Entradas Recientes
Lowell Brueckner

Ingrese su dirección de correo electrónico:


Entregado por FeedBurner

¿Estamos verdaderamente con Dios?

Etiquetas:

La señal del amor genuino está en buscar siempre la felicidad del amado. Dios buscaba el amor de Israel y que muy por encima de lo que desearan para sí mismos, les importara lo que era bueno para su Dios. El corazón de Israel se encallecía y endurecía más y más por resistirse constantemente a la palabra. Como resultado, la ira de Dios tenía que manifestarse. No sé por qué nos dificulta tanto hablar de la ira de Dios. Hemos sentido vergüenza de uno de los atributos de nuestro Dios. Como escribió Francis Chan en su libro llamado Borrando el infierno: “Tendremos que pedir disculpas a Dios por no ser fieles en hablar de Su ira”.

Quiero recordaros, de nuevo, que con la Biblia a mano, veais cada versículo que se cita. Así funciona un estudio bíblico…

Cuando ayunasteis y llorasteis en el quinto y en el séptimo mes estos setenta años, ¿habéis ayunado para mí? Y cuando coméis y bebéis, ¿no coméis y bebéis para vosotros mismos?                                                                                                           Zacarías 7:5-6

Un estudio expositivo sobre el capítulo 7

¿Buscamos la felicidad de Dios en lo que hacemos o la nuestra?

Con el capítulo 7 empieza la segunda parte del libro de Zacarías (v.1), que está dividido por fechas. Esta parte ocurre dos años más tarde, en el año 4º de Darío, en el 9º mes, Kislev o Quisleu, en el día 4º. Para nosotros sería el mes de diciembre del año 518 a.C. (compáralo con 1:1). También podría dividirse por la manera en que fueron recibidas las revelaciones; la primera parte fue por medio de visiones y la segunda por la palabra hablada, que empieza en 6:9-15.

Es interesante leer lo que escribió un contemporáneo de Zacarías sobre su ministerio. En Esdras 6:14-15 dice: “Los ancianos de los judíos edificaban y prosperaban, conforme a la profecía del profeta Hageo y de Zacarías hijo de Iddo. Edificaron, pues, y terminaron, por orden del Dios de Israel, y por mandato de Ciro, de Darío y de Artajerjes, rey de Persia. Esta casa fue terminada el tercer día del mes de Adar, que era el sexto año del reinado del rey Darío”. Adar fue el último mes del año hebreo que para nosotros sería marzo. Durante este tiempo, de dos años y tres meses, mientras el pueblo edificaba, Zacarías profetizaba.


Como siempre, un verdadero profeta habla solamente cuando le llega la palabra de Dios. No es un ministerio dirigido por su propio criterio. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas…” (He.1:1) De todas las palabras que el profeta había dicho durante aquellos años, el Espíritu Santo apartó, de forma especial, los seis capítulos que nos restan. Dios habla y revela a Zacarías y a todos los lectores, dondequiera y cuando sea, la Palabra de Dios. Él eligió estas revelaciones para que permanezcan escritas hasta este siglo. Fueron más que palabras de ánimo hasta que los judíos terminaran de edificar el templo. Debemos estar muy seguros, en nuestro corazón, de que lo que tenemos frente a nuestros ojos en este momento es una palabra de Dios para nosotros, y que la necesitamos para saber los acontecimientos de nuestros tiempos.  

Betel, el lugar que tuvo mucho que ver con Jacob, fue poblada de nuevo por gente que había vuelto de Babilonia. En Esdras, capítulo 2, hay una lista de todos los que volvieron y los pueblos de donde procedían. Dice que 223 eran procedentes de Betel y de Hai. El pueblo, unánimemente, envió representantes a Jerusalén para que rogasen a Dios, pidiendo Su favor (v.2). Ahora quieren estar bien con Él y quieren saber que Él está actuando a favor de ellos. Sin embargo, parece ser un intento religioso de gente con poca sensibilidad espiritual. Piensan que el favor de Dios hacia ellos depende de sus actos religiosos.

Vinieron a pedir consejo a los sacerdotes y a los profetas (v.3) sobre un rito que habían estado practicando durante los 70 años de cautiverio. Ellos ayunaban oficialmente cuatro veces al año (8:19), pero sólo están preguntando sobre un ayuno. Preguntan de esta manera “Hemos sido liberados del cautiverio y hemos vuelto a nuestra tierra. ¿Debemos seguir la costumbre de llorar y ayunar en el mes quinto como hemos hecho, ya que estos 70 años se han cumplido?” En esta pregunta se puede discernir su religiosidad. El religioso siempre pregunta sobre los límites. ¿Hasta cuando tengo que separarme y cumplir con mis responsabilidades? ¿Ya he cumplido mi deber? La persona sincera y verdadera no hace tales preguntas, sino que entra en una vida y relación que nunca termina con el Señor de los ejércitos.

