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Lowell Brueckner

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Los pecadores y los justos

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31. Un estudio expositivo de Isaías, capítulo 33
 
La copa de Dios que mide la maldad

Por todo el libro de Isaías, vemos al profeta involucrado con el desarrollo y el avance del imperio y ejército asirios, que estableció su dominio en la escena mundial de aquellos días. Dios informa a Su pueblo de ello y le anima, hablando de la destrucción venidera. Su palabra también alcanza al mismo asirio, avisándole del juicio. Como he mencionado antes, estas profecías van más allá, hacia el imperio babilonio, que apenas estaba levantándose, y hacia otros poderes mundiales que tomarán su lugar en el futuro. Incluso a veces alcanzan hasta el fin de esta época.

Por eso, en el versículo 1, se trata, en primer lugar, de Asiria, pero este mismo principio tiene que ver con cualquier sistema humano que ejerce su poder sobre naciones más débiles. Se caracteriza por ser destructivo y traicionero, y atacar sin ser provocado. Su propósito no es recobrar lo que les ha sido quitado, ni vengarse por el daño cometido contra ellos. A quienes ellos atacan no les han traicionado, ni agraviado en el pasado. Un ejército formado por seres humanos caídos no necesita ser desafiado; es maligno por naturaleza.


Dios permite su progreso hasta cierto punto y, con mucho cuidado, mide sus hechos malignos. Él hace una declaración curiosa en el libro de Génesis, diciendo que aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí” (Gé.15:16), explicando a Abraham por qué detendrá, por cuatro generaciones más, el comienzo de Su plan de utilizar a sus descendientes para conquistar a los amorreos y todo Canaán. Por otro lado, Cristo dijo que había llegado la generación de judíos rebeldes a quienes podría demandar “¡llenad la medida de vuestros padres!” (Mt.23:32). La profecía que tenemos delante declara que iba a llegar el tiempo en el que la misma traición y destrucción que los malhechores habían practicado, caería sobre ellos mismos.

Esperando hasta que Dios se levante

Isaías pronuncia la oración de su pueblo. Al ver que la amenaza del enemigo asirio se hace una realidad, Judá se vuelve a su Dios, rogándole que le trate con gracia. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la única manera de conseguir el favor de Dios es por medio de Su gracia y nunca por lo que Su pueblo merece, ni por los hechos que hace. Como en el versículo 2, de vez en cuando Isaías expresa la necesidad de esperar a Dios. Estoy con ganas de que podamos contemplar la famosa promesa del capítulo 40, los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas…” Si queremos ser Sus seguidores, tendremos que aprender a esperar con paciencia. Este mundo engañoso nos ofrece soluciones inmediatas, especialmente en esta edad en la cual estamos acostumbrados a pulsar un botón para conseguir lo que queremos. Sin embargo, los caminos de Dios no cambian; nos obligan a esperar para poder recibir de Su mano lo que siempre es lo mejor.

El pueblo del Señor debe estar constantemente consciente a su dependencia diaria de Él, y esperar Su socorro en el tiempo de angustia que tiene por delante. Lo que vendrá como respuesta a su oración se describe en los siguientes dos versículos: “Los pueblos huyeron a la voz del estruendo; las naciones fueron esparcidas al levantarte tú. Sus despojos serán recogidos como cuando recogen orugas; correrán sobre ellos como de una a otra parte corren las langostas” (vs.3-4). Cuando Jesús dijo, “¡Paz!”, el viento y las olas cesaron, pero cuando la voz del Señor ruge con truenos, los ejércitos se esparcen, dejando tras ellos un botín que los judíos recogerán en el conflicto asirio venidero.

Más que una liberación para los Suyos, el Señor ejecuta Sus obras poderosas para exaltar Su nombre. Lo que sigue, entre Su pueblo en la tierra, son manifestaciones de Sus atributos. La primera evidencia de Su Reino es el establecimiento de un departamento de justicia (v.5). Sion será establecida, y habrá múltiples testimonios de Su salvación, llevada a cabo por Su sabiduría y conocimiento perfectos en cada situación. El temor de Dios reinará en la sociedad y, en el versículo 6, esta característica se llama “su tesoro”. Si hemos vivido la pobreza moral de una sociedad a la que falta el temor de Dios, apreciaremos el valor de tal tesoro.
 
