Hechos 5
Capítulo 5:1-11
El juicio cae sobre Ananías y Safira
1. Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad,
2. y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles.
3. Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?
4. Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.
5. Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron.
6. Y levantándose los jóvenes, lo envolvieron, y sacándolo, lo sepultaron.
7. Pasado un lapso como de tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo que había acontecido.
8. Entonces Pedro le dijo: Dime, ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto.
9. Y Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti.
10. Al instante ella cayó a los pies de él, y expiró; y cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta; y la sacaron, y la sepultaron junto a su marido.
11. Y vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas.
12. Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón.
13. De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente.
14. Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres;
15. tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos.
16. aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados.
2. y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles.
3. Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?
4. Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios.
5. Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron.
6. Y levantándose los jóvenes, lo envolvieron, y sacándolo, lo sepultaron.
7. Pasado un lapso como de tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo que había acontecido.
8. Entonces Pedro le dijo: Dime, ¿vendisteis en tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto.
9. Y Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti.
10. Al instante ella cayó a los pies de él, y expiró; y cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta; y la sacaron, y la sepultaron junto a su marido.
11. Y vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas.
En el último capítulo, versículos 32-37, empezamos a estudiar sobre la unidad y el amor fraternal que existía en la iglesia en Jerusalén. Consideramos la condición de miles de personas de otras naciones que formaron parte de la iglesia que algún día volvería a sus hogares. Vimos también que los galileos del norte de Israel no tenían casas ni empleos en Jerusalén. Seguramente estas personas carecían de las necesidades básicas, pero nadie sufría porque los que sí tenían casas y propiedades las vendían, y los apóstoles repartían el precio a todos los necesitados. Este es el trasfondo para lo que vamos a ver a continuación.
Lo que pasó en esta primera iglesia hizo más que la ley del Antiguo Testamento, que mandaba a los ciudadanos aliviar a los pobres dejándoles espigas de su cosecha y fruto de sus viñas y árboles frutales. Otras leyes mandaban restaurar los derechos y pérdidas de sus parientes, especialmente, en el Año del Jubileo, cuando devolvían las propiedades a todos los que las habían perdido durante los cincuenta años anteriores. En el espíritu del cristianismo, los santos en Jerusalén que tenían tierras y casas, las compartían con los que no tenían.
Es obvio, al estudiar los Evangelios, que las manifestaciones terrenales del Reino de Dios no fueron perfectas. Jesús enseñó parábolas que trataban de cizaña entre el trigo, levadura en la masa, peces buenos y malos recogidos en una misma red, y vírgenes sabias e insensatas. No todas las motivaciones fueron puras y, en el capítulo 5, Ananías y Safira nos dan un ejemplo de orgullo carnal y un deseo de recibir reconocimiento entre sus compañeros. La razón de vender su terreno no fue, principalmente, para ayudar a los necesitados (v.1).
La manera en la que condujeron la venta de su posesión reveló una deficiencia seria en su interior. Guardar parte de la venta no era pecaminoso en sí. No había una ley en el Nuevo Testamento ni en la iglesia en Jerusalén que les obligara a entregar todo el dinero. Pedro lo deja claro en el versículo 4: “Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti?, y vendida, ¿no estaba en tu poder?” En verdad, la ley del Nuevo Testamento no es una ley escrita, sino una manifestación de corazones nacidos de nuevo. Había algo seriamente incorrecto en el corazón de esta pareja.
Así que, guardaron una parte de la venta y trajeron el resto ante los apóstoles (v. 2). ¿Cuál fue su pecado? Primeramente, intentaron engañar a la iglesia fingiendo haber traído el precio total de la tierra vendida. Como he dicho, el pecado no fue guardar parte de la venta. El intento de esconder su ambiciosa codicia ante la iglesia reveló su total deshonestidad; reveló su orgullo, ya que pretendían ser considerados igual de generosos que los que lo habían dado todo.
