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Lowell Brueckner

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Buscando la verdad del Reino, capítulo uno

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Saludos desde Orissa, India, donde hace poco hubo un huracán. El agua potable no ha funcionado desde que estamos aquí. En este mismo lugar había una persecución fuerte contra cristianos en 2008.
 
1.     LA PARÁBOLA CLAVE

 

He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno” (Mateo 13:3-8).

 

VERDADES RELACIONADAS CON LA COSECHA

 

Antes de considerar una por una las diferentes condiciones de la tierra, vamos a hablar acerca de algunas verdades básicas que tenemos que entender correctamente primero. El principio de todo está en saber que un sembrador siembra para segar. Todo el propósito por el que existe la agricultura sería nulo si no hubiese cosecha. Si no hay fruto, entonces todo el plan, esfuerzo y dinero invertidos, son vanos. Sólo tiene valor lo que termina bien, y lo que termina bien también tiene que empezar bien. La cosecha depende mucho de la preparación de la tierra.

En la obra de evangelismo, el ministerio de Juan Bautista es absolutamente necesario. Su trabajo fue, precisamente, preparar la tierra. “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (Mt. 3:3). La gran mayoría de los esfuerzos hechos para evangelizar ignoran esto por completo. Anuncian las buenas nuevas con palabras como: “Cristo te ama y te quiere salvar”, sin fijarse siquiera en la condición de la tierra, es decir, en el corazón del oyente. Esto no fue así en el tiempo del Nuevo Testamento ni en toda la historia de los que han tenido verdadero éxito en la cosecha de almas. La única siembra que vale es la que cae en la tierra que ha sido preparada por Dios. ¿Qué quieren decir las siguientes palabras de Jesús?: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Jn. 6:44), “El que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Jn. 3:21), y “Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Jn. 19:37). Todas hablan de una obra de preparación antes de recibir a Jesús, y los que anunciamos el evangelio tenemos que colaborar con esto.

La tierra representa el corazón. La semilla es tan buena como lo hemos visto en la introducción, pero será mal recibida en una tierra mal preparada, y en el fin nada bueno resultará. Es un error pensar que, en los tres casos, donde la tierra es mala, puede haber una obra genuina de Dios, una obra de salvación. 

Lo que no termina bien tiene defectos desde las raíces, y un evangelio presentado sin tomar en cuenta Mateo 3, tiene defectos. La predicación de Juan Bautista incluía: la exclusión, hasta que se arrepintiera, de una generación de víboras que no eran hijos de Abraham, un hacha puesta a la raíz de los árboles malos, y una era limpiada de paja por un aventador (Mt. 3:7,10 y12).

Tenemos que aclarar un asunto más. La salvación es del Señor. Una siembra en la que Jesús no está directamente involucrado, tampoco va a producir una cosecha para la eternidad. Cuando Jesús dio la interpretación de la parábola del trigo y la cizaña, nos dejó sin ninguna duda acerca de que el Sembrador es uno: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre” (Mt. 13:37). Jesús habló de sí mismo como la vid y de nosotros como los pámpanos, diciendo: “El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5).

La obra de evangelismo tiene que estar impregnada por el reconocimiento de la limitación del hombre y fuertemente respaldada por la oración, o si no, producirá solamente madera, paja y hojarasca. Un hombre escocés llamó a tales resultados “cosechas de infieles”. Jesús tiene que hablar personalmente al corazón de cada individuo. El buen Pastor “a sus ovejas llama por nombre”, y Jesús dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10:3, 27 y 28).

 

LAS CUATRO CONDICIONES

“Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino. Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza. El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa. Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (Mt. 13:19-23).

Si la semilla cae junto al camino, cae en tierra dura y no puede penetrar. Los hombres han pisado esta tierra muchas veces y no es útil para la siembra. El corazón de la persona que se asemeja a este tipo de terreno, es el que no hace caso a la palabra y no le da importancia. Las cuerdas de su corazón están afinadas con las del mundo. Está muy influenciado por la ideología de los “expertos” y convencido de que tienen razón. Cuando la palabra de Dios cae en su corazón, enseguida viene el espíritu maligno para asegurarse de que no quede ningún rastro de ella. Es imposible que una persona crea a Dios y a los expertos de este mundo a la vez. Dios y los expertos van por caminos totalmente opuestos.

En el segundo caso la semilla puede penetrar, pero la tierra no tiene profundidad. Debajo hay piedra sólida (tomada de la palabra griega que significa roca, como en Lucas 8:6,13) por lo que, al brillar el sol, hace que la tierra se caliente rápidamente y brote la semilla. Sin embargo, el mismo calor que la hace brotar, pronto acaba también con las tiernas raíces, y la planta se marchita y se muere. Se trata de personas con corazones egoístas que buscan cualquier cosa que sea un beneficio para ellas. Se sienten alegres al escuchar las “buenas nuevas”, y las reciben con el único fin de aprovecharse y disfrutar de lo que el evangelio ofrece. Pero cuando entran elementos negativos o dificultades relacionadas con la palabra, se desilusionan enseguida. No aguantan nada que sea complicado e incómodo. La gran roca del egoísmo no permite que crezcan raíces de fuertes convicciones y entrega total que no sean populares y puedan producir situaciones desagradables. Su ánimo se desvanece igual que su creencia superficial, y se apartan de la verdad en busca de la próxima novedad.

