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Lowell Brueckner

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Hechos 6

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Distribución diaria de alimentos

Hechos 6:1-7

Los problemas llegan junto con el éxito

1. Por aquellos días, al multiplicarse el número de los discípulos, surgió una queja de parte de los judíos helenistas en contra de los judíos nativos, porque sus viudas eran desatendidas en la distribución diaria de los alimentos (LBLA).

2. Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas.

3. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo.

4. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra.

5. Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía;

6. a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos.

7. Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe.

Hemos estudiado el enorme éxito y crecimiento de la iglesia, la primera y única iglesia que existía e iba
formándose en Jerusalén. Contaba con al menos cinco mil personas, aunque algunos piensan que fueron
ocho mil, dependiendo de cómo se interprete Hechos 4:4. ¿Sería cinco mil el número total de cristianos,
o después de la sanidad del paralítico serían cinco mil añadidos a los ciento veinte discípulos originales,
y a los tres mil convertidos y bautizados en el día de Pentecostés? Cada lector puede decidir por sí mismo, aunque me parece que el uso del lenguaje en el texto favorece que cinco mil fuera el número total.

El último versículo del capítulo 2 declara que “el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos,” hasta que “los que creían en el Señor aumentaban más, gran número de hombres como de mujeres” (5:14). Por eso, el concilio en Jerusalén estaba resentido (4:2) e intentó oponerse a la iglesia “para que no se divulgue más entre el pueblo” (4:17). No les inquietó en absoluto lo que los líderes galileos decían, a pesar de los milagros que acompañaban la predicación del evangelio. Aunque unánimes y violentamente atacaron el movimiento, observamos en este capítulo que fue tan poderoso el poder que vieron, que muchos de los sacerdotes cedieron y entraron en la fe.

Junto al gran éxito que estaba experimentando la iglesia, por primera vez vemos que, añadido a la oposición de afuera, surgieron problemas dentro. Bueno, esto no solamente pasó en Jerusalén, ha ocurrido y ocurre en la iglesia a lo largo de toda la historia, comprobando el principio que determina que es más difícil convivir con el éxito que en los primeros pasos humildes en la fe. Esto hizo a John Wesley lamentarse “¡Ay Señor, cuán poco tiempo permaneció en el mundo el cristianismo puro, genuino y limpio!”. Hasta ahora solo habíamos visto la unidad entre los discípulos, que eran de un solo corazón y ánimo.

Hechos 5

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Capítulo 5:1-11

El juicio cae sobre Ananías y Safira

1. Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad,

2. y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles.

3. Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?

4. Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.

5. Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron.

6. Y levantándose los jóvenes, lo envolvieron, y sacándolo, lo sepultaron.

7. Pasado un lapso como de tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo que había acontecido.

8. Entonces Pedro le dijo: Dime, ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto.

9. Y Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti.

10. Al instante ella cayó a los pies de él, y expiró; y cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta; y la sacaron, y la sepultaron junto a su marido.

11. Y vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas.

En el último capítulo, versículos 32-37, empezamos a estudiar sobre la unidad y el amor fraternal que existía en la iglesia en Jerusalén. Consideramos la condición de miles de personas de otras naciones que formaron parte de la iglesia que algún día volvería a sus hogares. Vimos también que los galileos del norte de Israel no tenían casas ni empleos en Jerusalén. Seguramente estas personas carecían de las necesidades básicas, pero nadie sufría porque los que sí tenían casas y propiedades las vendían, y los apóstoles repartían el precio a todos los necesitados. Este es el trasfondo para lo que vamos a ver a continuación.

Lo que pasó en esta primera iglesia hizo más que la ley del Antiguo Testamento, que mandaba a los ciudadanos aliviar a los pobres dejándoles espigas de su cosecha y fruto de sus viñas y árboles frutales. Otras leyes mandaban restaurar los derechos y pérdidas de sus parientes, especialmente, en el Año del Jubileo, cuando devolvían las propiedades a todos los que las habían perdido durante los cincuenta años anteriores. En el espíritu del cristianismo, los santos en Jerusalén que tenían tierras y casas, las compartían con los que no tenían.

Hechos 4

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Capítulo 4:1-4

El progreso por medio de la oposición

1. Hablando ellos al pueblo, vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del templo, y los saduceos,

2. resentidos de que enseñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de entre los muertos.

3. Y les echaron mano, y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque era ya tarde.

4. Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil.


