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Lowell Brueckner

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La sanidad del rey Ezequías

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36. Un estudio expositivo de Isaías, capítulos 38 y 39

Capítulo 38


Por favor, abre tu Biblia en Isaías, capítulo 38, para poder seguir el texto, mientras intento comentarlo. Es un capítulo complejo, pero nos servirá para enseñar más de los caminos de Dios. Al estudiar las Escrituras, no debemos buscar apoyo para nuestras interpretaciones y opiniones sobre doctrinas, sino abrir nuestros corazones a la personalidad de Dios y ver Su manera de tratar con la humanidad.

Al contemplar la soberanía de Dios, tenemos que tomar en cuenta la relación entre Dios y el hombre. Abraham fue Su amigo y Él hablaba y tenía comunión con él. Ésta es una característica maravillosa de la personalidad de Dios: “Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?” (Gn.18:17). El Señor también tenía intimidad con Moisés y hablaba con él “cara a cara, como habla cualquiera a su compañero” (Ex.33:11). Me he asombrado con el siguiente pasaje, cuando Dios quiso destruir a los Israelitas, después de haber hecho y adorado al becerro de oro, y dijo a Moisés: Déjame que se encienda mi ira en ellos” (Ex.32:10). En verdad, ¡Moisés detuvo la mano del Todopoderoso!

En la Biblia, vemos muchas veces al Señor detener el juicio que había decretado sobre algún pueblo. Un ejemplo clásico es cuando Jonás profetizó la destrucción del pueblo de Nínive, y la gracia y la misericordia de Dios se manifestaron en el caso. Hay otra profecía interesante de los discípulos de Tiro a Pablo: “Ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén” (Hch.21:4). Agabo también profetizo sobre el mismo asunto en Cesarea, y todos los cristianos intentaron persuadirle a que no siguiera, pero al final se resignaron… “hágase la voluntad del Señor” (21:14). Tenemos que concluir que, en cada caso, al final de todo, se hizo la voluntad de Dios, que es soberano e inmutable.


Podemos llamar a estas profecías “condicionales”, ya que dependen de la reacción de las personas a quienes van dirigidas; no son predicciones absolutas. Al leer la Biblia, esta es una de las cosas que uno tiene que asumir. Lo que fue predicho, en casos como los que hemos mencionado, vemos que no fue la palabra final. El pueblo que conoce a Dios, incluso el rey Ezequías al recibir el mensaje del versículo1, sabe acerca de este principio divino.

El capítulo que vamos a ver empieza con las palabras, “En aquellos días…”, es decir, en los días del asedio de los asirios contra Jerusalén. Ocurrió en el año decimocuarto del reinado de Ezequías (Is.36:1), quien comenzó a reinar cuando tenía 25 años (2 R.18:2), y sólo 39 cuando enfermó. Recibió 15 años más de vida, y reinó un total de 29 años. Sin embargo, Isaías había profetizado: “Jehová dice así: Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás” (v.1).

Hay otro asunto importante a considerar en este caso sobre la voluntad soberana de Dios. Aparentemente, cuando Ezequías enfermó no había un heredero para el trono. Manasés no había nacido; nació tres años más tarde, ya que tenía 12 años cuando empezó a reinar. Nota también, por favor, que Isaías se refiere a “Jehová Dios de David tu padre” en el versículo 5 y, en 2 Reyes 20:6, Dios dijo que Él sanaría a Ezequías y salvaría a Jerusalén “por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo”. Cuando Salomón dedicó el templo habló al Señor sobre la promesa que Él había hecho a David: “No te faltará varón delante de mí, que se siente en el trono de Israel” (1 R.8:25). Esta promesa se cumplió durante todas las generaciones de los reyes de Judá, y el linaje continuó hasta el tiempo del nacimiento del Mesías. Por eso, en la voluntad soberana de Dios y por causa de Cristo, Ezequías no podía morir sin un heredero.

Vamos a los detalles de la historia. El Señor dice al rey que ponga su casa en orden; que se preparare para su muerte; él mismo, a su familia y, en general, todos sus asuntos. Tenemos que asumir que también debemos aplicar este mandamiento, en la medida que podamos, a nuestras vidas. Hemos mencionado una gran falta en el caso de Ezequías, un asunto muy importante, y es que no tenía un hijo para sentarse en el trono.

