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Lowell Brueckner

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Diez siclos y una camisa

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Personalmente, opino que el siguiente mensaje es el más importante que he oído en los últimos 50 años. Me tocó en la profundidad de mi corazón y me afirmó grandemente sobre la manera de ver el propósito del cristiano. Influyó también en mi presentación del evangelio. Por favor, lee el mensaje, orando para que Dios unja tus oídos para poder recibir las grandes verdades que Paris Reidhead presenta aquí.

Diez siclos y una camisa fue uno de los primeros artículos que colgué cuando empezamos este blog en 2011, y desde entonces hemos colgado cientos más. Posiblemente, muchos de los lectores de A la entrega, no lo hayan leído. Por eso, estoy preparándolo de nuevo, para llamar la atención de cada visitante del blog. Además, estoy añadiendo la información de cómo Reidhead llegó a predicar este mensaje. 

El origen de este mensaje
Paris Reidhead

Después de más de 50 años de enseñar y predicar la Biblia, Diez siclos y una camisa es el único mensaje por el que me siento obligado a explicar la razón de por qué fue predicado. Durante una convención veraniega de “Bethany Fellowship” en los años ´60, preparé mi discurso para la clase del martes por la mañana. Al volver a mi habitación, después del desayuno, para meditar y orar sobre el mensaje, sentí una sensación extraña, un sentir de que no podía compartir el mensaje que había preparado.

En lugar de ello, tenía la impresión de que había algún otro mensaje, algo más necesario que Dios quiso que predicara. Después de orar, lo que vino a mi mente fue algo que había empezado a preparar para el sermón de la iglesia en la ciudad de New York, donde era pastor en aquel tiempo. En ese momento, no tenía mis anotaciones conmigo, se habían quedado en una carpeta en mi despacho. Escribí en un sobre los textos bíblicos relacionados con el mensaje, y pensé acerca de una o dos ideas. Con este sobre en mi Biblia, marcando Jueces, capítulo 17, y entregándome totalmente en las manos del Señor, fui al auditorio, donde me esperaban entre 400 y 500 personas, esperando escuchar algo de Dios.


Me acuerdo de orar: “Estoy dependiendo de Ti totalmente, porque no estoy preparado.” En mi corazón, me pareció oírle responder: “Y eso, ¿será algo tan malo?” Entonces, compartí la palabra e hice una invitación a los oyentes. Enseguida, el frente del auditorio se llenó de gente quebrantada, buscando a Dios. La convención terminó y volví a New York y a mi ministerio.

Como diez años después, uno de los líderes de Bethany Fellowship estaba en Washington D.C., donde nos habíamos mudado. Su palabra fue: “Paris, quiero decirte que Dios ha utilizado tu mensaje, Diez siclos y una camisa, en mi vida, repetidamente.” Yo no sabía a cuál se estaba refiriendo, porque jamás lo había vuelto a predicar. Este mensaje fue predicado una sola vez.

Una o dos semanas después, Harry Conn de Rockford, Illinois, estuvo en Washington. Me invitó a comer con él. En el transcurso de la comida, me dijo: “Yo compré la grabación de tu mensaje, Diez siclos y una camisa, para regalar a conocidos y Dios lo está usando en sus vidas.” Yo le dije: “Si tienes una copia, mándamela, porque me gustaría descubrir lo que prediqué.”

Enseguida me llegó la grabación. Como el reproductor de sonido de mi despacho no era bueno, mí voz oía distorsionada, y al haber pasado tanto tiempo desde que di el mensaje, me daba la sensación de que era otro el que hablaba. Entonces me di cuenta de que aquel martes por la mañana, durante la convención, Dios pudo expresar Su mensaje porque yo me sentía completamente inútil. Puedes estar seguro de que no quiero ningún prestigio por nada que pudiera ser de bendición en ese mensaje.

En los últimos 16 años, miles de estas grabaciones han sido vendidas y muchas más han sido copiadas de estas. No he predicado este mensaje ninguna otra vez, ni lo volveré a hacer. Aquí está el mensaje. Como el Señor eligió usar el asno de Balaam, también pudo usar a una persona que dependía totalmente de Él.

Paris Reidhead


Diez siclos y una camisa

por Paris Reidhead

Hoy quisiera hablaros del tema “Diez siclos y una camisa”, como lo encontramos aquí en Jueces, capítulo 17. Después leeré el capítulo y también una porción del capítulo 18 hasta el 19, para que tengamos claro en las mentes el trasfondo de esta historia. Era una situación en que los amonitas no permitían al pueblo de la tribu de Dan tener acceso a Jerusalén, les forzaron a alejarse y llegaron hasta el monte de Efraín. Es triste cuando el pueblo de Dios permite que el mundo lo fuerce a una situación incómoda. Así que no pudieron llegar a Jerusalén y de ahí el problema que vamos a observar. Jueces 17:1 a 18:6 y 18:14-21:

Jueces, capítulo 17

Había un hombre de la región montañosa de Efraín, llamado Micaía. Y él dijo a su madre: Las mil cien piezas de plata que te quitaron, acerca de las cuales proferiste una maldición a mis oídos, he aquí, la plata está en mi poder; yo la tomé. Y su madre dijo: Bendito sea mi hijo por el SEÑOR. 

Entonces él devolvió las mil cien piezas de plata a su madre, y su madre dijo: Yo de corazón dedico la plata de mi mano al SEÑOR por mi hijo, para hacer una imagen tallada y una de fundición; ahora, por tanto, yo te las devuelvo. Cuando él devolvió la plata a su madre, su madre tomó doscientas piezas de plata y se las dio al platero que las convirtió en una imagen tallada y una de fundición, y quedaron en casa de Micaía. Y este hombre Micaía tenía un santuario, e hizo un efod e ídolos domésticos, y consagró a uno de sus hijos para que fuera su sacerdote. En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que a sus ojos le parecía bien. 

Y había un joven de Belén de Judá, de la familia de Judá, que era levita y forastero allí. Y el hombre salió de la ciudad, de Belén de Judá, para residir donde encontrara lugar; y mientras proseguía su camino, llegó a la región montañosa de Efraín, a la casa de Micaía. Y Micaía le dijo: ¿De dónde vienes? Y él le respondió: Soy un levita de Belén de Judá; y voy a residir donde encuentre lugar. 

