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Lowell Brueckner

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UN SOLO TEMA... LA CRUZ

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Lo que sigue es el primer capítulo en el nuevo libro, "Tenemos un altar".

Capítulo 1

Un solo tema – la cruz

“Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”.
                                                                                                                                 1 Corintios 2:2

He sido invitado en muchas ocasiones a hablar en campamentos de jóvenes. Generalmente, cuando pensamos en cual sería el mensaje idóneo para retar a este colectivo, pensamos en los actuales problemas y desafíos de la juventud, como el sexo, la evolución y la presión entre sus compañeros, para sentirse aceptados entre ellos. Además, si es posible, preferimos que les enseñen personas jóvenes que puedan identificarse con ellos, especialmente si hacen muchas bromas y usan tácticas para entretener a los niños.

Personalmente, varias veces he utilizado el libro de Jonás para hablar acerca de los peligros de perder la voluntad de Dios en sus vidas, y de los primeros seis capítulos de Daniel, demostrando la necesidad de mantenerse firmes para Dios sin comprometerse con el mundo. He hablado de Sansón y su fuerza sobrenatural, de David, su juventud y entrega a los propósitos de Dios. He enfatizado sobre el discipulado y la actividad misionera.

Hace dos años me invitaron a un campamento que iba a durar más de una semana, y en el que, al menos, tenía que dar dos clases diarias. A medida que se acercaba el tiempo, la carga que crecía en mi corazón tenía que ver con la cruz de Jesucristo. Tengo que confesar que luché por un tiempo, imaginándome delante de más de 120 enérgicos seres humanos con un gran amor por la vida, intentando presentarles un mensaje de renuncia y muerte. Según cualquier tipo de lógica humana, tal énfasis parecería fuera de lugar y destinado al fracaso. Fue entonces cuando el versículo de I Corintios 2:2, me hizo cambiar mis razonamientos naturales y me puso frente a la verdad eterna.

En la primera reunión del campamento anuncié el tema a los jóvenes y les hice la siguiente pregunta: “¿Creéis que Pablo sintió que en la ciudad de Corinto, más que en otras como Roma, Éfeso y Tesalónica, este mensaje era particularmente necesario?” La respuesta fue que no. “Vale, pues”, seguí insistiendo, “posiblemente fue algo que hacía falta en el primer siglo, mientras la iglesia apenas estaba formándose”, pero otra vez negaron con sus cabezas. “¿O creéis que Pablo estaba escribiendo de algo que tiene que ser enfatizado en la iglesia tanto tiempo como dure el mundo?”. Su respuesta afirmativa hizo que continuara con la siguiente declaración: “Yo creo que si el apóstol Pablo estuviera aquí en mi lugar hoy, probablemente éstas serían sus palabras: ´En esta semana de campamento me he propuesto no saber cosa alguna entre vosotros, jóvenes, sino a Jesucristo, y a éste crucificado.´ Es la palabra de Dios para cada lugar y es apropiada para todas las situaciones” .

De la misma manera que el Espíritu Santo me había dirigido en la dirección que la enseñanza debía tomar, también había preparado a un grupo de adolescentes espiritualmente hambrientos para que estuviesen orando por ello. Aparte de su fiel asistencia a las reuniones, pocas veces les vimos participar en otras actividades. Ellos habían venido al campamento para encontrarse con Dios y para verle moverse entre sus compañeros. No estaban allí para conformarse con los caprichos de la mayoría, sino decididos a cumplir los deseos de su Señor.

Antes que empezara una de las primeras reuniones sentí un “temor consolador”, algo que frecuentemente siento antes de hablar, unas veces más fuerte que otras. Entonces dije a mi traductora: “Tengo miedo”. Ella me miró un poco perpleja, así que intenté explicarle: “¿Sabes?, no tengo miedo de hablar frente a ningún tipo de gente, incluso jóvenes, pero tengo miedo de estar exponiendo la verdad bíblica y encontrarme yo solo en el esfuerzo, porque entonces no estaré llevando a cabo el plan de Dios y dejaré insatisfechas a las almas hambrientas”.