Ahora vamos a considerar el tercer estado de la tierra, donde la semilla cae entre espinos. Estos roban los nutrientes y la humedad de la tierra de tal forma que la planta no tiene la fuerza necesaria para llegar a un fin fructuoso. El ejemplo no puede ser mejor al describir lo que pasa en el corazón de muchos llamados cristianos que, “debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar…, habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche y no de alimento sólido” (He. 7:12), o a situaciones como en el tiempo del rey Ezequías: “Los hijos han llegado hasta el punto de nacer, y la que da a luz no tiene fuerzas” (Is. 37:3).

Una de las características de la semilla de Dios, siendo tan preciosa como es, es que no puede competir. Los espinos son nativos de esta tierra, pero la semilla de Dios es importada del cielo. Es delicada y no se adapta bien a este ambiente. Tiene que estar libre para poder recibir las aguas que caen del cielo. Los espinos son los afanes, las riquezas, las codicias (Marcos) y los placeres (Lucas), y todo esto pertenece a la misma tercera categoría.

Tenemos que enfrentarnos, no sólo con las tentaciones que ofrecen las riquezas, los placeres y nuestra codicia de muchas cosas, sino también con el afán de proveer para nosotros y los nuestros las cosas básicas y necesarias, como la ropa y el alimento. Jesús enseñó que el mundo que no conoce a Dios se preocupa por estas cosas (Lc.12:30). La persona que quiere sacar provecho de la palabra de Dios tiene que dar prioridad a esta palabra, porque si es desviado hacia cualquier otro lado no podrá tener éxito verdadero y eterno en el Reino de Dios.

La cuarta clase de tierra es la deseada; la buena tierra, libre para brotar y crecer, y fuerte para llevar fruto. Sin embargo, para llegar a este estado la tierra ha tenido que sufrir profundamente el hierro cortante y penetrante del arado, y aguantar las ardientes llamas del fuego purificador que ha acabado con la mala hierba. La persona que está en una situación cómoda y agradable raramente recibe la palabra de Dios de forma sincera. Sabemos que Dios está obrando cuando la persona se encuentra desesperada y conmovida, a punto de desfallecer. Es entonces cuando el ministerio de Juan Bautista ha tenido su efecto. La ley de Dios y la sentencia de la condenación han llevado a la persona al arrepentimiento. Ahora está dispuesta a que Dios tenga misericordia de ella, sin importarle la manera. ¡Cómo recibe la verdad de la palabra con seriedad y sinceridad! ¡Cómo se rinde al señorío de Cristo y cómo le agradece el perdón!

 

UN EJEMPLO DE CÓMO PUEDE CAMBIAR EL ESTADO DE LA TIERRA

A pesar de lo que hemos hablado, no debemos desanimarnos pensando que los que hoy tienen un corazón duro debido a la buena relación con el mundo o su propio egoísmo, o lo tienen saturado por muchos intereses en los que está involucrado, etc., tienen que quedarse siempre en esa condición. Además, prepárate, porque Dios también puede ablandar nuestros corazones donde todavía existe alguna resistencia a Su palabra. La tierra junto al camino puede ser removida, y la roca, por grande y dura que sea, puede ser rota. Los espinos pueden ser arrancados y quemados, y el corazón que antiguamente había respondido a Cristo de forma fea y rebelde, puede rendirse y conformarse a Su verdad y soberanía.

Vamos a examinar detalladamente un ejemplo bíblico y así comprender mejor la obra que Dios hace para preparar el terreno. El viaje que hizo Pablo en un barco lo ilustra perfectamente. Vamos al libro de los Hechos, capítulo 27. Durante todo el capítulo vemos cómo el Espíritu de Dios lleva a cabo los propósitos eternos de la Trinidad, de forma muy práctica y a la vez inesperada, en las personas involucradas en este relato. El inmenso corazón de Dios se ensancha para abarcar a un pueblo en Roma, en la isla de Malta, y a unos doscientos setenta y seis marineros y prisioneros que acompañaban a Pablo. Él mismo es un prisionero que va con destino a Roma para ser juzgado por el emperador.

El barco sale de Cesarea y navega de puerto en puerto, hasta que en Mira, ciudad de Licia, los viajeros embarcan en una nave alejandrina rumbo a Italia. El viaje empieza a complicarse debido a unos muy fuertes vientos contrarios, de modo que con dificultad pueden llegar a un lugar llamado Buenos Puertos, donde pasan mucho tiempo esperando que mejoren las condiciones climáticas.

Desde este punto empezamos a darnos cuenta de la intervención del Señor, el Sembrador de la palabra. Pablo la recibe de Él y les dice: “Veo que la navegación va a ser con perjuicio y mucha pérdida, no sólo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras personas” (vr.10). Pero la palabra cae junto al camino. ¿Quién va a creer a un prisionero antes que a los señores expertos en la navegación? “Pero el centurión daba más crédito al piloto y al patrón de la nave, que a lo que Pablo decía” (vr.11). 

