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Lowell Brueckner

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Obediente hasta la muerte

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48. Un estudio expositivo de Isaías, capítulo 53

Creer requiere la revelación

Ahora, vamos a contemplar una de las profecías más significantes de Isaías; posiblemente, la más significante de todas. No habrá muchos lectores que no reconozcan que Isaías 53 fue cumplido en la cruz. Mateo 8:17, Marcos 15:28, Lucas 22:37, Juan 12:38, Hechos 8:28-35, Romanos 10:16 y 1 Pedro 2:21-25, citan el capítulo directamente y, varias veces más, el Nuevo Testamento, alude a ello.

Es asombroso ver la admirable y sobrenatural percepción dada a este hombre, Isaías. No solamente prevé la crucifixión 700 años antes de que acontezca, sino que también conoce su propósito y lo que fue cumplido allí. El supremo valor que encierra este tema me hace pensar en mis limitaciones y mi completa incapacidad de poder comentar y hacer una obra digna sobre lo que presenta este capítulo. Por eso, juntos, vamos a acercarnos humildemente al texto, acompañados de la oración. Vamos a someter nuestros corazones y mentes al Autor divino, sabiendo que solamente Él puede penetrar a las profundidades de nuestro ser y enseñarnos de una manera espiritual y celestial. 


“¿Quién ha creído a nuestro anuncio?” Isaías une su mensaje al de muchos otros profetas. Él ha llegado al mismo centro de su propia palabra y ministerio; Dios le avisó, desde el principio, de que su pueblo, por tener un corazón engruesado, oídos agravados y ojos cegados (6:9-10), no percibirá. Además, su incredulidad continuó 700 años más, cuando la profecía se cumplió, y hasta el día de hoy la rechazan. Nadie busca ni quiere un héroe sangrente y moribundo. “¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?” (v.1) Jesús, después de relatar Sus parábolas a la multitud, llamó a los que, de entre ellos, tenían oídos para oír. El espíritu y la vida de la Escritura solamente llegan a los que reciben iluminación divina.

En el versículo 2, el verbo deseemos está en forma de primera persona del plural, por lo que vemos que Isaías se está identificando con el pueblo. De esta manera, él demuestra su propia indignidad y reconoce que es la gracia de Dios lo que le lleva por encima de lo que la naturaleza humana, en general, puede concebir. En primer lugar, su relato no es agradable para el ser humano; y en segundo lugar, no está dentro de los límites de la compresión natural. La gracia de Dios también le lleva más allá de las aspiraciones de su pueblo. Los judíos están esperando a un Mesías campeón y un rey que conquiste a sus enemigos, no a un Siervo doliente, ejecutado por soldados enemigos. 

Además, los discípulos de Cristo, necesitaban ajustar mucho su manera de ver las cosas. Cuando Pedro escuchó al Señor hablar de Su juicio y la muerte que vendrían, le tomó aparte y le reconvino. Jesús, entonces, le dijo: “No pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mc.8:33). En el evangelio de Marcos, Jesús predijo cuatro veces Su muerte y cinco Su resurrección, sin embargo, ninguno de Sus discípulos creyó cuando se levantó de los muertos. Incluso, las buenas noticias de Su resurrección fueron rechazadas, ya que la resurrección requiere, primeramente, la muerte.

Una raíz de tierra seca

“Subirá cual renuevo delante de él”. Empezaremos nuestro análisis de la Persona retratada en este capítulo, afirmando que tiene toda la atención de parte del Señor. Aunque los hombres no crean y aunque las generaciones no aprovechen de lo que tomó lugar, nosotros aseguramos que Él es el centro del propósito del trino Dios sobre el planeta Tierra; Cristo está delante de Él. Proviene y crece como renuevo de un árbol derrumbado. Isaías usa el mismo término en 4:2 y 11:1. Jeremías también lo usó y Jesús mismo se identifica con ello en Apocalipsis 22:16, al decir: “Yo soy la raíz y el linaje de David”. Él es el renuevo y la esperanza de un Israel caído. En un sentido más amplio, Él es el nuevo Hombre, la nueva Creación, el último Adán (1 Co.15:45), resurgiendo de una creación caída como uno esperanza para toda la tierra.

Otra vez, el Espíritu Santo nos enseña los caminos y la manera de Dios, al moverse entre los hombres. Este capítulo llama nuestra atención al singular y más grande evento que jamás haya visto el mundo, llevado a cabo por la Personalidad más majestuosa que jamás haya andado sobre esta tierra. Sin embargo, mirándole con los ojos naturales de los hombres, Él es “como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos” (v.2). Isaías está describiendo al único Dios/Hombre, Dios, el Hijo, hecho carne, como es visto por el hombre natural. Sin embargo, lo que Él lleva a cabo es tan superior al mundo de los hombres que los escritores bíblicos usan términos como paz que sobrepasa todo entendimiento; amor que excede a todo conocimiento; y gozo inefable y glorioso.

