¡Oh Jehová de los ejércitos! ¡Oh Padre justo!
El Espíritu Santo, autor de la Biblia, nos ha otorgado un privilegio sin
igual, al permitirnos observar una situación tan sagrada para nuestros ojos y
pensamientos indignos. Me refiero a la comunión que mantuvo Jesús, el Hijo de
Dios, con Su Padre celestial, en Juan 17, donde le vemos abrir Su corazón y expresar
Sus deseos más intensos e íntimos al Padre. El versículo 25 denota verdadera
pasión: “¡Oh Padre justo!”. Esta es tierra santa y, por lo tanto, debemos
quitarnos las sandalias. El Señor Jesucristo en los Evangelios es la misma
Persona a la que Zacarías llama El Ángel del Señor.
Observemos cómo llega a la cima de Su oración: “Yo en ellos y Tú en mí, para que sean perfeccionados en una unidad,
para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y los amaste a ellos como me
amaste a mí. Padre aquello que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también
ellos estén conmigo, para que contemplen mi gloria que me has dado, porque me
amaste antes de la fundación del mundo. ¡Oh Padre justo! el mundo no te
conoció, pero Yo te conocí, y éstos conocieron que Tú me enviaste. Y les di a
conocer tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté
en ellos, y Yo en ellos” (Jn.17:23-26). ¡Este es el verdadero evangelio! ¡Esto
es verdadero cristianismo! Esta es la voluntad del Padre al enviar a Su Hijo al
mundo. Este es el anhelo más profundo del Hijo, expresado al Padre.