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Lowell Brueckner

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El Dios de Esperanza

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Capitulo 32

 

Un profeta tiene que representar a la verdad

      1.      Palabra de Jehová que vino a Jeremías, el año décimo de Sedequías rey de Judá, que fue el año decimoctavo de Nabucodonosor. 

       2.      Entonces el ejército del rey de Babilonia tenía sitiada a Jerusalén, y el profeta Jeremías estaba preso en el patio de la cárcel que estaba en la casa del rey de Judá. 

3.      Porque Sedequías rey de Judá lo había puesto preso, diciendo: ¿Por qué profetizas tú diciendo: Así ha dicho Jehová: He aquí yo entrego esta ciudad en mano del rey de Babilonia, y la tomará; 

4.      y Sedequías rey de Judá no escapará de la mano de los caldeos, sino que de cierto será entregado en mano del rey de Babilonia, y hablará con él boca a boca, y sus ojos verán sus ojos, 

5.      y hará llevar a Sedequías a Babilonia, y allá estará hasta que yo le visite; y si peleareis contra los caldeos, no os irá bien, dice Jehová? 

 Jeremías, el profeta de Dios, tiene que mantenerse siempre del lado de la verdad y contra la conveniencia política, porque esta es la manera de Dios. Él confronta los caminos de la transigencia de los hombres, que piensan que es prudente que su ética se ajuste a los caprichos de los tiempos, y se jactan de su poder de hacerlo. Pero la verdad no cambia, como tampoco lo hace el carácter de Dios. Por eso Su representante no puede ir de un lado a otro mientras comunica con la gente de su día.

 Los reyes demandaban lealtad y podían acusar a un profeta de traición. La pasión que Jeremías tenía por la verdad le condujo a la prisión. El rey Sedequías desafió su mensaje, que proclamaba que la nación judía caería ante el enemigo (v.3). La profecía se dirigió personalmente al rey, prediciendo que no escaparía de la captura, sino que Nabucodonosor frustraría su intento de huir y Sedequías tendría que enfrentarse a él cara a cara (v.4). El rey podría haberse beneficiado de esta predicción si la hubiera aceptado y no hubiera intentado escapar (2 R.25:5-7); pero como no quiso creerla, sus hijos fueron asesinados delante de sus ojos, y esa fue la última escena que observaría, porque Nabucodonosor le sacó los ojos y fue deportado a Babilonia (v.5).

 En este capítulo, Jerusalén ya llevaba un año bajo el asedio babilónico, era el año noveno del reinado de Sedequías, y dos años después, el año undécimo de su reinado, los babilonios invadirían la ciudad (Jer.29:1-2). En medio de todo esto, en el año décimo, el Señor dio este mensaje a Jeremías (vs.1-2).

 

Un profeta tiene que actuar por la fe

 

6.      Dijo Jeremías: Palabra de Jehová vino a mí, diciendo: 

7.      He aquí que Hanameel hijo de Salum tu tío viene a ti, diciendo: Cómprame mi heredad que está en Anatot; porque tú tienes derecho a ella para comprarla. 

8.      Y vino a mí Hanameel hijo de mi tío, conforme a la palabra de Jehová, al patio de la cárcel, y me dijo: Compra ahora mi heredad, que está en Anatot en tierra de Benjamín, porque tuyo es el derecho de la herencia, y a ti corresponde el rescate; cómprala para ti. Entonces conocí que era palabra de Jehová. 

9.      Y compré la heredad de Hanameel, hijo de mi tío, la cual estaba en Anatot, y le pesé el dinero; diecisiete siclos de plata. 

10.  Y escribí la carta y la sellé, y la hice certificar con testigos, y pesé el dinero en balanza. 

11.  Tomé luego la carta de venta, sellada según el derecho y costumbre, y la copia abierta. 

12.  Y di la carta de venta a Baruc hijo de Nerías, hijo de Maasías, delante de Hanameel el hijo de mi tío, y delante de los testigos que habían suscrito la carta de venta, delante de todos los judíos que estaban en el patio de la cárcel. 

