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Lowell Brueckner

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La Realidad: espantosa y fea

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 Favor de perdonar la tardanza en presentar los capítulos de Jeremías. He estado en unos encuentros en Portugal y Valladolid. Espero que sean más puntuales en el futuro. Tendrás que abrir tu Biblia para poder mejor seguir el siguiente estudio expositivo sobre Jeremías 5.   

 

Capítulo 5

 La “verdad” sobre todas las demás virtudes

 La verdad, por su propia definición, es la única virtud que no puede falsificarse. Nos gozamos en el amor, meditamos profundamente en su significado y nos sentimos muy agradecidos cuando lo descubrimos cerca de nosotros. Sabemos que Dios es amor y Su amor no puede fallar, pero sí puede ser falsificado; al ser poderoso, a menudo es mal utilizado e interpretado. Muchos han sido engañados por un amor falso. Lo mismo podemos decir de cualquier otra virtud (como por ejemplo: el gozo, la paz y la justicia). Siempre tenemos que estar alerta a las mentiras y engaños de Satanás, el gran maestro falsificador.

 Sin embargo, Dios ama la verdad porque, como es Él mismo y en Él “no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg.1:17), la verdad no puede ser alterada y seguir siendo la verdad. Es sinónimo de fidelidad, siempre firmemente genuina. Cada palabra de Dios es la verdad y se puede confiar perfecta y completamente en ella. La Biblia es la materialización de la verdad, y el Señor nos la ha dado como la autoridad absoluta que no puede ser cuestionada. “Compra la verdad, y no la vendas”, escribió el rey sabio (Pr.23:23), porque no hay una posesión más valiosa. Debemos anhelarla más que a todas las cosas.

 Cuando Pilato preguntó a Jesús: “¿Eres tú rey?”, Él indicó que era Rey de la verdad: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad”. Sin excepción, cada buscador de la verdad, la hallará en Él: Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Jn.18:37). Nicodemo quizás se acercó a Cristo por la noche con cierto temor, pero sus palabras en Juan 3:2 indican que estaba buscando la verdad: “Sabemos que has venido de Dios como maestro”. Jesús le dijo: “El que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Jn.3:21). La presencia de la verdad en una vida es la prueba confiable de que Dios está obrando en ella.

 Muchas veces animo a considerar 2 Tesalonicenses 2:9-12, para que veamos el valor que el Señor otorga a la verdad. Por favor, meditad sobre lo que este pasaje revela. Un engañador se presenta haciendo prodigios mentirosos (v.9), pero no es legítimo considerar los milagros como la prueba de un ministerio genuino. Este funciona en el engaño de iniquidad y muchos se perderán porque no recibieron el amor de la verdad. Por otro lado, el amor de la verdad, como Jesús indicó, conducirá a la salvación (v.10). A los que no aman la verdad Dios mismo les enviará un poder engañoso (v.11), como hizo con el rey Acab, para poder destruirle (estudiar 1 R.22:9-23). El versículo 12 es asombroso y tiene que formar parte de nuestra teología como cristianos: “A fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia”. Esta enseñanza nos hace ver, sin lugar a duda, que Dios valora más la verdad que las almas de los hombres.

La sociedad de Jerusalén fue el paradigma de la hipocresía. Mientras escribo estoy pensando cómo Dios llamó a Jeremías de su aldea a la ciudad de Jerusalén para que observara su degenerado estado. En el capítulo 3 aprendimos que el Israel del norte había estado en un espantoso estado de apostasía y había dado la espalda a Dios, razón por la que le envió al cautiverio a Asiria. Sin embargo, también aprendimos que Dios vio a Judá como pérfido, una condición incluso peor, porque, aunque se volvió al Señor, no lo hizo de todo corazón y anduvo en el engaño. En el tiempo de Jeremías estaban formándose en la nación dos estados espirituales que se materializaron en el tiempo de Cristo. Los Evangelios manifiestan claramente la presencia de los publicanos y las rameras adulteras, pero Jesús pudo ver, y por eso lo desenmascaró, la hipocresía de los religiosos fariseos, escribas y saduceos. Ellos fueron los pérfidos que formaron gran parte de la farsa de Su juicio y Su posterior crucifixión.  

