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Lowell Brueckner

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Un mensaje de la resurrección

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“Levántese Dios, sean esparcidos sus enemigos,
y huyan de su presencia los que le aborrecen”  Salmos 68:1

El grito de guerra de David

El ejército de David era como ningún otro que jamás el mundo haya conocido, y nunca se ha levantado otro semejante. El que mató a Goliat era un joven sin armadura, llevando solamente una honda con cinco piedras. Sus cualificaciones para la guerra consistían en el hecho de que, al guardar el rebaño de su padre, había matado a un oso y a un león con nada en la mano.

Cuando llegó a ser el comandante de su propio ejército dio este testimonio: “Contigo desbarataré ejércitos, y con mi Dios asaltaré muros… Dios es el que me ciñe de poder… Quien hace mis pies como de ciervas, y me hace estar firme sobre mis alturas, para entesar con mis brazos el arco de bronce… Me ceñiste de fuerzas para la pelea” (Sal.18:29, 32-34, 39).

David enseñó a sus soldados las maneras de Dios en la batalla y ellos las aprendieron bien. Adino mató a 800 hombres en una ocasión y Eleazar hirió a los filisteos hasta que su mano se cansó y se le quedó pegada a la espada. Sama enfrentó solo a los filisteos y defendió un pequeño terreno. Tres soldados irrumpieron por el campamento de los filisteos sólo para sacar agua del pozo de Belén y traérselo a David. Abisai mató a trescientos filisteos con una lanza y Benaía a dos héroes de Moab. Después descendió a un foso parar matar a un león. Con un palo descendió contra un egipcio de enorme estatura que traía una lanza y Benaía le arrebató la lanza y lo mató. Estos soldados habían aprendido bien el grito de guerra de David: “Levántate Dios, sean esparcidos sus enemigos” (fíjate en 2Sam.23:8-21).


Cuatro leprosos (2 Reyes 7)

En los días del profeta Eliseo, Siria vino y sitió Samaria, la ciudad capital del reino norteño de Israel. Fue un método de guerra efectivo, porque no le costaría a Siria la vida de ningún soldado. Nadie pudo salir de la ciudad y no permitió que nada entrara, por lo que la gente de Samaria empezó a practicar el canibalismo.

Israel había perdido su grito de guerra, como también las maneras de Dios en la batalla.  No sabemos si el rey de Israel estaba considerando un plan de defensa, pero si fuera que sí, estoy seguro que no se asemejaba al plan de Dios. Fuera de Samaria había una colonia de leprosos. El Espíritu de Dios empezó a obrar entre estos hombres indefensos y cuatro de ellos conversaban sobre la situación. Cuando las personas son realistas y están dispuestas a hablar la verdad sobre una situación, aunque las conversaciones sean negativas, están tomando el primer paso en la dirección correcta.

Ellos contemplan tres opciones para sí mismos: 1) Quedarse donde están hasta morir. Si Dios está moviendo entre Su pueblo, la pasividad nunca será la respuesta, aunque a menudo es el camino que los cristianos toman. Es como dijeran: “Aquí nos sentaremos y aceptaremos lo que pase”. 2) Entrar en la ciudad. Ésta, no era una opción muy considerada. Si algunas mujeres estaban comiéndose a sus nenes, no seria probable que dejasen algo para unos leprosos a quienes no les era permitido mezclarse con la población. La lepra era peligrosamente contagiosa. 3) Entrar en el campamento del enemigo. A veces no existe una opción que sea muy alentadora, sin embargo, los leprosos decidieron optar por ésta.

Cuando la mejor de tres opciones es caer en las manos de enemigos crueles, sabes que estás en una condición desesperada con la necesidad de experimentar un milagro. Hablando humanamente, esta acción no trae esperanza, sin embargo, tampoco los hombres tenían esperanza en sí mismos, así que… ¡no tenían nada que perder¡ “Si nos dejan con vida, viviremos, y si nos matan, no haremos más que morir”. A los ojos de Dios, una actitud de no tener nada que perder, es muy útil para Sus propósitos.

Si pudiera meter un poco de mi propia imaginación a esta historia, no podría exagerar mucho, hablando dramáticamente de la condición física de los leprosos. Creo que era semejante a lo que voy a describir. Los dedos del pie estaban totalmente comidos por esa enfermedad maligna, por lo que tendría que inclinarse sobre un compañero para poder caminar. Otro, no tiene dedos en su mano y tiene que depender de las buenas manos de otros. Tú también puedes usar tu propia imaginación para describir cómo esta enfermedad incapacitante podría afectar a los otros dos aventureros desesperados. Una cosa es cierta, Dios no hubiera podido hallar vasijas más débiles en las cuales depositar Su fuerza. ¡Ah, los caminos de Dios! Son constantes durante toda la Biblia y hombres capacitados con sus experimentadas maneras nunca podrán persuadirle a cambiarlos.

