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Lowell Brueckner

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1 Corintios 11

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Capítulo 11

Una diferencia muy clara entre hombres y mujeres

1.      Sed imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo
2.      Os alabo porque en todo os acordáis de mí y guardáis las tradiciones con firmeza, tal como yo os las entregué.
3.      Pero quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios.
4.      Todo hombre que cubre su cabeza mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza.
5.      Pero toda mujer que tiene la cabeza descubierta mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza; porque se hace una con la que está rapada.
6.      Porque si la mujer no se cubre la cabeza, que también se corte el cabello; pero si es deshonroso para la mujer cortarse el cabello, o raparse, que se cubra.
7.      Pues el hombre no debe cubrirse la cabeza, ya que él es la imagen y gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del hombre.
8.      Porque el hombre no procede de la mujer, sino la mujer del hombre;
9.      pues en verdad el hombre no fue creado a causa de la mujer, sino la mujer a causa del hombre.
10.  Por tanto, la mujer debe tener un símbolo de autoridad sobre la cabeza, por causa de los ángeles.
11.  Sin embargo, en el Señor, ni la mujer es independiente del hombre, ni el hombre independiente de la mujer.
12.  Porque así como la mujer procede del hombre, también el hombre nace de la mujer; y todas las cosas proceden de Dios.
13.  Juzgad vosotros mismos: ¿es propio que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta?
14.  ¿No os enseña la misma naturaleza que si el hombre tiene el cabello largo le es deshonra,
15.  pero que si la mujer tiene el cabello largo le es una gloria? Pues a ella el cabello le es dado por velo.
16.  Pero si alguno parece ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni la tienen las iglesias de Dios.

Poder dar, con buena consciencia, el consejo que Pablo da en el versículo 1, nos habla de la seguridad que él tenía de su propio discipulado, verdadero y exitoso. Pablo fue verdaderamente y de todo corazón sumiso a Cristo, y por eso pudo recomendar a otros que le siguieran. Sin embargo, su declaración también sugiere un límite, como debe ser entre seres humanos imperfectos… seguidme, pero solamente de la manera que yo sigo a Cristo. Es necesario comentar también que a veces las definiciones bíblicas dan una connotación diferente a la que viene a la mente inmediatamente, al ver la palabra imitar. En este caso, expresa el deseo que Pablo tenía de poder influenciar a que la mirada de cada cristiano se volviese en la dirección de Cristo. Él da su propio ejemplo de hacer lo mismo, como el escritor de Hebreos dice: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (He.12:2). 

Podemos dividir este capítulo en dos partes, casi iguales, debido a las palabras del versículo 2: “Os alabo”, y a las del versículo 17: “No os alabo”. Les alaba por tomarse en serio su ministerio y enseñanza, al ponerlos en práctica. Podemos notar que, en la iglesia primitiva, había tradiciones apostólicas, pero me parece que son diferentes a las ordenanzas o instrucción bíblicas. También puede haber tradiciones en la iglesia de hoy. Si es así, las tradiciones tienen que limitarse, siendo menos importantes que los mandamientos de Dios. Estas pertenecen, especialmente, al orden y testimonio delante de la sociedad, creo yo, y no a principios espirituales.


Podemos tomar en cuenta, por ejemplo, la práctica de lavarse los pies unos a otros, que era tan importante en el día de Jesús. Al llegar un convidado, el esclavo o el siervo lavaba sus pies; al llevar sandalias solamente, los pies se ensuciaban antes de llegar a la casa. Era una cortesía común. Durante los siglos, en la iglesia en general, el mandamiento de Cristo a Sus discípulos de lavar los pies, literalmente, uno a otro, ha sido interpretado como una tradición para el primer siglo, particularmente (Jn.13:14). Hacerlo hoy sería solamente un rito, sin ninguna base práctica, y estaría totalmente fuera de las costumbres de nuestros tiempos. Además, daría al incrédulo, que está observándolo, una buena razón para burlarse de tal práctica y de la gente involucrada. Sin embargo, hay muchas maneras prácticas por las cuales un cristiano puede servir humildemente a sus hermanos y hermanas, considerándoles mejores y más importantes que uno mismo, y así cumplir el mandamiento de Cristo.

