Hechos 2:1-13
El derramamiento del Espíritu Santo
1. Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos.
2. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados;
3. y se les aparecieron lenguas repartidas, como
de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.
4. Y fueron todos llenos del Espíritu
Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que
hablasen.
5. Moraban entonces en Jerusalén
judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo.
6. Y hecho este estruendo, se juntó la
multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia
lengua.
7. Y estaban atónitos y
maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan?
8. ¿Cómo,
pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos
nacido?
9. Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en
Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia,
10. en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las
regiones de Africa más allá de Cirene, y romanos aquí residentes,
tanto judíos como prosélitos,
11. cretenses y árabes,
les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.
12. Y estaban todos atónitos y
perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto?
13. Mas otros, burlándose,
decían: Están llenos de mosto.
La expresión: “Cuando llegó el día
de Pentecostés”, describió el hecho de cómo los judíos contaban
cincuenta días desde el día de Primicias, marcando que el día cincuenta
había llegado desde aquella fiesta. Como trasfondo a este estudio
sobre el derramamiento del Espíritu Santo, veremos lo que la ley enseña sobre
este día de fiesta del Antiguo Testamento. Pentecostés era la palabra griega
número cincuenta y también el título de la llamada fiesta de semanas por
los hebreos. El propósito de la fiesta era hacer una celebración jubilosa por
las primicias de la siega del trigo.
Puedes estudiar la secuencia de eventos que
apuntan al día de Pentecostés en Levítico 23:5-16. Primeramente, la Pascua
empezaba el día catorce del primer mes judío. Al día siguiente, el día quince, era
la fiesta del pan sin levadura, y un día más tarde empezaban a contar
siete semanas, es decir, cuarenta y nueve días, transcurridos los cuales, el
día cincuenta, se daba comienzo a la fiesta de semanas o el Pentecostés.
En el Antiguo Testamento es mencionado varias
veces que cada hombre judío tenía que presentarse en Jerusalén tres veces al
año…
“Tres veces cada año
aparecerá todo varón tuyo delante de Jehová tu Dios en el lugar que él
escogiere: en la fiesta solemne de los panes sin levadura, y en la fiesta
solemne de las semanas, y en la fiesta solemne de los tabernáculos” (Dt. 16:16). Según nuestro calendario, estas
fiestas acontecieron en marzo, mayo y septiembre.
Durante los
días de estas fiestas, la población de Jerusalén aumentaba considerablemente.
En el año en que murió “el Cristo”, la población se incrementó aún más porque “ellos pensaban
que el reino de Dios se manifestaría
inmediatamente” (Lc. 19:11). Matthew Henry
comenta: “Ellos se hospedaron por largo tiempo allí, porque había en ese
tiempo una expectación, en general, de la apariencia del Mesías; las semanas de
Daniel (la palabra hebrea por semana, en esta porción de Daniel,
significaba siete, no días sino años. El ángel le habló de setenta
sietes total, o cuatrocientos noventa años. Daniel 9:26 dice: “Después de las sesenta y dos semanas (o sietes, es decir, 62 X 7 = 434 años), se
quitará la vida al Mesías”) apenas se habían cumplido… y por eso
creyeron que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente… Esa creencia
atrajo a los más celosos y devotos a Jerusalén para morar allí un tiempo, y así
poder tener parte en el principio del reino del Mesías y las bendiciones de
aquel reino”.
Los ciento
veinte discípulos se reunieron con un propósito, obedeciendo el mandamiento del
Señor: “He aquí, yo enviaré la promesa de
mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta
que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lc.24:49). El hecho de abandonar al Señor cuando fue llevado para ser juzgado,
les mostró claramente la necesidad de recibir un poder que no habían tenido
antes. Como Jesús les había dicho que era una promesa del Padre, es decir, algo
divino, lo único que pudieron hacer era orar a Él (v.1).
Según los caminos de Dios, era normal que el cumplimiento de Su
promesa ocurriera de repente tras un tiempo de espera, en este caso de diez
días. Por ejemplo, los muros de Jericó cayeron de repente después de una
espera de siete días; y un aguacero ocurrió después que Elías intercediera
siete veces. ¡Observa lo que ocurrió de repente en el Aposento Alto! Los
discípulos oyeron un sonido celestial… el sonido de un estruendo de n viento
recio.
El creyente en Cristo debe
tener sus ojos en los cielos para recibir la bendición que le capacitará para servir
en el reino de Dios y no depender de un talento humano ni de una preparación
terrenal. En ambos lenguajes: griego y hebreo, la palabra para viento y espíritu
es la misma, por eso, quizás,
el Espíritu Santo se manifestó con sonido de viento, como también el omnipotente
Espíritu de Dios lo hizo con “un ruido como el de
una ráfaga de viento impetuoso” (LBLA).
