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Lowell Brueckner

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Eclesiastés 3:1-8

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Capítulo 3

El tiempo apropiado


1.  Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. 
2.  Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; 
3.  tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; 
4.  tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; 
5.  tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar; 
6.  tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; 
7.  tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; 
8.  tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz. 

Un estudio honesto sobre Eclesiastés destruirá cierto cristianismo adulterado, basado en la bondad y compasión humanas. Un viejo amigo mío definió tal clase de personas como “El club de corazones sangrantes” y les categorizó bajo una bandera de “santidad” externa. Ellos se deleitan en la suave brisa del hablar tiernamente, practicar la tolerancia y, con los brazos abiertos, aceptar confiadamente a todos. Se horrorizan por una manifestación de enojo, por voces alzadas en señal de protesta, y por la severidad de la disciplina. Casi eliminan de sus conversaciones y de su credo la denuncia del pecado y el castigo eterno. Su amor cubre multitud de pecados, sin necesidad de ningún sacrificio de sangre.


Muchos tienen un concepto de Dios que es demasiado simple, para así poderle meter en su mentalidad. Piensan que le entienden bien y se escandalizan cuando hay una manifestación de la presencia de Dios que es contraria a su concepto de Él; su reacción es “¡Dios jamás haría tal cosa!” Supuestamente, han aprendido que el Creador siempre se involucra con lo que es positivo y bueno. Tienen mucha dificultad en aceptar a un Soberano que puede airarse, y que es capaz de aborrecer y echar a la gente en el infierno. Yo, claramente, recuerdo a una conocida mía, una maestra de la Biblia, que una vez dijo: “No puedo aceptar que mi dios pueda echar a cualquier persona en un infierno” (no he puesto la “d” de dios en mayúscula a propósito. Yo creo que ella era una idolatra que se había creado un dios falso en su mente).

Dios se reveló por medio de Isaías declarando: “El que forma la luz y crea las tinieblas, el que causa bienestar y crea calamidades, yo soy el Señor, el que hace todo esto” (Is.45:7, LBLA). Jesús avisó a Su discípulos: “Os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed” (Lc.12:5). El apóstol Pablo preguntó: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción…?” (Ro.9:22).

El predicador proclama, en el versículo 8, que hay un tiempo de amar y un tiempo de aborrecer. Por favor, entender que conozco bien lo que la Biblia enseña sobre el amor de Dios y lo apreciaré por toda la eternidad. Sin embargo, hoy en día, el problema es que  escuchamos, casi exclusivamente, acerca del amor, y muchos se asustan cuando se les informa de que la Biblia también revela el aborrecimiento de Dios. Por eso, quiero citar algunas porciones sobre el tema. Ya me he referido a un versículo en Romanos 9, y en los versículos 11-13, Pablo cita a Malaquías: “(Pues no habían aún nacido (Jacob y Esaú), ni habían hecho aún ni bien ni mal…) Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí”. Antes de que concretes tu teología, debes tomar en cuenta tres versículos en los Salmos: “Aborreces a todos los que hacen iniquidad… Dios está airado contra el impío todos los días… Al malo y al que ama la violencia, su alma los aborrece” (Sal.5:5; 7:11; 11:5).

Siendo quién es Él, Dios no toma en cuenta las opiniones de los hombres al hacer lo que hace. “Nuestro Dios está en los cielos; Él hace lo que le place” (Sal.115:3 LBLA). “Todo lo que Jehová quiere, lo hace” (Sal.135:6). “¿A quién pidió consejo para ser avisado? ¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó ciencia, o le mostró la senda de la prudencia?” (Is.40:14). “Él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Dn.4:35).

Los caminos del Señor son maravillosamente diversos y también equilibrados. Para Él, el momento oportuno es de vital importancia. Leonard Ravenhill citaba dos mandamientos de Dios a Elías: “Apártate y escóndete” y “Ve, muéstrate” (1 R.17:3 y 18:1). Él decía: “Es incorrecto mostrarte cuando Dios te dice escóndete, e igualmente incorrecto es esconderte cuando Dios te dice muéstrate”. Te equivocas si concluyes en que Dios siempre manda de una sola forma. 

