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Lowell Brueckner

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Introducción a Jeremías

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 Capítulo 1:1-6

Hoy empiezo un nuevo estudio expositivo del libro del profeta Jeremías. Espero que me acompañes en este esfuerzo, cuyo propósito, como pueblo de Dios, es darnos un entendimiento mejor de Su palabra. Como siempre, en un estudio expositivo tendrás que abrir tu propia Biblia para seguirlo, ya que sería mucho escribir todo el texto en estos artículos. El plan de Dios al entregarnos el libro comenzó antes del nacimiento de Jeremías. Era urgente, porque le llamó siendo muy joven. Preservó esta palabra y la puso permanentemente en nuestras Biblias, dada su importancia para nuestras vidas. No puedo enfatizar suficientemente la necesidad que tenemos de estar atentos a la voz de Dios, estudiando y haciendo caso a Su palabra.

 La persona y el ministerio de Jeremías

 En 1976, un muy conocido y apreciado predicador, llamado Vance Havner (de 75 años), nacido en las montañas Cresta Azul de Carolina del Norte, rememoró públicamente sobre el llamamiento de Dios a su vida. Dijo con una pronunciación lenta, típica del sur de los Estados Unidos: “Nunca conocí un día en el que no sintiera el llamado a predicar”. Predicó por primera vez a los 12 años. Tampoco Charles Spurgeon tenía muchos más cuando comenzó a hacerlo. La primera vez que le invitaron a predicar en Londres, algunos sonreían por su acento campesino. No podían imaginar que un día Londres no tendría un auditorio lo suficientemente grande como para albergar a las multitudes que se reunirían a escucharle.

 Todos los buenos comentaristas están de acuerdo en que Jeremías también era muy joven cuando Dios le llamó para el oficio profético: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer.1:5). Alguien pudiera suponer que Jeremías estaba expresando humildemente un argumento sobre su incompetencia espiritual para el ministerio, pero no, estaba hablando literalmente de su juventud: “¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño” (1:6). El comentarista Adam Clarke estimó que tendría como 14 años.

 Jeremías era sacerdote de nacimiento, de la tribu de Leví, de un pueblo benjamita, llamado Anatot. Cuando Salomón ascendió al trono, destituyó al sumo sacerdote, Abiatar, mandándole desde Jerusalén a este lugar, a pocos kilómetros (1R.2:26-35). Abiatar se había unido a David durante el exilio, escapando de la masacre de los sacerdotes de Nob (1 S.22:20). Puede ser que Jeremías fuera descendiente del desacreditado sumo sacerdote, aunque desde el tiempo de Josué, Anatot fue una residencia para el sacerdocio (Jos.21:18), así que antes de Abiatar, otros sacerdotes ya moraban allí.

 La Biblia no menciona nada de que tuviera esposa o familia, pero su padre fue Hilcías, posiblemente, el mismo sumo sacerdote que descubrió en el tiempo oportuno el Libro de la Ley en el templo abandonado durante el reinado de Josías. El rey Josías había empezado su búsqueda de Dios cuando tenía dieciséis años (2 R.22:8) y, como respuesta de parte de Dios, dos años después Hilcías encontró el Libro de la Ley trayendo avivamiento en Judá.

 Ezequiel, profeta contemporáneo de Jeremías, también era sacerdote. Sin embargo, un profeta no nace profeta, sino que es llamado por Dios según Su placer. Su manera es llamar a los improbables, patrón que observamos por toda la Biblia, especialmente en el llamamiento de Cristo a sus discípulos.

 

 El profeta llorón

 Jeremías fue una persona muy sensible, llamado, a menudo, el profeta llorón, autor del libro bíblico titulado “Lamentaciones”. Fue un hombre extremamente compasivo. Es verdad que expresa sus reprensiones fuertemente, pero también es muy fuerte y evidente su compasión. El Espíritu Santo tomó a este joven, le capacitó y le inspiró, preparándole para la vida dura y difícil de un profeta. La sabiduría infinita de Dios, al haberle elegido y capacitado, es la única explicación para la maravillosa exactitud de sus predicciones.

 Él ministró en este oficio durante 40 años muy turbulentos en Jerusalén. Además de Ezequiel, sus contemporáneos fueron Sofonías, Habacuc y Daniel. Sus profecías comenzaron en el año 13 del rey Josías, 629 a.C., y la mayor parte de este reinado fue favorable para este siervo del Señor. La muerte del rey, causada por un error fatal por parte de Josías, entristeció a Jeremías y, en 2 Crónicas 35:25, tenemos esta palabra: “Jeremías endechó en memoria de Josías. Todos los cantores y cantoras recitan esas lamentaciones sobre Josías hasta hoy; y las tomaron por norma para endechar en Israel, las cuales están escritas en el libro de Lamentos”.

 Después, bajo reyes futuros, Jeremías fue tremendamente impopular, especialmente al predecir la conquista inevitable de Judá por los babilonios. Él no se interesó en la cronología, sino en el contenido de su mensaje, y por eso las profecías, a menudo, están fuera del orden cronológico. Sin embargo, a veces, él mismo incluye las fechas y, cuando no lo hace, el estudiante puede ponerlas con exactitud en el lugar correcto por su contenido. Como es común con los profetas mayores, también profetiza a naciones fuera de Israel. En medio del libro tenemos, mayormente, detalles históricos.