Al poco tiempo oí que un chico se había encerrado en su habitación y que no quiso salir, ni siquiera para ir a las reuniones. Había sido poseído por una poderosa convicción de pecado. En una de las siguientes reuniones de la mañana tuve que detenerme varias veces porque la voz de la traductora se quebró por la emoción, hasta que finalmente lloró profusamente y no pudo traducir más. Fue así como terminó mi mensaje. Entonces el director del campamento, puesto en pie, oró bajo un fuerte llanto, derramando su corazón quebrantado como una ofrenda al Señor Jesús. Después, dirigiéndose a los jóvenes recitó Juan 3:16. Vez tras vez lo citaron y después lo cantaron: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”. Parecía que era la primera vez que lo oían.

La última reunión en los campamentos siempre empieza tarde y dura varias horas. Los monitores entregan trofeos y diplomas individuales a cada asistente con una palabra de ánimo especial para él o ella. No es mi tiempo preferido, así es que, en esa ocasión, cerca de la medianoche, me fui a la cama. Por la mañana oí el siguiente reporte:

Después de haber dado como 60 diplomas, más o menos la mitad, uno por uno, mencionó el nombre de un joven de catorce años que había causado varios problemas durante el campamento. Éste, tomando su diploma, se acercó al director pidiendo permiso para hablar. El director consintió y el joven dijo: “Yo quiero recibir al Señor Jesús”, y se echó a llorar amargamente. Dos horas después todavía podían escucharse sus sollozos en el dormitorio. La entrega del resto de los diplomas fue puesta a un lado, y en su lugar se hizo una invitación para orar por aquellos que habían sido tocados por el Espíritu Santo. Jóvenes inconversos respondieron.

Las almas jóvenes al igual que las más maduras, prefieren la verdad de la palabra de Dios que consejos sobre cómo tratar con dilemas insignificantes. Antes de una convención los jóvenes de cierta denominación se “pusieron en huelga” porque los líderes habían contratado a conferencistas especializados en problemas juveniles. Ellos rehusaron asistir a cualquier concentración semejante. Yo honro este tipo de “rebelión”, que en verdad no es tal cosa, sino un rechazo a conformarse con los razonamientos humanos. ¡Ellos sólo querían escuchar la palabra de Dios!

Escribo estas historias para ilustrar que en cualquier tiempo, en cualquier lugar, entre cualquier tipo de gente, y pareciendo poco probable que puedan hallarse resultados, Dios desde Su cielo respalda la predicación de la cruz. No es sólo un mensaje, sino el único mensaje. Con esta experiencia del campamento atrás, y con esta verdad nuevamente impactando mi corazón, os escribo algunas doctrinas relacionadas con la cruz. Algunas son muy básicas y tienen que ser entendidas desde el principio, cuando el corazón humano es expuesto por primera vez al evangelio. Otras son lecciones que uno aprende a través de los años.

En una ocasión, un oyente preguntó a un misionero que yo conocía, después de su mensaje: “¿Cuánto tiempo tardaste en preparar este sermón?”. “Pues, este mensaje ha estado formándose por unos veinte años. Otros requieren más tiempo… como treinta años o más”, contestó él. ¡Muy cierto! Adicionalmente, para poder traer la verdad antigua a los corazones modernos, tenemos que estar recibiendo con frescura enseñanzas del Espíritu Santo, quien nos abre las Escrituras de forma cotidiana y hace que las experiencias y circunstancias del tiempo actual coincidan con las enseñanzas bíblicas.

Jesucristo… ¿Quién es?