Sin embargo, el pecado más grande era negar la presencia y autoridad del Espíritu Santo en la iglesia, viendo solamente el elemento humano. Esto demuestra una falta del temor de Dios. Pedro discernió esta hipocresía, inmediatamente, y dejó claro que esta manera de dar no es aceptable delante de Dios. Ciertamente, el pecado de Caín, con su ofrenda procedente de la agricultura, fue semejante, y Dios no la aceptó tampoco. Fue un intento religioso de auto justicia, fruto de la obra de sus manos, que no estaba reconociendo la necesidad de un sacrificio de sangre por sus pecados. Bien, Ananías y Safira manifestaron algo semejante, ofreciendo algo que les diera crédito, pero engañando al hacerlo. La religiosidad produce orgullo egoísta, como el fariseo que profesó: “Doy diezmos de todo lo que gano” (Lc. 18:12). Si fuera sincero hubiera añadido: “Y guardo el resto para mí” (vs. 3, 4).
Puede ser que Ananías y Safira murieran en sus pecados, pero no estoy totalmente convencido. Pablo dijo a los cristianos corintios: “El que come y bebe indignamente, (de la mesa del Señor) sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen (en la muerte) ... mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Co. 11:29, 30, 32). Pablo nos enseña que un cristiano puede ser juzgado por la enfermedad e incluso la muerte, pero no por la eterna condenación. He visto casos en los que un creyente puede morir en la misericordia del Señor antes de que vuelva al mundo. El resultado de todo fue que un temor sano de Dios descansó poderosamente sobre la iglesia, especialmente, pero también sobre los que supieron de estas cosas, en la sociedad en general (v. 5).
Algunos jóvenes de la iglesia sacaron el cadáver de Ananías y lo sepultaron inmediatamente (v. 6). Ahora cuenta el relato de Safira. ¿Debe una esposa ser sumisa y obediente a su marido siempre? Los siguientes versículos nos dan la respuesta. Tres horas más tarde entró Safira sin saber lo que había pasado con su marido (v. 7). Pedro había preguntado a Ananías, personal e individualmente, sobre la venta de su tierra, y ahora hace lo mismo con Safira. Cada persona es responsable por sus acciones; la esposa no muere por el pecado de su marido. Safira no tenía por qué mentir, pero sí, lo hizo (v. 8) y Pedro la condenó por su complicidad con el pecado de su esposo. De nuevo, pronunció la pena según la disciplina de la iglesia, demostrando otra vez la gravedad de ignorar la presencia del Espíritu Santo en ella (v. 9).
Safira murió por su propio pecado, y este hecho contesta a la pregunta de si una esposa debe participar en el pecado de su esposo. Definitivamente, no tiene que hacerlo, porque por encima de la obediencia a su marido está la obediencia al Señor (v. 10). Existe un límite hasta donde la esposa tiene que ser sumisa a su marido, igual que hay un límite hasta donde un miembro de la iglesia tiene que ser sumiso al pastor. La autoridad del marido y el pastor terminan donde termina la instrucción bíblica. En todos los casos, la Biblia es la absoluta autoridad entre los creyentes, y debo añadir que los líderes tienen que dirigir bajo la unción del Espíritu Santo. El liderazgo queda anulado por la acción carnal, tanto en el caso de los pastores y los maridos, como en el de los padres sobre sus hijos.
Una vez más, como en la situación de Ananías, Lucas enfatiza la presencia sana del temor, dentro y fuera de la iglesia, por haber escuchado y experimentado la disciplina de Dios. Su disciplina puede ser severa, como lo fue en esta ocasión, pero a la vez es misericordiosa y llena de amor para la persona disciplinada, y para el beneficio de la iglesia y la sociedad en general (v. 11).
Capítulo 5:12-16
Los milagros son normales en una iglesia sana
12. Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón.
13. De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente.
14. Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres;
15. tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos.
16. aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados.