Es sumamente importante poder ver las cosas correctamente, por ello, vamos a aprender lo que Dios quiere enseñarnos a través de estos textos. La humanidad de Cristo, es un tropiezo para la naturaleza humana. La salvación no está al alcance de los razonamientos naturales de los hombres. Ya que el hombre no quiso verle como fue presentado, Cristo fue “despreciado y desechado entre los hombres… como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos”. De esta manera, están desaprovechando totalmente el propósito y los beneficios de Su venida. El apóstol Pablo nos dice: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Ti.1:15).

Él tuvo la misión de condescender compasiva- mente a nuestra altura. El apóstol lo expresó de la siguiente manera: “Por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Co.8:9). Verdaderamente, tomó nuestra condición sobre Sí, haciéndose “varón de dolores, experimentado en quebranto… Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores” (vs.3-4a). Ya que Dios habla del futuro como si fuera pasado, con la afirmación ciertamente, sabemos que podemos poner toda nuestra confianza en Él. Tanto si lo creemos como si no, ésta es una afirmación que procede de la autoridad más alta. Por ello, vamos a intentar captarla y hacerla nuestra.

Al juzgarle, “azotado, por herido de Dios y abatido” (v.4b), Sus acusadores, sin darse cuenta, hablaron la verdad, aunque, al mismo tiempo, malinterpretaron totalmente el propósito de Dios. De la misma manera, el sumo sacerdote, Caifás, declaró: “Nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (Jn.11:50). Juan nos explica que el Señor soberano utilizó la posición del sumo sacerdote para profetizar a todo Israel que Jesús moriría una muerte sustitutoria en lugar de toda la nación. Sin embargo, en la mente y corazón de Caifás había un motivo maligno, contrario a las intenciones de Dios. Él pensó que la nación se salvaría por eliminar a Jesús.

Una ofrenda de expiación por la culpa

“Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (v.5). Isaías vio y se identificó con la sentencia pronunciada contra nosotros. Según este versículo, Cristo tomó nuestro lugar, y así podemos ver la sentencia pronunciada en contra nuestra. El tribunal de justicia de Dios demandaba, justamente, que nosotros somos los que deberíamos ser heridos por nuestras rebeliones y molidos por nuestros pecados; y quienes tendríamos que ser castigados para tener paz con Dios y recibir las llagas causadas por nuestros pecados.

Al haber cometido un pecado infinito, la justa y más severa sentencia fue infinita, por ello, en este mundo jamás podríamos satisfacerla. Por ello, las consecuencias tenían que extenderse hasta la eternidad, e incluso hasta los tormentos del infierno. Pero, aun así, ni siquiera podríamos pagar los intereses de nuestra deuda, y mucho menos la deuda en sí.

El Dios/Hombre fue el único que podía ofrecerse como un sacrificio “infinito” y tomó nuestro lugar, voluntariamente, en una cruz romana. Por esta razón, Dios se hizo hombre, para poder así morir una muerte humana y, como Dios, poder derramar una sangre lo suficientemente preciosa y rica, como para pagar el precio y cumplir la condena. En la declaración de Isaías vemos que Él lo llevó a cabo con éxito: ¡…fuimos nosotros curados!

Él continúa diciendo que todos nosotros, sin excepción, somos como ovejas, antinaturalmente rebeldes, que rehusamos obedecer al Pastor. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros” (v.6). Cada uno de nosotros, según lo que dice Isaías, tenemos que reconocer que hemos tomado ese camino. La frase empieza con todos, y en medio de la frase enfatiza que es cosa de cada cual.

Cada uno, sencillamente, se aparta de la voluntad de Dios al tomar su propio camino; nuestro camino y Su camino son totalmente opuestos. Hay suficiente iniquidad en nuestro propio camino como para crucificar a Cristo. Ésta es otra verdad que tenemos que aceptar. Pero el Señor ha puesto sobre Él la rebelión individual y cada cual puede estar seguro de que su iniquidad ha sido cubierta. Considera también que fue Dios quien llevó a cabo la muerte de Cristo. Aunque el corazón del pueblo no era correcto, su conclusión sí lo fue, al decir que Él fue herido por Dios.

