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Lowell Brueckner

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Tenemos lo que es verdadero

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  Capítulo 10

 1.      Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan.

2.      De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado.

3.      Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados;

4.      porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.

5.      Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificios y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo.

6.      Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.

7.      Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí.

8.      Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la  ley),

9.      y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último.

10.  En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.

 

La eterna voluntad de Dios

El Nuevo Testamento enseña claramente las intenciones que Dios tenía sobre la ley ceremonial, y no tiene sentido ir más allá de Sus propósitos. Dios dio la ley como una sombra para poder ver de antemano la realidad que vendría. La ley no tiene una sustancia perdurable, pero Aquél que vendrá hará una obra efectiva y eterna para los que se acercan (v:1).

 Cuando Jesús ofreció a la samaritana agua de vida para que no tuviera sed jamás, ella expresó su agotamiento al tener que caminar diariamente al pozo. Dependiendo de donde estuviera su casa en Sicar, tenía que andar un kilómetro, más o menos, y después volver cargada con su cántaro lleno de agua: “Señor, dame esa agua, para que no… venga aquí a sacarla” (Jn.4:15). Es monótono, además de cansado, tener que hacer un trabajo repetidamente, pero Dios siempre hace una obra que es perfecta y no necesita repetirse una segunda vez. La gente acudía a los sacerdotes y ellos ofrecían sus sacrificios continuamente, mientras que el sumo sacerdote entraba una vez al año al Lugar Santísimo. Nadie hallaba curación para su conciencia herida. Era una obra interminable hasta que vino Jesús (v:2).

 

“Y esto tendréis por estatuto perpetuo: En el mes séptimo, a los diez días del mes, afligiréis vuestras almas” (Lv.16:29). El judío moderno continúa afligiendo su alma el Día de Expiación; ayunando, recordando y confesando sus pecados. Hoy en día, no tiene la satisfacción de ver la sangre de un animal derramándose por él, y la razón es porque no tiene un templo en el lugar que el Señor indicó para llevar a cabo el sacrificio. Así, año tras año, viene lamentando sus pecados, pero sin expiación ni limpieza y, por lo tanto, morirá sin esperanza (v:3).

 Habrás observado que el escritor describe la situación en tiempo presente, ya que se llevaba a cabo en Jerusalén, mientras él escribía, antes del año 70 d.C., cuando el templo fue destruido. Cada año, en el día décimo del mes séptimo, se derramaba la sangre de toros y machos cabríos (v:4), con el único propósito de señalar hacia el grandioso y perfecto Día de Expiación, cuando el Cordero de Dios iba a derramar Su sangre una vez y para siempre.

 Cristo se sometió al Padre, entregándose por completo en holocausto, tomando el cuerpo que el Padre le había preparado, haciendo la solemne declaración de que estaba dispuesto a hacer Su voluntad. Los sacrificios y ofrendas solamente apuntaban hacia esta voluntad. Dios ya pensaba en un cuerpo, infinitamente antes de que lo formara en el seno de María. Era Su voluntad antes de que el mundo y el primer hombre, Adán, fueran creados. La obra preparatoria empezó seriamente cuando Dios llamó a Abraham, Isaac y Jacob a Su propósito. Entonces, Él preparó a Judá, como leemos en el relato de José con sus hermanos. Vemos una transformación asombrosa en este hombre, el cuarto hijo de Lea, cuyo nombre significa la alabanza.

 Otra transformación sucedió, por fe, en una prostituta de Jericó llamada Rahab, y fue adoptada en la familia hebrea. Después de ella, Rut, la moabita fiel, aunque no podía entrar legalmente a Israel, lo hizo por la fe. Dios la movió, según Su voluntad, y ella halló un lugar como bisabuela del rey David. El relato continua con una genealogía cuidadosamente elegida durante toda la historia hebrea, incluyendo los 70 años de cautiverio. Nada impidió su desarrollo hasta que, sobre un pesebre en Belén, una virgen acostó a un bebé, revestido con este cuerpo de muerte (v:5). La sangre de sacrificios de animales y las expiaciones para el pecado, no agradaban al Padre (v:6), pero 30 años después de que Jesús naciera, Su voz resonó sobre las aguas del Jordán: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia(Mt.3:17). Todo había sido escrito de antemano en el rollo del libro, la Escritura del Antiguo Testamento (v:7).