Isaías tiende a cambiar de profecías sobre el futuro a descripciones de la condición presente en Judá. La expresión, “he aquí”, introduce este cambio en su relato y empieza a mencionar las “voces” de los embajadores y el lloro de los mensajeros de paz que han fracasado en las negociaciones con el enemigo. El tráfico cesa, las calzadas están deshechas, los pactos son anulados, la vida del individuo no tiene valor, ni hay respeto por la población de las ciudades (vs.7-8). En las áreas rurales, los terrenos son abandonados y los grandes bosques de cedro y roble son desnudados y desperdiciados (v.9)

La medida se ha llenado, y el Señor se levanta para llevar a cabo Su obra, de tal manera que nadie la pueda explicar en términos naturales. Es la intervención divina y, de esta manera, solo Él es exaltado (v.10). Dios habla al enemigo y Su palabra es una declaración de la verdad, sin importarle las medidas que tome el hombre. “Concebisteis hojarascas, rastrojo daréis a luz; el soplo de vuestro fuego os consumirá. Y los pueblos serán como cal quemada; como espinos cortados serán quemados con fuego” (vs.11-12). Los planes más astutos y maliciosos y los esfuerzos más enérgicos, no producirán más que hojarasca, rastrojo, cal quemada y espinos destinados a quemarse. Como vimos en el versículo 1, la destrucción y traición se torna contra ellos y les consume. Toda la tierra, de cerca y de lejos, tiene que escuchar Su voz, porque Su fama tiene que ser proclamada dondequiera (v.13).

Los pecadores y los justos de Sion

Después el Señor habla a los “de nosotros”. Puede ser que Sion sea una colina común a ojos de la humanidad, pero es la cima más alta que demanda Su más atento cuidado en la tierra. Sin embargo, allí también habrá pecadores e hipócritas. Jesús nos enseñó acerca de las imperfecciones del Reino sobre la tierra en las parábolas de las diez vírgenes, el trigo y la cizaña, el grano de mostaza, la levadura y la red que recoge peces buenos y malos. Quiero que captemos la fuerza de esta frase: “Los pecadores se asombraron en Sion, espanto sobrecogió a los hipócritas. ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas?” (v.14).

Lo mejor que puede pasar con los no convertidos e hipócritas en el pueblo de Dios es que experimenten una realidad que les abra los ojos y les cause temor y temblor. Han estado consolados por la vida y beneficios espirituales de la gente genuina de Dios. Ellos reclaman los perímetros exteriores del Reino. Son judíos, y piensan y moran en Sion, las alturas espirituales de Jerusalén. No hay una posición más peligrosa en todo el mundo. Es la misericordia de Dios lo que les despierta a Su ira y juicio, al verlo caer sobre el ejército asirio. Observan la ira de Dios derramada sobre el enemigo en una sola noche, pero ellos son hebreos que conocen la doctrina del fuego eterno del infierno y… ¿cómo podrán aguantar “las llamas eternas”?

He notado que los buenos comentaristas, siendo buenos teólogos, tratan este pasaje con elocuencia. No debe sorprendernos que los hipócritas en la iglesia aborrezcan la teología y la verdad que proclaman, igual que los judíos odiaban a los profetas verdaderos. Son fieles al revelarnos la ira de Dios y el Lago de Fuego, que Él mismo creó, para que los que hagan caso a sus avisos, puedan escapar de Su ira y de las llamas eternas. Los pecadores e hipócritas permanecen entre nosotros hoy en día de la misma manera que estaban entre los judíos. Escucha por un momento a Matthew Henry: “Hay pecadores en Sion, hipócritas, que se gozan de los privilegios y están de acuerdo con el ministerio de Sion, pero sus corazones no son correctos delante de Dios; guardan ciertos lugares secretos de pecado bajo un disfraz de una profesión visible de cristianismo, lo que les categoriza con los hipócritas. Los pecadores en Sion tendrán mucho de qué dar cuentas sobre los demás pecadores; y su lugar en Sion, lejos de darles seguridad, agravará su pecado y su castigo”. 

Después, el siervo de Dios nos conduce a los fieles en Sion. “Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1Jn.3:7-8). No hay gracia verdadera que no produzca justicia. Isaías, obviamente, cree el mismo principio: El que camina en justicia y habla lo recto; el que aborrece la ganancia de violencias, el que sacude sus manos para no recibir cohecho, el que tapa sus oídos para no oír propuestas sanguinarias; el que cierra sus ojos para no ver cosa mala…” (v.15). La descripción de su destino es hermosa y quiero asegurarme de que lo lees directamente del Libro: “Éste habitará en las alturas; fortaleza de rocas será su lugar de refugio; se le dará su pan, y sus aguas serán seguras. Tus ojos verán al Rey en su hermosura; verán la tierra que está lejos” (vs.16-17).

Para los justos, hay protección en todo tiempo. En los Salmos, especialmente, leemos de su posición impenetrable, de la roca y las alturas, pero es una parte de todo el Pacto, Nuevo y Antiguo, con Dios. La Biblia promete tanto sostén como protección, siendo todo una parte de la provisión de Dios, defendiendo a Su pueblo. Los beneficios y las bendiciones van más allá de cualquier cosa que una persona pueda esperar de este mundo. 