Precisamente ahora, el Predicador nos presenta este principio; el principio divino del tiempo apropiado en la vida sobre la tierra. Empieza con lo más básico; tiempo de nacer y tiempo de morir. No es que uno sea correcto y el otro incorrecto; tiene que ver con la hora apropiada. Algunos han llegado a una conclusión radical. Dicen que Dios es el que da la vida y el diablo es el que la quita. Se equivocan. La Biblia enseña que nuestros tiempos están totalmente en Sus manos (Sal.31:15). Cada granjero conoce la temporada para sembrar y cual es el tiempo para arrancar la planta madura para la cosecha. Quién no se conforma con las leyes de la siembra y la siega, fracasará en la agricultura o, simplemente, morirá de hambre. Arrancar es tan importante como plantar.

Los pacifistas tienen que aprender que existe un tiempo de matar y también un tiempo de curar (fíjate por ejemplo en Hch.5:5,10; 12:23; Ap.2:23) o, como dice en el versículo 8, hay un tiempo para la guerra y otro para la paz. Esto es algo que nos enseña la historia humana. También es verdad a nivel personal, ya que una persona puede llegar a un extremo en el cual no haya remedio o curación para su vida. También es verdad en relación a los países. El Señor envió a Su pueblo a la tierra de Canaán para destruir a siete naciones. Al llegar, Josué se enfrentó con el Capitán del ejército del Señor, y Josué cayó sobre su rostro y adoró (Jos.5:14 LBLA). 

La Escritura revela a Dios como el Señor de los ejércitos, y este es el título que se le ha dado, especialmente, en todo el libro de Zacarías, que habla de los últimos tiempos. Al llegar al fin de todas las cosas, la sanidad se hará más y más difícil, porque el corazón del hombre se endurece siempre más y más. Al final, nuestra época terminará con la destrucción total de los ejércitos del mundo entero. Hay una razón y un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz. ¡Gracias a Dios que se aproxima el Milenio, cuando viene a reinar el Príncipe de Paz!

Hay un tiempo para edificar y otro para destruir y, para no alargarme mucho, incluiremos también el versículo 5, sobre esparcir y juntar piedras, dentro de la misma categoría. Podemos aplicar estos principios a la iglesia y Jesús, quien dijo: “Edificaré mi iglesia” (Mt.16:18). También dijo a los Efesios: “¡Quitaré tu candelero!” (Ap.2:5) y a los de Laodicea: “¡Te vomitaré de mi boca!” (Ap.3:16). Es Su pasión plantar Su iglesia en cada nación del mundo e invitar a la gente a venir a Él desde toda tribu, lengua y nación, para juntos ser como una luz a las naciones y como la sal de la tierra.

Sin embargo, también hay un tiempo para lo que alguien llamó “un avivamiento de la puerta trasera”, que ocurre antes de un avivamiento genuino. Habla de un tiempo cuando los miembros estancados saldrán al entrar nueva luz y vida. Puede pasar tanto en la iglesia local como en una denominación entera, como le pasó a Israel; cuando su testimonio se hace negativo es mejor, por la causa de Cristo, que sea removida. Hay algo más que debemos recordar. Parece constante, durante toda la Biblia, que el tiempo de destruir y esparcir tiene que ocurrir antes de que se pueda edificar y juntar.

Hay un tiempo para la tristeza y para derramar lágrimas, y un tiempo para reír y danzar. En el capítulo 7, el Predicador nos enseñará mucho más sobre este principio, así es que, por lo pronto, apuntaremos solamente a una de las bienaventuranzas, tal y como se encuentra en Lucas 6:21, cuando Jesús dijo: “Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis”. En este texto, vemos la importancia del elemento del tiempo en el principio espiritual. También Jesús, al aproximarse a la crucifixión, dice a Sus discípulos: “De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Jn.16:20).