 En una porción del capítulo 36, él escribió palabras que el Señor le dio para leer en el templo, pero no pudo ir personalmente porque estaba encarcelado. Por eso, su amigo Baruc, llevó el escrito al templo y, en un día de fiesta, estando presente gente de toda nación en Jerusalén, lo leyó. Fue un tiempo ideal para el arrepentimiento nacional y un hombre, llamado Micaías, transmitió la lectura a los príncipes de Judá. Ellos pidieron a Baruc que se lo leyera y, bajo un verdadero temor, los príncipes prometieron informar al rey. Mientras, presumiendo la recepción negativa del rey Joacim, avisaron a Jeremías y a Baruc para que se escondieran. Él rey hizo tal como ellos presentían; cortó el rollo en pedazos y lo quemó en el fuego de un brasero. Jeremías tuvo que escribirlo de nuevo.

 La condición espiritual en Judá

 La condición espiritual de Judá se había deteriorado de manera significante desde el tiempo de Isaías. Las profecías de Jeremías pertenecen a los reinados de varios reyes: Josías (18 años), Joacaz (3 meses), Joacim (11 años), Jeconías (3 meses) y Sedequías (11 años). Él rogó al pueblo que aceptara su derrota eventual y sacase el máximo provecho de la situación. Sufrió persecución y pasó un tiempo en una cisterna en el patio de la cárcel, hundido en el cieno, semejante al patriarca, José. Hubiera muerto si no hubiera sido por el rescate de un etíope eunuco de la casa real. El rey Sedequías tuvo un poco más de respeto por Jeremías, llamándole a conversar privadamente. Sin embargo, los instintos políticos de este rey fueron más fuertes que su respeto y, en el último capítulo de Crónicas, declara: “Hizo lo malo ante los ojos de Jehová su Dios, y no se humilló delante del profeta Jeremías, que le hablaba de parte de Jehová” (v.12).

 Cerca del fin de sus 40 años de profecía, Judá cayó en manos de los babilonios, “para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, hasta que la tierra hubo gozado de reposo; porque todo el tiempo de su asolamiento reposo, hasta que los setenta años fueron cumplidos” (2 Cr.36:21). Después de la conquista de Jerusalén, Nabucodonosor le ofreció un lugar en Babilonia, pero Jeremías se quedó con su pueblo, la mayoría pobres, que fueron dejados en Judá.

 Un grupo rebelde le forzó a ir con ellos a Egipto, y la tradición sostiene que allí le apedrearon. Sin embargo, había terminado su misión y recibió el último honor de estar preservado eternamente en las Escrituras de Dios, santas y infalibles. Su comisión divina, incluyó el de ser un escritor inspirado, inerrantemente, por el Espíritu de Dios. Si podemos tener una vista perfecta y conclusiva del libro, veremos que el Espíritu Santo es en verdad el Autor y, Jeremías, solamente, Su secretario, grabando y preservando Su Palabra para las generaciones futuras.

 Los profetas nos apuntan hacia Cristo, y las citas del libro de Jeremías en el Nuevo Testamento comprueban su inspiración divina. Mateo, que fue publicano, nos da una cita muy apropiada para un profeta llorón. Es la predicción de Jeremías sobre los infantes de Belén: “Voz fue oída en Ramá, Grande lamentación, lloro y gemido; Raquel que llora a sus hijos, y no quiso ser consolada, porque perecieron” (2:18). En Mateo 16:14, los discípulos repetían la opinión de algunas personas de que Jesús fue un Jeremías resucitado. En Hebreos 8:8-12, el escritor cita la promesa, dada en Jeremías, de un nuevo pacto, distinguido por un nuevo nacimiento.

 En el capítulo 44, Jeremías profetizó, antes de morir, que sus asesinos serían destruidos cuando los caldeos invadieran Egipto. Durante el ministerio de Jeremías, los judíos llegaron a un nivel de desenfreno e idolatría sin par en su historia, que continuó después de su muerte, aunque hubo algunos periodos excepcionales y positivos, culminando en dar muerte a su Mesías prometido. Jesús les dijo en Su día: “¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres! (Mt.23:32). Tal crimen les costó su patria, teniendo que vagar entre las naciones del mundo durante diecinueve siglos, hasta el siglo XX. Quizás este sea el testimonio más seguro, fiel y convincente, en cuanto a la naturaleza del hombre caído y depravado. No solamente los judíos, sino todos nosotros como pecadores, hemos tomado parte en Su muerte, ya que Él murió porque nosotros pecamos.

 Dos principios extremamente importantes

 Antes de empezar con el capítulo 1, quisiera referirme brevemente a la profecía de Jeremías, ya mencionada, en la cual predijo setenta años de cautiverio para Judá en Babilonia. Daniel halló esta palabra, cerca del tiempo de su cumplimiento y se dedicó a la oración, confesando su pecado y el de su pueblo: “Yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años (Dn.9:2)… Aún estando hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel…” (Dn.9:20).

 Pongo estos dos versículos delante de ti para que sean, espero, grabados en tu memoria. Quisiera que anotaras, en primer lugar, la naturaleza literal de la palabra profética. No hay nada que espiritualizar ni interpretar. Necesitamos resistir la tentación de espiritualizar la palabra literal de Dios. Enfatizo… los 70 años fueron literales.

 Después, necesitamos reconocer que el cumplimiento de las promesas de Dios en nuestros tiempos y vidas, como siempre, solamente se realizan ante un pueblo que, humildemente, se arrodilla. Aquellos que reconocen la liberación en la que Dios está involucrado en su día, pero que también saben que, el pecado que nos trajo muchas ataduras, tiene que ser confesado y seguido por un arrepentimiento.  

 

 

 

 

 

 

 

 


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