Elegidos, renacidos con la vida resucitada de Cristo
1. Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia,
2. elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas.
3. Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos,
4. para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros,
5.
que sois guardados por el poder
de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación
que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.
Tras la introducción acerca del apóstol Pedro y las personas a quienes escribe, quisiera referirme al primer versículo una vez más, simplemente para comentar sobre la palabra expatriados. Es la misma palabra griega, parepidemos, que es traducida como peregrino en Hebreos 11:13: “Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.” La idea de esta palabra es expresar la situación de un pueblo que deambula sin una patria.
Cuando Jacob se presentó delante de Faraón por primera vez, habló de su vida como “una peregrinación”. Fue una persona que no se estableció en ningún lugar, sino que vivió como un nómada, yendo de aquí para allá: “Jacob respondió a Faraón: Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación” (Gé.47:9). Su estilo de vida fue infundido por su padre, Isaac, y su abuelo, Abraham.
En Salmos 39:12, David se identificó con sus antepasados, como un peregrino forastero: “Porque extranjero soy junto a ti, peregrino, como todos mis padres” (LBLA). Pedro, en su epístola, escribe a peregrinos, y no veo otra posición para un cristiano en este mundo (v.1). Somos residentes temporales sin permanencia aquí.