13.  Y di orden a Baruc delante de ellos, diciendo: 

14.  Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Toma estas cartas, esta carta de venta sellada, y esta carta abierta, y ponlas en una vasija de barro, para que se conserven muchos días. 

 El tiempo en el que ocurrió este mensaje fue crítico; Judá estaba a punto de rendirse ante el asedio babilónico. El pueblo tenía que entender que los propósitos de Dios son siempre fieles, a pesar de las oscuras circunstancias que los rodeen. Dios nunca tiene un Plan B. Él prometió un hijo a Abraham y, como lo creyó imposible, este ofreció una alternativa – que Ismael viviera delante de Él (Gé.17:15-18). Pero lo que Dios ha prometido es lo que va a cumplir, e Isaac nació y heredó las promesas del Señor, exactamente como Él había dicho. Abraham creció en fe, y cuando Dios le mandó ofrecer a Isaac en sacrificio, Abraham pensó que si Isaac moría, el Señor tendría que levantarle de la muerte, para que una nación tan numerosa como las estrellas del cielo y como la arena del mar, descendiera de él. La voluntad de Dios no puede ser frustrada. 

 Un profeta tiene que servir a Dios con todo su ser. Es llamado a hablar, pero a menudo Dios también le manda que actúe para poder confirmar la palabra que ha recibido. Él tiene que dar un ejemplo para demostrar que el cautiverio babilónico no es perpetuo y que los judíos regresarán a las propiedades que han dejado. Dios nunca manda juicio sin ofrecer esperanza, y la esperanza es más fuerte cuando las circunstancias son más extremas.

 Esta porción describe la manera en la que el Señor expresa la verdad que Él quiere que su pueblo capte. En primer lugar, indica Su voluntad por medio de la palabra (v.6), y después revela claramente a Jeremías lo que está a punto de llevarse a cabo, por medio de una ilustración (v.7). El profeta demuestra que él practica lo que predica; él cree la palabra que le fue dada y la pone en práctica por la fe.

 No me parece posible que Hanameel, el primo de Jeremías, pudiera salir de Anatot y llegar a Jerusalén sin ser observado y capturado por el ejército de Babilonia. Anatot era un pueblo cercano a Jerusalén, en el territorio de la tribu de Benjamín, y era su ciudad natal y también la del profeta. Así que, para hacer el contrato con Jeremías ya tenía que haber estado en Jerusalén y probablemente estuviera experimentando una gran dificultad económica. Aparentemente, Hanameel no tenía un heredero y, según la ley hebrea, un pariente cercano tendría que redimir su propiedad en estos casos, para no tener que venderla a extranjeros y asegurar que la familia no perdiera la tierra. “Cuando tu hermano empobreciere, y vendiere algo de su posesión, entonces su pariente más próximo vendrá y rescatará lo que su hermano hubiere vendido” (Lv.25:25). En el año del jubileo, la propiedad volvería automáticamente al dueño original (Lv.25:13). Anatot es una ciudad sacerdotal, y era ilegal que tales ciudades y sus tierras de alrededor, cayeran en manos de otra tribu (mira las condiciones en Nm.35:2-8; Lv.25:34).

 El Señor está demostrando que, después de la invasión y conquista de Judá por los babilonios, un día estaría de nuevo bajo la ley hebraica, y la carta, descrita aquí, será otra vez válida. Una situación semejante a esta le ocurrió a una amiga nuestra alemana, cuya propiedad la fue quitada en Alemania Oriental por el gobierno comunista. Le fue devuelta después de caer el muro de Berlín.

 El Señor habla a través de Su palabra y la confirma por actos providenciales. Pronto, la providencia de Dios confirmará la palabra dada a Jeremías; lo que algunos considerarán una “coincidencia”. La confirmación es un principio divino, firmemente establecido: “Por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto” (2 Co.13:1; ve también 1 T.5:19; Mt.18:16; Jn.8:17-18). Con toda seguridad Jeremías actuará, sabiendo que lo que hace es según la palabra de Dios.