Entonces Micaía le dijo: Quédate conmigo y sé padre y sacerdote para mí, y yo te daré diez piezas de plata por año, el vestido y la comida. Y el levita entró. Consintió el levita en quedarse con el hombre; y el joven fue para él como uno de sus hijos. Micaía consagró al levita, y el joven vino a ser su sacerdote, y moró en la casa de Micaía. Y Micaía dijo: Ahora sé que el SEÑOR me prosperará, porque tengo un levita por sacerdote. 

Jueces 18:1-6

En aquellos días no había rey en Israel. Y por aquel tiempo la tribu de los danitas buscaba para sí una heredad donde habitar, porque hasta entonces ésta no se le había asignado como posesión entre las tribus de Israel. Y los hijos de Dan enviaron de su tribu, de entre todos ellos, a cinco hombres, hombres valientes de Zora y Estaol, a reconocer la tierra y explorarla; y les dijeron: Id, explorad la tierra. Y llegaron a la región montañosa de Efraín, a la casa de Micaía, y se hospedaron allí. 

Cuando estaban cerca de la casa de Micaía, reconocieron la voz del joven levita; y llegándose allá, le dijeron: ¿Quién te trajo aquí? ¿Qué estás haciendo en este lugar y qué tienes aquí? Y él les dijo: Así y de esta manera me ha hecho Micaía, me ha tomado a sueldo y ahora soy su sacerdote. Y le dijeron: Te rogamos que consultes a Dios para saber si el camino en que vamos será próspero. Y el sacerdote les dijo: Id en paz; el camino en que andáis tiene la aprobación del SEÑOR. 

Jueces 18:14-21

Y los cinco hombres que fueron a reconocer la región de Lais, respondieron y dijeron a sus parientes: ¿No sabéis que en estas casas hay un efod, ídolos domésticos, una imagen tallada y una imagen de fundición? Ahora pues, considerad lo que debéis hacer. Allí se desviaron y llegaron a la casa del joven levita, a la casa de Micaía, y le preguntaron cómo estaba. Y los seiscientos hombres armados con sus armas de guerra, que eran de los hijos de Dan, se pusieron a la entrada de la puerta. 

Y los cinco hombres que fueron a reconocer la tierra subieron y entraron allí, y tomaron la imagen tallada, el efod, los ídolos domésticos y la imagen de fundición, mientras el sacerdote estaba junto a la entrada de la puerta con los seiscientos hombres con armas de guerra. Cuando aquéllos entraron a la casa de Micaía y tomaron la imagen tallada, el efod, los ídolos domésticos y la imagen de fundición, el sacerdote les dijo: ¿Qué hacéis? Y ellos le respondieron: Calla, pon la mano sobre tu boca y ven con nosotros, y sé padre y sacerdote para nosotros. ¿Te es mejor ser sacerdote para la casa de un hombre, o ser sacerdote para una tribu y una familia de Israel? 

Y se alegró el corazón del sacerdote, y tomó el efod, los ídolos domésticos y la imagen tallada, y se fue en medio del pueblo. Entonces ellos se volvieron y partieron, y pusieron los niños, el ganado y sus bienes por delante. 

Bueno, ya tenemos la historia. No es una parte actual de la historia de los Jueces, sino que se han juntado varios acontecimientos que nos capacitan para observar la condición social de ese período, cuando “cada uno hacía lo que bien le parecía” y no había rey en Israel. Entendemos que Micaía no pudo ir a Jerusalén y quizás por algún motivo religioso, decidió edificar una réplica del templo en su propiedad. Construyó lo que él pensó sería un edificio apropiado e hizo los instrumentos del tabernáculo, porque eran parte del mobiliario, el efod incluido, pero también empezó a juntar algunas cosas de la gente alrededor: los terafines e imágenes que Dios había prohibido. 



¿Pero ves?, sin embargo tenía un deseo de hacer lo mejor que podría. Así que tomó un poco del mundo, y un poco de Israel, lo que fue revelado por Dios, e hizo una mezcla con todo, hasta que pensó que tenía algo que agradaba al Señor. Después, por supuesto, estaba encantado, más allá de lo que pudiera expresar con palabras, cuando vino un joven predicador deambulado desde Belén en Judea. Era un levita y su madre era de la tribu de Judá. Aunque él mismo era levita, Dios había dado permiso por medio de Moisés para que los levitas pudieran casarse en otras tribus y vivir también entre ellas.


Este joven no estaba satisfecho con la provisión dada a los levitas por la ley, sino que tuvo ansias de vagar y de conocer mundo, así que emprendió camino para ver si podía mejorar su vida (17:8). Pensó que ser levita era bueno, pero también pensaba que debían existir algunas ventajas especiales asociadas con el oficio, y con esa mentalidad llegó a la casa de Micaía. Allí esperó, Micaía le invitó entrar y le pidió que fuese su sacerdote. Micaía negoció con él y le dijo: “Si tú quedas para ser mi sacerdote y mi padre, entonces te daré 10 siclos y una camisa”. Claro que dice vestidos, pero todos sabemos que la gente de esos días se vestía con algo como una toga, algo parecido a un camisón. No sé si era exactamente esto, pero creo apropiado llamarlo así. Así es que le dio 10 siclos de plata, vestidos y comida por año. 


Esta era una vida cómoda para él, así que decidió quedarse allí y entrar en esa mezcla de idolatría y todo lo que había en la casa de Micaía. Después llegó el pueblo de Dan. Ellos tenían el deber de echar fuera a los amonitas, pero los amonitas eran demasiado difíciles, así es que buscaron un pueblo más fácil de vencer y echar fuera. Como hemos leído, llegaron a la casa de Micaía y el levita les animó a seguir adelante. Entonces descubrieron que había un pueblo en Lais. Este era pacífico y bueno, y cómo no tenían quien les protegiera, el pueblo de Dan pensó que sería el lugar apropiado para ser conquistado y tomado para ellos mismos. Y ya que habían llegado hasta ese territorio por medio del joven levita, pensaron que sería espléndido tener siempre su apoyo. 