Con 39 años, saber que vas a morir, es un choque tremendo para cualquiera, y el rey no era una excepción. No había posibilidades de parte del hombre, así es que, sencillamente, volvió su rostro contra la pared (v.2) y se dirigió al Único que podía intervenir. Dios había derramado Sus bendiciones y amor sobre este varón desde temprana edad, y su oración tuvo el mismo peso y valor que la petición enviada por dos hermanas muchos siglos más tarde: “Señor, he aquí el que amas está enfermo” (Jn.11:3). La persona a quien Él ama no siempre recibe lo que pide, pero siempre es escuchado y tratado con el más grande afecto y cuidado.

“Oh Jehová, te ruego que te acuerdes ahora que he andado delante de ti en verdad y con integro corazón, y que he hecho lo que ha sido agradable delante de tus ojos. Y lloró Ezequías con gran lloro” (v.3). Fue una oración simple y tierna, como la de un niño implorando a un padre cuidadoso, expresada con lágrimas y un corazón herido. Inmediatamente recibió una respuesta (v.4).

Dios consoló al rey por medio del profeta, poderosamente dotado: “Jehová Dios de David tu padre, dice así”. De esta manera, Dios le hizo recordar el lugar que ocupaba en el centro de los propósitos eternos del linaje del Mesías. Ningún hijo o hija de Dios hoy está en una posición menos importante, cada uno siendo elegido individualmente, llamado y concebido para ser conforme a la imagen de Su Hijo. “He oído tu oración, y visto tus lágrimas”. Es maravilloso poder aproximarse al trono de Dios y estar seguro de que se es escuchado, y no sólo eso, sino que también Él ve nuestras lágrimas cuando, al orar con tanta intensidad y preocupación, son afectadas tan fuertemente nuestras emociones (v.5).

El problema más grande durante el gobierno del rey también fue resuelto, porque el Señor, según Su naturaleza, hace “mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Ef.3:20), y ningún asirio, en aquellos días ni después, pisó Jerusalén (v.6). Además, Ezequías recibió una señal como creyente. Acaz, su padre, rehusó pedir una señal que le ayudaría a aprender a confiar en Dios. Sin embargo, Ezequías, aprovechó la oportunidad de poder escoger y pidió la señal más difícil (2 Reyes 20:8-11). En el caso de un incrédulo, una señal puede ser concedida para llevarle a la fe, pero en el caso de un creyente, las señales siguen a ésta. A Ezequías le fue dada una magnífica señal para confirmar su fe. Él observó, por primera vez en la historia de este planeta, ¡que el sol, no solamente se paró, sino que regresó hacia el oriente! (vs.7-8)

Después, el rey escribió su testimonio, confesando humildemente sus pensamientos durante el tiempo de crisis y dando gloria a su Señor por Su intervención milagrosa. Había lamentado la probabilidad de abandonar este mundo temprano. Su caminar terrenal con el Señor y la comunión con sus amigos serían cortados. Al pasar por esta experiencia pudo ver que la vida en la tierra es pasajera, como lo es la tienda de un pastor, que fácilmente se desmonta y se mueve de un sitio a otro. Por esta razón, el salmista nos dio un ejemplo: “Hazme saber, Jehová, mi fin, y cuánto sea la medida de mis días; sepa yo cuán frágil soy” (Sal.39:4).

Ezequías ilustra el corte de su vida con el tejedor que corta una tela después de tejerla. Escribe dos veces acerca de la brevedad de la vida, comparándola con el transcurso de un día. Las horas de la noche complican la opresión espiritual y el que la sufre, cuerpo y alma molidos, como habiendo sido atacado por un león, espera con ansia la madrugada. Él gime como una paloma, y se queja débilmente como la golondrina. Levanta sus ojos al cielo buscando socorro, hasta que se consumen. De esta manera, ruega al Señor que se compadezca de él (vs.9-14).  

De repente, el Señor le habla y le sana milagrosamente. No halla palabras para describir la experiencia, y determina caminar mucho más humildemente en el futuro. Estas son las lecciones que aprendió por medio del sufrimiento. Seguramente, con este propósito, Dios permitió que enfermara, y Ezequías llamó a su enfermedad, la amargura de su alma (v.15).