Dios ofrece perdón a toda la ciudad si hay solo un ciudadano que busque la verdad. Quizás las posibilidades de que un solo hombre pueda influir en toda la población serían mínimas, pero al menos habría una pequeña esperanza de reforma. ¿Cuántos cristianos, hoy en día, están buscando sinceramente la verdad de Dios con un corazón abierto? ¿Cuántos piensan que han descubierto toda la verdad y lo único que valoran ahora es su opinión doctrinal? El hecho de que es así se manifiesta en su actitud, porque el amor hacia su propia opinión es arrogante y al mismo tiempo desprecia la preciosa virtud de la verdad. La verdad de Dios siempre va más allá del conocimiento humano, aunque, en Su bondad, Él se la revela al hombre en parte, ya que todavía deja mucho por descubrir. Este hecho humilla al buscador honesto. Incluso en la ciencia natural es así, y los que la aman, deben entender cuan poco sabemos sobre la creación de Dios y las vastas superficies que aún están por descubrir.

 La justicia perfecta se representa en sus “palacios” seculares como una señora con una venda puesta. Ella no está consciente a los prejuicios políticos, a las castas entre la humanidad o a las preferencias raciales. Está ajena a la fama y a las ganancias económicas; su único amor y meta es precisamente ¡la justicia! Dios mismo es la Fuente de justicia y solamente Él la exhibe perfectamente, pero Pedro expresó que entre la humanidad, refiriéndose a los gentiles, puede haber un intenso hambre por la justicia: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hch.10:34-35). Lo que Jeremías debía buscar, según el primer versículo, Pedro lo tenía frente a sus ojos en la casa de un centurión romano. Moisés declaró en la Ley: “Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni toma cohecho; que hace justicia al huérfano y a la viuda; que ama también el extranjero dándole pan y vestido” (Dt.10:17-18).

 La religión muerta, tristemente, es superficial y no puede ser más profunda que los labios. Los mejicanos de la Costa Chica, donde vivíamos cerca del Océano Pacífico, me enseñaron este principio: Del pico para afuera. Juran falsamente (v.2). Creo que puedo decir, con toda certeza bíblica, que Dios busca gente que ame la verdad sobre todo. Los que se endurecen contra ella, cuando son castigados, es porque no ven la mano de Dios en el azote. Cuando son consumidos no reconocen Su castigo. Endurecieron sus rostros más que la piedra y no se arrepienten (v.3). Su corazón es permanentemente incurable.

 Las metáforas bíblicas y sus definiciones

 Necesitamos entender el significado de la pobreza y la locura no según el punto de vista de la sociedad, sino por la definición bíblica. La gente es pobre y loca porque no conoce el camino de Jehová, y por eso no reconoce las obras de las que hablé en el último párrafo. La causa tras la dureza de corazón es una ignorancia de los caminos de Dios (v.4). No soy capaz de poder enfatizar lo suficiente que nuestros caminos no son Sus caminos, y que el hombre natural no sabe nada acerca de ellos (Is.55:8). Cada esfuerzo hecho para sujetarle al señorío de Dios lo rompe, teniendo un deseo más fuerte de independizarse.

Valorar el nivel de altura espiritual que cada persona posee es algo que solo los ojos de Dios pueden discernir verdaderamente: “Iré a los grandes, y les hablaré; porque ellos conocen el camino de Jehová.” A diferencia de la sociedad en general, ellos reconocen el juicio de su Dios (v.5). Veremos esta doctrina expresada por el escritor de Hebreos: “Si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos” (He.12:8). Él quiere que sus lectores sean “grandes”, que reconozcan la disciplina del Señor, es decir, Su juicio.

 El libro de Jeremías dice que la fornicación espiritual es idolatría, pero también la fornicación literal es una práctica idólatra. Las metáforas de un león, un lobo y un leopardo, que ilustran la futura venida de Nabucodonosor con su ejército, también pueden ser literales. El pueblo, cuyo pecado se ha incrementado y le ha separado de Dios, tiene que vigilar por si hay bestias salvajes al salir por la noche (v.6). Mis amigos indios no me seguían la corriente cuando les expresaba mi deseo de ver a un leopardo libre. Me decían que, literalmente, “el leopardo acecha las ciudades”, y cuando muere alguien, su familia tiene que proteger el cadáver del leopardo que puede encontrarlo debido al sentido del olfato tan agudo que tiene. “Te llevamos a un parque zoológico”, me decían. Mi anfitrión, cuya misión está entre la gente de la montaña, muy al interior de la India, me contó cómo un leopardo saltó por encima de él mientras descansaba en una hamaca a la fresca de la noche (corría tras un perro al que alcanzó instantáneamente). En una revista de una aerolínea en India leí que todavía existen tigres que atacan a las personas en ciertas áreas del país, y son muy temidos.    

