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EL Lugar Santísimo

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EL LUGAR SANTÍSIMO

“Dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie. Lo cual es símbolo para el tiempo presente… Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo… por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eternal redención.” Hebreos 9:8,11,12

Posiblemente quieras leer el pasaje completo, desde el versículo 6 hasta el 12. Queremos tener un claro y sencillo entendimiento de lo que el escritor nos enseña. Nos dice que el tabernáculo es un símbolo, lo que hace que podamos tener una idea visual de cosas más grandes y celestiales.

El propio tabernáculo consistía de dos partes: 1) El Lugar Santo, en el que solamente los sacerdotes podían entrar y atender diariamente un servicio tan privilegiado. 2) El Lugar Santísimo, era la parte interior del tabernáculo en la que solamente el sumo sacerdote podía entrar, sólo una vez al año.

Estas fueron las instrucciones dadas al sumo sacerdote: “Jehovah dijo a Moisés: Di a Aarón tu hermano, que no en todo tiempo entre en el santuario detrás del velo, delante del propiciatorio que está sobre el arca, para que no muera; porque yo apareceré en la nube sobre el propiciatorio.” Obviamente Aarón tuvo un privilegio que ningún otro hombre sabía. Sólo a él le fue permitido entrar en el lugar más sagrado para los israelitas; en realidad era el lugar más santo de toda la tierra. Ya que el simbolismo tenía una importancia suprema, entrar conllevaba consigo el peligro de la muerte, si algo estaba fuera de orden. Él nunca pudo decidir cuando entrar, tenía que ser a través de una cita divina. En ese compartimento, relativamente pequeño, el Dios omnipotente bajaba para tomar Su lugar.

Significado espiritual
Recordemos que Pedro nos enseñó que por la fe en Cristo hemos sido hechos un sacerdocio real y que ofrecemos sacrificios espirituales. Podemos entrar en la primera parte del tabernáculo para llevar a cabo el servicio divino (1 P. 2:9), pero nadie que esté fuera de la comunión de los santos tiene este privilegio.

Sin embargo, el Lugar Santísimo es un asunto diferente. Simboliza el lugar donde Dios tiene Su trono, y no estaba abierto a los hombres hasta el tiempo en que la realidad tomara el lugar de los símbolos. En Su santa presencia no puede entrar nada que no sea absolutamente perfecto, porque la naturaleza de Dios no tolera ninguna impureza. Él está guardándola en un estado sin mancha para toda la eternidad.

La única razón por la que el sumo sacerdote podía entrar en el comparti-mento interior, fue porque él tipificaba al Sumo Sacerdote celestial, Jesucristo. Aunque su entrada no era frecuente, era permitida, para que Israel pudiera recordar cada año la necesidad de que un día un Sacerdote pudiera abrir un camino al trono de Dios para la humanidad. Un velo, un telón muy grueso, escondía el Lugar Santísimo de los ojos del hombre para que no pudiera verlo; ni siquiera podía mirar adentro.

Tenemos que tenerlo muy claro; tú y yo nunca hemos sido ni seremos dignos de tal honor. Nada que podamos lograr en la santidad práctica nos permitirá ser aceptados allí. Si creemos que tenemos que llegar a la perfección en la experiencia humana para poder entrar, entonces, sin ninguna esperanza, la entrada nos es denegada para siempre. Ese lugar es demasiado santo para cualquier logro humano.

Pero existe una manera, y sólo una, por la que sí podemos entrar en el Lugar Santísimo, no hecho de manos, y tuvo lugar hace dos mil años. Fue a través del sacrificio de Cristo, ofrecido mediante el Espíritu eterno (He.9:6), por su propia sangre, derramada por nuestros pecados y no por los Suyos. Él hizo esa poderosa obra y clamó desde la cruz: “¡Consumado es!” Después de Su último respiro, “el velo del templo se rasgó en dos de arriba para abajo” (Mc.15:38). Este era el velo que separaba el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Fíjate bien, no fue rasgado desde abajo… como si fuera por algo terrenal – algo que nosotros pudiéramos hacer – para poder entrar. Dios, totalmente satisfecho con la muerte de Su Hijo como el precio por nuestros pecados, partió el velo en dos. Ahora ya no sólo era visible lo de adentro, sino que además hubo entrada.

La vida cristiana tiene dos perspectivos
Tenemos que ver la vida cristiana desde dos perspectivas. Una tiene que ver con nuestra posición en Cristo, y otra es la práctica. Solamente en Su perfección, no por cualquier santidad que nosotros logremos en la práctica mientras dure nuestra jornada terrenal, podemos ser aceptados delante de Dios. La santificación práctica es un proceso que dura toda la vida, y por la cual nunca seremos dignos de entrar en un lugar tan sumamente sagrado. Pero por la fe en Cristo tenemos acceso inmediato. Incluso sabemos del ladrón en la cruz que pudo entrar al momento en el paraíso. Jesucristo es nuestra esperanza de gloria… ¡la única esperanza!

Hay diez mil razones por las cuales una persona no puede ir al cielo, pero solamente una razón por la que sí iría. ¡La razón es Jesucristo y no hay otra! Añadir a Su persona y a Su obra una sola cláusula anularía la gracia. ¿Esto quiere decir entonces que no debemos preocuparnos por vivir una vida santa? ¿No nos manda la Biblia que nos santifiquemos? Sí, pero no para tener entrada en el cielo.

La esperanza, entonces la purificación
Toma este versículo en cuenta: “Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1Jn 3:3). La esperanza está en primer lugar, y la purificación sigue como resultado. Quisiera que notaras que la declaración incluye a todos. Cada cristiano se purifica, pero no se purifica para obtener la esperanza. La tiene ya. Él se purifica porque es una nueva criatura… un hijo de Dios… y su deseo es ser como Jesús. A un hijo de Dios verdadero notendrás que amenazarle con el infierno, porque en su naturaleza, su deseo es estar limpio. Sí, tendrás que amenazar a un perro para que no vuelva a su vómito y a una puerca para que no se revuelque en el cieno… pero a una oveja, no.

Aún el viejo Israel tuvo esta posición. Balaam observó la manada de Dios extendida en el desierto en sus tiendas y proclamó la palabra del Señor: “He recibido orden de bendecir… (Dios) no ha notado iniquidad en Jacob” (Num.23:20-21). Su pecado fue cubierto. David dijo y Pablo lo citó: “Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado” (Ro.4:7-8).

Bueno, estas son buenas noticias para las ovejas de Dios que desean ser puras como Él es puro, aunque muchas veces fallan. Sí, ¡este es el evangelio! No es un evangelio barato; ha sido ganado por nosotros a un precio terrible… la sangre preciosa y única del Dios/Hombre. Camina en Él por el velo rasgado, sin dudar, porque no entras por tu santidad, sino porque Él ha hecho una obra completa y perfecta. Como resultado de Su muerte sacrificial, nos puede ofrecer lo siguiente: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (He.4:16). ■


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