En nuestras relaciones cristianas y nuestra actitud hacia los perdidos, por favor, recordar que hay un tiempo para abrazar y un tiempo para abstenerse de ello. Hablando del pecador, hay un tiempo, cuando tenemos que permitir que la ley haga su obra; que le cause dolor y convicción del pecado. Durante ese tiempo, podemos hacerle mucho daño al querer consolarle. Cuando se arrepiente, es cuando tenemos que animarle y demostrarle amor. Este mismo principio es igual de cierto cuando tratamos con un hermano o hermana en Cristo que se ha desviado. ¡No abraces a la persona cuando ésta necesita ser quebrantada!
  
Un padre también tiene que pasar por el proceso doloroso de soltar a sus hijos. Hay un tiempo cuando tenemos la responsabilidad de guardarles, protegerles y proveer para ellos. Este es precisamente el tiempo, cuando tenemos que ser fieles, y cuando el Señor requiere que les entrenemos y les disciplinemos. Pero después, tenemos que recordar que el Señor solamente nos les ha dado como un préstamo; finalmente, ellos le pertenecen a Él. Les tenemos que soltar. De igual manera, el evangelista, el líder en la iglesia, o el cristiano maduro, abandona las noventa y nueve y busca a la oveja perdida, hasta que la encuentra. Entonces, la cuida, la alimenta, la disciplina y la enseña todo lo que el Señor manda. Sin embargo, el problema que tienen muchos ancianos es que se olvidan de que las ovejas pertenecen a Cristo y de que, en el momento oportuno, tienen que soltarlas.

Hay un tiempo en el que los corazones tienen que romperse, y después, un tiempo para ser remendados. Ambas obras son del predicador. La espada viviente penetra profundamente en el alma y corazón del receptor y, cuando la espada ha cumplido su propósito, el aceite y el vino son administrados para curar la herida. El vino limpia y el aceite calma el dolor. La necesidad de disciplinar a una persona en Corinto que había caído en inmoralidad, nos da entendimiento de cómo funciona este proceso. Pablo dice, en primer lugar: “(El que cometió tal acción) sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (1 Co.5:5). En otras palabras, ya que este hombre ha despreciado a la iglesia, que experimente vivir fuera de ella, bajo el control de Satanás, para que se arrepienta y sea salvado antes de que sea demasiado tarde. Entonces, en 2 Corintios 2:1-8, Pablo “cose”: “Os ruego que confirméis el amor para con él”

Uno de los asuntos más delicados del cristianismo es saber cuando hablar y cuando callarse. Algunos de nosotros hablamos con mucha facilidad, mientras otros siempre están callados. Ambas acciones son correctas y ambas están equivocadas. Cada cristiano tiene que aprender que hay un tiempo en el que es necesario hablar, y si no lo hace, es culpable delante de Dios. Tozer habló del “silencio culpable”. Dios amonestó a Ezequiel: “(Si al impío) tú no le amonestares ni le hablares… para que el impío sea apercibido de su mal camino… su sangre demandaré de tu mano” (Ez.3:18, también 33:8). Sin embargo, hay un tiempo, después de ser fiel en hablar, cuando uno tiene que entregar todo en las manos de Dios y descansar en Su obra de amonestar y obrar en los corazones.

¡Qué sabiduría ha puesto Salomón delante de nosotros! He aplicado la mayor parte al Reino de Dios aquí, “bajo el sol”. Al vivir en la imperfección, en un mundo de gente imperfecta, tenemos vírgenes sabias e insensatas. Tenemos peces buenos y malos recogidos en la misma red, y tenemos buena semilla y mala cizaña en el mismo campo. Tenemos una hortaliza de mostaza que se transforma en un árbol gigante, y tenemos levadura en la masa de pan. ¡Que el Señor nos enseñe a orar para que seamos efectivos, al buscar agradarle en nuestros diversos ministerios! Tenemos que ser un pueblo lleno del Espíritu Santo de sabiduría, para poder hacer Su voluntad. 


1 comentarios:
ai dijo...
14 de noviembre de 2019, 7:43  

La calidad caritativa de este artículo es extraordinaria. Me parece que este es un tema que se me ha dificultado tratar sin pasión y la manera como presenta cada uno de los puntos con empatia y autoridad me ha dado herramientas para volver a atreverme a poner este tema en la mesa. Más ahora que el temor de dios es nulo entre los "progresistas", y en la educación pro "diversidad".
Gracias

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