“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (v.7). Nosotros fuimos ovejas rebeldes, pero Él se hizo una oveja mansa. Como un cordero inocente ante el matadero y una oveja en manos de sus trasquiladores, en medio de todas las emociones que pudo experimentar en Su humanidad, por saber perfectamente la realidad que estaba ante Él, no protestó. Es enteramente sumiso a la voluntad de Su Padre y, por eso, Él, que juzgará al mundo, tuvo que recibir la sentencia de Sus acusadores. Puso su cuerpo en las manos que Él mismo había creado para que le diesen muerte. Tal gentileza y mansedumbre de corazón tienen que ser características divinas (Mt.11:28); no hay cosa comparable en la tierra. Así demostró el carácter del Padre, y la persona que es dotada con mansedumbre, un fruto del Espíritu, manifiesta la naturaleza del Espíritu Santo. ¡Qué atributo habita en la omnipotente divinidad!

Toda la historia de su juicio, primeramente, ante el viejo Anás; después ante el sumo sacerdote Caifás y el Sanedrín; y, finalmente, en el pretorio, delante de Pilato, tenemos que leerla en los cuatro Evangelios. Allí verás cómo fue condenado y llevado para ser crucificado. No cabe duda de que el Mesías de Israel murió en el siglo primero. Daniel profetizó que la vida del Mesías sería cortada 483 años después del mandato persa de reedificar Jerusalén (Dn.9:26). Jesús nació 450 años después del decreto y murió 33 años después. ¡Jesús de Nazaret es el Cristo! Por el mismo Espíritu que ungió a Daniel, Isaías concuerda que “fue cortado de la tierra de los vivientes” y no completó los años de una generación. Gabriel aseguró a Daniel que el decreto que involucró al Mesías tenía que ver con su pueblo y la santa ciudad. Isaías confirmó que “por la rebelión de mi pueblo fue herido” (v.8).

Complació al Padre quebrantarlo

Jesús fue crucificado junto a dos ladrones y murió ejecutado como un criminal, según la ley romana. Uno de los ladrones reconoció su propia culpa y la inocencia de Jesús, y tras un cuerpo golpeado, sangrente y moribundo, ¡él vio a un Rey que iba a conquistar la muerte y a reinar! Probablemente, la intención de los ejecutores era que Jesús fuese sepultado con ellos. Sin embargo, un hombre rico, José de Arimatea, junto con Nicodemo, que vino a Jesús de noche, prepararon el cadáver de Jesús y lo pusieron en la tumba de José. Todo esto fue predicho por Isaías (v.9).

Ya he comentado que los judíos tuvieron razón al atribuirle a Dios la muerte de Jesús. Tenemos que entender que Jesús vino a la tierra y murió, principalmente, para agradar a Su Padre, y que Él fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hch.2:23). En el versículo 10, la palabra hebrea, asignada al Padre sobre la muerte de Cristo es khaw-fates’, y significa tomar placer, querer, deseo, ser complacido, voluntad, entre otros sinónimos. Por eso, en la Biblia Textual es traducido como, “Plugo a Jehová quebrantarlo y someterlo a padecimiento”. Obviamente, no sintió placer al ver a Su Hijo torturado, pero decir algo menos que estuvo complacido con Su muerte, es quitar el significado de la palabra hebrea.

Consideraremos algunas razones: Al Padre le place la sumisión de Su Hijo a Su voluntad, tomando forma de Siervo y, en perfecta obediencia, ofreciéndole Su vida, voluntariamente, a Él. El Padre toma placer en cumplir Su buena voluntad, porque Sus propósitos llevan perfectamente a cabo lo que es necesario hacer. Él está complacido porque, por primera vez, desde el pecado de Adán, Su justicia fue vindicada y Su ira fue aplacada. Él, junto con el Hijo, sienten placer por el fruto que resultará por causa de Su sufrimiento.

Linaje y la victoria final

“Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad (heb. literal: placer) de Jehová será en su mano prosperada”. Otra vez, entramos nosotros en el plan, ya que la muerte de Cristo es un sacrificio de expiación por la culpa (Lv.5:19; 7:5; 14:21; 19:21). Él fue sacrificado en lugar del pecador que es declarado “culpable” delante de Dios según la ley. El alma del crucificado toma la culpa y “el placer del Señor será en su mano prosperado”. Hay un resultado de este magnífico hecho, que es viviente y respira. Da a luz un linaje y, seguramente, Dios ve por delante una creación enteramente nueva. Vivirá por largos días significa una resurrección, y Cristo vive hoy para observar a muchos nacer de nuevo.