Al volver tomaron todas las cosas que Micaía había hecho, cosas de mucho valor, ya que sólo uno de los muebles había costado al menos 200 siclos. Bueno, se apropiaron de todo y se lo llevaron, incluido al levita. Fueron algo severos con Micaía, pero verás como el joven levita pudo adaptarse a esta situación. Es asombroso ver cómo pudo ser tan “flexible” y acomodarse a tales cambios tan fácilmente, después de “razonar lógicamente” el hecho que Dan le explicó, de que sería mejor y mucho más importante servir a una tribu en lugar de servir sólo a una familia. Esto le pareció una movida “sabia”, por lo que pudo justificarlo todo. Sin necesidad de forzar su conciencia pudo adaptarse a la situación y poner su mano sobre la boca, mientras que el pueblo de Dan se llevaba el mobiliario de la pequeña capilla que Micaía había construido. Sin embargo, él siguió siendo un “hombre práctico y prudente”, es decir, que antes de ponerse al frente de la línea donde podría estar en peligro, o atrás, donde también tendría peligro, se puso en medio. Fue un “hombre prudente”. Si Micaía hubiera mandado a alguno de sus siervos para atraparle, él estaría a salvo con soldados a cada lado. 



¿Cómo llamaríamos a esto? ¿Cómo lo aplicaríamos al día de hoy? ¿Sería yo demasiado atrevido si os hablara de una religión interesada y de un cristianismo de conveniencia? Quisiera llamar vuestra atención al hecho que nuestro día es uno en que la filosofía que gobierna es el pragmatismo. ¿Entiendes lo que quiero decir con el término “pragmatismo”? El pragmatismo significa que si algo funciona, entonces está basado en la verdad; si tiene éxito, entonces es bueno. La prueba de todo lo que practicamos, de todos los principios, de toda la verdad y toda enseñanza, es según si funciona o no. Los más grandes fracasados de las edades (según el pragmatismo) han sido los hombres que Dios más ha honrado. 



Vamos a ver cómo juzga el pragmatismo las cosas. Por ejemplo, aunque Noé fue muy bueno en construir barcos, su principal oficio no fue ese, sino la predicación. Como predicador fue un fracaso, ya que sólo ganó a su esposa y a sus tres hijos con sus esposas. Siete personas convertidas en un período de 120 años no diríamos que fuera el resultado de una predicación efectiva. La mesa directiva de misiones hubiera pedido la retirada a un misionero mucho antes de estar 120 años así. Como constructor de barcos hizo bien, pero como predicador, fue un fracaso. Después, unos siglos adelante, vamos a considerar a un hombre llamado Jeremías. Fue un predicador muy bueno, aunque sin muchos resultados. Si tuviéramos estadísticas acerca del éxito de Jeremías, probablemente no nos impresionaría, ya que no se llevaba bien con la gente, ni con la autoridad, e incluso, la asociación de ministros votaba en su contra y no quisieron tener relaciones con él. Todo fue un fracaso. Al único que pudo agradar era a Dios, pero con otros…, fue un fracaso. Algo parecido observamos en el Señor Jesucristo que, juzgándole según las medidas mundanas del éxito, también fue un fracaso. Nunca tuvo éxito en organizar una denominación u organización. No pudo fundar una escuela. No tuvo éxito en establecer una mesa directiva de misiones. Nunca escribió un libro. Nunca pudo obtener muchas de las cosas, ideas o materiales, que nosotros creemos útiles, si no indispensables, para avanzar Su causa hoy en día. Nuestro Señor predicó durante tres años, sanó a miles de personas, alimentó a otros miles, pero sin embargo, sólo hubo 120 personas el día de Pentecostés y 500 a quienes se revelara después de la resurrección. El día que fue detenido, un hombre dijo: “Si todos te niegan, yo estoy dispuesto morir por ti”. Miró a aquel y le dijo: “Pedro, no conoces a tu propio corazón. Me vas a negar tres veces antes que el gallo cante”. Todos le abandonaron y huyeron. Así, según el estándar de nuestra generación o cualquier generación, nuestro Señor fue un fracaso rotundo. 



Llegamos a la pregunta importante entonces. ¿Cuál es el estándar de éxito y cómo podemos juzgar nuestras vidas y ministerios? Ahora, esta es la pregunta que debemos hacernos: ¿Es Dios el fin que queremos lograr o solamente es un medio para llegar a nuestro fin? Esto es algo que tienes que decidir muy pronto en tu vida cristiana; si vas a ver a Dios como tu fin o simplemente como una manera de conseguir tu fin. Aunque la persona no haya resuelto este problema, de saber qué es Dios para él, nuestra generación está dispuesta a honrarle si es que tiene éxito. Mientras estén haciendo la obra y puedan decir: “Pues está funcionando, ¿no es así?”, entonces esta generación estará dispuesta a decir: “Vale, pues entonces tenemos que reconocer esta obra”. 



Al empezar nuestro ministerio y peregrinaje tendremos que preguntarnos: “¿Seremos levitas que sirvamos a Dios por 10 siclos y una camisa?” ¿Servir, quizás, a los hombres en el nombre de Dios, en lugar de servir a Dios? Aunque fue un levita y llevó a cabo actividades religiosas, en el fondo estaba buscando “un lugar” (17:8). Un lugar que le diese reconocimiento, un lugar que le diese aceptación, un lugar que le diese seguridad, un lugar donde él pudiese resaltar según los valores que eran importantes para él. Todo su oficio tenía que ver con hacer actividades religiosas, así es que tenía que servir en un empleo religioso. Estuvo muy contento cuando encontró a Micaía y este le brindó una oportunidad. Había determinado que él mismo valía 10 siclos y una camisa, y estaba dispuesto a venderse a cualquiera que le ofreciese esa cantidad. Si alguien estaba dispuesto a ofrecerle más, entonces se vendería a ellos. Él mismo valía un cierto precio, y vio su servicio religioso y sus actividades como una manera para conseguir su fin. Y de la misma manera, Dios, simplemente, también era el medio para conseguir su fin. 



Para poder entender qué implica esto en este tiempo, primero tenemos que retroceder 150 o cuando menos 100 años, para considerar un conflicto que atacó al cristianismo. Después de los grandes avivamientos en América con Charles Finney, cuando el Espíritu de Dios fue tremendamente derramado sobre ciertas áreas de nuestro país, vino un ataque abierto contra la fe de parte de Europa por “altos críticos”. Darwin había expuesto su teoría de la evolución; ciertos filósofos la habían adaptado a sus filosofías, y los teólogos liberales la habían aplicado a la Escritura. Cerca de 1850 fue posible atacar de frente a la Palabra de Dios. Satanás siempre la había atacado maliciosamente, pero en aquel entonces hubo un ataque por todos lados, también contra la iglesia. Voltaire declaró que viviría suficiente tiempo como para ver la Biblia convertirse en tan sólo una reliquia puesta en los museos; y que iba a ser totalmente destruida por los argumentos que él había presentado contra ella. 