Los primeros ocho capítulos de los Hechos tienen que ver con el primer paso de la Gran Comisión: predicar el evangelio a los judíos en Jerusalén. El apóstol Pablo enseña en Romanos 1:16 el principio de que el evangelio le fuera predicado primeramente al judío, después a los no judíos. Casi todos los primeros creyentes fueron judíos. Dos meses atrás había acontecido la crucifixión de Jesús, y al predicarlo, los apóstoles hallaron mucha oposición. Después de que el paralítico fuese sanado, la ciudad se abrió al evangelio, pero el enemigo de las almas se movió para detener el movimiento. La fuente de toda oposición es espiritual; este principio es la verdad hasta el día de hoy, y siempre lo será. Es una lucha a muerte “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12).

Viéndolo humanamente, la predicación del evangelio suponía una amenaza para el liderazgo judío que gobernaba en Jerusalén, el Sanedrín: un concilió de 70 líderes, con una larga historia en Israel, por lo que los judíos creían que había sido ordenado por Dios desde los días de Moisés (Éx. 24:1,9; Núm. 11:24 y 25). Hasta el tiempo presente, sigue gobernando en Jerusalén. Ellos contaban con una fuerza policial dentro del templo que era dirigida por un capitán. Dentro del sanedrín estaban los fariseos y los saduceos, siendo estos últimos, especialmente, quienes se agitaron porque no creían en la doctrina de la resurrección, la cual enfatizaban los discípulos. Ahora, aparecen para poner fin a la predicación, y la frase – “les echaron mano” – describe la violencia de la interrupción (v. 1); no fueron arrestados ni encarcelados con gentileza.

Lo que enseñaban Pedro y Juan representaba un desafío al statu quo de los líderes, una amenaza para su posición y autoridad. Sin embargo, la autoridad de los apóstoles estaba “en Jesús”, no en sí mismos, y dado que Jesús ya había dejado este mundo para ir al cielo, ellos eran Sus portavoces. Los líderes se sienten amenazados porque la población de Jerusalén está prestando mucha atención a los apóstoles, y más y más gente se unía a ellos. Lo que está ocurriendo en Jerusalén, en el futuro estremecerá al mundo entero (v. 2).

Hechos 3

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Capítulo 3:1-12

 La sanidad de un cojo

 1.      Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. 

        2.      Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. 

   3.      Éste, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. 

         4.      Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. 

          5.      Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. 

6.      Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. 

7.      Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; 

8.   y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. 

9.      Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. 

10.  Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido. 

11. Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón. 

12.  Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste? 

 Dios dijo a Israel, por medio de Moisés, antes de su entrada en la Tierra Prometida, que Él iba a escoger un sitio en el que ellos tenían que adorar; una vez mostrado el lugar, solamente podrían hacerlo allí: “Cuídate de no ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que vieres; sino que en el lugar que Jehová escogiere, en una de tus tribus, allí ofrecerás tus holocaustos, y allí harás todo lo que yo te mando (sería bueno leer toda la porción de Deuteronomio 12:5-12 para darnos cuenta de lo estricta que era esta regla sobre el lugar de la adoración).   

La Iglesia en Jerusalén florece

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Hechos 2:38-47

38.    Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 

      39.    Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. 

40.    Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. 

41.    Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. 

42.    Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. 

43.    Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. 

44.    Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; 

45.    y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. 

46.    Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 

47.    alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos. 

 Creo necesario repetir y enfatizar el hecho de que Pedro declarara la promesa de Dios sobre el Espíritu Santo universalmente. Lo que dijo en el día de Pentecostés no fue solamente para los judíos y prosélitos allí presentes de muchas partes del mundo conocido. Al decir que la promesa era para sus hijos, tenía que estarse refiriendo a esa juventud que se quedó en sus casas en las naciones extranjeras y no hizo el viaje a Jerusalén.

 La parte asombrosa que el lector del libro de Hechos debe considerar, es que la última parte de la frase es la promesa de Dios “para todos los que están lejos”. Su promesa cruza cada frontera y alcanza todo el planeta, sin excluir ningún lugar; es una llamada universal. Los primeros apóstoles recibieron una comisión: ir a todo el mundo y abrir la puerta del evangelio a la población. Fue una llamada a toda la gente, “para cuantos el Señor nuestro Dios llamare”. El apóstol Juan sigue con la misma llamada entre las últimas palabras del canon del Nuevo Testamento: “El Espíritu y la esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Ap.22:17).