 Su nacimiento, ministerio, muerte y resurrección fue una obra de la Trinidad. Hemos visto que todo fue la voluntad del Padre y, en Mateo 1:18, dice: “María… se halló que había concebido del Espíritu Santo”, y en Su bautismo, “vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él” (Mt.3:16). Después, “el Espíritu le impulsó al desierto” (Mc.1:12) y “volvió en el poder del Espíritu” (Lc.4:14) para empezar Su ministerio. Hemos visto que Cristo, mediante el Espíritu eterno, se ofreció a sí mismo sin mancha al Padre (He.9:14), y fue resucitado por el Padre por medio del Espíritu (Ro.8:11). Es la Trinidad quien nos lleva a la presencia de Dios: “Por medio de él (Cristo) los unos y los otros (los judíos y los gentiles) tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Ef.2:18).

 Aquí está la lógica del Espíritu Santo, inspirando a Su canal humano… El hecho de que Dios no tuviera complacencia en los sacrificios y las ofrendas, según la ley, significa que los eliminó (v:8). Expresa la perfecta voluntad de Dios, establecida en el cuerpo y la obra de Jesucristo (v:9). Lo que Él quitó fueron los sacrificios continuos año tras año, y lo que Él estableció fue de una vez y para siempre.

Por favor, observa y medita en el versículo 10… La voluntad de Dios en Cristo, establecida en la eternidad pasada, ¡tiene que ver con nosotros! Él quiso nuestra perfecta santificación por medio del cuerpo y la sangre de Cristo (v:10). La santificación significa ser apartado, y nosotros somos apartados de la población del mundo, como posesión eterna de Dios – una vez y para siempre. Este es el significado de la iglesia: Un cuerpo llamado aparte. “Estáis en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación…” (1 Co.1:30). Nuestra posición delante del trono en el cielo es pura y segura. El comentario de Jamieson-Faucett-Brown lo expresa muy bien: “La obra de la redención fluye de ‘la voluntad’ de Dios, el Padre, como la Causa Primordial porque se llevaría a cabo, y Él decretó la redención desde antes de la fundación del mundo. La ‘voluntad’ aquí es Su VOLUNTAD ABSOLUTA Y SOBERANA”. El Señor Jesús vino en perfecta conformidad a esa voluntad.

 11.  Y directamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados;

12.  pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios,

13.  de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies;

14.  porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.

15.  Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho:

16.  Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré,

17.  añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones.

18.  Pues donde hay remisión de estos, no hay más ofrenda por el pecado.

 

Perfecta remisión de pecado

 El escritor (no olvidemos que el Espíritu Santo le inspiró perfectamente), es algo repetitivo en este capítulo. Dios sabe que la repetición es un buen maestro. Antes vimos que… “Todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios”… están continuamente ministrando porque su obra nunca termina. El griego indica que está de pie ministrando. El pecado permanece, acosando al hombre siempre (v:11). Pero Cristo, entra en este asunto como la única esperanza para la humanidad. Él se ha sentado a la diestra de Dios. La comparación es maravillosamente obvia; Él se sienta, habiendo obrado perfectamente (v:12).


 Al tomar Su asiento, espera otro resultado de Su cruz… un día, el Padre le enviará otra vez al mundo para conquistar a Sus enemigos y ponerles por estrado de Sus pies (v:13, lee Apocalipsis 19). Quiero terminar aquí la enseñanza de la perfecta santificación en Cristo, que empezó en la sección anterior. Nada dañado ni contaminado jamás tendrá acceso delante del trono de Dios. Sin embargo, la santificación que tenemos en Jesucristo nos posiciona perfectamente delante de Dios. Somos totalmente aceptados por Él al acudir en oración en el nombre de Jesús, y nuestra salvación será totalmente segura a la hora de la muerte o cuando Él venga a por los Suyos. La obra que Cristo hizo no puede ser mejorada (v:14).

 La santificación práctica es otro asunto. La nueva naturaleza, recibida al nacer de nuevo, desea vivir una vida que complace a Dios, pero, desafortunadamente, al andar en un cuerpo manchado por el pecado, estamos lejos de ser perfectos en nuestra vida cotidiana. Por eso, al someternos a la disciplina del Padre, nuestra vida práctica debe parecerse más y más a Cristo. Aprenderemos más sobre este tema en el capítulo 12. Una vez más, el escritor adjudica la autoría de las Escrituras del Antiguo Testamento al Espíritu Santo: “Nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo” (v:15). Después, vuelve a citar, como en el capítulo 8, Jeremías 33:33-34 (vs:16-17). Los pecados han sido quitados, Dios ya no los tiene en su memoria y, por eso, no hay más necesidad de sacrificio por ellos (v:18).

 19.  Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo,

20.  por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne,

21.  y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,

22.  acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura.

23.  Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.

24.  Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras;

25.  no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.