¿Qué efecto tuvo? La filosofía de aquel tiempo llegó a ser el humanismo, y puedes definir el humanismo de esta manera: Humanismo es una declaración filosófica que concluye que el fin de todo existir es la felicidad del hombre. Esta fue la razón de toda la existencia. Según el humanismo, la salvación sencillamente significa obtener toda la felicidad posible de la vida. Si fuiste influido por alguien como Nietzsche, pensarás como él, que dijo que “la única satisfacción verdadera en la vida es el poder, y el poder se justifica solo”, porque el mundo es solo una jungla, y si el hombre quiere ser feliz, tiene que obtener poder de la manera que sea. Esta fue la filosofía en la adoración del dios Moloc. En su tiempo esta filosofía iba a producir a Hitler, que adoptaba la filosofía de Nietzsche como su principio operador y guía práctica, y pudo decir a su pueblo: “Somos predestinados para gobernar el mundo”. Por eso, podemos utilizar cualquier manera que sea útil para lograr nuestra meta, que es nuestra salvación. 



Otro podrá decir: “Pues, no. El fin de la existencia es la felicidad, pero no viene por tener autoridad sobre el pueblo. La felicidad viene por la experiencia sensual”. Como resultado tienes el existencialismo, que caracteriza a Francia hoy, y que también produjo a los “beatniks” en América y todo el sensualismo extremo de nuestro país. Ya que el hombre es un animal glandular, sus momentos de éxtasis se cumplen al ejercitar sus glándulas, y la salvación es cuando halla la manera más deseable de gratificar esta parte de su persona. Estos eran los efectos del humanismo, que dice que el fin de todo es la felicidad del hombre. John Dewey, un filósofo americano, pudo persuadir a los educadores de que no había un estándar absoluto. “No se debe enseñar a los niños un estándar en particular, sino que el fin de la preparación escolar debe ser permitir al niño expresarse, aumentar su personalidad y hallar su felicidad por ser la persona que quiere ser”. El resultado fue el desorden cultural, cuando todo hombre podía hacer lo que bien le parecía, sin tener un Dios que le gobernara. La Biblia fue desacreditada, rechazada y desaprobada por ellos. Bajaron a Dios de Su trono – “no existía”, decían. Él no tenía una relación personal con individuos. “Jesucristo fue un mito o solo un hombre”. Esto fue lo que enseñaron y, por eso, todo el propósito de la existencia era la felicidad. El individuo pudo establecer los estándares de su propia felicidad e interpretarlos a su manera. 



Pero la religión tenía que seguir existiendo, ya que había tanta gente involucrada en ella, que tenían que hallar una manera de justificar su existencia. Cerca de 1850, la iglesia se dividió en dos grupos. Un grupo era el de los liberales, que aceptaban la filosofía del humanismo e intentaban hallar alguna relevancia al decir esto a su generación: “No sabemos si existe un cielo ni si existe un infierno. Sabemos una cosa, que uno tiene que vivir 70 años. Sabemos que hay mucho beneficio en la poesía en algunos pensamientos muy buenos y anhelos nobles. Por eso es importante que vengas a la iglesia el domingo, para que te leamos alguna poesía, y podamos darte algunos dichos, axiomas y normas para tu vida. No podemos decirte nada sobre lo que te pasará al morir, pero podemos decirte lo siguiente: Si asistes y te quedas con nosotros, pagas y nos apoyas, añadiremos “ballestas a tu carro” y tu vida en esta tierra será más cómoda. No te garantizamos nada cuando mueras, pero si vienes con nosotros, te haremos más feliz mientras vivas”. Esta fue la esencia del liberalismo. -“Se trata de poner un poco de azúcar en el café amargo de tu jornada y lo haremos más dulce por un tiempo”. Es todo lo que podían decir. 



Ahora la filosofía del ambiente es el humanismo; el fin principal es la felicidad del hombre. Había otro grupo que se oponía a los liberales; este grupo es mi pueblo, los fundamentalistas (son los que creen estrictamente en las verdades fundamentales de la palabra de Dios). Ellos dicen: “¡Nosotros creemos en la inspiración de la Biblia! ¡Creemos en la deidad de Jesucristo! ¡Creemos en el infierno! ¡Creemos en el cielo! ¡Creemos en la muerte, sepultura y resurrección de Cristo! Pero acuérdate, el ambiente es el del humanismo. Y el humanismo dice que el fin principal de la existencia es la felicidad del hombre. El humanismo es como el humo del foso; penetra y entra dondequiera. Es como una plaga, una epidemia. En poco tiempo los evangélicos se identificaron como el grupo en el que todos decían: “Creemos estas cosas”. En general, eran hombres que habían conocido a Dios, pero que en poco tiempo acababan diciendo: “Estas son las cosas que nos hacen evangélicos”. La segunda generación decía: “Así os hacéis evangélicos: Creed la inspiración de la Biblia, creed en la deidad de Cristo, creed en Su muerte, sepultura y resurrección. Así te haces evangélico”. Y llegamos a nuestra generación, donde el plan entero de salvación tiene que ver con dar una afirmación intelectual a unas declaraciones de doctrina. Una persona fue considerada cristiana porque pudo decir “sí” cuatro o cinco veces cuando le interrogaron sobre la doctrina. Si supo dónde decir “que sí”, entonces alguien le daría la mano, le sonreiría y le diría: “¡Hermano, eres salvo!”. Así llegó el punto en que la salvación no fue más que una afirmación a favor de un plan o una fórmula, y el fin fue que esta salvación existía para la felicidad del hombre, porque el humanismo había penetrado. Si quisieras analizar al evangélico y compararle con el liberal de hace 100 años, mientras se desarrollaba, (porque no estoy buscando un punto en el tiempo), llegarías a esta conclusión: El liberal decía que el fin de la religión es que el hombre sea feliz mientras viva, y el evangélico decía que el fin de la religión es que el hombre sea feliz cuando muera. Otra vez, la declaración principal es que el fin de toda la religión es la felicidad del hombre. El liberal dice: “Por cambios sociales y orden político vamos a acabar con el alcoholismo, la adicción a la droga y la pobreza. ¡Vamos a traer el cielo a la tierra y a hacerte feliz mientras vivas! No sabemos lo que pasará después, pero queremos que seas feliz mientras vivas”. Apenas empezaron con el intento, cuando llegó el shock terrible de la primera guerra mundial, y la segunda guerra les dejó estupefactos, porque parecía que no iba avanzando para nada. 



