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Lowell Brueckner

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1 Corintios 15:1-20

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Capítulo 15:1-20

1.      Además, os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis;
2.      por el cual, asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano.
3.      Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;
4.      y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;
5.      y que apareció a Cefas, y después a los doce.
6.      Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen.
7.      Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles;
8.      y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí.
9.      Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios.
10.  Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.
11.  Porque o sea yo o sean ellos, así predicamos, y así habéis creído.

Pablo comienza este capítulo con un maravilloso y sencillo resumen del evangelio que él predicaba. Bienaventurada la persona que ha sido atraída a un lugar donde se predica, para que entienda y crea, por medio de la obra del Espíritu Santo abriendo sus oídos. Hay suficiente verdad en los versículos 3 y 4, para que, cualquier persona, en cualquier lugar, que reciba estas palabras y permanezca firme en su confianza sobre ellas, pueda esperar ser salva. Escuché a un predicador mayor citar estos versículos y declarar: “Yo tengo la intención de saltar a la eternidad basándome sobre estas verdades”.

En el versículo 2, Pablo expone la condición por la cual el lector puede examinarse personalmente, para ver si ha creído verdaderamente o no. La condición es: “Si retenéis la palabra…” En la parábola del sembrador, solamente la cuarta clase de tierra fue productiva, demostrando así que las otras tres recibieron la semilla en vano. En estos casos, la tierra, o era demasiada dura, o demasiado superficial, o llena de espinos, es decir, los quehaceres y placeres de la vida, por lo que no alcanzó a tener verdadera fe. Jesús dijo: “El que persevere hasta el fin, este será salvo” (Mt.24:13), no porque la perseverancia salve, sino porque la fe que salva, persevera.

Es un gran privilegio conocer el evangelio que el apóstol predicó en la iglesia primitiva, pero más maravilloso es saber de Quien lo había recibido. Fue el mismo que le enseñó sobre la Santa Cena, en el capítulo 11:23: “Yo recibí del Señor lo que también os he enseñado”. Era el plan de Dios para la salvación, y observarás que estaba totalmente basado en las Escrituras del Antiguo Testamento. No fue una enseñanza nueva que, misteriosa y repentinamente, apareció sin tener una fuente. Jesús ya había clarificado en Juan 7:16: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió”. El Espíritu Santo, Quien enseñó a Pablo, nunca se alejó de la palabra de Cristo: “Tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Jn.16:14).


En primer lugar, el evangelio declara, basado en las Antiguas Escrituras: “Cristo murió por nuestros pecados”. La justa sentencia de Dios contra la humanidad, desde el capítulo 2 de Génesis fue: “Ciertamente morirás” (Gé.2:17). Ofender a un Dios infinitamente santo es un pecado infinito y merece nada menos que un castigo infinito. Por eso, tuvo que levantarse una cruz sobre el Calvario, para obtener nuestra salvación. El Eterno Dios Hijo se hizo carne con el propósito específico de llegar a esa cruz, sometiéndose a una muerte horrible. Allí demostró lo horroroso que es nuestro pecado y la justa justicia de Dios en su contra.

Tenemos que experimentar esta realidad antes de poder saber del beneficio del amor de Dios: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado… Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro.5:5,8). Isaías ya había profetizado claramente: “Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is.53:5).

Tras Su muerte, fue puesto en una tumba, desde la tarde del viernes hasta la mañana del domingo. Una mujer, llamada María, tuvo el privilegio de ungir Su cuerpo para Su sepultura (Mt.26:12). Dios eligió a un hombre del Sanedrín de Jerusalén, un rico, José de Arimatea, para que preparase una tumba nueva para ese propósito específico (Lc.23:53). “Se dispuso con los impíos su sepultura – mas con los ricos fue en su muerte” (Is.53:9). Él era un discípulo secreto de Jesús que esperaba el Reino de Dios. Yo creo que sabía, por la Escritura, que Jesús moriría ese año, según Daniel 9:26. Nicodemo, otra vasija atraída y preparada por el Padre, trajo 100 libras de especias, y los dos envolvieron Su cuerpo en lienzos con ellas. Ambos formaron parte del plan eterno de Dios para la sepultura del Mesías. Los creyentes en la Biblia no harán caso a las dudas de los incrédulos, al decir que, en verdad, Cristo sólo se desmayó, pero que no murió. Esto es un engaño del diablo.