Ahora pasaremos atentamente al texto de Pablo. Notaremos en primer lugar que la predicación acerca de la obra de la cruz, tiene que apuntar hacia la persona que llevó a cabo la obra – a Jesucristo, y a éste crucificado”. Lo que fue hecho en la cruz solamente tiene valor para nosotros cuando presentamos correctamente Al que fue crucificado. Si sólo fue un mero hombre el que sufrió y murió, no importa lo bueno que fuera, o si algún ser celestial poderoso, alguien menos que Dios, fue clavado a aquel madero, ¡entonces estamos todavía en nuestros pecados!Si no enseñamos que fue la divinidad quien murió en el Calvario, entonces nuestra doctrina es falsa, nuestra salvación no es segura y nuestra esperanza es vana. No somos menos que falsos profetas, y ser apedreados sería algo demasiado bueno para nosotros. El castigo por la proclamación de una mentira como ésta es la condenación eterna. Carlos Wesley escribió:

“Amor asombroso, ¿cómo puede ser,
que Tú mi Dios, murieses por mí?"

Pablo primeramente predicó a Jesucristo y después habló de Su obra. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo”, dijo (2Co.5:19). Él es el eterno Hijo de Dios no creado. Cristo es el Verbo de Dios desde el principio. Él era con Dios y era Dios. Fue aquel Verbo quien fue hecho carne y habitó entre nosotros – 100 por cien Dios y 100 por cien Hombre. Fue aquel Verbo quien fue a la cruz.

No es obra de hombres o ángeles proveer un remedio que pueda destruir un sin fin de pecados. Cada uno de nuestros pecados merece una eternidad de castigo porque fueron cometidos contra un Dios que es infinitamente santo, sin embargo, la obra de redención fue realizada en pocas horas por medio de una sola Persona. El Espíritu Santo reveló a Martín Lutero cómo el precio de los pecados de muchos solamente pudo ser pagado por medio de Uno, cuya sangre es de un valor infinito, y dijo: “¡Una gota de la sangre de Jesucristo fue suficiente para redimir todos los pecados del mundo entero y diez mil mundos más!”. El corazón de un genuino hijo de Dios responde y arde al escuchar esta declaración, porque Dios ha puesto en él la capacidad de apreciar la grandeza de la obra redentora y la magnificencia de la Persona divina que la ha llevado a cabo. Sólo un individuo que no ha nacido de nuevo estaría satisfecho con menos.

Ésta es la enseñanza clara del Nuevo Testamento por medio del escritor de Hebreos: “Donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive” (He.9:16-17). Nosotros creemos que es Dios el que nos involucró en el Nuevo Pacto… el Nuevo Testamento, que es el título del libro que nos da las condiciones del pacto desde Mateo hasta Apocalipsis. Es el testamento entre Dios y el hombre, y Él lo ha preparado. El escritor está preguntando: “¿Has oído alguna vez que se leyera un testamento antes de morir el testador?”. La respuesta es “no”… ¡Dios ha muerto en Cristo!

La sangre que fue derramada fue la sangre del Testador que puso en vigor el Nuevo Pacto. Ésta fue la enseñanza de Cristo la misma noche que fue entregado y arrestado, cuando daba el vino a Sus discípulos: “Esta copa (simbólicamente) es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (según Lucas 22:20), o “esto es mi sangre (simbólicamente) del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (según Mateo 26:28). El pacto es lo que tiene que ver con la vida eterna, y así se lo enseñó Jesús a los judíos. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn.6:54). Cuando una persona entra en el pacto por la sangre de Cristo, debe tener muy claro de Quién es la sangre que está ingiriendo en su espíritu, de lo contrario no tendrá valor eterno para él. “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Jn.6:66). Ellos no querían dar crédito a Jesús de Nazaret hasta el punto de tener que depositar en Él toda su confianza, a fin de recibir la vida eterna.

Nosotros, como Pablo, al predicar el evangelio, primeramente tenemos que adoctrinar acerca de la persona de Cristo. No es suficiente decir: “Cristo murió por ti”. Es verdad que lo hizo, pero la pregunta debe ser: ¿Quién es este Cristo? Al escuchar a un evangelista, gran variedad de salvadores pueden formarse en el pensamiento de la persona inconversa, por haber estado bajo el engaño de espíritus malos durante toda su vida. Su visión del mundo entero es falsa y su mentalidad es perversa. Sólo el Espíritu Santo puede conquistar las mentiras que se han acumulado durante los años y usar la predicación ungida del evangelio para instruir al hombre de acuerdo a las Escrituras. Jesús tiene que ser clara y bíblicamente presentado al incrédulo.