Entonces los evangélicos, de la misma manera, iban afinándose con la misma onda de sonido que el humanismo. Y los hallamos diciendo algo como lo siguiente: “¡Acepta a Jesús para que puedas ir al cielo! No querrás ir a este infierno tan sucio, feo y ardiente, mientras haya un cielo hermoso allí arriba ¿verdad? Ahora, ¡ven a Jesús, para que puedas ir al cielo!” Y la oferta contiene tanto egoísmo como cuando un par de hombres se sientan en un bar para decidir cómo van a robar un banco para obtener algo que no merecen tener. Hay una manera de dar una invitación a los pecadores que suena exactamente como hacer un complot para quitar las ganancias al dueño de una gasolinera sin trabajar para ganarlas. El humanismo, creo yo, es la fetidez filosófica más mortífera y desastrosa que haya subido del foso del infierno. Ha penetrado en mucha de nuestra religión y está en dirección totalmente opuesta al cristianismo. Desafortunadamente, la gente raras veces abre los ojos para captar la realidad de lo que está pasando. 



Pues…, hemos encontrado a Micaía que quiere tener su capillita, un sacerdote, la oración y una devoción, porque: “¡Ahora sé que el Señor me prosperará!” (Jueces 17:13). ¡¡Y ESTO SE LLAMA EGOÍSMO Y ESTO ES PECADO!! Y viene el levita y se conforma con todo. ¡Porque quiere encontrar un lugar! (17:8). ¡Él quiere 10 siclos, una camisa y su alimento! ¡Se vende a Dios por 10 siclos y una camisa! ¡¡Y ESTA ES LA TRAICIÓN SOBRE TODAS LAS TRAICIONES DE LOS SIGLOS!! Es la traición dentro de la cual vivimos nosotros. ¡Yo no creo que Dios pueda avivarlo! A menos que volvamos al cristianismo, a un cristianismo que está en contraste directo con el humanismo apestoso que ha prevalecido en el nombre de Cristo en nuestra generación. 



Temo que es tan sutil que pueda ser aceptado dondequiera. ¿En qué consiste? En esencia en lo siguiente: Que la doctrina filosófica de que el fin de toda existencia es la felicidad del hombre, ha sido cubierta con términos evangélicos y doctrina bíblica hasta el punto de decir que Dios reina en el cielo para la felicidad de los hombres, que Jesucristo se encarnó para la felicidad de los hombres, y que todos los ángeles existen… ¡todo es para la felicidad de los hombres! Y quisiera sugeriros que ¡esto no es doctrina cristiana! ¿No puede estar feliz el hombre? ¿No tiene la intención Dios de hacerle feliz? Sí, pero como si fuera un subproducto, una consecuencia, no el producto principal. 



Fue ese buen hombre en África, el querido Dr. Schweitzer, tan admirado por los pensadores de nuestro tiempo, un filósofo, un doctor, un músico, un compositor, sin duda, un hombre sobresaliente. Pero el Dr. Schweitzer no es más cristiano que esta rosa, y él mismo te diría que es un insulto llamarle cristiano. No ve a Cristo con relevancia a su filosofía o su vida. El Dr. Schweitzer es un humanista. Estaba sentado en su barco, navegando por el río Congo hacia su lugar de residencia, viendo como los oficiales del gobierno Belga con sus rifles de alta potencia, disparaban a los cocodrilos que estaban al sol en las orillas del río. Eran expertos. Los tiros especiales explotaban dentro del cocodrilo y lo hacían saltar por el aire, al contraerse los músculos. Dices tú, “¿Cómo sabes tanto de esto?” Bueno, para mi vergüenza diré que yo fui culpable de hacer lo mismo en el Nilo. Este era el deporte de los oficiales. Los mataban, los contaban y, donde guardaban sus rifles, tenía cuerdas con nudos, y cada nudo significaba un cocodrilo muerto. ¡Qué desperdicio de vidas! Esto afectó a Schweitzer, y de ahí nació la esencia de su filosofía. ¿Sabes cuál es? Cuatro palabras: Reverencia para la vida. La vida de crocodilos, la vida humana, y otros tipos de vida. Un amigo mío, George Kline, que estaba con nosotros la semana pasada y regresó a Gabón, vivió como a 80 o 100 Km. de Schweitzer, y nos dijo que Schweitzer practica la cirugía más sucia en África, porque como la bacteria es vida y no quiere dañar la buena bacteria con la mala, entonces las deja crecer todas juntas. Un día su órgano se estropeó. Alguien le había enviado el órgano al Dr. Schweitzer y mi amigo George, que es un experto organista y también los sabe reparar, fue a ver a Schweitzer quien le dijo: “George, ¿puedes arreglar mi órgano?” Contestó: “Creo que sí, permíteme intentarlo”. Así, quitó la parte trasera y, asombrado, descubrió un nido grande de cucarachas. Con el entusiasmo de un típico americano, George empezó a pisotear a todas las que pudo, no queriendo que se escapara ninguna. Entonces el doctor con una rabia terrible, gritó: “¡Párate ahora mismo!” “Pero doctor, están arruinando tu órgano.” Pero dijo: “No pasa nada. Están cumpliendo con los instintos de su naturaleza. ¡Déjalas!” Uno de sus chicos entró y dijo: “Está bien, Señor Kline.” Se agachó y muy tiernamente las cogió, las puso en una bolsa pequeña, la cerró, las llevó a la jungla y las soltó. Ese era un hombre que creía en su filosofía, “la reverencia para la vida”. Estaba totalmente entregado a ella, aun cuando tenía que ver con una cucaracha o un microbio. ¿Ves? Este es un humanismo constante. 