El rey expresa: “Por todas estas cosas los hombres vivirán, y en todas ellas está la vida de mi espíritu; pues tú me restablecerás, y harás que viva” (v.16); es decir, el pueblo de Dios vive por la palabra y la obra sobrenatural de Dios. Antes contemplamos el cuidado amoroso de Dios con Ezequías y ahora vamos a estudiar más sobre el asunto. Muchas veces aconsejo a los oyentes y lectores que estudien las palabras originales de la Escritura para sacar más riqueza de la palabra. La Biblia es inerrante en las lenguas originales, pero es necesario reconocer que algunas “raras” veces, los traductores nos desilusionan. Tenemos delante de nosotros un caso.

En la versión RV60 tenemos estas palabras: A ti agradó’ librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados” (v.17). Vamos a considerar estas palabras como vienen, literalmente, en hebreo, en lugar de español. La misma palabra hebrea es traducida en Deuteronomio 7:7 como “os ha querido”, y en Salmos 91:14 como “ha puesto su amor”.  Como la palabra original es tan rica que no podemos pasarla por alto, vamos a acudir a algunos comentaristas, expertos en el lenguaje hebreo, para que nos ayuden:

Empezaremos con Jamison, Fausset, y Brown: “‘Tú te has apegado con amor a mí desde la fosa’; una frase significativa para decir, Tú amor ha descendido a la fosa y me has sacado de ella. Su cumplimiento total solamente se realiza cuando Jesucristo rescata el alma del infierno.” Matthew Henry explica: “La palabra aquí significa un amor muy afectuoso… ‘Tú has amado a mi alma de la fosa de la corrupción’; esto es lo que significa la palabra original. Se aplica a nuestra redención en Cristo.” Barnes añade algo que estaba escrito al margen de su Biblia: ‘Amado de la fosa a mi alma.’ (Los comentaristas luchan para dar el significado completo y no sé si puedo aclararlo mejor, pero en el caso de Henry y Barnes, están diciendo que el amor mismo hizo la acción, el esfuerzo de sacar.) La palabra aquí significa, apropiadamente, adjuntarse, atar o apegar; ser unido con ternura; abrazar. Dios le ha amado y así ha librado su alma de la muerte”. Para terminar, permitiremos a Clarke acabar con los comentarios: “‘Tú has abrazado fuera de la fosa de la corrupción a mi alma.’”

Ahora, escribiremos de nuevo el versículo de esta manera: “He aquí, fue por mi bienestar que yo pasé por una gran amargura; pero, abrazándome con Tu amor, libraste mi alma de la fosa de la corrupción; porque echaste tras tus espaldas mis pecados”. Parece que Dios abrió los ojos de Ezequías y pudo captar algo más allá de ser solamente sanado de una enfermedad fatal. Pudo fijarse en la cruz, donde Dios le amó de tal manera que echó sobre Cristo todos sus pecados y, por medio de Su muerte, los echó en el mar del olvido ¡Es una revelación absolutamente asombrosa y hermosa! Tómate el tiempo necesario para contemplarlo.

Ezequías demuestra tres cualidades que deben ser expresadas por toda alma viviente: gratitud, alabanza y esperanza en la verdad de Dios. Los muertos, la muerte y el sepulcro son incapaces de llevar a cabo tales acciones. Vamos, entonces, a unirnos a los que Cristo ha dado vida. Vamos a estar rebosando de gratitud, llenos de alabanza y regocijándonos en la esperanza segura de Su verdad (v.18). 

Es muy evidente que Ezequías está disfrutando a tope de su liberación. Él exclama: “¡El que vive, el que vive, éste te dará alabanza, como yo hoy!”, y me pregunto si no estará expresando el anhelo de que Dios le diera un hijo, al añadir: “El padre hará notoria tu verdad a los hijos” (v.19). Todas las cosas buenas que nos pasan deben transformarse en alabanza y canción “en la casa de Jehová todos los días de nuestra vida” (v.20).

Isaías aplica el remedio ungido, provisto por la botica celestial… una masa de higos… aplicada a la llaga del rey. Tres días después, reforzada por la señal milagrosa del movimiento inverso del sol, Ezequías, por la fe, entra a la casa del Señor (2 R.20:5 con vs.21-22).