Jesús enseñó sobre sí mismo, comenzando con Moisés (desde Génesis hasta Deuteronomio), y continuando con los profetas (Lc.24:27). Los cuatro evangelistas demostraron claramente que Jesús de Nazaret era el Mesías prometido del Antiguo Testamento. Ellos citaban continuamente lo que la Escritura decía acerca de Él, mientras escribían de Su vida. Lo mismo hicieron los apóstoles en el libro de los Hechos, y nosotros, no podemos hacer menos. Jesús dijo que muchos Cristos y falsos profetas vendrían y engañarían a muchos. Nosotros, como “profetas” verdaderos, tenemos que presentar al Cristo verdadero, no sólo a través de un testimonio personal, sino a través de la palabra segura… la Biblia.

El crucificado

Recuerdo haber conducido por Rumania antes de unas importantes elecciones políticas. Había carteleras por todas partes anunciando los diferentes partidos políticos: en las carreteras, en el campo, en los postes de las farolas de los pueblos, en las calles… Todas mostraban candidatos sonrientes y bien vestidos, para ocupar puestos locales, provinciales y federales. Hacían lo posible para dar la impresión de que estos hombres y mujeres eran inteligentes, amistosos y compasivos seres humanos, dignos del voto de los ciudadanos. “Éstos son nuestros candidatos”  declaraban los partidos  “Votad por ellos” .

Entonces mis pensamientos se enfocaron en los Evangelios y en el evento central de toda la historia humana, que tomó lugar fuera de la ciudad capital de la pequeña nación de Israel. Entre el cielo y la tierra, sobre una cruz romana, un cuerpo colgado era expuesto al público. Su rostro estaba tan desfigurado debido a los múltiples golpes que le habían sido propinados, que era imposible discernir quien era. Una corona de espinas hacía fluir la sangre de su frente y, sus manos y pies, clavados a un madero, dejaban ver sus heridas abiertas. Su túnica le había sido quitada. Y allí, encima de Él, por orden del gobernador romano, fue puesto un cartel escrito en latín, griego y hebreo, declarando el crimen por el cual había sido castigado: “Éste es Jesús de Nazaret, rey de los judíos”. Entonces Dios, mirando la escena desde Su trono en los cielos, declaró: “¡Éste es mi Candidato! ¡Votadle a Él!”

Desde aquel día “el anuncio” ha sido traducido a cientos de lenguas diferentes para que todo el mundo lo vea. La cruz revela de manera sorprendente cómo Dios hace Su publicidad. Esto es algo en lo que no debemos equivocarnos, Su manera siempre es la correcta y la más sabia. Desde su caída, las maneras del hombre están pervertidas y completamente en oposición a la percepción que Dios le dio cuando fue creado. La manera en que el hombre procede a hacer su publicidad es engañosa y falsa. Pero Jesús dijo: “Yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Jn.12:32). Hablaba de su crucifixión como una atracción por medio de la cual, y sólo por ella, la gente sería atraída a Él. Necesitamos poner a un lado toda la religión humanista porque… nadie viene a Cristo si no es por la cruz.

Además de este principio de atracción, que turba la mente humana, veremos otros dos atributos vitales de Dios que la cruz presenta vívidamente; pero antes quiero hacerte la siguiente pregunta: ¿Con qué cualidad de la personalidad de Dios piensas que tu mente se debe impresionar al ver la escena de Cristo en la cruz? Si tu respuesta ha sido “el amor”, que es la más común hoy en día, me siento obligado a corregirte, ya que la respuesta correcta a esta pregunta es esencial. La cruz debe impresionar fuertemente al alma humana con la justicia perfecta de un Dios santo.

En el mundo ha existido siempre una gran controversia respecto al sacrificio de la muerte de Jesús y su sangre derramada. “¿Por qué tanta sangre?”, preguntan. “¿Qué Dios, sediento de sangre, demandaría tal tortura y sufrimiento de Su Hijo? Si Dios es amor, ¿por qué trata el pecado de una manera tan violenta? ¿No sería mejor decir sencillamente: ‘Te amo y te perdono, y voy a pasar por alto lo que has hecho y empezaremos de nuevo’?”.