Os pregunto: ¿Cuál es la filosofía de las misiones? ¿Cuál es la filosofía del evangelismo? ¿Cuál es la filosofía de un cristiano? Si a mí me preguntaran, te diría que yo fui a África, en primer lugar, para mejorar la justicia de Dios. No creía justo que alguien fuera al infierno sin tener la oportunidad de ser salvo. Yo fui para dar a los pobres pecadores una oportunidad de ir al cielo. No lo hubiera descrito con una palabra, pero si tú resumes lo que acabo de decir: ¿Sabes cómo lo llamaría? Humanismo. Estuve sencillamente utilizando las provisiones de Jesucristo como una manera de mejorar las condiciones del sufrimiento y de la miseria de la humanidad. Cuando fui a África descubrí que aquellos no eran los pobres paganos e ignorantes corriendo en la selva, buscando quien les hablara de cómo irse al cielo. ¡Eran monstruos de iniquidad! Vivían absolutamente y totalmente a despecho de mucho más conocimiento de Dios que yo jamás soñaba que podrían tener. Merecían el infierno porque rehusaban andar en la luz de su conciencia y en la luz de la ley escrita en sus corazones, y del testimonio de la naturaleza, y de la creación, y de la verdad que ya sabían. Y cuando yo lo descubrí, os aseguro que… ¡estuve tan enfadado con Dios, que una vez en oración le dije que yo contaba como una cosa injusta lo que Él había hecho conmigo, enviándome para alcanzar a esta gente, que estaban esperando oír del cielo! Que al llegar, supe que ya sabían del cielo, y no querían ir, y que amaban su pecado y querían seguir viviendo en él. 



(Nota del transcriptor. Aquí Reidhead habla con una pasión grande en este párrafo). Yo fui a ellos, motivado por el humanismo. Había visto fotos de leprosos, de úlceras, de funerales nativos, y no quería que mis compañeros, los seres humanos, sufrieran además en el infierno, después de una existencia tan miserable en la tierra. Pero fue en África donde Dios empezó a romper todo este revestimiento de humanismo. Fue este día, en mi habitación, con la puerta cerrada con llave, que yo luchaba con Dios. Allí fui yo, intentando aceptar el hecho de que el pueblo que yo pensaba que era ignorante y quería saber del cielo, y que yo imaginaba que estaba diciendo: “¡Que venga alguien a enseñarnos!”, en verdad no querían tomar tiempo para hablar conmigo o con otro. No tenían interés en la Biblia o en Cristo, amaban su pecado y querían continuar en él. Yo en ese tiempo estuve a punto de creer que todo fue un engaño y una burla, y que me habían vendido algo que yo no quise comprar. Quería volver a casa. Solo en mi habitación, enfrentándome sinceramente con Dios, hablando desde mi corazón, me pareció oírle decir: “Sí, ‘El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?’ (Gén.18:25) Los páganos están perdidos y van al infierno, no porque no han oído el evangelio. Van al infierno porque son pecadores, porque aman su pecado, porque lo merecen. Pero…, no te envié allí para ellos”. Entonces oí tan claramente, como jamás he oído, aunque no fue una voz física, sino el eco de la verdad de las edades, hallando una manera de entrar en un corazón abierto, decir a mi corazón algo ese día que intentaré explicar con estas palabras: “No te envié a África para los paganos y su causa, te envié a África para Mí y Mi causa… Merecen el infierno, pero ¡les amo! y ¡¡¡sufrí las agonías del infierno por ellos!!! No te envié para ellos, TE ENVIÉ PARA MÍ…. ¿No merezco el fruto, el galardón de mi aflicción? (Is.53:11) ¿No merezco yo a ellos por los cuales morí?” ¡Y todo cambió y se me hizo claro! ¡Se arregló todo el asunto y vi la justicia en todo! Ya no era yo trabajando para Micaía, para ganar diez siclos y una camisa. ¡Estuve sirviendo al Dios viviente! No estuve para la causa de los paganos. Estuve allí para el Salvador que sufrió las agonías del infierno para mí, que no lo merecía. Pero Él sí merecía que los paganos vinieran a Él, porque murió por ellos. 



¿Puedes verlo? Déjeme resumir lo que significa el cristianismo: “El fin de toda existencia es la gloria de Dios”. El humanismo dice: “El fin de toda existencia es la felicidad de los hombres”. Una filosofía nació en el infierno y es la deificación del hombre; la otra nació en el cielo… ¡que es para la gloria de Dios! Una tiene que ver con un levita sirviendo a Micaía y la otra es un corazón indigno, que de todos modos sirve al Dios viviente, porque es el honor más alto del universo. 



¿Qué de ti? ¿Por qué te arrepentiste? Yo quisiera ver gente arrepentida otra vez según los términos de la Biblia. George Whitefield sabía de estos términos. Él estuvo de pie en la plaza de Boston, hablando a 20.000 personas y dijo: “Escuchad, pecadores. ¡Sois monstruos, monstruos de iniquidad! ¡Merecéis el infierno! Y el peor de vuestros crímenes, siendo los criminales que habéis sido, no tenéis la gracia para poder verlo. Si no queréis derramar lágrimas por vuestros pecados y crímenes contra un Dios santo, George Whitefield llorará por vosotros”. Ese hombre echó su cabeza hacia atrás y sollozó como un nene. ¿Por qué? ¿Por qué estaban en peligro del infierno? No, sino porque eran monstruos de iniquidad, que ni aún podían ver su pecado y no les importaban sus crímenes. ¿Puedes ver la diferencia entre uno y otros? Los otros tiemblan porque van a sufrir en el infierno, pero no tienen sensibilidad sobre la enormidad de su culpabilidad. No sienten nada la enormidad de su crimen. No sienten su insulto contra la deidad. Solo tiemblan porque su piel va a ser quemada. Tienen miedo, y aunque el temor es bueno con el propósito de prepararnos para recibir la gracia, no es suficiente. Y el Espíritu Santo no para al llegar a este punto en la vida de la persona. Por esta razón, nadie puede recibir a Cristo hasta que se arrepiente. Y nadie se puede arrepentir hasta que el Espíritu Santo le dé convicción de sus pecados. Esta obra es la que ayuda al pecador a ver que es un criminal delante de Dios y que merece toda Su ira. Y sabe que si Dios le mandara al rincón más bajo de un infierno diabólico para siempre y diez eternidades más, lo merecería todo. Y cien veces más. Porque ha visto sus crímenes. 



