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Lowell Brueckner

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LA IDENTIFICACIÓN

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Capítulo 7

Identificándonos con la cruz


 
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Gálatas 2:16

En la segunda sección de este libro vamos a ver qué es identificarnos con la cruz. En la primera sección, vimos que Cristo fue crucificado por nosotros, es decir, hizo algo para nosotros que nosotros no pudimos hacer. Esto significa que Él fue nuestro sustituto, entró en la situación para tomar nuestro lugar. Fue juzgado y castigado por nosotros porque, de no haber sido así, nosotros seríamos juzgados en el juicio final y lanzados al Lago de Fuego para siempre.

Sin embargo, en el texto que estamos considerando ahora, Pablo se ve a sí mismo crucificado. Él dijo: “Cuando Cristo murió, yo morí también”. Se identificó con la cruz, y si nosotros vamos a vivir una vida verdaderamente cristiana, tenemos que hacer lo mismo.

En los cuatro Evangelios, Dios nos ha hablado en una forma perfecta por medio de Su Hijo. Cristo abrió para nosotros la puerta hacia los caminos de Dios como nunca antes en la Escritura. Después, Pablo, enseñado por el Espíritu de Dios, aprendió estos caminos y escribe de ellos a las iglesias. Él tuvo mucho que decir acerca de la cruz en su carta a los gálatas. Fue inspirado por el Espíritu Santo para compartir estas verdades: los altos y magníficos pensamientos de Dios, que son totalmente opuestos a los caminos del hombre. Los seres humanos, por sí mismos, no pueden captar estas cosas. No hay un tema que esté tan alejado de su alcance como es el de la cruz. Es un mensaje diametralmente opuesto al mensaje del mundo y sus expertos. La luz del Espíritu Santo tiene que brillar fuertemente sobre nosotros para que podamos entender, apreciar y abrazar a la cruz.

Gálatas es un libro que nos enseña acerca de la libertad cristiana, pero a menudo es malinterpretado. Cuando la mentalidad del creyente está dominada por la carne busca complacerse a sí mismo y dice: “Soy libre en Cristo. Puedo hacer lo que me dé la gana e irme donde quiera. Puedo participar en los placeres del mundo y a la vez seguir siendo un buen cristiano. Puedo tener el mundo y el cielo a la vez”. El Espíritu Santo nunca alumbra la carne y, sin Su alumbramiento, la cruz no podrá hallar lugar en el entendimiento humano. Sin embargo, el que es una nueva criatura en Cristo Jesús, verá la cruz tras la libertad cristiana.

Ya que hemos mencionado cómo la mente carnal malinterpreta las Escrituras, permíteme seguir diciendo que, por la misma razón, muchos cristianos tienen que comprobar si las cosas que creen y hablan son correctas o no. ¿Estarán repitiendo acaso doctrinas interpretadas con el propósito de relacionarlas a la situación en la que se encuentran o, por el contrario, estarán entendiendo las doctrinas que el Espíritu, desde que fueron escritas, quiso enseñar? Ninguna escritura fue dada “por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P.1:21). Ningún esfuerzo por parte de la voluntad humana debe estar involucrado en la interpretación de la Escritura. ¡Cómo quisiera que esta verdad fuera honrada hoy en día!

El hecho de haber escuchado algunas cosas reiteradamente durante muchos años, nos hace suponer que son verdaderas, pero...¡puede ser que no lo sean! Por eso es importante escuchar cosas de fuera de nuestro ámbito y también leer lo que autores comprobados como hombres de Dios, han escrito. Zac Poonen, un hombre que Dios ha levantado en este tiempo tan peligroso, cree que actualmente se están formando muchas sectas nuevas con doctrinas particulares. Nos advierte de una costumbre de las sectas: “Los grupos sectarios conservan a sus miembros como si fueran orugas dentro de un capullo, haciendo que permanezcan totalmente ignorantes a lo que Dios ha hecho por otros hombres piadosos en los siglos pasados, e incluso, por hombres piadosos en otros grupos cristianos de su día”.