Pablo ya ha prohibido la costumbre corintia de comer las carnes ofrecidas a los ídolos, si es que uno sabe de antemano que lo es. De forma semejante, la costumbre de las mujeres de cubrirse la cabeza con un velo, o con la parte superior de su vestimenta, parece ser una tradición cultural, si uno estudia cuidadosamente lo que Pablo enseña, aunque no tenemos mucha evidencia histórica de la costumbre en Corinto. John MacArthur comenta: La frase del versículo 4 “cubre su cabeza”, literalmente, significa, “algo bajando de la cabeza”, que es un término que se refiere a un velo. Aquí el contexto implica que, en Corinto, tal velo puesto por un hombre sería totalmente ridículo, pero totalmente apropiado para una mujer… por eso, parece que Pablo no está enseñando un requisito divino y universal, sino simplemente está reconociendo una costumbre local que sí reflejó un principio divino… La vestimenta es, en gran parte, una cosa cultural y, a menos que lo que una persona pone sobre su cuerpo sea inmodesto o sugestivo sexualmente, no tiene significado moral o espiritual”.

Según los versículos 6, 14 y 15, la práctica común de que una mujer se rapara la cabeza, igual que mostrarse en público sin cubrirse la cabeza, era una vergüenza. Las prostitutas de aquel tiempo, comúnmente, se rapaban o cortaban demasiado su cabello. Sin embargo, para el hombre era una vergüenza cubrir su cabeza, totalmente contraria a la costumbre común de hoy en día de ponerse un gorro o un sombrero. También era una vergüenza que el hombre tuviera el pelo largo (v:7). Parece que el caso en corinto era que, tanto el hombre como la mujer cristianos, intentaban demostrar su inconformismo con la sociedad. No quisieron “ser del mundo” y, por eso, demostraban su desacuerdo con las costumbres establecidas, pero, haciéndolo llamaban la atención hacia sí mismos y en verdad lo que creaban era un espectáculo público. El apóstol enseñó que tales prácticas no eran sabias y, probablemente, mostraban una rebeldía. Esta actitud, como la veo yo, era exactamente lo que existía en la iglesia en Corinto.

Nos puede sorprender saber que, en aquel entonces, sí había movimientos feministas por todo el Imperio Romano y bastante homosexualidad (Corinto era especialmente libertino) y es posible que, hasta cierto punto, se infiltrara a la iglesia. Eso es precisamente lo que Pablo quiso evitar, y ese es el punto principal que debemos aprender de este pasaje. Es totalmente apropiado delante de la sociedad, la iglesia y Dios mismo, que exista una clara distinción entre el hombre y la mujer. Dios siempre ha estado contra el movimiento “unisex”.

La oración se ofrece delante de Dios y la profecía delante de los hombres (debo añadir que la profecía no es igual que predicar; la predicación requiere mucho tiempo y estudio, mientras que la profecía es un mensaje recibido directamente de Dios en un momento dado). Tanto orando como profetizando, un hombre debe mostrar claramente que es hombre, y la mujer debe mostrar que es mujer (vs:4-5). Pablo enseña, además, que la mujer, naturalmente, tiene el cabello para cubrirse, y también para que sea una gloria para ella (v:15), no importando la costumbre en Corinto o en cualquier parte del mundo. Hay una conclusión muy clara en esta enseñanza de Pablo… el velo es puramente simbólico. Así lo traduce la LBLA, pero la RVR60 dice señal (v:10). Siendo así, un símbolo o una señal, es una consideración secundaria. El símbolo solamente vale cuando representa correctamente la condición del corazón. No puedo imaginar a los ángeles impresionados con un trozo de tela. Aunque no exista un símbolo externo a la vista, tanto Dios como Sus ángeles, honrarán a la mujer que tenga un espíritu sumiso. 

Por favor, fijaos que la cabeza, en el versículo 3, no se refiere, en ninguna manera, a la cabeza física, sino a algo espiritual. Permíteme añadir una verdad importante: Ser sumiso no es una carga, sino un hermoso privilegio. Seguimos a Cristo siendo sumisos; eso es lo que Él manifestó maravillosamente hasta la muerte, en los Evangelios, porque: “Dios (es) la cabeza de Cristo”. Es un privilegio y un beneficio para el hombre estar sujeto a Cristo, y la esposa tiene el privilegio y beneficio de estar sujeta a su marido.