La aflicción de la cruz fueron dolores de parto para el alma de Cristo, y el Padre mismo dice lo siguiente: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento (o puede ser traducido también por conocerle a Él) justificará mi siervo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos” (v.11). La vida brotará de Su muerte y el Hijo, que es Su Siervo, estando completamente consciente de lo que llevaba a cabo, quedó totalmente satisfecho. Por eso clama triunfante desde la cruz: “¡Consumado es!” (Jn.19:30)

Cristo conocía el plan y se lo descubrió a Nicodemo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado su Hijo unigénito, para que todo aquel que en el crea, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn.3:16). Él ve a millones hechos justos, judíos y gentiles, sobre el curso del tiempo; de todas las naciones, pueblos, lenguas y tribus; por toda la edad de la iglesia, en la Tribulación, y durante el Milenio. Le han conocido de manera personal y han puesto su confianza solamente en Él. Han entendido y experimentado que Su labor es una obra completa y única, por la cual ellos han sido salvados.

“Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores” (v.12). Vemos a Cristo, el guerrero victorioso, llegando del campo de la batalla, repartiendo los despojos del enemigo conquistado. “Despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col.2:15).

El Milenio será la fase final de la victoria. Al derramar su vida hasta la muerte Él compró el Milenio y toda la eternidad. Jesús citó este versículo a Sus discípulos (Lc.22:37) antes de ir a Getsemaní y ser llevado después al Calvario para ser contado con los transgresores. Desde allí, Él intercedió: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc.23:34). Isaías no solamente nos ha mostrado la cruz, sino que también habló de la resurrección de Cristo y ahora, en nombre del Padre, nos escribe sobre Su ministerio de intercesión.

Mi esperanza hoy está en este ministerio. Según el escritor del libro de Hebreos, nuestra salvación depende de nuestro Sacerdote. Los sumos sacerdotes levíticos morían uno tras otro, indicando, por el hecho, que su intercesión era terrenal y temporal, pero el sacerdocio de Cristo es eterno, completo y seguro: “No constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible… éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (He.7:16,24,25).


VIDA POR MUERTE

Oh Salvador misericordioso, lo que buscabas era redimirme,
Cuando llevaste mi pecado y a mí al Gólgota;
Tú sabías que contra mi pecado el Padre tenía mucha ira,
Aun así, lo cargaste contigo en el camino hacia Getsemaní.

Con gran agonía oraste, aunque a nadie le importabas, todos dormían
Cuando de tu frente cayeron a tierra grandes gotas de sangre;
Ningún otro estaba triste, ni aún dejó caer una lágrima,
Sino que te traicionaron cruelmente y corrieron de temor.

Mi pecado y yo fuimos lo que Tú cargaste sobre Tu espalda,
Por eso yo no fui herido por el horrible azote del látigo;
Por mí Tú fuiste desnudado, sin que yo experimentara ninguna vergüenza,
Cuando se burlaron e hicieron escarnio de ti,
deberían haber pronunciado mi nombre.

No de mi mejilla, sino de la Tuya, goteó la saliva,
Y Tu cuerpo precioso fue lastimado por cada golpe;
Para mi vergüenza, yo no sentí nada,
Cuando por mí, sobre la cruz, por clavos fuiste colgado.

Tú deberías haberme exhibido y avergonzado cuando la espada atravesó Tu costado,
Sin embargo, me dijiste que me escondiera en la corriente de sangre;
Elegiste tomar a mi pecado y a mí como si fueran Tuyos,
Todo el tormento que merecía yo, Tú solo por mí pagaste.

¡Oh, qué alivio! ¡Qué dulce victoria! Tú saliste de la tumba,
Y mi pecado y yo, quedamos en esa cueva.
¿Cómo podría seguir gustando los placeres pecaminosos,
Como si hubiera sobrevivido la cruz?
¡Oh, desesperanza desdichada! Esta muerte – ¿como puedo vivirla?
No por mi fuerza miserable, sino por la llenura de Tu Espíritu

Ayúdame para que nunca, pero nunca, ni por un momento, tome con liviandad,
La guerra que Tú peleaste sobre la cruz contra mi pecado;
Y que me acuerde, cuando recibo gratuitamente este regalo de gracia de Tu mano
Que Tú no toleras, ni consientes, mi pecado.
.
Oh, no esperes hasta la Gloria para hacer de mi alma algo digno de tus dolores,
Ahora, demuestra en mí Tu poder, para que Tu muerte no sea en vano;
Que yo experimente en mi corazón este amor que Tú derramaste,
Y que viva como si fuera muerto, en toda la plenitud de Dios.
                                                  
                                                                                                           Karyn Brueckner


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