Capítulo 39

Desafortunadamente, hay otro evento que también tenemos que reportar… “En aquel tiempo”, la amenaza de Asiria ocupaba totalmente los pensamientos de Ezequías. Había observado los avances de su ejército por todos lados y, gracias a la intervención de Dios, había resistido una confrontación directa con altos oficiales asirios y su ejército, fuera de Jerusalén. Él no vio la amenaza que se estaba levantando, que en un futuro iba a derrumbar Jerusalén y llevar a sus dignatarios y a muchos de sus ciudadanos más prominentes al cautiverio.  

Merodac-baladán, rey de Babilonia
Merodac-baladán de Babilonia recibió el nombre del dios de guerra, Merodac. Tenía cierta afinidad con el rey de Judá, porque, como él, había resistido a los asirios y mantenido la independencia por unos diez años. Al oír de la enfermedad de Ezequías, el rey de Babilonia le “envió cartas y presentes” (v.1). Ezequías dio la bienvenida a los emisarios por pertenecer a un aliado potencial y, queriendo demostrar su amistad y confianza, hizo un recorrido por su casa y su reino mostrándoles, especialmente, sus tesoros de plata, oro, especias, ungüentos preciosos y sus armas (v.2). Probablemente, tal demostración nunca fue olvidada en Babilonia, y por eso un día los babilonios volvieron a buscarlos.

Ezequías fue uno de los mejores reyes de Judá. Logró hacer muchas reformas y tuvo mucho éxito en hacer avanzar su reino. Pero parece evidente que ningún ser humano puede manejar bien el éxito y el poder, y el rey, durante un tiempo, cayó en la trampa del orgullo. De forma muy insinuante, veamos lo que dice en 2 Crónicas 32:31: “Mas en lo referente a los mensajeros de los príncipes de Babilonia… Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo que estaba en su corazón” (lee el resumen en 2 Crónicas 32:24-33). Al dejarle Dios, el rey solamente contaba con los recursos limitados del conocimiento humano, y le faltó el discernimiento piadoso, que es esencial para dirigir al pueblo de Dios. Solamente vio la situación política de su tiempo y no estuvo consciente a lo que iba a tomar lugar cien años más tarde.

Este evento hizo que el profeta Isaías visitara al rey y le hiciera varias preguntas acerca de aquella visita. Ezequías afirmó que, al ser Babilonia una tierra muy lejana, no suponía una amenaza para Judá. Le dijo que no había escondido nada de ellos (vs.3-4). ¡Ah, pero el hombre de Dios tenía sus ojos fijos en el cielo y pudo ver un siglo adelante!  

Isaías fue la voz de Dios para hablar al rey, y antes de hacerle las preguntas ya sabía las respuestas (v.5). Él pudo ver cómo iba a levantarse la “cabeza de oro” (Daniel, capitulo 2), el Imperio Babilonio bajo Nabucodonosor, y cómo iba a conquistar a los asirios. Él lo vio como una poderosa fuerza en el escenario mundial y una parte muy importante de la historia universal. Pudo ver el asedio de Jerusalén hasta caer la ciudad, y a los babilonios logrando hacer lo que el Señor no permitió a los asirios. Los vio saqueando los tesoros sagrados, algunos guardados durante generaciones. “Ninguna cosa quedará” (v.6), dijo. Él pudo ver el nacimiento de Manasés y a sus descendientes que, en las generaciones futuras, serían “eunucos en el palacio del rey de Babilonia" (v.7). Ezequías se había entretenido y hecho amigo del mayor enemigo.

La palabra de Dios revela lo que Ezequías dijo y pensó. Para Dios, los pensamientos y las meditaciones del corazón del hombre son igual que sus palabras y hechos, y por lo tanto también los juzgará. “Entonces Ezequías dijo a Isaías: La palabra de Jehová que has hablado es buena. Pues pensó: Al menos habrá paz y seguridad en mis días” (v.8 BTX). El pasaje de 2 Crónicas, mencionado anteriormente, nos dice que no solamente el rey se enorgulleció, sino que también se humilló (2 Cr.32:25-26). Reconoció que la disciplina causada por su pecado, fue buena e incluso misericordiosa. Una persona verdaderamente humillada y arrepentida siempre reconocerá que su castigo es menos de lo que merece.






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