“Resucitó conforme a las Escrituras”. La resurrección manifestó la autoridad y el poder de Dios en la obra de la cruz. Pablo escribirá después: “Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados” (v:17). Pedro predicó la profecía de David, sobre la resurrección, en el día de Pentecostés (Hch.2:25-28; Sal.16:8-11). Aclaró que David no hablaba de sí mismo, sino proféticamente sobre “su descendencia, en cuanto a la carne, (Dios) levantaría al Cristo para que se sentase en su trono” (Hch.2:30).

Este poder incomparable de la resurrección fue una obra del trino Dios. Jesús dijo a los judíos, en Juan 2:19, y otras veces en el Evangelio de Juan, que Él levantaría Su propio cuerpo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. También, en el Día de Pentecostés, Pedro predicó que, toda la obra de la crucifixión y la resurrección, era el plan del Padre (Hch.2:23-24): “A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios… al cual Dios levantó”. Pedro escribió, en 1 Pedro 3:18, que el Espíritu resucitó a Cristo (aunque existen diferentes opiniones sobre si fue obra del Espíritu Santo… por el Espíritu, o si Cristo fue vivificado en espíritu. Y pregunto yo: ¿Porqué es necesario ser “vivificado en espíritu”, si el espíritu no muere? Algunas versiones traducen “vivificado por el Espíritu”). Para quitar toda duda, Pablo dice en Romanos 8:11: “Si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”. El tema de Pablo, en todo el capítulo, se concentra en la resurrección.

Pablo, a propósito, menciona un número notable de testigos oculares, dando pruebas indisputables de la resurrección del Señor. Nombra, primeramente, a Cefas, es decir, Pedro (v:5), y después a los doce discípulos. Todos, menos Juan, murieron como mártires, a causa de la firme convicción que tenían de que Jesús vivía. Después, habla de 500 creyentes que le vieron a la vez y, muchos, dice, vivían todavía cuando escribió esta epístola (v:6). Después fue visto por su medio hermano natural, Jacobo, el hijo de María y José (fíjate en Hch.1:14. Aunque los Evangelios no relatan que se le apareciera a Jacobo, era un hecho comúnmente conocido en el tiempo de Pablo).

Seguidamente, Pablo menciona a todos los apóstoles y, John Wesley, Adam Clarke y Jamieson-Fausset-Brown, comentan que eran los 72 discípulos (literalmente, según la Biblia Textual y muchas otras fuentes) mencionados en Lucas 10:1. Los 12 apóstoles del Cordero era un grupo único, que seguía a Cristo dondequiera que andaba. Su elección estaba encima de todos lo demás, ya que tenían autoridad para presentar a la iglesia la doctrina de Cristo (Hch.2:42), de forma directa e inerrante. Además, fueron testigos personales de Su vida y ministerio, desde el bautismo de Juan hasta Su ascensión al cielo. Sin embargo, Pablo reconoció que los 72 tenían un ministerio apostólico. También otros fueron apóstoles, como Bernabé, Silas y, posiblemente, Andrónico y Junias. Jacobo, el hermano de Cristo y escritor de la carta de Santiago, también fue un apóstol (v:7; Hch.14:14; Ro.16:7; Gál.1:19; 1 Tes.2:6).