 

Un camino de vida, aplicado libre y efectivamente

 Como gentiles, entramos en el pacto y, porque confiamos en la obra perfecta de Cristo, aceptada totalmente por el Padre, podemos entrar confiadamente al verdadero Lugar Santísimo en el cielo, que es la sala del trono del Padre (v:19)… Esto sería imposible si fuera por nuestra santidad práctica.

 Los comentaristas me informan que el camino nuevo se refiere a la frescura. Dicen que es un término no utilizado en ninguna otra parte del Nuevo Testamento y significa nuevamente inmolado. No dice que este camino no existiera antes, sino que este camino es por medio de un sacrificio nuevamente inmolado. La sangre animal, en el Antiguo Testamento, tenía que ser rociada tan pronto como fuese derramada, si no se coagularía y sería inútil. Pero, en el camino abierto por la sangre de Cristo, la sangre siempre está caliente y fresca, y puede ser aplicada cuando y sobre quien sea. Vivo se refiere a una fuente que siempre fluye, la que Jesús mencionó al hablar del agua viva. Así concluimos que ahora hay un camino abierto por una sangre que siempre está caliente y a disposición, siempre fresca para poder ser aplicada efectivamente a cualquier vida en cualquier periodo de la historia. ¡Qué hermosura hay en la enseñanza del Espíritu Santo!

 El velo que el sumo sacerdote, una vez al año, retiraba hacia un lado para poder entrar en el Lugar Santísimo, representa la carne de Cristo. Al estar en la cruz, el velo fue rasgado en dos, de arriba hacia abajo. Cuando Él fue quebrantado, herido, abatido, molido y castigado (participios tomados de Isaías 53), abrió un camino a la santa presencia de Dios (v:20). Se abrió porque Él lo preparó, lo dedicó y lo estableció para nosotros de esta manera. ¡Allí está para que entre todo el que quiera! (Ap.22:17).

 Hoy Cristo está sentado sobre toda sombra o símbolo, en el trono verdadero y eterno de Dios en el cielo (v:21). El corazón sincero es el hombre interior nacido de nuevo “no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre… y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada” (1P.1:23-25). Esta es la palabra dada por la más alta autoridad; ofrece seguridad completa, está a nuestra disposición y es para cualquier persona que la reciba y confíe en ella. Nos declara “purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura”, no según la ley del Antiguo Testamento, sino según la gracia y la voluntad eterna de Dios (v:22).

 De nuestra parte, tenemos que creer y confesar, de acuerdo con la verdad, sin necesidad de dudar o vacilar jamás. Dios no miente y Su promesa nunca falla (v:23). También tenemos que tomar en cuenta a nuestros hermanos y hermanas, avivar las llamas de amor y añadir aceite a las ruedas de sus ministerios en el cuerpo de Cristo. Como hace el Espíritu Santo por medio del escritor de Hebreos, exaltando a Cristo y la voluntad del Padre, podemos provocar el amor de Dios en las vidas de otros. La llama está ardiendo, sólo necesita ser soplada y avivada por el aliento del Espíritu. Las buenas obras son frutos de la fe que, naturalmente, fluyen del amor (v:24). Un ejemplo de esto es Rahab, que creyó a Dios y por eso protegió a Sus espías cuando fueron a su casa (Jos.2:1-21).

 Podemos congregarnos dos o tres, e incluso cientos. Recuerda la promesa de Jesús acerca de Su presencia entre dos o tres que se congregan. Recordemos también el capítulo 3:13, donde el escritor ya nos ha dicho, “exhortaos los unos a los otros cada día”. Las consecuencias son indescriptiblemente terribles para los que son negligentes. Obviamente, necesitamos la edificación y exhortación mutuas, así que tenemos que estar ocupados en ellas. Tenemos que practicarlo siempre de forma creciente a medida que nos acercamos más y más al fin. Observa que, para la congregación de los santos, el futuro no es una noche, sino un día que esclarece siempre más hasta que llegue el día perfecto, cuando Él aparezca (2 P.1:19).

26.  Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento  de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados,

27.  sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.

28.  El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente.

29.  ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?

30.  Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor, y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo.

31.  ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!