 ¿Cómo puede perdonar Dios a personas que siguen viviendo en la idolatría? Este pecado era muy prominente en los tiempos del Antiguo Testamento, pero veo que continúa siéndolo hoy. Acepto varias de las definiciones que algunos han sugerido acerca de este pecado, (cualquier cosa que toma el lugar que pertenece a Dios o cualquier cosa que tememos en lugar de temer solamente a Dios), pero la siguiente es la más común: Un concepto extra bíblico que atribuimos a Dios, formado por pensamientos con los que estamos cómodos y nos convienen.

 En los versículos 7 y 8, el adulterio es literal, y también la metáfora sobre la idolatría. Una generación criada en tiempos cómodos no responde bien a la disciplina y, por eso, cuando son adultos, continúan dando lugar a sus pasiones. “Adulteraron, y en casa de rameras se juntaron en compañías y como caballos bien alimentados, cada cual relinchaba tras la mujer de su prójimo”. Dios aborrece cada pecado sexual, pero especialmente el adulterio. Dios, en todas las áreas de la vida, trata muy bien con Su pueblo, pero Judá no apreció Su favor y abusó de su saludable situación. Hablando del estado moral de un pueblo, siempre es más difícil mantenerlo en la prosperidad. Es más fácil mantenerse cerca de Dios durante los tiempos difíciles, incluso bajo la opresión y la persecución.

 La justa causa de Dios en el juicio

 El justo Dios tiene que aplicar el castigo por el pecado. Ningún juez, fiel a su posición, debe dejar suelto a un criminal, y los que quebrantan la ley de Dios son criminales. ¿De qué se venga Dios? Él se venga de los que abusan de Su ley (v.9), por eso Él da permiso a los enemigos de Israel para que destruyan, pero con límites. Ya hemos anotado la frase, y ahora la observamos otra vez: pero no del todo. Los caldeos tienen el permiso del Señor para escalar los muros de Jerusalén, pero también tienen que obedecer la limitación que Él les ha puesto. Otra vez, Él habla figurativamente al decir que solamente pueden quitar los sarmientos silvestres que han crecido fuera del propósito de Dios, pero no deben tocar los que están en Su propósito eterno (v.10).

 Jeremías demuestra, mientras avanza en su libro, que los líderes rechazaron sus profecías no queriendo reconocer que eran de Dios. El rechazo a la palabra de Dios comprobó la falsedad de su religión (v.11). Ya hemos escrito de su perfidia. Jesús habló a los judíos de igual manera: “Si vuestro Padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido y he venido…” (Jn.8:42).

 La verdad es demasiado dolorosa para Judá, ya que involucra la espada y el hambre; por eso prefirieron creer la mentira, diciendo: Él no es (v.12). La palabra de Dios, hablada por los profetas, es como “viento”, porque el pueblo no tiene el corazón apropiado que responderá bien a la palabra hablada. Otra vez, escucharemos a Cristo, que habló muy claramente acerca del vacío interior de sus oyentes: “Ni tenéis su palabra morando en vosotros; porque a quien él envió, vosotros no creéis” (Jn.5:38). Los judíos, en los días de Jeremías, tenían el mismo vacío: “No hay en ellos palabra” (v.13). 

.Daniel nos recuerda a Nabucodonosor: “Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo”, y cambió su orgullo en juicio (Dn.4:31). De igual manera, Dios pronunció un juicio contra los judíos, porque dijeron esta palabra, y sus palabras se transformarían en fuego que les consumiría (v.14). Les revela las características del fuego consumidor del que habla. Dice que una nación antigua vendrá de lejos con un poder que ellos no pueden concebir ahora, cuya lengua no han aprendido. Son naturalmente superiores, orgullosos de su historia, cultura y fuerza militar, no comparable a nada que hubiera conocido Judá en el pasado (v.15). Matthew Henry comenta sobre la aljaba como sepulcro abierto de Babilonia: “Sus flechas serán tan numerosas, golpearán tan seguramente y herirán tan profundamente, que serán reconocidos para nada más que la muerte”. Entre ellos no hay débiles (v.16).