Dios no tardó mucho en contestar (v.4), y la respuesta fue para toda la nación, no solamente para los de Betel. Él contestó con otra pregunta, como solía hacer Jesús en los Evangelios. La pregunta no fue sobre la práctica, sino sobre la motivación. El hacer no es lo importante para el Señor, sino el motivo, el por qué.

Ellos preguntaban sobre un ayuno, el del quinto mes, y Dios menciona otro, el del séptimo mes. Dios quiere saber si lo que les importa verdaderamente es lo que Él siente y lo que es Su voluntad en el asunto. “¿Habéis ayunado para mí? (RV) ¿Lo hacíais por mí?” (BT v.5). La respuesta, aunque no fue pronunciada, fue que no. No, ellos ayunaban porque estaban preocupados por su propia condición y bien estar. ¿Crees que Dios les tuvo en el cautiverio para su propio bien? Seguro que sí. Él había determinado el tiempo necesario para transformar su carácter, para que no cayeran de nuevo en rebeldía. Dios no quería que sufrieran ni un día más de lo que era necesario. Todo fue ordenado para su bien. Por esta razón y otra más importante, debían ayunar. La otra razón debía ser porque Él buscaba el amor de ellos y para que, muy por encima de lo que desearan para sí mismos, les importara lo que era bueno para su Dios. La señal del amor genuino está en buscar siempre la felicidad del amado.

La siguiente pregunta penetra aun más profundamente en el corazón de Su pueblo. Va más allá de un esfuerzo especial cumplido en ciertos tiempos del año. Tiene que ver con la vida cotidiana: “Cuando comeréis y bebéis… ¿para quien lo hacéis?” (v.6) Tanto en el tiempo del Antiguo Testamento como en el del Nuevo, pertenecer a Dios significa que Él posee el corazón de Su pueblo en su totalidad. Pablo lo expresa en 1 Corintios 10:31: “Si, pues, coméis, o bebéis, o hacéis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Podemos llamarnos verdaderos cristianos solamente cuando vivimos para Su gloria por medio de Sus atributos. Pablo dijo: “No yo, sino Cristo en mí”. Vivimos según los principios y la voluntad de Otro.

¿Sientes lo que Dios siente? Esto es lo que Dios deseaba desde el principio, cuando creó al hombre para sí mismo (v.7). Es lo que declaró a Su pueblo por medio de los profetas cuando aun vivían en paz. La palabra se extendió, como el evangelio, empezando en Jerusalén, cubriendo los pueblos vecinos y llegando al sur (Neguev) y a la llanura (Sefelá). Pero más que por otra cosa, por fallar en este asunto, el pueblo fue abandonado al cautiverio. Dios demanda lo mismo en el día de hoy…, ¡existir para Él!, y nada menos que esto. Zacarías fue un profeta en los tiempos bajo el Antiguo Testamento, pero predica mejor que muchos predicadores en los días bajo el Nuevo Testamento. La palabra de Dios es la palabra de Dios, y su autoridad es infinita.

¿Apoyamos y honramos todos Sus atributos?

Viene otra revelación de forma verbal y audible (v.8). El Señor de los ejércitos demanda la administración de la justicia en la sociedad, en las calles, en los negocios y en las casas gubernamentales (v.9). Dijo el apóstol que el Reino de Dios es justicia (Ro.14:17), y en este sentido, no cambia nada en el paso del Antiguo al Nuevo Testamento. Dios expresó Sus preferencias a Zacarías exactamente como se las expresó a Isaías, cuando el reino de Judá todavía estaba intacto (Is.58:3-7). Si el ayuno no va acompañado con un deseo de “desatar las ligaduras de maldad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados”, romper todo yugo, partir pan con el hambriento, albergar a los pobres en casa, cubrir el desnudo, y no esconderse de la necesidad del hermano, entonces es un ayuno egoísta.

Dios quiere una justicia verdadera que no solamente se preocupe por la ley y sus consecuencias por quebrantarla, sino que esté llena de compasión y misericordia. Dios quiere que Su nación sea ejemplar en cuanto al amor. ¿Cuándo y dónde lo hemos visto en esta tierra? ¿Cómo será posible? Sólo cuando Él sea Dios soberano sobre Su pueblo… ¡Él es el amoroso, misericordioso, y compasivo Señor de los ejércitos! Vayamos un momento al capítulo 8 (v:8): “Los conduciré para que habiten dentro de Jerusalén, y me serán por pueblo, y Yo les seré por Dios, en verdad y en justicia”.  

