1. Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan.
2. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado.
3. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados;
4. porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.
5. Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificios y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo.
6. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.
7. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí.
8. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley),
9. y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último.
10. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
La eterna voluntad de Dios
El Nuevo Testamento enseña claramente las intenciones que Dios tenía sobre la ley ceremonial, y no tiene sentido ir más allá de Sus propósitos. Dios dio la ley como una sombra para poder ver de antemano la realidad que vendría. La ley no tiene una sustancia perdurable, pero Aquél que vendrá hará una obra efectiva y eterna para los que se acercan (v:1).
Cuando Jesús ofreció a la samaritana agua de vida para que no tuviera sed jamás, ella expresó su agotamiento al tener que caminar diariamente al pozo. Dependiendo de donde estuviera su casa en Sicar, tenía que andar un kilómetro, más o menos, y después volver cargada con su cántaro lleno de agua: “Señor, dame esa agua, para que no… venga aquí a sacarla” (Jn.4:15). Es monótono, además de cansado, tener que hacer un trabajo repetidamente, pero Dios siempre hace una obra que es perfecta y no necesita repetirse una segunda vez. La gente acudía a los sacerdotes y ellos ofrecían sus sacrificios continuamente, mientras que el sumo sacerdote entraba una vez al año al Lugar Santísimo. Nadie hallaba curación para su conciencia herida. Era una obra interminable hasta que vino Jesús (v:2).