 Tomarán la cosecha de fruta y la comida preparada por los judíos durante el año. Lo que trabajaron para dar a sus hijos será devorado por un ejército enemigo. La crianza y crecimiento de sus manadas y ganado será, en poco tiempo, posesión de los caldeos, junto con sus viñas e higueras. Las defensas que Judá construyó para darles paz y seguridad serán rápidamente derribadas (v.17). Oh, pero el misericordioso Espíritu Santo inspira al profeta para que siga escribiendo: “No os destruiré del todo”. En medio del juicio se acuerda de la misericordia, y repite estas palabras para que los que las reciban hallen consuelo (v.18).

 El Señor, al contestar su pregunta: “¿Por qué Jehová el Dios nuestro hizo con nosotros todas estas cosas?”, lo hace con sentido común. Es porque ellos le dejaron; dejaron al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, para servir a dioses ajenos, por eso Dios les expatriará de Su tierra para servir a los extranjeros que inventaron esos dioses (v.19). Cuando ellos rechazaron a Dios se volvieron de la razón a la insensatez.

 Permíteme interrumpir la historia para demostrar que la sociedad de hoy en día solamente se puede describir como “loca”, porque cambia los propósitos que Dios estableció en la creación y los pervierte, convirtiéndolos en algo totalmente contra cualquier sentido común. El “sentido común”, en verdad, ya no existe en el gobierno ni en la religión. Han tornado lo bueno en malo. “El aborto es bueno”, dicen, “la homosexualidad es normal”, y todos los que se oponen son “¡intolerantes, con prejuicios, de mente cerrada y faltos de compasión!” ¡Que Dios nos ayude! Parece que estamos morando en Sodoma y Gomorra, no importa en qué parte del mundo.

 Ojos ciegos y oídos sordos

 El principio de estar ciego, espiritualmente, es lo que Dios manda declarar a Jeremías, y lo que es predicado por toda la Biblia. Mientras enseñamos o escribimos debemos tenerlo siempre en mente: No importa lo sencillamente que intentemos presentar la verdad, porque los que no tienen ojos y oídos espirituales no la pueden captar. Perdemos tiempo y esfuerzo tratando de hablarles a su nivel (v.21). Queremos que puedan ver y oír, pero cuanto más oigan, más condenación vendrá sobre ellos. Isaías escribió: “La palabra, pues, de Jehová les será mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, un poquito allí, otro poquito allá; hasta que vayan y caigan de espaldas, y sean quebrantados, enlazados y presos” (Is.28:13). Este principio no se debilita en el Nuevo Testamento. Pedro dijo: “Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 P.2:21).

 Hay entre la iglesia personas que, por estar espiritualmente ciegas, eligen fuentes de enseñanza incorrectas y dañosas, y si tienen oportunidad de expresarse, lo harán siempre con errores. Entonces vemos que el problema básico no es el material, si es bueno o malo, sencillo o profundo, sino la condición del corazón. No pueden discernir entre lo que es para edificación y lo que no lo es. No tienen oídos para oír ni ojos para ver.   

 Ellos pueden temer las circunstancias, pueden temer los tiempos en los cuales vivimos, pueden temer y honrar a los hombres, pueden temer la enfermedad y la vejez, pero no temen al Único que deben temer. En el versículo 22 el Señor presenta las razones por las cuales Él debe ser temido. Él es el Creador y gobernador del mar tempestuoso. Jesús desafió a Sus discípulos en su barco en medio de una tormenta: “¿Por qué estáis así amedrentados?” Cuando calmó las aguas del mar de Galilea ellos aprendieron a temerle: “Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” (Mc.4:40-41).

 La ceguera y sordera espirituales no deben ser toleradas por ninguna buena razón; son causadas por la resistencia, la revuelta y rebelión contra Dios (v.23). No entra en sus pensamientos conversar sobre la sabiduría que hay en temer a Dios. Temen los desastres meteorológicos, pero no dan lugar al que controla la atmósfera y organiza todas las estaciones (v.24). Tras su mentalidad está el pecado, que es la causa de toda la maldad en el mundo. Nunca oí a un político decir que el pecado es la razón de la debilidad de la sociedad, hasta que leí un artículo del vicepresidente anterior de los Estados Unidos, Mike Pence. Afirmó que el adulterio produce el divorcio que, a su vez, hace que los niños tengan que ser criados en un hogar desestructurado, aumentando la probabilidad de que se involucren en el crimen, lo cual debilitará la estructura de la sociedad. Nadie ha hablado palabras más ciertas que las del versículo 25: “Vuestras iniquidades han estorbado estas cosas, y vuestros pecados apartaron de vosotros el bien”.