El Espíritu
Santo llenó el lugar donde los discípulos estaban sentados. Por eso, fueron
sumergidos o bautizados en Su presencia por medio de la intervención de Cristo
(v. 2). Sería bueno estudiar ahora un poco acerca de la persona del Espíritu
Santo, para poder entender mejor el significado de la experiencia que estos ciento
veinte discípulos están teniendo.
La declaración
de fe de la iglesia bíblica “RETO a la Esperanza”, declara lo siguiente: “Creemos que el Espíritu Santo es una persona y
no solamente una influencia, fuerza o aliento, porque posee todos los atributos
de la personalidad. Él
es divino, co-igual con el Padre y el Hijo, y posee todos los atributos de
Dios. Él es adorado y glorificado con el Padre y el Hijo.” Podríamos mencionar
muchas porciones de la Escritura que establecen tal declaración de la verdad,
pero ya he mencionado que este estudio iba a ser pequeño. Damos por hecho que
el lector cristiano acepta esta doctrina como la verdad. Él Espíritu caminaba
y hablaba con los discípulos y, por medio de Él, hubo comunión con el Padre y
el Hijo. Hay posibilidad de tener intimidad con Él, como demuestra este libro
de Hechos, y como el capítulo 15:28 lo ilustra perfectamente: “Porque ha
parecido bien al Espíritu
Santo, y a nosotros”.
“Él es el Autor de la Biblia y nos
habló a través de los profetas y apóstoles”…
2 Pedro 1:21 declara: “Nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino
que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu
Santo”. “Él está presente ahora en el
mundo, en la iglesia y en cada creyente nacido de nuevo”… Jesús dice en Juan 14:16-17: “Yo rogaré al
Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de
verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero
vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros”. Después, en Juan 16:8 y 13-14, Jesús añade: “Cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de
justicia y de juicio… Él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino
que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él
me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber”.
“Al
creer, cada persona es bautizada en el cuerpo de Cristo, la Iglesia, por el
Espíritu Santo. Creemos que Cristo bautiza al creyente en el Espíritu Santo,
dándole poder para testificar de Cristo con su vida, hechos y palabra. No
creemos que los dones, milagros y frutos del Espíritu Santo, hayan cesado”. Queremos observar dos versículos que dan
autoridad bíblica a esta doctrina. Primeramente, 1 Corintios 12:13: “Porque por un
solo Espíritu fuimos todos bautizados
en un cuerpo”. En este
versículo, Pablo enseña la intervención del Espíritu Santo bautizando a un nuevo
converso en el cuerpo de Cristo, que es la iglesia.
Seguiremos con la declaración
de Juan Bautista en los evangelios. Mateo 3:11: “Yo a la verdad
os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es
más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo
y fuego”. Contempla con cuidado estos dos versículos para
poder ver la diferencia entre ellos. Juan Bautista habla de la intervención de
Cristo, bautizando a los creyentes en el Espíritu Santo. El bautismo de los
Hechos, capítulo 2, es lo que Juan Bautista profetizó. Es el bautismo de poder
prometido por el Señor en Hechos 1:8, absolutamente necesario para el
ministerio que los discípulos iban a cumplir. Tenían que alcanzar a las
naciones funcionando bajo el poder del Espíritu.
Por eso, Jesús les mandó
esperar en Jerusalén antes de que pudieran o debieran alcanzar a las naciones
con el evangelio. La misión era sobrenatural y debían poseer un poder
sobrenatural para cumplirla. Leeremos a través de todo el libro de los Hechos,
cómo ellos salieron bajo la unción del Espíritu. Los galileos, especialmente, entendían
su necesidad como la gente más despreciada e incapaz en todo Israel; por esta
razón fueron elegidos. La Biblia no arroja evidencia alguna de que el poder o
los dones del Espíritu Santo hubieran sido o fueran a cesar en un tiempo
futuro, hasta que el Señor vuelva otra vez.
El
bautismo que prometió Juan Bautista es un bautismo de fuego: “Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego”. Vance Havner, un predicador muy
querido del siglo pasado, dijo: “No vamos a conmover a este mundo por
criticarlo, o por estar conformes con él tampoco, sino por observar la
combustión espontanea de vidas encendidas por el Espíritu de Dios.” John
Wesley comenta: “Hechos 2:3 puede significar que Dios tocaría sus lenguas
(junto con sus corazones) con el fuego divino: dándoles palabras activas y
penetrantes, como un fuego ardiente”. El diccionario griego define estas
lenguas: Glossa = lenguas implicando lenguaje, idioma, especialmente uno no
adquirido naturalmente – lengua. Lenguas fueron repartidas y se asentaron
sobre cada uno de ellos, dándoles individualmente un lenguaje que empezaron a
expresar (v. 3).