Los justos verán al Rey y Su Reino, y hallan que lo más hermoso es Su persona. ¡Ten cuidado, no sea que siendo conmovido por las cosas de Dios, pierdas la gloria más brillante de Su misma persona! Isaías está hablando de las circunstancias de su día, pero también está apuntando hacia el Reino de Dios en su gloria de mil años, e incluso más allá, a la heredad eterna del creyente. Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Pr.4:18).

La fuerza de Dios en la debilidad terrenal

“¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo?” (1Co.1:20). Después de obtener la victoria, mirando hacia atrás, todos los hombres y sus oficios menguan. Las feroces intenciones del enemigo, que parecían tan reales y espantosas, han perdido su poder. El cautivo se sentaba en las tinieblas, oyendo el lenguaje extraño e incomprensible del enemigo, y su terror se intensificaba por lo desconocido. Ahora, estas cosas solamente existen en una memoria que va desvaneciéndose. Su realidad está siendo borrada tras experimentar el propósito permanente de Dios (vs.18-19).

El judío se había criado bajo la tutela del Omnisciente; Él les había designado sus festividades, establecidas como parte fija de su historia. El monte Sion, la ciudad de Jerusalén, la habitación de paz, las tiendas que nunca serán desarmadas con estacas que no serán arrancadas y sus cuerdas irrompibles… todo fue plantado por el Omnipotente. La vulgar colina y la ciudad que la rodeaba, las tiendas sin fundamento, todo ello es simbólico de una debilidad natural que sólo puede hallar la seguridad bajo el ojo atento de su Protector (v.20).

El Dios de Abraham, Isaac y Jacob es por ellos y, ¿quién contra ellos? (Ro.8:31). Lo que parece débil y pequeño para el hombre natural, ha sido provisto para ellos, para que no confiaran en su posición natural, sino en un Dios sobrenatural. Tienen que ver las cosas según Su punto de vista y aprender de Su majestad, real e incomparable. El humilde Jordán fue el río de poder limpiador para el general sirio, y el profeta dice que este territorio seco recibirá la bendición de Dios: “Porque ciertamente allí será Jehová para con nosotros fuerte, lugar de ríos, de arroyos muy anchos, por el cual no andará galera de remos, ni por él pasará gran nave” (v.21).

Lo que hace al judío único entre las naciones del mundo, son el poder y presencia de su Dios. Su gobierno final será una teocracia con un sistema judicial formado por un solo Juez; un parlamento formado por un solo legislador; y un gobierno regido por un solo Rey: “Porque Jehová es nuestro juez, Jehová es nuestro legislador, Jehová es nuestro Rey; él mismo nos salvará” (v.22). 

La enseñanza del Espíritu Santo, en este capítulo, es muy clara al espíritu sensible, alumbrado por Su unción. Termina en el versículo 23, demostrando la inseguridad y apuro mundanos del pueblo de Dios, usando la ilustración de un barco: “Tus cuerdas se aflojaron; no afirmaron su mástil, ni entesaron la vela”. Las palabras describen, aparentemente, un desastre venidero, pero no es así. Totalmente a lo opuesto, es la descripción de un vencedor, que en su debilidad dividirá un botín abundante después de la batalla (v.23). “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co.12:10)… este fue el principio divino, aprendido por el apóstol Pablo.

El mismo principio que estamos contemplando llega a su perfección cuando un Sion avivado se hace el centro gubernamental de un reino de mil años. He aquí, este Sion, descrito otra vez por el profeta Isaías, es el lugar en el que, en su tiempo, el espíritu del hombre estará fuerte. Los pecados serán perdonados y el hombre interior será sano, salvado por la sangre del Mesías (v.24).

¡Recuerda de una cosa, creyente! La doctrina de Pablo nos enseña que los judíos son un olivo natural en el que nosotros, los gentiles creyentes en Cristo, hemos sido injertados (estudia Romanos 11:11-27). Nuestro Dios es el Dios de Israel. Por eso, el principio espiritual de Su fuerza por medio de la debilidad humana, dada a Israel y hecho ejemplo por medio de ellos, también se aplica a nosotros. Las promesas para los justos en Sion también son promesas para los justos en Cristo Jesús. Además, tenemos que reconocer que los pecadores e hipócritas que habitan en Sion, también se encuentran en la iglesia de este siglo XXI. Estamos involucrados con la verdad eterna. La enfermedad espiritual del pecado ha sido sanada, porque nuestros pecados son perdonados por la sangre del Cordero. Seguiremos a los judíos que entren en el Milenio y experimentaremos la justicia y la paz en el reinado de Cristo. 




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