En el capítulo 2 tenemos el bautismo sobrenatural y crucial del Espíritu Santo, prometido por el Padre y administrado por Jesucristo. Joel lo profetiza claramente en el Antiguo Testamento y Juan Bautista en el Nuevo. En el capítulo 3, tenemos el relato detallado de la sanidad de un paralítico y, en el capítulo 4, los discípulos oraron para que el Señor siguiera sanando y haciendo otras señales y maravillas en el nombre de Jesús. El texto, 4:33, declara que los apóstoles predicaron acerca de la resurrección del Señor Jesús con gran poder, y ese poder fue de la omnipotencia del Espíritu de Dios. Ahora, en el capítulo 5, Lucas continúa dando testimonio de las muchas señales y maravillas que acontecieron (v. 12). El Espíritu Santo, con todos los atributos de la trinidad, se presenta y hace maravillas muy de acuerdo con Su naturaleza sobrenatural y, mientras Él esté presente en la iglesia, continuará haciéndolas. Es difícil para mí creer que cualquier miembro de Su cuerpo niegue el hecho.
La iglesia con al menos cinco mil creyentes se reunieron en el pórtico de Salomón, dentro del templo, donde entraron Juan y Pedro con el cojo que fue sanado. Jesús, durante Su ministerio también enseñó allí, claramente declarando ser el Cristo, y Sus obras confirmaron la verdad. Aquí proclamó lo que es una gran seguridad para el creyente: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10:28).
Tanto reinaba el temor de Dios en Jerusalén que la multitud secular no se acercaba al pórtico de Salomón, es decir, los que no buscaban la salvación de sus almas; ellos temían la presencia magnífica de Dios cuando la iglesia se reunía allí. Tenemos que tomar en cuenta el temor de Dios, al considerar lo que el pecador debe sentir y cómo debe de reaccionar cuando visita la iglesia. Muchos se equivocan sobre este asunto, especialmente una rama que promociona la idea llamada Seeker Friendly (iglesias “atractivas a buscadores”), que trata de evitar lo que la Biblia nos enseña acerca de que el temor de Dios sobre la iglesia siempre será incómodo para el pecador (v. 13). Sin embargo, en la sociedad de aquel tiempo se respetaba grandemente este nuevo movimiento y las conversiones continuaban diariamente. Se incrementó el número de aquellos que tenían hambre y sed de justicia, varones y mujeres, y fueron atraídos a Cristo y Su iglesia (v. 14).
Me hubiera gustado ver aquella escena: calles con camas y lechos esperando a que Pedro pasara. Querían que su sombra cayera sobre ellos (v. 15). Además, muchas de las ciudades vecinas de Jerusalén vinieron con personas enfermas, otros poseídos por demonios, y otros atormentados por espíritus malos de distintas maneras. Hablando de los atormentados por los demonios, podemos levantar un argumento para entender la necesidad de que el poder sobrenatural de Dios continúe en la iglesia. Sería muy difícil negar el hecho de que Satanás y sus fuerzas no han cedido ni un poco de su poder por la sofisticación de los tiempos modernos. La brujería abunda en todo el mundo y un cristiano que no observa la evidencia, tiene que estar ciego espiritualmente. Yo soy uno que la he visto desde mi niñez, especialmente entre los nativos americanos, pero también en Méjico y por todo el mundo, incluso en medio del establecimiento de la sociedad del oeste. Cualquier lider cristiano que no sepa de esta realidad, no debe estar al frente de una iglesia (v. 16).