Aquí vemos las cláusulas y los artículos de la constitución del Reino de Dios… ¡venga Tu reino! Son las leyes, y las leyes tienen que ver con el bien de los ciudadanos. Jesús dijo: “El sábado fue instituido para el hombre, y no el hombre para el sábado”. Los gobiernos más civilizados y cultos son los que más protegen a los débiles. La evolución es cruel, apoyando a los fuertes, ignorando, e incluso persiguiendo a los débiles. Vi esa realidad al visitar una residencia de la tercera edad recién caído el comunismo en Alemania Oriental. Los residentes estaban mal atendidos. Me dijeron que al unirse con Alemania Occidental, todo cambió y supieron lo que era ser tratados con compasión y respeto por manos de gente a quienes sí les importaban. El nazismo, bajo Hitler, perseguía a los desafortunados, y el hinduismo justifica su indiferencia por los pobres mientras santifica a los animales más sucios. “No oprimáis a la viuda, al huérfano, al extranjero y al pobre”, dice la palabra de Dios (v.10).

“No meditéis en vuestro corazón el mal…” “Consideraos muertos al pecado”. Si Pablo enseña que estar muertos al pecado es un hecho para cada verdadero creyente, entonces tenemos que vivirlo. Tenemos que decir ‘no’ a cada cosa que intenta entrar para satisfacer al viejo hombre. La tentación es como recibir una llamada telefónica preguntando por alguien que antes vivía en la casa pero ya no. Contestamos: “No, no está aquí ningún Adán; ahora vive Cristo aquí”… ¡y colgamos! No importa la oferta; no tiene nada que ofrecernos ni que decirnos.

Podemos definir la maldad como una rebeldía contra la normalidad y naturaleza constituidas por Dios. A veces lo comparo con una pelota que intentas guardar bajo el agua. Tienes que mantenerla con fuerza, si no, asciende por sí sola a la superficie. Esto es lo que vemos en el versículo 11… ¡se taparon los oídos y le dieron la espalda, en lugar de enfrentarse con la verdad! (v.11). El hombre caído es un ser perverso que está en continuo altercado contra su Creador.

De esta forma, el corazón de Israel se endurecía y encallecía más y más por resistirse constantemente a la palabra. En otros pasajes la Biblia compara el corazón duro con una piedra, pero en este caso lo compara con el diamante, ya que no hay una piedra tan dura como el diamante, mencionado aquí (v.12). A quien está resistiendo es al Espíritu de Dios y persiguiendo a las personas ungidas para corregirle, como lo fueron Isaías, Jeremías y Ezequiel antes de Zacarías. Como resultado, la ira de Dios tenía que manifestarse.

No sé por qué nos dificulta tanto hablar de la ira de Dios. En primer lugar, es una realidad y un atributo Suyo. En segundo lugar, es un bien, ya que obra la justicia y deja la situación en mejor estado. El Señor mueve a Su ejército para demostrarlo. Como escribió Francis Chan en su libro llamado Borrando el infierno: “Tendremos que pedir disculpas a Dios por no ser fieles en hablar de Su ira”. Nos ha dado pena hablar a la sociedad de la ira de Dios, y una vez más, en este acto, demostramos la rebeldía del hombre caído. Esto es humanismo. Hemos sentido vergüenza de uno de los atributos de nuestro Dios.

El castigo al pueblo también fue una obra de la justicia de Dios (v.13). Él les avisó y clamó a ellos, pero ellos no escucharon. Después, mientras estuvieron en apuros durante 70 años, Dios no les escuchó a ellos. Era justo. La verdad es que Dios obró con sus ejércitos en contra de ellos, incluso tapando la puerta de la oración, manteniéndoles en el cautiverio hasta que su corazón se suavizara.

Aquí vemos como actuó el Señor: Les sopló como un torbellino para que volaran a países extranjeros. Su propia tierra quedó desatendida (v.14). Hablando de esa tierra… Mark Twain, un famoso autor, visitó Palestina antes de que el estado de Israel fuera restablecido y comentó: “No sé cómo alguien quiere pelear para obtener este territorio. Es un desierto total”. Durante el Siglo XXI este desierto se ha cambiado en una nación próspera, mientras Dios lleva a cabo sus propósitos en los últimos tiempos.






0 comentarios:

Publicar un comentario