Al ponerse el sol, los cuatro avanzan a un paso miserablemente lento desde los muros de Samaria hacia el campamento temible del enemigo. Entonces, Dios manda bajar un micrófono celestial para recoger el sonido de esos pasos tambaleantes y enciende a todo volumen los altavoces del cielo. El gran estruendo suena como miles de carros y caballos aproximándose como un gran ejército. ¡El Omnipotente se levanta para esparcir a Sus enemigos!

“Los que le aborrecen huyen de Su presencia” y abandonan sus tiendas, caballos, burros, alimento, bebidas, ropa, plata y oro. Los leprosos, en sus sueños menos realistas, jamás hubieran imaginado tales tesoros. Encuentran mucho más que lo que pudiera salvarles la vida; encuentran vida en abundancia. Saquean una tienda, comen y beben, y lo que no es comestible, lo esconden. Hacen lo mismo en la segunda tienda. Pero en este momento, se pone en acción este maravilloso regalo de Dios, distribuido y puesto en cada ser humano, que es su consciencia.

“No es bueno lo que hacemos; Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos… Vamos, pues, ahora, entremos y demos la nueva en casa del rey”. El comportamiento egoísta nunca es correcto; las buenas nuevas tienen que ser compartidas con otros. En Samaria, el sufrimiento de la hambruna todavía existe porque la población no ha oído las buenas nuevas de la vida abundante. Continúa sobreviviendo a duras penas con un hambre y pobreza crueles. Las noticias llegan a Samaria por los leprosos. Unos pocos hombres son enviados para rodear cuidadosamente el campamento, y encuentran a todos lados vestido y enseres que el enemigo había abandonado, intentando huir con más rapidez. Al creer el rey y sus súbditos las buenas nuevas, la ciudad es salvada.  


Las mujeres

Ahora, quisiera sacarte de los muros de Samaria para observar a algunas mujeres, caminando fuera de los muros de Jerusalén al amanecer. Jesús yacía en una tumba cerca del Lugar de la Calavera, donde había sido crucificado. Habían visto sepultarle y habían preparado el último servicio para Él, trayendo especias para su cuerpo inerte.  

Preguntan: “¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?” Ah sí, señoras, la Biblia dice que era muy grande y demasiado pesada para que vosotras la pudierais remover. ¿Y habéis pensado en la tropa de soldados romanos y lo que podrían haceros fuera de la protección de la ciudad? Pero ellas siguen hacia el “campamento enemigo” y no se preocupan por sus vidas. La vida había perdido su vigor para ellas porque su Maestro, a quien habían seguido y en quien habían confiado, dedicándose totalmente a Él, se había muerto. Cuando la Fuente de la Vida ha muerto, ¿qué puede uno esperar del futuro? No tenían nada que perder.

Pienso que se repite el mismo acontecimiento que ocurrió en el campo del enemigo, fuera de Samaria. Sólo que ahora los pasos ligeros de estas mujeres se combinaron con la fuerza de alas angélicas; la tierra se estremeció y la piedra se quitó.

Considera la fuerza del ejército enemigo, sitiando la tumba de Jesús. Sabemos que hay una piedra grande pero, además de su gran peso, fue sellada por el gobierno romano, la fuerza gubernamental más majestuosa del mundo. El sello dice: “Roma declara a Jesús de Nazaret legalmente muerto; vivir otra vez es ilegal… ¡ya no puede vivir! Hay una tropa romana también. Los poderes religiosos de Jerusalén han pedido su presencia para asegurarse de que el cuerpo de Jesús quedara en esa tumba. Lo guardan al precio de sus vidas. La religión declara: “Le hemos juzgado y le hallamos culpable de muerte. Con éxito hemos destruido su cuerpo y no puede abandonar esta tumba”.

Seguramente podemos asumir que hay otros poderes allí. David los vio hace muchos siglos atrás: “Me han rodeado muchos toros; fuertes toros de Basán me han cercado… como león rapaz y rugiente… Perros me han rodeado… Libra… del poder del perro mi vida. Sálvame de la boca del león, y líbrame de los cuernos de los búfalos.” Sin lugar a dudas, David vio los salvajes poderes espirituales involucrados con la muerte y la sepultura de Jesús. Los poderes de la muerte rodearon Su cruz y, ahora, unen su poder sobrenatural con el de Roma y el Sanedrín para asegurarse de que Jesucristo no abandone la tumba.