Pablo da su testimonio personal de haber visto al Señor resucitado en el camino a Damasco (v:8). Humildemente, se compara, en cierto sentido, a un bebé abortado, a uno nacido fuera de tiempo, no solamente como el último apóstol, sino como el más insignificante, el más débil e inapropiado de tamaño. Se consideraba el menos digno de ser un apóstol, ya que perseguía a la iglesia (v:9). Sin embargo, Dios le perdonó, le lavó y le dio el oficio de apóstol. Y no sólo fue un apóstol, sino el escritor de, al menos, 13 epístolas de la Escritura inerrante. El Señor le alumbró más que a cualquier otro de los apóstoles, aunque no anduvo con ellos durante el ministerio terrenal de Cristo, y las revelaciones que recibió las vertió generosamente sobre la iglesia. Su vida transformada es la mejor prueba de una vida resucitada. Pablo era una obra del Cristo vivo y estuvo viviendo bajo una nueva creación.

Dios también le enriqueció con un corazón lleno de entendimiento sobre la gracia; ninguna persona tuvo la misma iluminación. Estaba totalmente consciente de su propia necesidad de recibir gracia, porque nada menos podría perdonar sus pecados blasfemos y hacerle útil. Más que cualquier otra virtud, la gracia humilla al recipiente y le muestra su indignidad e incapacidad de estar justificado delante de Dios. Se le hace fácil recibir a otros pecadores, sin importar su pasado (v:10).

La gracia de Dios no solamente actúa para perdonar, sino también para capacitar en el servicio cristiano. Nadie puede servir a Dios, verdaderamente, sin la gracia. Significa que un siervo de Cristo no labora en el poder de sus propias habilidades, sino a través de los poderes de gracia dotados por el Señor. Al reconocer plenamente la mano de Dios sobre su ministerio, Pablo puede decir: “He trabajado mucho más que todos ellos”, pero, inmediatamente, clarifica, “aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí”. Más importante aún, él reconoce que lo que salva no es la vasija que trasporta el agua de vida, sino el agua misma. No es en el predicador, sino en el mensaje, en lo que el pecador tiene que confiar para la salvación (v:11).

12.  Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?
13.  Y si no hay resurrección de muertos, entonces ni siquiera Cristo ha resucitado;
14.  y si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también vuestra fe.
15.  Aún más, somos hallados testigos falsos de Dios, porque hemos testificado contra Dios que Él resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan.
16.  Pues si los muertos no resucitan, entonces ni siquiera Cristo ha resucitado;
17.  y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es falsa; todavía estáis en vuestros pecados.
18.  Entonces también los que han dormido en Cristo han perecido.
19.  Si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres los más dignos de lástima.
20.  Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho.

Ahora, Pablo razona con nosotros sobre el asunto de la resurrección. Algunas personas estaban sembrando cizaña doctrinal entre los creyentes en Corinto, contra la enseñanza esencial de la resurrección de los muertos y, especialmente, la resurrección de Cristo (v:12). Esta es una falsedad que, ni la iglesia primitiva, ni la del siglo XXI, debe tolerar. Los que piensan que los asuntos doctrinales no son importantes, deberían ver cuánto les importaban a Pablo y a los demás escritores del Nuevo Testamento. Jesucristo mismo advirtió a Sus discípulos acerca de la falsa doctrina de los fariseos y los saduceos (Mt.16:6-12). Personalmente, me tomé muy en serio cuando un “líder cristiano” me dijo: “No es importante si los cristianos no entienden la Biblia, mientras vivan como tales…” Pero mi pregunta es, “¿cómo pueden saber cómo tiene que comportarse un cristiano, si no lo aprenden de la Biblia?” Este líder ha sido puesto a un lado.
 
Los saduceos, aunque no creían en ninguna resurrección, hicieron una pregunta a Jesús, sarcásticamente, acerca del tema. El propósito de la pregunta era argumentar su posición contra la propia creencia en la resurrección. Pero, Jesús, desbarató todo su sistema doctrinal al decir: “Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios” (Mt.22:29). ¿Puede ser que alguien, con el mismo trasfondo saduceo, esté todavía manteniendo su enseñanza, a la vez que pretende ser cristiano?  

