia. Él mismo era especialista en poner el fundamento, y nos dice que el fundamento es Cristo. Pero Pablo no es el dueño, ni el responsable de esta obra. No hay un hombre que pueda suplir todo lo que hace falta. Cuando Cristo edifica Su iglesia, Pablo reconoce que otros tienen que entrar, cada uno poniendo su parte, y según su llamamiento, sobreedificar. “Puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica” (1 Co. 3:10). Uno puede hacer la obra rápidamente usando materiales comunes y corrientes, pero cuando se encienda el fuego todo se quemará. No será una construcción que permanezca eternamente.

La obra que perdura es la que es hecha mano a mano con el Arquitecto que ha dicho: “Yo edificaré mi iglesia...”. La obra se lleva a cabo con el poder y la sabiduría del Espíritu Santo, con la Biblia abierta frente los ojos. Requiere mucha oración, paciencia y fe, ya que el constructor humano tiene que estar seguro de estar en contacto continuo con la trinidad. Los materiales son costosos y se consiguen en las profundas minas y en el fondo del mar, donde Dios está haciendo Su obra perfecta. “Si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas… recibirá recompensa” (1 Co. 3:12, 14). El cristiano que edifica a su manera, sin la oración, con fuerzas humanas, y con materiales y equipaje mundanos, aunque será salvo, sufrirá una pérdida que será revelada a su tiempo.

Cristo va en busca de muchas buenas perlas, aunque da valor a cada una individualmente. Las busca y las halla, pero sobre todo tiene en Sus pensamientos una perla de gran precio que ha comprado. A través de muchas luchas y pruebas, la perla se ha desarrollado en un mundo contrario que la rechaza. Sin embargo, este ambiente contrario es lo que la provee de cualidades espirituales que la embellecen. Un día vendrá Cristo a recogerla, y la llevará para estar con Él y adornar palacios eternos.


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