Los que enfatizan las cosas exteriores y físicas demuestran ser cristianos inmaduros, y deben pedir de Dios ojos y entendimiento para traspasar lo que hay en la superficie y ver lo que es más profundo. A los que juzgan a otros por su apariencia, seguramente les falte discernimiento espiritual. Tienen tendencias legalistas. Warren Wiersbe comentó: Una de las tragedias del legalismo es que da la apariencia de madurez espiritual, pero, en realidad, dirige al creyente hacia “una segunda niñez” de experiencia cristiana. Los cristianos gálatas, como la mayoría de los creyentes, anhelaban crecer y adelantarse en Cristo; sin embargo, lo hicieron de una forma incorrecta (si quieres estudiarlo, Wiersbe se basaba sobre Gálatas 4:1-7.)

Me acuerdo que, en dos ocasiones diferentes, dos individuos me hablaron de ciertas señoras que encontraron en un lugar público. Los dos comentaron, de forma muy semejante, que las señoras tenían que ser cristianas porque “llevaban un vestido largo de color oscuro, que llegaba hasta los tobillos, no tenían maquillaje ni joyas, y tenían un largo pelo recogido en un moño”. Pensé yo: “¡No me digas! ¿Así debemos reconocer a algún otro cristiano?” No estoy, en ninguna manera, en contra de que una señora cristiana se vista así, al contrario, ¡la felicito! Pero estos hombres, al describirlas, solamente manifestaban una gran dosis de carnalidad religiosa. Los cristianos maduros tienden a pasar por alto tales pequeñeces, a menos que, por supuesto, toda la conducta, deseos y vestimenta, manifiesten su amor por el mundo. Pablo declara que algo que no debe ser habitual en la iglesia es un espíritu contencioso sobre tales asuntos. “Si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios” (v:16).

Pablo no enseñaba ningún tipo de superioridad sexual, de hecho, el cristianismo presenta, maravillosamente, la igualdad entre mujeres y hombres. Por favor, fíjate en los versículos 8 y 9: “El varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón”. Por otro lado, lee los versículos 11 y 12: Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque, así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios”. Pablo, claramente,  demuestra la igualdad en el Señor y reconoce Su propósito en ambos, tanto en los hombres como en las mujeres, y la razón de porqué debe existir un respeto y dependencia mutuos. Ninguna mujer existiría si Dios no la hubiera tomado del hombre; y, de igual manera, ningún hombre existiría si no hubiera nacido de una mujer. Añadimos esta verdad dada por Pedro sobre la colaboración entre el marido y su esposa: “Como a coherederos de la gracia de la vida” (1 P.3:7).

Tengo que decir que, personalmente, los hombres que se portan como mujeres y las mujeres que se portan como hombres, me dan asco. Los hombres y las mujeres deben ser diferentes y asumir sus diferentes papeles en la vida. El papel del hombre es ser la cabeza de la mujer. Significa que él provee para ella, la cuida y la protege. Dios le da los atributos necesarios para poder hacerlo. De igual manera, la mujer tiene capacidades para hacer lo que el hombre no puede hacer. Y es así como la casa es bendecida y la iglesia es edificada. 

Las esposas sí oran y profetizan. Decir que las mujeres deben cubrirse la cabeza y permanecer en silencio mientras que sólo los maridos oran y profetizan, requiere tener que estirar y torcer mucho la Escritura. Esta afirmación es especialmente evidente en la profecía de Joel: “En los postreros días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizaránsobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán (Hch.2:16-18). Felipe tenía cuatro hijas que profetizaban (Hch.21:9).