Esta manera de pensar había penetrado en la iglesia, aunque la resurrección de Cristo era un principio básico del cristianismo, desde el principio. Como sucede con toda doctrina falsa, existen bastantes contradicciones y confusión, irrazonables. “¿Cómo puede ser?”, pregunta Pablo (v:12). Seguiremos su lógica sencilla: La resurrección, o es algo verdadero o es algo falso. Si es falso, entonces Cristo no resucitó (v:13), y la consecuencia es que, si no se levantó y si no está vivo, no hay un evangelio para predicar o creer (v:14). Incluso la obra de la cruz, sin la resurrección, queda anulada. La resurrección certifica que la obra de la cruz fue aceptada por Dios: “Dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hch.17:31).

El Espíritu Santo ya sabía, incluso en el tiempo de Pablo, que un movimiento llamado Los Testigos de Jehová aparecería algún día. Estos maestros reprobados insisten en que es muy importante que el nombre personal de Dios sea Jehová. Bien, si es así, entonces Pablo les nombra en el versículo 15: “Testigos falsos de Dios”, es decir, “falsos Testigos de Jehová”. Una de las razones, entre muchas más, por la que tenemos que considerarles como una secta falsa es porque niegan que Cristo se levantó de los muertos con el mismo cuerpo con el que murió. Ellos dicen que no resucitó literal y físicamente, sino como una criatura espiritual, y que el cuerpo material de Jesús fue tomado y escondido por Dios Padre. Pablo trata con gente semejante en este capítulo. Él predicó la resurrección de Cristo por todo el libro de los Hechos y aquí confirma su predicación. Mientras continuamos, veremos las propiedades de Su resurrección y lo que ésta significará para nosotros en la resurrección del último día.

¿Qué más podría haber hecho Jesús para demostrar a Sus discípulos, y a nosotros, que Su cuerpo fue el mismo que murió y fue sepultado, y no una “criatura espiritual”? “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lc.24:39). Juan también nos dice, en Su Evangelio, que Jesús mostró Sus manos y Su costado a Sus discípulos. Sin embargo, Tomás no estaba presente y no estaba nada dispuesto a creer a los demás sobre lo que habían visto. Él dijo: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”.  Ocho días después, se les apareció de nuevo el Cristo resucitado, estando Tomás presente: “Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Jn.20:20; 24-27).

Algunos dudan de que fuera el mismo cuerpo, porque los discípulos no le reconocieron después de la resurrección. La Biblia nos aclara que el problema no era la apariencia de Jesús, sino la incredulidad de ellos. La incredulidad ciega: “Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen”. Después, fueron abiertos: “Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron” (Lc.24:16, 31). ¿O acaso te estorba el hecho de que Jesús entrara en el lugar donde estaban Sus discípulos, estando las puertas cerradas? Alguien diría: ¡Científicamente es imposible! ¡Por supuesto que es imposible!, como también lo fue, científicamente hablando, que un cuerpo humano caminara sobre las aguas. Sin embargo, Jesús lo hizo antes de Su muerte y resurrección. ¡No permitas que la incredulidad críe doctrinas contrarias a la clara y veraz enseñanza de las Escrituras!


Pablo declara, enfáticamente, en el versículo 15: “Cristo, al cual (Dios) no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan”. Después, en el versículo 16, invierte la frase, para poder observarla desde ambos puntos de vista: “Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó”. Pablo se preocupa de presentar el asunto de todas las maneras posibles, ya que, para él, la doctrina era de suma importancia. Observa cómo reitera, aplicando una potente fuerza a su argumento, en el versículo 17: “Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados”. Si en algún momento hemos dudado de la salvación de los Testigos de Jehová o de cualquier otro que niegue la resurrección literal y material de Cristo, ya podemos estar seguros. Están en sus pecados. La fe en un Cristo no resucitado es en vano, y tal Cristo no puede salvar. Los beneficios (si es que los hay) del evangelio para tales personas, son solamente para esta vida, y los que han muerto creyendo así, están perdidos para siempre (v:18). No es una doctrina opcional. ¡Es obligatoria! ¡Tienes que creer en la resurrección!