¿Puede la iglesia hacer algo para ayudar a aquellos que están atados por el diablo, y sin ninguna defensa? Nadie puede evitar la respuesta; por supuesto, por esta razón existe la iglesia. Jesús dijo: “En mi nombre echarán fuera demonios” (Mc.16:17), y el apóstol Juan añadió: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Jn. 3:8). La pregunta es: ¿Porque hay líderes en la iglesia que creen que la manifestación del poder sobrenatural terminó con la muerte de los apóstoles? La verdad es que sus argumentos, hablando de bases bíblicas, son muy pobres. Pensando en la necesidad que tenemos en nuestros tiempos de que las personas sean liberadas de poderes malignos, hacen ridículos tales argumentos, y más ridículos aún cuando sabemos lo que el escritor de Hebreos declara acerca de que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre (He. 13:8). Es mejor confesar nuestra debilidad, y me incluyo entre los débiles, y anhelar lo que testifica el libro de los Hechos… ¡que “todos eran sanados!” No es que no hayamos experimentado algo del poder misericordioso de Dios, y aunque hayan caído sobre nosotros gotas de lluvia, pedimos aguaceros celestiales.
Capítulo 5:17-42
Los apóstoles son encarcelados otra vez y azotados
18. y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública.
19. Mas un ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la cárcel y sacándolos, dijo:
20. Id, y puestos en pie en el templo, anunciad al pueblo todas las palabras de esta vida.
21. Habiendo oído esto, entraron de mañana en el templo, y enseñaban. Entre tanto, vinieron el sumo sacerdote y los que estaban con él, y convocaron al concilio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que fuesen traídos.
22. Pero cuando llegaron los alguaciles, no los hallaron en la cárcel; entonces volvieron y dieron aviso,
23. diciendo: Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardas afuera de pie ante las puertas; mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro.
24. Cuando oyeron estas palabras el sumo sacerdote y el jefe de la guardia del templo y los principales sacerdotes, dudaban en qué vendría a parar aquello.
25. Pero viniendo uno, les dio esta noticia: He aquí, los varones que pusisteis en la cárcel están en el templo, y enseñan al pueblo.
26. Entonces fue el jefe de la guardia con los alguaciles, y los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.
27. Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio, y el sumo sacerdote les preguntó,
28. diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre.
29. Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.
30. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero.
31. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados.
32. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen.
33. Ellos, oyendo esto, se enfurecían y querían matarlos.
34. Entonces levantándose en el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerado de todo el pueblo, mandó que sacasen fuera por un momento a los apóstoles,
35. y luego dijo: Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos hombres.
36. Porque antes de estos días se levantó Teudas, diciendo que era alguien. A éste se unió un número como de cuatrocientos hombres; pero él fue muerto, y todos los que le obedecían fueron dispersados y reducidos a nada.
37. Después de éste, se levantó Judas el galileo, en los días del censo, y llevó en pos de sí a mucho pueblo. Pereció también él, y todos los que le obedecían fueron dispersados.
38. Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá;
39. mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios.
40. Y convinieron con él; y llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad.
41. Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre.
42. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo.
Los saduceos representaban la rama política del Sanedrín, por eso contaban con las más altas posiciones, incluso la del sumo sacerdote. La religión pobre que profesaban era como los liberales de nuestros días, y su influencia espiritual, incluso en la sociedad secular, valía muy poco. Ellos negaban la resurrección, la existencia de ángeles y espíritus de todo tipo (Hch. 23:8). Por algo Jesús enseñó a Sus discípulos: “Guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos,” (refiriéndose a su doctrina, Mt. 16:6). Los saduceos estaban más enfadados con los discípulos en este segundo encuentro que en el último capítulo, y en parte fue porque los discípulos ignoraron totalmente su mandato de cesar su enseñanza, pero más allá, fue porque estaban celosos de la atención que la gente común les daba, y esto representaba una amenaza para su posición (v. 17).
De nuevo, volvieron a meter a los discípulos en la prisión violentamente (v. 18), pero este hecho ni ningún otro podrán detener los propósitos de Dios; Él intervendrá siempre que haya hombres o demonios actuando contra Sus propósitos. Esa misma noche, Dios envió a un ángel que abrió las puertas de la prisión y libró a los discípulos (v. 19), ayudándoles así a seguir cumpliendo con la Gran Comisión que el Señor les había dado de predicar el evangelio, comenzando en Jerusalén. Ellos debían volver al templo y continuar con la misión de anunciar “al pueblo todas las palabras de esta vida (cristiana)” (v. 20), que es lo que las autoridades de Jerusalén les habían prohibido hacer.