¡No! ¡No puede ser! El amor de Dios está sujeto a Su justicia, y no puede realizar su obra hasta que se haya tratado primeramente con los pecados. Si es que va a perdonar nuestros pecados sin que su Reino deje de permanecer eternamente como un reino de justicia perfecta, esto tiene que ser así. Como Dios es justo, tiene que permanecer justo; Él nunca pasa por alto la menor de las ofensas. Nunca ha perdonado sin condiciones, y nunca lo hará. Cada ofensor será llevado a juicio para tratar con cada ofensa.

Cada nación civilizada tiene un departamento de justicia, y cuanto mejor es el sistema judicial, más tranquila y segura está la nación. Policías que no arrestan a los criminales, y jueces que no castigan estrictamente a los que quebrantan la ley, causan la ruina a la sociedad. La gente confía en ellos para poder vivir seguros y sin temor. Por supuesto, en este mundo no sabemos nada de una justicia perfecta. Tan sólo un porcentaje relativamente pequeño de crímenes y delitos son castigados actualmente. Sin embargo, el Reino de Dios es un reino de paz y seguridad perfectas, porque es un reino de justicia perfecta. Nada entrará en su dominio que lo contamine, asegurándolo así por toda la eternidad.

Ésta fue la razón que llevó a Jesús a la cruz, todo lo que allí pasó fue absolutamente necesario. Para entender la severidad de la pena impuesta, otra vez tenemos que dejar que nuestra mente se oponga completamente a la de la gente del mundo, que ha adoptado la filosofía del humanismo, manteniendo la idea de que todo lo que pasa tiene que ser para el bienestar de la humanidad. Y dado que estamos afectados por su dominante influencia, quizás hallemos la siguiente ‘migaja’ difícil de digerir: La Biblia nos enseña que el hombre no fue el único beneficiario de la obra de la cruz; de hecho ni siquiera fue el principal beneficiario.

Para corregir nuestra manera de pensar debemos abrirnos a una lógica sencilla, rechazada por un mundo rebelde. Tenemos que llegar a reconocer quién es el Creador y quiénes las criaturas, y cual de ellos existe para el beneficio del otro. Ya que la respuesta es tan obvia, nos ayudará a entender por qué el hombre amotinado ha aceptado la teoría de la evolución. Al hacerlo, está rechazando el hecho de que existe un Creador y, como consecuencia, piensa que puede vivir como le dé la gana.

La obra de la cruz fue para el Creador, antes que para Su creación. ¡Principalmente Jesús murió para aplacar la ira de un Dios santo! Fue la voluntad de Su Padre que Él fuese a la cruz. El castigo tiene que ser terriblemente infinito porque el pecado es infinito; es contra una personalidad infinitamente santa y digna de un servicio, obediencia y adoración infinitas. Por eso el Sacrificio infinito fue a la cruz, pagando un precio infinito. Así Dios fue complacido y Su justicia fue satisfecha.

Existen precedentes de este hecho en el Antiguo Testamento. Cuando Israel hizo un becerro de oro y lo adoró, Moisés se interpuso entre Dios y el pueblo “a fin de apartar su indignación para que no los destruyese” (Sal.106:23).

Números 25 describe cuando los varones israelitas cometieron fornicación con las mujeres moabitas, pasando de ahí a la idolatría. Por ello Dios envió una plaga que acabó con 24.000 personas y mandó a Moisés ahorcar a los príncipes de Israel. En medio del desastre, uno de los príncipes de Israel trajo descaradamente a una mujer extranjera a su tienda, a plena vista de Moisés y del público. Seguidamente, el sacerdote Finees, entró en la tienda y alanceó a ambos por el vientre, y cesó la mortandad. Dios dijo: “Finees… a hecho apartar mi furor de los hijos de Israel, llevado de celo entre ellos…" (v.11). Lo hizo para Dios porque era celoso de Él.