 

La ira y venganza de Dios en el Nuevo Testamento

  Los que dejan de congregarse son los que más están en peligro de lo que sigue. Al ser voluntariamente negligentes en cuanto a la comunión cristiana, también pecan voluntariamente. Conocen la verdad, pero la rechazan y son llevados a la deriva (2:1) ¡Quién sabe donde terminarán! En griego, literalmente, significa lo mismo que expresa la versión de las Américas (LBLA)… continuamos pecando deliberadamente. No se refiere a actos particulares de pecar, sino a un estilo de vida. Si la persona no se aferra al sacrificio de Cristo, como hemos estudiado, entonces no queda ningún otro sacrificio para ella (v:26). Todo lo que le espera es la condenación eterna, decretada por un Dios airado que se vengará de Sus adversarios. Los descuidados, indiferentes y negligentes son Sus enemigos (v:27). El versículo 28 manifiesta la más intensa seriedad del Nuevo Pacto, no solamente porque sus promesas son superiores, sino también porque el juicio es más severo. El escritor ya lo había dicho en el capítulo 2:2-3: “Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y todo transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” Observemos también que todo lo que tiene que ver con Dios requiere confirmación… dos o tres testigos. Nunca depende del testimonio de uno solo.

 Bajo la ley de Moisés, no hay nada tan serio como lo que el Espíritu Santo ha puesto delante de nosotros en este capítulo o, mejor dicho, en todo el libro. Bajo la ley del amor, la gracia y misericordia de Dios, las consecuencias de rechazar tal ley son infinitamente más severas. El argumento presentado demanda una respuesta lógica. ¿Cuales son las consecuencias de hollar bajo los pies al Dios hecho Hombre; de tratar ligera y comúnmente Su sangre, incalculablemente preciosa; y de insultar al Espíritu Santo de gracia, que tan fácilmente es entristecido? La arrogancia que requiere tal actitud, expresada en el versículo 29, es pasmosa. El pronombre usado en el versículo 29 es él, ya no es nosotros. Es impensable que un corazón que ha experimentado el nuevo nacimiento pueda manifestar tal actitud. Veremos  un poco más adelante que esto no es posible, pero aquí podemos aplicar los comentarios del capítulo 6, versículos del 4 al 8.

 Tengo que cuestionar a los maestros que piensan que es necesario amenazar a los creyentes con una condenación eterna para forzarles a mantenerse fieles en la fe. Creo que existe una independencia arrogante, humanismo creo, tras la doctrina de la auto-preservación. También mantengo la distancia con los que enseñan que una vez que la persona se salva, no importa lo que haga, pues irá al cielo. Yo creo que a ambas partes les falta un aprecio por el poder de la gracia que, no solamente asegura su salvación al que es un hijo de Dios, sino que también le guarda de una caída completa.  

 Me parece que Juan resume la enseñanza del Nuevo Testamento sobre este tema al decir: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca” (1 Jn.5:18)…que uno mismo se guarda no puede ser, porque al verbo en griego le falta el verbo reflexivo (que sería se guarda). El que se guarda no terminará bien. Tiene que entregarse humildemente al poder protector de Dios, como escribe Pedro: “Sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación…” (1 P.1:5). Las afirmaciones de Juan y Pedro concuerdan perfectamente con las palabras de Jesús al Padre: “A los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió…” (Jn.17:12). También dijo a los judíos que Sus discípulos eran sus ovejas: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Jn.10:28).

 El escritor cita a Moisés (Dt.32:35-36, fíjate también en Nahúm 1:2), al decir que “conocemos al que dijo…” Él conoció y los cristianos primitivos conocieron a un Dios que es vengador: “Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor” (v:30). La revelación del Antiguo Testamento se lleva a cabo claramente en el Nuevo. Pablo dijo: “Es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan… en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios” (2 Tes.1:6,8).

 También cita: “El Señor juzgará a su pueblo”, y esta es una horrenda cosa (v:31). Su juicio, incluso, puede costar la muerte a algunos de sus hijos, como Pablo dijo a los corintios, a causa de su ligereza al tomar la Santa Cena: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen. Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Co:30-32). 

32.  Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos;

33.  por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante.

34.  Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos.

35.  No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón;

36.  porque os es necesaria la paciencia , para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa.

37.  Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará.

38.  Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma.

39.  Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.

 

No somos de los que retroceden para perdición

 La memoria es un regalo, especialmente en la experiencia cristiana. David se fortaleció en el Señor mirando atrás, a las promesas que Dios le había dado y reconociendo Su apoyo durante toda su vida (1 S.30:6). Nos unimos a los cristianos hebreos recordando el tiempo en el que Dios, por primera vez, trajo la luz a nuestras vidas. Posiblemente también recordemos cuando hemos sido burlados e incluso amenazados. Quizás hayamos pasado por pruebas físicas, emocionales o espirituales, en las cuales la mano del Señor estuvo claramente sobre nosotros, ayudándonos. Es un mandamiento: ¡Traed estas cosas a la memoria! (v:32)

 Si un cristiano hebreo no había estado personalmente sujeto a vituperios y padecimientos, al menos había sufrido con los que sí estaban en tales situaciones. En nuestros días, tenemos que simpatizar con la iglesia atribulada y perseguida en todo el mundo, quienes, mientras yo escribo y tú lees, están siendo vituperados, torturados o ejecutados. Son nuestros hermanos… ¡seamos sus compañeros! (v:33). El escritor mismo experimentaba la compasión que los hebreos sentían por él al estar encarcelado.