Esta es la diferencia entre la predicación en este siglo y la predicación de John Wesley. Wesley fue un predicador de la justicia que exaltó la santidad de Dios, la ley de Dios, la justicia de Dios y la sabiduría en el hecho que Él demanda lo que Su justicia, ley y santidad requieren. Él predicaba la justicia de Su ira y Su indignación. Entonces hablaba a los pecadores de la enormidad de sus crímenes, su rebeldía arrogante, su traición y su anarquía. El poder de Dios descendía sobre la audiencia tanto, que en una ocasión fue reportado, que cuando se despidió a la multitud, 1.800 personas estaban inconscientes sobre el suelo porque habían tenido una revelación de la santidad de Dios, y en la luz de lo que habían visto, también pudieron ver la enormidad de sus pecados, y Dios había penetrado tanto en sus mentes y corazones que cayeron al suelo. Esto no pasó solo en los días de Wesley; también pasó en América en New Haven, Conneticut, en la universidad de Yale. Un hombre llamado Redfield predicaba durante tres años consecutivos cerca de New Haven. Sus reuniones terminaron en Yale en el siglo XVIII. La policía, en aquellos días, si veía a alguien postrado en el suelo, se acercaba para oler su aliento. Si olía a alcohol, le encarcelaban. Si no, entonces, sabían que había sido contagiado por la “enfermedad” de Redfield. Todo lo que había que hacer si alguien se había contagiado con esa enfermedad era llevarle a un lugar tranquilo y abandonarle hasta que volviera en sí. Porque si había sido borracho, dejaría de beber; si había sido cruel, abandonaría su crueldad. Si había sido inmoral, dejaría su inmoralidad. Si ladrón, devolvería lo que hubiese robado. Porque como habían visto la santidad de Dios y la enormidad de su pecado, el Espíritu Santo les había impulsado hasta la inconsciencia, por el peso de su culpabilidad. Y de alguna manera en este derramamiento del poder de Dios, los pecadores se arrepentían de su pecado y venían a Cristo en una manera que les salvaba. 



Sin embargo, había una diferencia. No intentaba convencer a un “buen” hombre de que estaba en peligro con un Dios “malo”. Intentaba convencer a hombres malos de que ellos merecían la ira de un Dios bueno. La consecuencia fue el arrepentimiento, que les conducía a la fe, que les conducía a la vida. Queridos amigos, hay solo una razón por la cual un pecador debe arrepentirse, y es porque Jesucristo merece la adoración, la gratitud, el amor y la obediencia de su corazón. No para que vaya al cielo. Amigo mío, si tú te arrepentiste para evitar el infierno, entonces sólo eres un levita sirviendo para 10 siclos y una camisa. Es todo. Intentas servir a Dios porque Él te prosperará. Pero un corazón arrepentido es un corazón que ha visto la enormidad del crimen de hacerse un dios y negarse a dar al Dios justo la adoración y la obediencia que sólo Él merece. 



¿Por qué debe arrepentirse un pecador? Porque Dios merece la obediencia y el amor que ha rehusado darle anteriormente. No es para que vaya al cielo. Si esa es su razón, es decir, arrepentirse para ir al cielo, entonces está intentando negociar con Dios. 



¿Por qué debe el pecador dejar todos sus pecados? ¿Por qué debemos retarle a hacerlo? ¿Por qué debe hacer la restitución cuando viene a Cristo? Porque Dios merece la obediencia que Él demanda. 

He hablado con personas que no tienen la seguridad de que sus pecados han sido perdonados. Quieren sentirse seguras antes de entregarse a Cristo. Sin embargo, creo yo, que los únicos a quienes Dios testifica por Su Espíritu que son nacidos de Él, son los que, aunque no lo digan con palabras, vienen a Jesucristo de esta manera: “Señor Jesús, voy a obedecerte, amarte, servirte y hacer lo que Tú quieras durante toda mi vida, aunque al final vaya al infierno, porque sencillamente eres digno de ser amado, obedecido y servido, así que no vengo a negociar contigo”. 



¿Ves la diferencia? ¿Ves la diferencia entre un levita que sirve por 10 siclos y una camisa o un Micaía que construye una capilla porque Dios le prosperará,… y una persona que se arrepiente por la gloria de Dios? 

¿Por qué debe venir una persona a la cruz? ¿Por qué debe abrazar la muerte con Cristo? ¿Por qué debe estar dispuesta a identificarse con la cruz, entrar en la tumba y salir? Te diré por qué. Porque es la única manera en la que Dios recibirá la gloria de un ser humano. Si tú me dices que debería hacerlo para recibir paz o bendición, éxito o fama, entonces no hablas de ser más que un levita que sirve por 10 siclos y una camisa. Sólo hay una razón por la cual tú debes ir a la cruz, querido joven. Es porque hasta que tú no te unas con Cristo en Su muerte, estás robando al Hijo de Dios la gloria que debe recibir de tu vida. Ninguna carne debe gloriarse en Su presencia. Hasta que tú entiendas la obra santificadora de Dios por el Espíritu Santo llevándote a unirte con Cristo en la muerte, la tumba y la resurrección, tendrás que servir sólo por lo que tú mismo tienes. Y lo que tú tienes está bajo sentencia de muerte, es decir, tu personalidad, tu naturaleza, tus fuerzas y tu energía humanas. ¡Dios no recibe gloria por aquello! La razón por la cual tú vas a la cruz no es para ganar la victoria – aunque sí, recibirás la victoria; no es para tener gozo – aunque tendrás gozo – sin embargo, la razón por la que tú vas a abrazar la cruz y quedarte ahí hasta que puedas decir con Pablo: “con Cristo estoy juntamente crucificado” (Gal 2:20), tampoco es por lo que tú recibirás, sino por lo que Él recibe y para la gloria de Dios. En el mismo sentido, ¿por qué debes recibir la plenitud del Espíritu Santo? ¿Por qué ser lleno de la plenitud de Cristo? Te diré por qué: Porque la única manera posible de que Jesucristo reciba gloria a través de una vida redimida por su sangre preciosa, es cuando Él puede llenar esa vida con Su presencia y vivir a través de ella Su propia vida. 



El secreto tan sublime de nuestra fe no es que aprendamos a hacer las movidas como un levita que fue empleado para servir a Dios. No, no. El secreto tan sublime de nuestra fe es que lleguemos a un punto en que sepamos que no podemos hacer nada. Que todo lo que podríamos hacer sería presentar nuestra vasija y decir: “Señor Jesús, la tendrás que llenar, y todo lo que sé hace, tendrás que hacerlo Tú y para ti”. Pero sé que hay muchos que quieren experimentar la plenitud de Dios para utilizarla para sí mismos. 