Mientras Josué dirigía a Israel a entrar en la Tierra Prometida, “Acán… tomó del anatema; y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel”. Como resultado, Israel perdió la siguiente batalla en la que murieron 36 soldados, poniendo así en peligro, entre los canaanitas, la fama de ser un pueblo dirigido y capacitado por Dios. La reputación de Dios estaba en peligro. Entonces todo Israel apedreó a Acán y “Jehová se volvió del ardor de su ira” (Jos.7).

No sólo en el Antiguo Testamento se nos habla de la ira de Dios, sino que en el Nuevo Testamento es donde Juan, el apóstol amado, escribe: “El que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Jn.3:36). Pablo enseña que los hijos de desobediencia son “por naturaleza hijos de ira” (Ef.2:3) y que los creyentes serán “salvos de la ira” (Ro.5:9). El libro de Apocalipsis nos describe con horror cómo será el castigo ardiente de cada idólatra: “Será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero” (14:10).

La primera cosa con la que tenemos que enfrentarnos al venir ante la cruz es con la justicia de Dios. Es ahí donde el escritor de himnos, John Newton, empezó su caminar espiritual. Lee las siguientes palabras e intenta sentir el dolor del autor al estar delante del Cordero agonizante, cuando entendió que había sido su pecado lo que le había puesto allí, para cumplir así con el justo juicio de Dios contra él:

“Por mucho tiempo me deleité en la maldad,
Sin sentir ninguna vergüenza o temor;
Hasta que algo nuevo en mi mirada se cruzó,
Y mi carrera salvaje paró.

En aquel madero, en agonía y sangre A uno colgado ví;
Y mientras cerca de su cruz estuve Sus debilitados ojos Él fijó en mí.
Sé seguro que nunca, hasta mi último respiro, Olvidaré esa mirada;
Parecía culparme de Su muerte, Aunque no pronunció palabra.

Mi consciencia sintió y se adueñó de la culpa,
Sumergiéndome en la desesperación
Por ver lo que mi pecado había causado;
El derrame de Su sangre y el estar allí colgado.

¡Ay! No supe qué había hecho,
Pero ahora mis lágrimas en vano son;
¿Dónde esconderé mi temblorosa alma?
Porque di muerte al Señor”.

Si hemos entendido la justicia de Dios, entonces podremos captar la gloriosa verdad expuesta a continuación. Una vez que la justicia de Dios ha quedado satisfecha por la muerte de Su Hijo, Él se vuelve en amor y perdón hacia el pecador, quien se beneficia del sacrificio. El salmista llevó este pensamiento a la poesía de forma hermosa: “La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron” (Sal.85:10). La verdad y la justicia de Dios se mantuvieron firmes para que la misericordia y la paz pudieran ser derramadas sobre el ser humano. Es entonces y sólo entonces cuando podemos ver el amor de Dios para nosotros en la cruz. Fíjate como Newton recibió una segunda mirada:

“Una segunda mirada hacia mí dirigió:
‘Libremente perdono todo;
Morí para que vivieras;
Esta sangre tu rescate pagó’.

Así, mientras Su muerte expone mi pecado
Con el más negro ton;
Tal es el misterio de la gracia,
Que también sella mi perdón.

Oh, ¿puede ser que en un madero
Mi Salvador muriera por mí?
¡Mi alma está conmovida, se llena mi corazón,
Al pensar que por mí murió!

Pienso que sería apropiado cantar la canción anterior como un preludio a su más famoso himno: “Gracia asombrosa, qué dulce su sonido, que salvó a un desventurado como yo. Una vez fui perdido, pero ahora soy hallado, fui ciego, pero ahora veo” . Jesucristo es la única persona a la que Pablo quiso ver ensalzada en la iglesia, y Su nombre, la única bandera bajo la cual el pueblo de Dios debe acudir. La cruz es el único mensaje que él se propuso que fuese predicado. Sólo éste es nuestro altar, ante el cual, hacemos homenaje al que fue colgado allí…


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