En el capítulo 5 de Gálatas, versículo 24, declara: “Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. ¿Puedes ver esto? No somos libres para hacer lo que nos complace, al contrario, somos libres para no hacerlo. Cuando nuestras pasiones y deseos son llevadas a la cruz, entonces somos libres para hacer la voluntad de Dios. Ahora mira en el capítulo 6, versículo 14: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. Es otra identificación clara con la cruz de Cristo. Por Su cruz mi relación con el mundo ha sido cortada.

Aunque vivimos en el mundo, no somos del mundo, y por eso el mundo nos rechaza. Podemos asemejarlo a cómo la perla se forma en la ostra. Cuando un parásito o una partícula de arena se aloja por accidente en el cuerpo de la ostra, ésta, en un esfuerzo por aliviar esta molestia, inicia una acción defensiva. La ostra empieza a segregar una sustancia cristalina lisa y a la vez dura, alrededor del objeto irritante, con el fin de protegerse. Mientras el cuerpo extraño permanezca dentro del cuerpo de la ostra, ésta seguirá segregando nácar alrededor del objeto, capa tras capa. Después de varios años, el objeto irritante quedará totalmente encerrado dentro de esta sedosa capa cristalina. Esto es lo mismo que sucede con la iglesia y el mundo. Aunque es incómodo para ella, la iglesia se encuentra dentro de un mundo al que irrita y para el cual es una molestia. Por eso el mundo, tratando de librarse de ella, la persigue. Pero esta persecución es un proceso necesario que, en lugar de hacer daño a la iglesia, la adorna y la embellece. La oposición del mundo en contra de ella hace que se convierta de algo insignificante a una hermosa joya.

Cuando mi padre y mi tío recibieron a Cristo, sus instrumentos también fueron crucificados con ellos para el mundo. El violín y el saxofón no volvieron a escucharse en el salón de baile, lo que produjo numerosos enfados en el dueño, que era mi abuelo. A partir del primer día de su conversión, los instrumentos fueron apartados para la gloria de Dios y para bendecir a Su pueblo. Podían verse las lágrimas fluir cuando mi padre tocaba los antiguos himnos de Sión con su violín. Mi tío, junto a sus dos hijos, formaron un trío de saxófonos, y sus canciones fueron escuchadas en la radio por todo el medio oeste de los Estados Unidos.

Lo mismo tiene que pasar con la carne. Gracias a Su cruz, ya no tenemos que cumplir más con sus deseos y pasiones. Hemos sido libertados de la esclavitud a la carne y al mundo. La cruz ha tratado estos asuntos. Más que esto, Pablo dice que la cruz le libró de sí mismo y que ahora tenía libertad para vivir por la fe de Otro. Fue más que una victoria sobre el tabaco, las drogas, el alcohol… ¡Fue librado de Pablo mismo: su voluntad, su ego y sus propias capacidades! Él manifestó los atributos de Cristo en su cuerpo mortal… Su amor, gozo y paz reinaban en Pablo. Moisés tuvo que pasar 40 años en el desierto para poder librarse del ego que había sido formado en el palacio de Faraón, y así llegar a ser un pastor para su pueblo.

La única manera en la que podemos gozar de los placeres y privilegios de la vida cristiana es por medio de la cruz. Fuera de ella no existe posibilidad alguna de poder disfrutar de todo lo que Dios tiene para nosotros. Pero cuando vamos a la cruz, entonces... ¡todo es nuestro! “Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro… y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Co.3:21-23). Podemos vivir gobernados por principios más poderosos que la ley y el temor. Hay un camino preparado para nosotros en el Espíritu Santo y en el amor de Dios. No hay otra manera de vivir en el mundo que pueda compararse a esta. Tenemos el privilegio de andar en el Espíritu, entrar directamente a la casa de Dios y, una vez allí, ¡sentirnos en casa! Él ha abierto el almacén del cielo para Sus hijos.


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