 Aunque está en la prisión, él está en una mejor situación económica que su primo (v.8). El hecho de que el precio sea tan barato le hace a uno pensar que la condición de Hanameel es desesperante: 17 siclos de plata. Podemos contrastarlo con los 400 siclos que le costó a Abraham una parcela para sepultar a Sara y a toda su familia (Gé.23:15). David compró una era por 50 siclos (2 S.24:24). Probablemente, el primo de Jeremías se creyó afortunado por recibir cualquier cantidad por la tierra ocupada en ese momento por los babilonios. 

 Debido a la inseguridad de las circunstancias, el profeta podría haber hecho la negociación con ligereza, pero no. Reconociendo la infalibilidad de la palabra de Dios, toma todas las precauciones legales al entregar el dinero. Firma la carta de venta ante testigos y pesa la plata en una balanza, con mucha precisión (v.10). Tomó la carta sellada, “según el derecho y costumbre”, probablemente para el comprador, y la otra carta abierta, para que fuera leída por los testigos (v.11). La carta de venta será reconocida cuando Israel vuelva a la Tierra Prometida.

 La transacción se realizó en público y fue dada a Baruc, el escriba de Jeremías, para ponerla bajo custodia. Dio instrucciones a Baruc, también delante de los testigos, para poner los documentos en una vasija de barro, para que fuesen preservados durante muchos años. Fue una manera muy efectiva de guardarlos, porque sabemos que uno de los rollos del Mar Muerto fue hallado entero en una vasija, después de casi dos mil años. Aunque miles de fragmentos fueron hallados en otras vasijas, aun siendo fragmentos, fueron preservados, de modo que todavía han podido juntarlos y leerlos.

 

Un profeta puede saber qué es estar en confusión

 15.  Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Aún se comprarán casas, heredades y viñas en esta tierra. 

16.  Y después que di la carta de venta a Baruc hijo de Nerías, oré a Jehová, diciendo: 

17.  ¡Oh Señor Jehová! he aquí que tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder, y con tu brazo extendido, ni hay nada que sea difícil para ti; 

18.  que haces misericordia a millares, y castigas la maldad de los padres en sus hijos después de ellos; Dios grande, poderoso, Jehová de los ejércitos es su nombre; 

19.  grande en consejo, y magnífico en hechos; porque tus ojos están abiertos sobre todos los caminos de los hijos de los hombres, para dar a cada uno según sus caminos, y según el fruto de sus obras.

20.  Tú hiciste señales y portentos en tierra de Egipto hasta este día, y en Israel, y entre los hombres; y te has hecho nombre, como se ve en el día de hoy. 

21.  Y sacaste a tu pueblo Israel de la tierra de Egipto con señales y portentos, con mano fuerte y brazo extendido, y con terror grande; 

22.  y les diste esta tierra, de la cual juraste a sus padres que se la darías, la tierra que fluye leche y miel; 

23.  y entraron, y la disfrutaron; pero no oyeron tu voz, ni anduvieron en tu ley; nada hicieron de lo que les mandaste hacer; por tanto, has hecho venir sobre ellos todo este mal. 

24.  He aquí que con arietes han acometido la ciudad para tomarla, y la ciudad va a ser entregada en mano de los caldeos que pelean contra ella, a causa de la espada, del hambre y de la pestilencia; ha venido, pues, a suceder lo que tú dijiste, y he aquí lo estás viendo. 

25.  ¡Oh Señor Jehová! ¿y tú me has dicho: Cómprate la heredad por dinero, y pon testigos; aunque la ciudad sea entregada en manos de los caldeos? 

Después de esta demostración visual, en el siguiente versículo, Jeremías proclama audiblemente el mensaje que ilustró anteriormente por el contrato con su primo. Jeremías entiende el mensaje, pero intenta hallar lógica en ello. Nos enseña que la fe puede actuar obedeciendo la palabra de Dios, aun estando confusos, pero nuestra mente humana cuestiona y busca por qué, retando la sabiduría divina. Jeremías ora (v.16) y confiesa que el Omnipotente todo lo puede hacer… “Ni hay nada que sea difícil para ti” (v.17). Quiere decir con esa confesión… “Yo sé que eres ilimitado en poder, pero en estas circunstancias, ¿cómo vas a cumplir lo que has dicho? “Pero ¿cómo?” es una pregunta común en el vocabulario del pueblo de Dios. La oímos en el Evangelio de Lucas, mientras los hechos divinos se desarrollan. Zacarías cuestiona a Gabriel: “¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada” (Lc.1:18). María también expresa la dificultad en su caso, al mismo ángel, Gabriel: “¿Cómo será esto? Pues no conozco varón” (Lc.1:34). 