“Principados, potestades, gobernadores de las tinieblas de este siglo, y huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales” (fragmentos de Ef.6:12) han dejado cualquier otro cargo en que estuvieran ocupados, para formar una concentración diabólica alrededor de la pesada piedra, con la única misión de contener el cuerpo de Jesús dentro de la tumba. Pero, un poder más está presente. Se llama el príncipe de la potestad del aire, el dragón, la serpiente antigua, Satanás, el diablo, Abadón y Apolión; los dos últimos son los nombres en hebreo y griego para el destructor. Él también está y se encarga personalmente de mantener la piedra en su lugar.

¡La tierra se estremece por la orden del Omnipotente; la piedra rodó y el Señor Jesucristo, el Rey de Gloria, se levanta de entre los muertos, sale del sepulcro, y vive para siempre! ¡Sus enemigos se esparcen! Sabemos que la piedra ya no es un obstáculo y que el sello ha sido roto. La tropa de soldados ha abandonado su cargo, huyendo de terror. También las fuerzas de los demonios huyen, según su rango, empezando por los espíritus inmundos más comunes y terminando por los príncipes entre los ángeles caídos. Solamente queda uno , a quien Jesús se le acerca con la orden: “¡Dame las llaves de la muerte y del infierno!” Inmediatamente, le son entregadas, y el príncipe del mundo es echado fuera. Paso a paso se echa para atrás, y por fin da la espalda y huye.

La palabra profética se ha cumplido enteramente: “Levántese Dios, sean esparcidos sus enemigos, y huyan de su presencia los que le aborrecen”. ¡Ha resucitado el Señor, en verdad ha resucitado, y Sus enemigos han sufrido una derrota total!

Todavía tenemos que hablar de un aspecto más de esa mañana gloriosa… ¡llevar el mensaje a los hombres! Empieza con María Magdalena, que está sola, fuera de la tumba llorando. Cuando menos, ella esperaba ver el cuerpo de su Señor, pero ha sido removido. ¡Qué gozo cuando Él aparece, llama a su oveja por nombre y ella reconoce la voz del Pastor! Más allá de cualquier emoción experimentada al descubrir las necesidades y tesoros en el campo del enemigo, María celebra el redescubrimiento de su Salvador y le retiene.

No es bueno lo que haces, María, mientras sus discípulos quedan en incredulidad y pena, espiritualmente menesterosos en la ciudad. Hay vida que tomar, vida abundante, pero… “¿Cómo creerán en Aquel de quien no oyeron? ¿Y cómo oirán sin haber quien predique?" (Ro.10:14). El evento más grande en la historia humana ha acontecido, garantizando todos los beneficios de la cruz a los que creen.

María Magdalena recibe primeramente el mandato de contar la historia de la resurrección a los que esperan en Jerusalén: “No me retengas… pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios. María de Magdala fue a dar las nuevas a los discípulos: ¡He visto al Señor!” (Jn.20:17-18). El mensaje de la resurrección es anunciado vez tras vez desde ese día en Jerusalén hasta el día de hoy, y hasta los últimos confines de la tierra. La gente sale de su imposible pobreza espiritual para tomar libremente de la vida resucitada y a cantar:

Cristo ha resucitado, en verdad ha resucitado,
¡Oh, canta aleluya!
Únete al coro, canta con los redimidos,
Cristo ha resucitado, en verdad ha resucitado.

¿Cómo puede ser que el que murió,
Ha llevado nuestro pecado por un sacrificio,
Para conquistar cada aguijón de la muerte?
¡Canta, canta aleluya!

El gozo se despierta como la luz del amanecer,
Cuando los discípulos de Cristo levantan sus ojos,
Vivo está su Amigo y Rey,
Cristo, Cristo ha resucitado.

Donde la duda y las tinieblas estuvieron una vez,
Ellos le vieron y sus corazones creyeron,
Pero benditos aquellos que no han visto,
Y cantan aleluya.

Una vez atados por el temor, ahora valientes en la fe,
Predicaban la verdad y el poder de la gracia,
Y derramando sus vidas ganaron,
La vida, vida eterna.

El poder que le levantó de la tumba,
Ahora obra en nosotros para salvar poderosamente,
Él libra nuestros corazones para vivir Su gracia,
Id, hablad de Su bondad.




 




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