Tan pronto como les fue posible, en la madrugada, volvieron al templo. Al mismo tiempo, los saduceos llamaron a todo el Sanedrín, incluso a los fariseos (por supuesto), los que representaban su rama conservadora, para tratar el nuevo levantamiento de los cristianos. Mandaron que les trajesen de la cárcel (v. 21), pero ya no estaban, así que los alguaciles volvieron, reportando lo sucedido al Sanedrín (v. 22). Dijeron que todo estaba en orden en la prisión: las puertas cerradas y los guardas en su lugar, solo que los prisioneros ya no estaban. El ángel que abrió la puerta la tuvo que haber cerrado después de librarles (v. 23). Observa, por favor, la ventaja de servir en el Reino de Dios, porque nuestro Rey siempre triunfará sobre las malévolas intenciones de cualquier autoridad de este mundo, llevando a cabo perfectamente Sus propósitos. Nosotros, simplemente, recibimos los beneficios de Sus victorias.
Las autoridades del mundo, el sumo sacerdote y el capitán de la guardia del templo, al enfrentar por primera vez una liberación celestial “dudaban en qué vendría a parar aquello”. El mundo no tiene respuestas para las acciones que vienen del cielo, que traen nada más que confusión a la mente humana. El creyente vive en otro ámbito; todo este mundo es opuesto, así que, en todas las circunstancias tiene que tomar una posición contraria al sistema mundano. La persecución se presenta claramente con una actitud contra cada área de la vida cristiana (v. 24), pero la enseñanza de los apóstoles, Juan y Santiago, nos enseñan muy claramente que es así, y por eso tenemos que tratar al mundo como a un enemigo.
Al decir los apóstoles que el cristiano no debe amar al mundo, algunos maestros enfatizarían que se está refiriendo a sus placeres y a los pecados morales, sin embargo, tener confianza en su sistema también indica un amor hacia él: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4). Juan habla del deseo carnal de cosas que el ojo ve y desea, y siempre tras el deseo está el orgullo humano que se levanta contra la ley de Dios. Para esta porción cito el Nuevo Testamento Amplificado del inglés: “No améis o queráis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor para el Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne (ansias para gratificación sensual) y los deseos de los ojos (codiciosos anhelos de la mente) y la vanagloria de la vida (certeza en sus propios recursos o la estabilidad de cosas terrenales), no proviene del Padre, sino del mundo (mismo)” (1 Jn. 2:15-16). Jesús hablaba de cosas básicas de la vida, alimento y vestimenta, al decir, “todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. (Lc. 12:30).
Una persona informó al concilio que los prisioneros estaban en el templo, ocupados en los asuntos de Dios (v.25). Entonces, la guardia del templo les condujo suavemente desde el templo al juzgado, por en medio de la gente. Muchas personas habían sido sanadas y habían recibido los beneficios del poder del evangelio y fácilmente contratacarían contra cualquier violencia de los oficiales (v. 26). Los llevaron delante del concilio y empezó el juicio (v. 27).
Primeramente, los miembros riñeron a los discípulos por haber desobedecido, predicando en el nombre de Jesús por toda Jerusalén y acusando al pueblo, pero especialmente a los gobernantes, por haberle crucificado, una acusación bastante correcta e injustificable, por cierto (v. 28). Otra vez, Pedro declara que la decisión tenía que ver con obedecer a las autoridades u obedecer a Dios, algo que determinó la decisión que tomaron (v. 29). Debido a que la acusación contra las autoridades era la verdad, absolutamente, Pedro la repitió con denuedo, asegurándoles que sus acciones se oponían a los propósitos del Dios de Israel (v. 30).