 Al pronunciar su oración, el profeta expresa los maravillosos atributos de Dios. Será una ayuda y un apoyo para su petición contemplar la Fuente ilimitada, venciendo así sus limitaciones humanas, y alaba a Dios por lo que Él es. Empieza con una expresión del poder creativo del Señor Dios y continúa reconociendo Su misericordia. Miles de israelitas recibirán ánimo al ver la venta de la propiedad. Entonces, alaba a Dios por Su justicia al pronunciar juicio contra todos los malhechores. ¡Él es grande! ¡Él es magnífico! Él tiene ejércitos ilimitados a Su disposición (v.18).

 Jeremías conoce la sabiduría y la fortaleza de Dios, a través de las cuales Él se mueve en los asuntos de los hombres. Como el Señor sabe todo, Él opera perfectamente la justicia celestial, pagando con retribución o galardones a cada individuo (v.19). Como muchas personas antes de él, el profeta cuenta la historia de Israel y cómo el Señor obró sobrenaturalmente cuando les libró de la esclavitud de Egipto. Estos actos formaron un punto de referencia, dando fe para creer que podría hacer todo lo que en verdad hizo de generación en generación, en Israel y en otras naciones. Todo lo ha hecho para dar gloria a Su nombre (v.20). Dios libró a los israelitas de Egipto, porque la esclavitud les prohibió cumplir el plan que Él tenía para ellos. Exalta el poder de Su mano, el alcance de Su brazo extendido, y el temor, aún terror, causado entre los hombres (v.21).

 Les sacó de Egipto con un propósito, cumpliendo Su plan eterno, llevándolos a la Tierra Prometida. ¡Les sacó para que entrasen! Tenía planes asombrosos e inconmensurables para obrar en aquella tierra en la que fluía leche y miel. Sus obras fueron ricas en la salvación, por medio de Su Hijo y la obra del Espíritu Santo. Allí el Cristo encarnado nació en Belén, se manifestó en el oscuro territorio de Galilea, murió en una cruz romana en Jerusalén, fue sepultado en la tumba preparada por José de Arimatea, y se levantó de los muertos con una inmensidad de poder jamás atestiguada por la raza humana. El Espíritu Santo fue derramado sobre Su pueblo y todavía tiene reservadas allí cosas más grandes para el Milenio (v.22)

 Josué se encontró con el príncipe del ejército del Señor al entrar en la tierra y, el que reemplazó a Moisés, se quitó las sandalias de sus pies, sometiéndose al nuevo Líder santo. Ese Comandante les condujo en la conquista de Canaán. Sin embargo, Moisés sabía que “hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír” (Dt.29:4), y fueron desobedientes e inútiles para Su plan. Sin poder confiar en Él, no pudieron hacer nada, fracasaron y anduvieron como ovejas sin pastor. Finalmente llegaron a la condición miserable en la que se encontraban en el tiempo de Jeremías. Necesitaban al Cristo y el milagro de un nuevo nacimiento celestial (v.23).

 El profeta llega al momento en su oración en el que expresa su confusión… su “pero ¿cómo?” Zacarías se fijó en su edad y María en su virginidad. Jeremías se fija en los arietes del asedio que rodean a Jerusalén. “Todo lo que has dicho que sucedería, está aconteciendo (v.24) y ¡acabas de mandarme comprar una heredad, condenada a caer en las manos de los babilonios!” (v.25)

 

El profeta escucha las respuestas directamente del Señor

26.    Y vino palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: 

27.  He aquí que yo soy Jehová, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para mí? 

28.  Por tanto, así ha dicho Jehová: He aquí voy a entregar esta ciudad en mano de los caldeos, y en mano de Nabucodonosor rey de Babilonia, y la tomará. 