También tenemos que poner a la iglesia liberal en el mismo lugar que a los condenados, porque no está segura de nada que sea sobrenatural o milagroso. Dudan que Jesús naciera de una virgen, que fuera Dios encarnado, y que se levantara de los muertos. Solamente ofrecen a sus fieles una vida más cómoda y mejor en la tierra. Fíjate cómo Paris Reidhead les caracteriza, en su gran mensaje, Diez siclos y una camisa: “Los “cristianos” liberales que aceptaron la filosofía del humanismo, intentaron hallar una razón de por qué seguir existiendo, diciendo: ‘No sabemos si existe un cielo ni si existe un infierno. Sabemos una cosa, que uno tiene que vivir 70 años. Sabemos que hay mucho beneficio en la poesía, en algunos pensamientos muy buenos y anhelos nobles. Por eso es importante que vengas a la iglesia el domingo, para que te leamos alguna poesía, y podamos darte algunos dichos, axiomas y normas para tu vida. No podemos decirte nada sobre lo que te pasará al morir, pero podemos decirte lo siguiente: Si asistes y te quedas con nosotros, pagas y nos apoyas, añadiremos “ballestas a tu carro” y tu vida en esta tierra será más cómoda. No te garantizamos nada cuando mueras, pero si vienes con nosotros, te haremos más feliz mientras vivas’. Es todo lo que podían decir”. 

Pablo dijo que era una condición miserable y, por cierto, ¡lo es! (v:19). Es peor que el paganismo y el ateísmo. Es totalmente contrario al verdadero cristianismo. Jesús enseñó que, en este mundo, el cristiano tendrá tribulación, pero que Él ha venido para darnos vida eterna, y prometió que nuestros cuerpos serán resucitados en el último día.

Necesitamos analizar la palabra, resurrección, porque es básica para nuestro entendimiento. Empieza con el prefijo re, y, como todas las palabras que llevan este prefijo, significa otra vez. La resurrección significa (y cito el diccionario griego de la Biblia): VOLVER a ponerse de pie, REcuperación, levantado a la vida NUEVAMENTE, VUELTO a la vida, etc. Significa que el mismo cuerpo puesto en la tumba, vivirá de nuevo. Los mismos cuerpos, aunque mueran, resucitarán. No es posible que signifique otra cosa, y negar lo que significa es abusar del mismo lenguaje.

Ahora, Pablo va a darnos una instrucción positiva sobre la resurrección de Cristo. Aquí tenemos una clara afirmación que, alegremente, abrazaremos por la fe, no importando cuales sean los argumentos de la mente y corazón incrédulos: “Ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho”. Es un hecho, una verdad que cae desde los lugares celestiales sobre nosotros; es refrigerio para la nueva creación en Cristo, que está luchando en un mundo de incredulidad, pecado y muerte.

Al referirse Pablo a primicias, habla de la ley de ofrendas a Dios, los primeros granos que maduran en el campo, y a los que seguirá una cosecha abundante. Todos los granos serán de la misma semejanza que las primicias. Todo lo que podemos saber sobre la resurrección de nuestros cuerpos, lo aprendemos de la resurrección del cuerpo de Cristo. Sabemos que nuestra resurrección será semejante a la Suya, porque Él es primicias (v:20).

Al hablar de los que durmieron, tiene que ver con los cuerpos de cristianos, y es un término repetido en toda la Biblia. Pero, solamente se refiere al cuerpo, no al alma o espíritu del hombre. Es una palabra de consuelo que, además, es verdadera, porque el cuerpo de un cristiano duerme, esperando despertar en la mañana de resurrección.


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