Un joven pastor vino a mí en Huntington, West Virginia. Me dijo: “Hermano Reidhead, tengo una iglesia magnífica. Tenemos un programa maravilloso de escuela dominical.. un ministerio en la radio… todo va creciendo. Pero personalmente siento una necesidad y una falta personal. Necesito ser bautizado en el Espíritu Santo, necesito ser lleno del Espíritu. Alguien me dijo que Dios ha hecho algo por ti y pregunto si puedes ayudarme”. Le miré y… ¿sabe que me pareció a mí? Me pareció que era como yo mismo. Vi en él lo que veo en mí. Quizás pensabas que iba a decir “como yo era”. No. Escucha querido, si tú te has visto en verdad, sabes que nunca vas a ser más de lo que has sido, porque “en mí y en mi carne, no mora el bien” (Ro.7:18). Era parecido a mí. 



Fue como el que conduce un Cadillac, sabes, y dice al dependiente de la gasolinera, “¡Llénalo con la gasolina más potente que tienes!” Pues así… Quiso más poder para su programa. Dios no va a ser el medio para que uno llegue a cumplir sus sueños. Le dije: “Lo siento mucho. No creo que pueda ayudarte”. Me preguntó: “¿Por qué?” Le dije: “No creo que estés preparado para recibir. Me has hablado de tu programa, de la radio, de tu escuela dominical y tu iglesia. Muy, muy bien. Has hecho algo maravilloso sin el poder del Espíritu Santo”. Es lo que dijo un cristiano chino al volver a China cuando le preguntaron: “¿Qué es lo que te impresionó más en América?” Contestó: “Las grandes cosas que hacen los cristianos americanos sin Dios”. Y este pastor había hecho mucho sin Dios. Ahora quería algún poder para llevar a cabo sus planes aún más. Le dije: “No, no. Supongamos que tú tienes un Cadillac y tú estás sentado tras el volante y dices a Dios, ‘Dame poder para que me vaya.’ No es así. Tienes que rendirle el volante”. Pero yo conocí lo que haría el pillo, porque me conozco a mí mismo. Le seguí diciendo: “No, ni así tampoco nunca. Tienes que sentarte en el asiento trasero”. Pero podía imaginarle alcanzando todavía el volante desde atrás. “No, ni así en el asiento trasero. Antes de que Dios pueda hacer algo por ti, ¿sabes que tienes que hacer?” Me preguntó: “¿Qué?” Dije: “Tienes que salir del coche, coger las llaves, abrir el maletero, dar las llaves al Señor, meterte, bajar la puerta y susurrar por el agujero de la llave: ‘Señor, llénalo con lo que Tú quieras y conduce. De aquí en adelante, Tú te encargarás’”. Por eso muchos no entran en la plenitud de Cristo, porque quieren ser un levita que sirve por 10 siclos y una camisa. Han estado sirviendo a Micaía, pero ya piensan que, si tuvieran el poder del Espíritu Santo, podrían servir a toda la tribu de Dan. 



No funcionará. Nunca. Existe una sola razón por la que Dios te necesita, y es para traerte al punto donde, arrepentido, eres perdonado para Su gloria. En victoria has sido llevado al punto de la muerte, para que Él reine. Y en Su plenitud, Jesucristo puede vivir y andar en ti. Tu actitud tiene que ser la del Señor mismo, que dijo: “Por mí mismo, no hago nada” (Juan 8:28). No puedo hablar de mí mismo. Yo no hago planes para mí mismo. Mi única razón de existir es para la gloria de Dios en Cristo Jesús. Si te diría: “Ven, sálvate para que vayas al cielo, ven a la cruz para que tengas gozo y victoria, ven a la plenitud del Espíritu para que te sientas completamente satisfecho”, caería en la trampa del humanismo. Te voy a decir, querido amigo, si estás aquí sin Cristo, ven a Jesucristo y sírvele mientras vivas, aunque al final fueses al infierno, porque ¡Él es digno! 



Te digo, amigo cristiano, ven a la cruz, únete con Él en Su muerte y entra al significado de la muerte a ti mismo, para que Él pueda recibir gloria. Te digo, querido cristiano, si no conoces la plenitud del Espíritu Santo, ven a presentar tu cuerpo en sacrificio vivo y permite que te llene, para que Él pueda tener el propósito de Su venida cumplido en ti y recibir la gloria por tu vida. No es lo que tú vas a recibir de Dios, sino lo que Él puede hacer contigo. 



Vamos a terminar de una vez y para siempre, con un cristianismo utilitario que hace que Dios sea la manera, en lugar del fin glorioso que Él en verdad es. Vamos a renunciar al empleo del levita. Vamos a decir a Micaía que dejamos nuestro empleo. Ya no vamos a ser sacerdotes que sirven por 10 siclos y una camisa. Vamos a anunciar a la tribu de Dan que dejamos el empleo. Vamos a postrarnos a los pies del cuerpo perforado por clavos del Hijo de Dios para decirle que vamos a obedecerle, a amarle y a servirle mientras vivamos, porque ÉL ES DIGNO. 



Dos moravos oyeron de una isla en West Indies, donde un amo británico y ateísta tenía como dos mil o tres mil esclavos. El amo había dicho: “Ningún clérigo jamás vivirá en esta isla. Si es un naufrago, le pondremos en una casa separada hasta que se vaya, pero no nos hablará de Dios. No tolero esas tonterías”. Tres mil esclavos de las junglas de África fueron llevados a esa isla en el Atlántico, para vivir y morir sin saber de Cristo. 



Dos moravos jóvenes escucharon de aquel lugar. Uno de ellos, y después el otro, fueron para vivir en esta isla, abandonando para siempre su tierra y parentela. Cuando el barco se alejó el muelle en el río de Hamburg e iba hacia el Mar Norte, llevado por la marea, todos los moravos vinieron de Herrnhut para ver al primero, de sólo veinte y pico años, salir con un compañero para nunca volver. Porque no iba para un término misionero de cuatro años, sino para siempre, para vivir la vida cristiana delante de los esclavos. La familia estaba llorando porque sabía que jamás volvería a verle, dudando de la sabiduría del hecho. Mientras la distancia entre ellos y el barco se hacía más grande, el joven levantó su mano hacia el cielo y grito sobre el espacio que le separaba de todos sus amados, las últimas palabras que jamás le oirían decir: “¡QUE EL CORDERO QUE FUE INMOLADO RECIBA EL FRUTO DE SU AFLICCIÓN!” Esto llegó a ser el lema de las misiones moravas. Y esta es la única razón de nuestra existencia: ¡Que el Cordero que fue inmolado reciba el fruto de su aflicción! 

* (Diez siclos y una camisa fue colgado por primera vez en el 18 enero, 2011, y desde entonces ha tenido 455 visitas.)




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