La importancia y el significado de la Cena del Señor

17.  Pero al daros estas instrucciones, no os alabo, porque no os congregáis para lo bueno, sino para lo malo.
18.  Pues, en primer lugar, oigo que cuando os reunís como iglesia hay divisiones entre vosotros; y en parte lo creo.
19.  Porque es necesario que entre vosotros haya bandos, a fin de que se manifiesten entre vosotros los que son aprobados.
20.  Por tanto, cuando os reunís, esto ya no es comer la cena del Señor,
21.  porque al comer, cada uno toma primero su propia cena; y uno pasa hambre y otro se embriaga.
22.  ¿Qué? ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O menospreciáis la iglesia de Dios y avergonzáis a los que nada tienen? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabaré.
23.  Porque yo recibí del Señor lo mismo que os he enseñado: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan,
24.  y después de dar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que es para vosotros; haced esto en memoria de mí.
25.  De la misma manera tomó también la copa después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto cuantas veces la bebáis en memoria de mí.
26.  Porque todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor proclamáis hasta que Él venga.
27.  De manera que el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor.
28.  Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba de la copa.
29.  Porque el que come y bebe sin discernir correctamente el cuerpo del Señor, come y bebe juicio para sí.
30.  Por esta razón hay muchos débiles y enfermos entre vosotros, y muchos duermen.
31.  Pero si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados.
32.   Pero cuando somos juzgados, el Señor nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo.
33.  Así que, hermanos míos, cuando os reunáis para comer, esperaos unos a otros.
34.  Si alguno tiene hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio. Los demás asuntos los arreglaré cuando vaya.

Algunas reuniones, es decir, los cultos cristianos, pueden bajar a un estado tan pobre que sería mejor que no se celebrasen. Hacen más daño que bien. Este fue el juicio de Pablo sobre las reuniones en Corinto y, en esta última mitad del capítulo 11, empezando con el versículo 17, él no encuentra ninguna razón para alabarles. Pablo nos guiará personalmente a una reunión en la iglesia y nosotros observaremos y recibiremos la instrucción apostólica, juntos con ellos, para nuestro beneficio.

Los cristianos, comúnmente, comían juntos en el tiempo del Nuevo Testamento. El Señor los animó a hacerlo a través de Su propio ejemplo: “Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!” (Lc.22:14-15). Aquella declaración tan enfática revelaba más que un simple deseo, era algo intenso. Él compartió con Sus discípulos Su anhelo de tener comunión en la mesa y, a menudo, aceptaba invitaciones para comer con la gente. La mesa, a veces, se transformó en un púlpito.

Hallamos una libertad y actitud receptiva en la iglesia nuevo testamentaria que casi no existe en tiempos modernos. Sin embargo, los corintios abusaban de aquel ambiente informal, satisfaciendo su carne. La tendencia humana es hacia el extremismo y, hoy en día, sufrimos de otro extremo: En muchas iglesias se controla cada minuto del culto o la reunión; todo está programado.

Pablo indica que comer juntos era parte de su adoración en la reunión cristiana. Por eso, ellos terminaban la comida con la Mesa del Señor. No sabemos si lo practicaban cada primer día de la semana o no. Así fue la última Pascua que el Señor compartió con Sus discípulos. Mientras estaban en la mesa, Jesús instituyó la Santa Cena, tomando pan y bebiendo el fruto de la vid. Además de tener comunión, el propósito de la comida, en el Día del Señor, era compartir unos con otros, especialmente para ayudar a los pobres que había entre ellos.

Judas llama a estas comidas o cenas “los ágapes” y, como Pablo, se quejó de las malas costumbres: “Estos son escollos ocultos en vuestros ágapes, cuando banquetean con vosotros sin temor, apacentándose a sí mismos” (Jud.1:12). Es fácil ver la necesidad que tenía la iglesia primitiva de esta enseñanza, porque Judas halló necesario seguir el aviso de Pedro en su segunda epístola (2 P.2), usando casi las mismas palabras.

Recordarás que Pablo desafió a las divisiones que había en Corinto desde el principio de su carta y, ahora, observamos que los miembros se separan en grupos “preferidos” para comer (v:18). La razón de por qué Pablo dice que “en parte lo creo”, es porque vio en las divisiones un principio espiritual que tenía que ocurrir. Las bandas o disensiones (la palabra griega es hairesis, y significa un partido o desunión, herejía o secta) se formaban, pero, el apóstol declara, sorprendentemente, que son necesarias. Las doctrinas falsas y el colapso moral siempre salen de estas sectas, como ya hemos visto en el capítulo 5. Veremos una falsa doctrina importante en el capítulo 15. Sin embargo, hay una razón de por qué tiene que pasar, y la razón es que los santos genuinos se manifestarán claramente, sirviendo de buenos ejemplos cuando suceda la desunión. La Biblia, por todas partes, enseña el principio de que, por el desorden y las malas prácticas, Dios se adelanta con Su obra de perfeccionar a los santos (v:19).