Fueron llenos
hasta derramarse, como prometió Jesús en Juan 7:38 y 39: “El que cree en
mí, como dice la Escritura, de su interior (más
profundo, Versión Amplificada) correrán ríos de agua viva. Esto dijo
del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él; pues aún no había
venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Por
favor, observa quienes hablan en lenguas… son aquellos, es
decir, los discípulos. El Espíritu Santo daba qué hablar; no es correcto
esperar que el Espíritu Santo hable. Él sencillamente da las palabras y los
discípulos las expresan. Este es un principio que sigue constante por todo el
ministerio del evangelio (v. 4)
Ya
hemos aprendido el trasfondo de la fiesta de Pentecostés y la razón por la que
los judíos, participantes de las grandes
diásporas o dispersiones de Israel, llegaban de tierras ajenas a Jerusalén para
la fiesta. También hemos aprendido que la razón por la que se había
reunido un gran número de personas, como nunca, en la ciudad para esta fiesta
particular, era debido a la profecía de Daniel, sobre la muerte del Mesías.
Debía ocurrir, precisamente, cuatrocientos ochenta y tres años después de la
orden del emperador persa para restaurar la ciudad de Jerusalén. Dios tenía
todas las condiciones preparadas para que una gran multitud de judíos estuviera
presente para atestiguar el cumplimiento de lo que esta fiesta tipificaría (v.
5).
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Estas personas son piadosas religiosamente,
dispuestas a obedecer la ley aunque fuera muy incómodo para ellos, y están con
grandes deseos ver cómo la profecía de Daniel se iba a llevar a cabo. El sonido
de un estruendo como de un viento recio que soplaba no fue limitado al Aposento
Alto, sino que fue escuchado por toda la ciudad. No hacia falta que alguien
promocionara este fenómeno, sino que él mismo atraía a la multitud que se
congregaba al seguir su sonido, procedente del lugar en el que estaban los ciento
veinte discípulos. Al verlos, la confusión reinó entre la multitud, porque escuchaban
a los ciento veinte hablando en idiomas que cada uno había aprendido desde la
niñez (v. 6).
Enfocándose en los discípulos, no solamente
estaban perplejas, sino asombradas y, entre toda la multitud, las personas
quedaron maravilladas, discutiendo lo que pasaba frente a sus ojos. La
conclusión general fue que todos aquellos eran galileos, algo asombroso, ya que
los ciudadanos de ese territorio tenían reputación de ignorantes y mal
educados. Ellos, especialmente, no fueron estudiantes de lenguajes extranjeros
(v. 7).
El comentarista Albert Barnes decía: “Fueron
ignorantes, maleducados y primitivos, y por eso el término galileo era una
expresión de profundo reproche y desprecio. Su dialecto era proverbialmente
bárbaro y corrupto. Tenía la fama de ser un pueblo raro y excéntrico, desconocedor
de otras naciones y lenguajes, y por eso era asombroso que pudieran hablarles
en los lenguajes refinados de otras gentes. Su ignorancia nativa fue lo que
hizo que el milagro fuera más impresionante”.
Muchos judíos de entre la multitud no solamente vivían en
tierras extranjeras, sino que habían nacido en ellas (v. 8), y el texto nos informa,
particularmente, de qué naciones, provincias, y ciudades procedían estas
personas. Nos da una idea de los muchos lenguajes que los discípulos hablaron sobrenaturalmente.
La multitud procedía de Partia, Media, Elam, Mesopotamia, Judea, Capadocia,
Ponto, Asia Menor, Frigia, Panfilia, Egipto, Roma, Creta, Arabia, y más allá de
Cirene en África.
Entre los de la raza judía había gentiles, no judíos,
quienes creyeron que el Dios de los judíos era el verdadero Dios. Fueron
prosélitos que pasaron por los ritos necesarios, y así les fue permitido entrar
en la religión judaica. La proclamación de aquellas personas que estaban atónitas
y perplejas fue: “Los oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de
Dios”. Al hablar en lenguas
los discípulos no predicaban, ni siquiera se dirigían a la multitud, sino que estaban
involucrados en alabar a Dios por Sus maravillas (vs. 8-11).
Lucas deja claro que la gran
multitud sabía que estaba ocurriendo algo extraordinario y milagroso.
Intentaban discernir exactamente lo que Dios estaba obrando en aquel día de
fiesta especial, y lo que tenía que ver con la profecía escrita por el profeta Daniel
sobre la muerte del Mesías (v.12). Entre ellos hubo personas, como siempre hay
en tales situaciones, que no fueron capaces de razonar correctamente y
concluyeron: “¡Estos galileos están borrachos!” (v. 13). Pedro está
a punto de aclarar lo que realmente está sucediendo bajo la inspiración de
Espíritu Santo, y les va a hablar en el idioma que todos entendían, que era el
hebreo.
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