 A los cristianos hebreos les quitaron sus posesiones, causa por la cual se regocijaron. El pensamiento del cielo era para ellos una realidad y algo de mayor consuelo. Los creyentes de hoy en el mundo occidental tienen que poner sus ojos en el cielo como su esperanza y hogar. Cuando las cosas son demasiado cómodas aquí, tendemos a poner fundamentos en la tierra y a mirar al mundo maligno con cariño. En verdad, la vida aquí es cruel y vana, desde la cuna hasta la tumba. Es un hecho inalterable que, envejeceremos, nos debilitaremos y moriremos, y no llevaremos nada con nosotros al sepulcro. Es sabio recordar tales cosas, porque nos ayudarán a no enamorarnos de lo que tenemos; será más fácil despojarnos de ello y soltarlo (v:34).  

 Ya que creemos que la vanidad de la vida terrenal es tan cierta, tenemos que seguir asidos a la confianza de lo que la Biblia enseña y promete. ¡Nos ha sido otorgado!¡Tomemos y vivamos bajo el consuelo de tales enseñanzas y promesas! Honras a Dios cuando crees y te regocijas en Su obra por tu salvación. ¡Gloríate en Cristo, Su cruz y resurrección! (v:35). La paciencia es una virtud cristiana, expresada por el apóstol Juan desde su exilio en Patmos: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo” (Ap.1:9). Cristo felicitaba a la iglesia de Filadelfia por manifestar la paciencia de Cristo (Ap.3:10), y muchos textos hablan de la paciencia como una gran característica de los creyentes. El escritor vio que a los creyentes hebreos les hacía falta, y yo pienso que a nosotros también.

 Debido a que la vida es corta tenemos que mantener los ojos en el cielo. Él vendrá, y Su venida no será ni un día más allá que el determinado por el Padre, para poder llevar a cabo Sus propósitos. Los israelitas fueron exiliados el tiemplo necesario, ni un día más, para poder recibir la disciplina apropiada en sus vidas (como dije antes, aprenderemos más acerca de Su disciplina al llegar al capítulo 12). Sea por Su venida en las nubes o por Su venida a por nosotros en la muerte, no estamos lejos del cielo. Vamos a vivir de acuerdo a esta verdad (v:37).

 Hay algo que Dios demanda como esencial para poder entrar y vivir en el Reino de Dios, que se llama fe. La declaración del versículo 38 servirá como introducción al siguiente capítulo. La fe es la confianza en Dios y, por tercera vez en el Nuevo Testamento, está citado el famoso dicho del profeta Habacuc, que es la verdad primordial para la salvación cristiana: “El justo vivirá por fe” (Hab.2:4, fíjate también en Ro.1:17 y Gá.3:11). Tanto el alma del escritor como el Espíritu Santo que le inspira, se entristecen por el retroceso de la fe en Dios. Aunque es sumamente triste caer en un pecado, este versículo no tiene que ver con esto, ni tampoco con el hecho de caer en la trampa de los placeres mundanos. Este problema no lo tienen los creyentes a quienes está escribiendo. El insulto más grave a Cristo es que pierda la confianza en Su persona y Su perfecta obra a favor de su salvación (v:38).

 Habiéndoles advertido de esto, y aunque existen algunas tendencias en esa dirección y el diablo les deja a veces temblando por sus amenazas y dudas, el escritor les asegura que no retrocederán. De forma semejante en el capítulo 6:9 dijo: “Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así”. Yo estuve refiriéndome al versículo final, cuando dije que era imposible que un creyente, nacido de nuevo, tuviera la actitud expresada en el versículo 29. Ahora escribe claramente, nosotros no somos de los que retroceden”. ¿Quiénes son los que no retroceden? Pues, sencillamente, los que se están tomando seriamente y con el corazón esta carta, mientras la leen o escuchan. Igual que aquellos, hace tantos siglos atrás, creo que los que están considerando seriamente mis comentarios sobre este libro, son los únicos que tienen corazones abiertos para aprender y practicar todo lo que el libro nos enseña. Por eso, pongo otra vez ante vuestros ojos el último versículo: “Nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma”   


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