Comer juntos puede llamarse “la Cena del Señor” o “los ágapes”, como hemos aprendido, pero en la práctica, en Corinto, no tienen que ver con estos nombres (v:20). Lo único que vemos son malas características, egoístas y no cristianas. Algunos comen inmediatamente las cosas que ellos han traído antes de que los otros puedan prepararse, y los pobres, que no traen nada, salen hambrientos. Algunos bebieron vino hasta embriagarse (v:21). Ahora podemos saber lo que Pablo quiso decir con “esto no es comer la cena del Señor”. ¡Muy lejos de ser!

Lo peor es que el desorden destruye los beneficios y la gloria de la verdadera adoración. El elemento “ágape”, la misma razón de por qué comer juntos, no existía. No había verdadera comunión y ninguna demostración del amor de Dios. Se trataba de una libre carnalidad. El apóstol hace algunas preguntas para que, por medio de ellas, los individuos mismos se cuestionen y examinen sus propios corazones. ¿Tenéis casas en qué comer? Al comer privadamente en casa, podéis comer lo que os de la gana, pero la Mesa del Señor debe ser una demostración de la preocupación y el respeto cristianos, unos por los otros. ¿Menospreciáis la iglesia de Cristo? Obviamente, sí. No hay manera de poder alabarles (v:22).

Para darnos como ejemplo algo drásticamente diferente que la cena en la iglesia de Corinto, Pablo nos lleva a la última Pascua que Cristo compartió con Sus discípulos. A menudo, es necesario volver y aprender del pasado antes de poder avanzar. El Espíritu Santo toma de Cristo y nos lo hace saber. Aquella Pascua tuvo lugar la noche en la que Jesús fue entregado, y en ella Él anticipaba lo que estaba por delante (v:23). Pablo cita directamente al Señor. Después de la comida, Él tomó pan, dio gracias al Padre, lo partió y enseñó: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí” (v:24, RV60).

El día después de haber dado de comer milagrosamente a miles en el desierto, Jesús enseñó sobre el Pan del Cielo. Empezó con el gran principio de fe: “Esta es la obra de Dios: que creáis en el que Él ha enviado” (Jn.6:29). La obra de Dios no es lo que tú puedes hacer para Dios. Lo que Jesús quiso decir es que nuestra parte es confiar totalmente en Su obra: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo también daré por la vida del mundo es mi carne” (Jn.6:51).

Al celebrar la Santa Cena por primera vez, Jesús tomó pan y dijo: “Esto es mi cuerpo”. Lo partió y habló de Su sufrimiento en la cruz: “Que por vosotros es partido” (RV60). Su sacrificio fue la única obra por la cual tenemos salvación. Hacer memoria de Él, a través de la ordenanza de La Cena del Señor, es poder estar bajo la influencia de Su Espíritu, para que la iglesia pueda discernir y demostrar Su carácter en ella (v:24).

Pablo continúa: “Tomó también la copa… diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre”. Los pactos de Dios siempre son de sangre. Demuestran la muerte, porque la vida que está en la sangre es derramada para aquellos que participan en Su pacto. Este pacto no fue obra de dos, como sucede normalmente en los pactos que se hacen en el mundo, Solo Dios en Cristo decretó los términos del pacto y los llevó a cabo. La parte del hombre es recibir los términos por fe, confiando en la Persona y la obra del que hizo el pacto. 