El plan que tuvieron de destruir a Jesús de Nazaret fracasó, porque al intentar hacerlo solamente estaban cumpliendo con “el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hch. 2:23). Y después de llevar a cabo el perfecto plan de Dios en la cruz, Él le levantó de los muertos y le sentó a Su derecha sobre el trono del universo. El Padre exaltó al Dios/Hombre para que fuese Príncipe y Salvador, para llevar a cabo la buena voluntad del Padre. Su propósito fue bendecir a Su pueblo con el arrepentimiento y el perdón de pecados (v. 31), con las mejores intenciones hacia ellos. El versículo 32 fue una hiriente reprensión verdadera, con la connotación de que el Señor había quitado Su unción de este cuerpo ejecutivo, y la había puesto sobre estos galileos sencillos porque fueron obedientes a Su evangelio.
Como podemos suponer, esta declaración dejó a los del Sanedrín ferozmente airados, a tal punto que tuvieron ganas de matarlos (v. 33). En este momento, Gamaliel entro en la discusión. Era un fariseo de quien Saulo de Tarso recibió estudios, y el, sí, creía en la resurrección de los muertos. Los saduceos de renombre que no creían en tales cosas, por respeto a la fama de este rabí, se pusieron de acuerdo con él.
Como en el último capítulo, los discípulos tuvieron que salir de la sala para que Gamaliel pudiera hablar libremente (v. 34). Argumentaba que el concilio debe tener cuidado de no oponerse a Dios (aunque ya lo había hecho y no pudieron hacer menos en el futuro). Hizo una breve exposición histórica, involucrando a dos rebeldes, Teudas y Judas, los cuales tuvieron sus propios seguidores. El pequeño ejército de cuatrocientos que se unieron a Teudas, cuando fue matado, se deshizo. Los seguidores de Judas también se disolvieron cuando este fue asesinado. El punto era que estas rebeliones no prosperaron porque eran inspiradas por hombres. Por otro lado, si Dios estaba tras el movimiento presente, no habría manera de derribarlo. El hombre tenía cierta sabiduría y un entendimiento más amplio que la mayoría del Sanedrín, y les aconsejó que debían permitir que este movimiento fuera probado con el tiempo, si era de Dios o no (vs. 35-39).
Nadie pudo refutar su lógica, así es que se tranquilizaron e hicieron entrar de nuevo a los apóstoles. Ahora veremos las limitaciones de Gamaliel porque, aunque su consejo fue fuerte, su valor y entrega no lo fueron. Si sus acciones hubieran estado de acuerdo a sus palabras, hubiera protestado ante la decisión de azotarles, y si no le escuchaban se debería haber unido a ellos para recibir el castigo. Pero no, no estaba con ellos en espíritu, solamente en palabras, y observó su castigo y escuchó a sus compañeros mandarles que dejaran de hablar en el nombre de Jesús. Después fueron puestos en libertad (v. 40).
La reacción de los discípulos, al dejar el Sanedrín, no fue algo terrenal, porque se regocijaron por tener la oportunidad de sufrir dolor y vergüenza con Jesús. Continuamente tenemos que recordar que la acción y respuesta cristianas son totalmente diferentes a lo que es normal entre seres humanos. Siempre los verdaderos cristianos están cumpliendo las palabras de Jesús al Padre: “Yo en ellos, y tú en mí… para que el mundo conozca que tú me enviaste” (Jn. 17:23). Este es el poderoso testimonio del Cristo morando en ellos (v. 41). Ellos siguieron, como antes del juicio, obedeciendo la voluntad de Dios, enseñando y predicando a Jesús como el Cristo, en el templo y en las reuniones en las casas. Ni el castigo, ni el último aviso de los líderes de su nación les detuvieron. Que sea un ejemplo para nosotros, en cuanto a lo que sea y tenga que ver con conformarnos a los caminos del mundo. Por eso tenemos el libro de los Hechos, para enseñarnos a seguir el ejemplo de los primeros discípulos (v. 42).
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