Parece que también este barco, a pesar de estar sobre el mar, llevaba una inmensa roca de egoísmo, que se manifestaba en la mayoría de los viajeros: “Y siendo incómodo el puerto para invernar, la mayoría acordó zarpar también de allí, por si pudieren arribar a Fenice, puerto de Creta que mira al nordeste y sudeste, e invernar allí” (vr.12) (Si aconteciera en tiempos modernos pensaríamos que el Departamento de Turismo en Buenos Puertos no había estado muy activo, y que en Fenice seguramente había hoteles de cuatro y cinco estrellas con los mejores restaurantes). “Y soplando una brisa del sur (que agradable la brisa ¿no?) pareciéndoles que ya tenían lo que deseaban, levaron anclas e iban costeando Creta” (vr.13).

Ahora, después del rechazo a Su palabra, tiene que entrar el arado de Dios para aflojar la tierra dura de sabiduría humana y desplazar la roca terca del egoísmo: “Pero no mucho después dio contra la nave un viento huracanado llamado Euroclidón” (vr.14). Los espinos también son quemados en el fuego: “Pero siendo combatidos por una furiosa tempestad, al siguiente día empezaron a alijar, y al tercer día con nuestras propias manos arrojamos los aparejos de la nave” (vrs.18-19). Aunque no vemos al profeta en carne y hueso, vestido de piel de camello, su ministerio se está llevando a cabo por Pablo y la misma naturaleza. El camino del Señor está siendo preparado: “Ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos” (vr.20). 

Pronto sabrán que toda la carga de trigo, e incluso el mismo barco, se van a perder también (vrs.38,41). Todo el propósito del viaje se perdió, y la carga de los afanes de este mundo y el engaño de las riquezas fueron echados al mar. ¿Quién quedó entre los viajeros que todavía creyera a los expertos? ¿Quién soñaba todavía con las comodidades de Fenice? ¡Nada de esto!, ahora la única preocupación era salvar la vida, cosa que hasta habían perdido la esperanza de lograr. ¿Qué queda ahora en los corazones desesperados en el barco? Pues nada más que tierra blandísima y fertilísima, dispuesta a recibir la palabra de Dios. Él va a derramar Su Espíritu en avivamiento sobre ese barco.

En este momento, una vez perdida la esperanza, habiendo sobrepasado el límite de lo que el hombre por sí mismo pueda hacer para salvarse, el buen Pastor habla a Sus ovejas por medio de su siervo: “Entonces Pablo… dijo: Habría sido por cierto conveniente, oh varones, haberme oído, y no zarpar de Creta tan sólo para recibir este perjuicio y pérdida. Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel de Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo ´Pablo, no temas... Dios te ha concedido todos los que navegan contigo.´ Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho… pues ni aun un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros perecerá” (vrs.21-25, 34) – mucho menos el alma.

¡Buenas noticias! 276 personas fueron salvadas después de que Pablo les predicase el evangelio. “Así aconteció que todos se salvaron saliendo a tierra” (vr.44), pero me parece, por la palabra del ángel, que la salvación fue más que una salvación física, fue una salvación espiritual. Al llegar al cielo escucharemos los testimonios de los marineros, los prisioneros, y el centurión Julio (leer vrs.43 y 28:16 para ver el cambio de actitud de este duro y orgulloso soldado romano).

 

LA CLAVE PARA COMPRENDER LOS MISTERIOS DE DIOS

Aunque seguramente la parábola del sembrador puede aplicarse a la salvación, creo que a la vez tiene un significado más amplio, que está relacionado con entender y recibir toda la verdad de Dios en cualquier situación. La clave para el cristiano y su crecimiento está también en la palabra. ¿Cuál es entonces la clave para interpretar todos los misterios de Dios? Básicamente no tiene que ver con hallar ciertos símbolos o ingredientes contenidos en la parábola, sino con una preparación del corazón. Cuando el corazón está blando y profundamente humillado y rendido, se abre, y la verdad penetra, brota, crece y produce fruto.

“¿No sabéis esta parábola? ¿Cómo, pues, entenderéis todas las parábolas?” La persona que constantemente malinterpreta la Biblia y su doctrina (doctrina significa sencillamente enseñanzas), tiene algún estorbo interior. Manifiesta una tierra dura que, muchas veces, tiene que ver con prejuicios relacionados con creencias adoptadas anteriormente y que ya forman parte de su vida, a las que tercamente aprieta y no quiere soltar. Resiste a la verdad porque no está dispuesto a que la verdad le cambie. No una sola vez, sino constantemente tenemos que estar preocupados por el estado de nuestro corazón. Tenemos que permitir al Espíritu de verdad que nos descubra y nos limpie de los tres estorbos que hemos contemplado en la parábola del sembrador: 1) El acuerdo con el sistema y la sabiduría de este mundo. 2) La arrogancia del egoísmo en todas sus formas. 3) El afán del mundo, el engaño de las riquezas, la codicia y los placeres. La luz está a nuestro alcance y la recibiremos, si es que no hay obstáculos.


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