Observa el pacto abrahámico en Génesis, capítulo 15, y fíjate especialmente en el horno humeante y la antorcha de fuego que pasó por en medio de las mitades de los animales, en el versículo 17. “En aquel día el Señor hizo un pacto con Abram” (Gé.15:18). Comenta Jamieson-Fausset-Brown: “El patriarca no pasó en medio del sacrificio, y la razón es porque, en esta transacción, él no podía hacer nada… Dios se comprometió con Sigo mismo… en la gloria de su unigénito Hijo, que paso en medio de nosotros y Dios, todos los que creen, como Abram, pueden saber que heredarán el Canaán celestial.”   

“Él que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Jn.6:56). Jesús está hablando de entrar en Su pacto. Tenemos que “beber” Su sangre para estar en el pacto con Él; es decir, recibirla en nuestras almas, confiando solamente en ella para que, siendo parte de nosotros, nos de la vida. Esto es el pacto (v:25).

Pablo habló de “ser semejante a él en su muerte” (Fil.3:10, RV60), y la iglesia existe para “ser hechos conforme a la imagen de su Hijo” (Ro.8:29). La iglesia, que es el cuerpo místico de Cristo, demuestra la semejanza de Su muerte. El camino de la cruz es el camino del Espíritu para la iglesia. Si la ordenanza de la Santa Cena no funciona en el Espíritu, es inútil; será, estrictamente, un rito sin substancia (v:26). Pablo dijo que comer y beber sin proclamar la muerte del Señor es comer y beber indignamente. Esto no significa que nosotros debemos ser dignos para poder participar… siempre somos totalmente indignos… significa que debemos practicar la ordenanza de una manera que sea digna. Sería una ofensa seria contra Cristo llegar a la mesa con un corazón despreocupado y no preparado. Los corintios estaban muy lejos de demostrar el carácter de Cristo en sus reuniones.

Un pecador no arrepentido no tiene ninguna parte en el cuerpo y la sangre del Señor, y un cristiano despreocupado segará seria disciplina si intenta participar sin discernir el significado del momento. El pecado clavó a Cristo en la cruz, y aproximarse a Su mesa con pecado no confesado es ser culpable de Su cuerpo y sangre (v:27). La mesa de comunión es un tiempo de examinarse, de probar el corazón y de llegar con una actitud apropiada. Estoy hablando de nuestra actitud sobre observar la muerte del Señor, la actitud hacia Dios y la actitud de unos con los otros. Es un tiempo para el perdón y la restitución. Claramente, todas las actitudes manifestadas en los versículos 21 y 22 están fuera del orden apropiado (v:28).

Los últimos dos párrafos nos enseñan cómo el creyente debe juzgarse. Si no lo hace, caerá bajo el juicio de Dios (v:29). El juicio de Dios es un resultado directo de la despreocupación (como en el versículo 28), el egoísmo (como en el versículo 21), y la falta de consideración de unos con otros en la iglesia (como en el versículo 22), causando la enfermedad e incluso la muerte. Todo esto se puede evitar por auto-examinarse (v:31). Por favor, entended que la enfermedad y la muerte, de las cuales habla Pablo, son físicas y literales. Yo sé que algunos han espiritualizado falsamente este versículo (v:30).

Entiende también que el que manifiesta un estilo de vida no santificado no será salvo. No existe un verdadero perdón si no sigue la santificación. Pablo enseña este principio claramente en Gálatas 5:21 y en Efesios 4:17-20; 5:5-6. También, casi al terminar el Nuevo Testamento, nos lo enseña en Apocalipsis 21:8, 27.

Sin embargo, hay que entender que el juicio de Dios es misericordioso (v:32). Es Su disciplina sobre Sus hijos e hijas. Donde nosotros fallamos, Dios se encarga, tratando con nosotros, administrando el juicio de forma temporal – llegando, incluso, hasta la muerte natural – para poder evitar la condenación eterna con los incrédulos. Dios es un Padre fiel y perfectamente efectivo (fíjate en He.12:5-11).

Pablo, finalmente, enfatiza la corrección de dos faltas que mencionó antes en esta porción… apurándose a comer antes de que los demás estén preparados, y el hecho de festejar y beber vergonzosamente (vs:33-34 con v:21). De esta manera daña la iglesia, trayendo juicio sobre ella, en lugar de edificación. Aquí el apóstol termina su disertación y pospone otros asuntos relativos para poder tratarlos personalmente en una visita futura a Corinto.


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