 El número de criminales en la sociedad de udá en el tiempo de Jeremías era tan alto como en la nación del Sr. Pence. Mencioné anteriormente que Dios había sacado a Jeremías de su aldea a las calles de Jerusalén, para que la observara. No dan valor a la vida humana; amotinan y saquean, son la escoria de la civilización y no tienen intenciones ni motivaciones para nada bueno. Cualquier pequeña excusa servirá para que estén en las calles poniendo lazo, trampas y haciendo daño (v.26).

 La siguiente ilustración es la de una jaula llena de pájaros, y el nombre de la especie es el engaño. La casa se llena de engaño, piando en cada habitación, desde la cocina hasta el dormitorio (v.27). La ignorancia de muchas personas no es por causa de la pobreza ni por la falta de educación. Las élites, los gordos y arreglados, son peor que los criminales, como ya hemos sido informados en cuanto de Judá; era peor que el Israel del norte. Son egocéntricos y no se preocupan de que se haga justicia a los menos afortunados. Siguen adelante, sirviéndose a sí mismos, mejorando su estado en el mundo (v.28). El apóstol Juan escribió: “Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Jn.2:16). De hecho, Dios es el enemigo de tal estilo de vida y lo aborrece, nos dice Santiago (Stg.4:4).   

 Dios pone delante la pregunta que nuestra generación necesita reconocer y considerar. ¿Es correcto que Dios juzgue tal condición? ¿Es correcto que Dios sea vengador de Su santidad y Su naturaleza buena y justa? Solamente un pueblo arrogante es capaz de ponerse en lugar del juez y trata de poner a Dios como acusado. Tal sociedad no es inteligente, sabia ni entendida, sino que está manifestando el hibris… la enfermedad de los que creen saberlo todo; pero es todo lo contrario, posee una característica satánica, que es una arrogancia en extremo, insensata y una súper autoconfianza peligrosa. De alguna manera piensa que puede manifestar tal locura. Pero no, no, ¡Él se vengará, toda rodilla se doblará y cada lengua confesará el señorío de Jesucristo! No necesitamos una prueba mejor que la que vemos en el estado espiritual de la población de los últimos tiempos; ya está orgullosamente madura para el juicio (v.29).

Las cosas hoy no son mejores de lo que eran en el tiempo de Jeremías. El pueblo de Dios, la iglesia de hoy en día tiene que conformarse con la valoración del Señor sobre la situación. Es difícil ser optimistas sobre el futuro, cuando Dios dice que la situación es espantosa y fea (v.30). A los ojos de Dios, lo peor de lo peor, lo más espantoso y feo, son los falsos profetas y los sacerdotes autosuficientes. Y lo que hace que la situación parezca desesperada es que la gente común lo quiere así. Están contentos con las cosas como son. “¿Qué será cuando llegue el fin?”, pregunta Dios. Citaré los últimos dos versículos para que los tengamos ante nuestros ojos ahora mismo: “Cosa espantosa y fea es hecha en la tierra; los profetas profetizaron mentira, y los sacerdotes dirigían por manos de ellos; y mi pueblo así lo quiso. ¿Qué, pues, haréis cuando llegue el fin? (vs.30-31). De nuevo cito a Matthew Henry: “No se espera nada de ellos, sino una inundación de pecado, así que no podemos esperar nada de parte de Dios, sino una inundación de ira”.

 Ahora, una observación política: Me parece que, en una democracia, el electorado tiene la culpa por los que están ocupando los puestos del gobierno. Solamente quiero terminar con unas pocas declaraciones para afirmar que los falsos profetas abundan en el siglo XXI en todo el mundo. Una de las maneras en que se manifiesta la autosuficiencia del hombre es por la doctrina de la cesación de los dones espirituales. El hombre arrogante piensa que puede manejar a la novia de Cristo sin la ayuda sobrenatural del cielo. Una suposición de adopción me parece que socava la experiencia milagrosa del nuevo nacimiento, y una segunda experiencia de ser investido con el poder del Espíritu Santo no está entre las predicaciones y enseñanzas populares de estos tiempos. Si alguna vez hemos necesitado esta investidura, es ahora.  

 

 

 


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