29.  Y vendrán los caldeos que atacan esta ciudad, y la pondrán a fuego y la quemarán, asimismo las casas sobre cuyas azoteas ofrecieron incienso a Baal y derramaron libaciones a dioses ajenos, para provocarme a ira. 

30.  Porque los hijos de Israel y los hijos de Judá no han hecho sino lo malo delante de mis ojos desde su juventud; porque los hijos de Israel no han hecho más que provocarme a ira con la obra de sus manos, dice Jehová. 

31.  De tal manera que para enojo mío y para ira mía me ha sido esta ciudad desde el día que la edificaron hasta hoy, para que la haga quitar de mi presencia, 

32.  por toda la maldad de los hijos de Israel y de los hijos de Judá, que han hecho para enojarme, ellos, sus reyes, sus príncipes, sus sacerdotes y sus profetas, y los varones de Judá y los moradores de Jerusalén. 

33.  Y me volvieron la cerviz, y no el rostro; y cuando los enseñaba desde temprano y sin cesar, no escucharon para recibir corrección. 

34.  Antes pusieron sus abominaciones en la casa en la cual es invocado mi nombre, contaminándola.

35.  Y edificaron lugares altos a Baal, los cuales están en el valle del hijo de Hinom, para hacer pasar por el fuego sus hijos y sus hijas a Moloc; lo cual no les mandé, ni me vino al pensamiento que hiciesen esta abominación, para hacer pecar a Judá.

      Hay múltiples textos como el del versículo 26. Hemos visto la integridad de este hombre por todo el libro y, en este capítulo, leemos que valora la verdad sobre su propia libertad. ¿Está mintiendo al escribir que vino a él la palabra del Señor, comenzando en el versículo 1? El rey, Sedequías, hace dos referencias sobre el hecho de que Jeremías profetizó en el nombre del Señor en los versículos 3 y 5.  Cada mensaje de este capítulo (vs. 6, 14, 15, 26, 28, 36 y 42) mantiene que Jehová fue su Autor y, además, son implícitas confirmaciones al hecho en los versículos 8, 30 y 44. Jeremías es un ejemplo de lo que reclama Pedro que “santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P.1:21) Pablo dijo que el Nuevo Testamento es “revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu” (Ef.3:5). La Biblia es la Palabra de Dios.

       El Señor fortalece la fe de Jeremías, ya expresada en el versículo 17, algo que todo el mundo puede asumir sin dudas (v.27). Dios fortaleció la fe de Zacarías, primero dejándole mudo y después abriendo de nuevo su boca (Lc.1:20, 64). El ángel dijo a María: “Nada hay imposible para Dios” (Lc.1:37), y ella respondió: “Hágase conmigo conforme a tu palabra (Lc.1:38). Cuando la palabra de Dios cae sobre oídos receptivos, el resultado es fe.

       Una vez más, Dios describe a Su siervo el castigo que vendrá por medio de Nabucodonosor (v.28). La ciudad caerá y los caldeos la quemarán. El Señor manifiesta la ironía que hay en Su naturaleza al declarar que las casas en donde los dueños ofrecieron incienso a Baal y derramaron libaciones a otros dioses sobre sus azoteas, serán quemadas también (v.29). Es una repetición de lo que Él dijo a Jeremías anteriormente, pero Él lo repite porque es necesario para poder llegar al corazón del hombre (ve Jer.19:13).

      En Ezequiel 16, el Señor habla a la ciudad de Jerusalén, que siguió las pisadas de las naciones cananeas, aunque el inicio de la idolatría se originó antes, en las prácticas paganas de sus propios antepasados, que eran idólatras; podemos incluso incluir a Abraham, antes de que Dios le llamara. El Señor describe a Samaria como una hermana mayor que cayó con todo el corazón en la idolatría, y a Judá como la hermana menor que siguió su ejemplo. A pesar del cuidado amoroso de Dios, le provocaron a ira desde un principio (v.30).

      Dios es totalmente justificado por demoler la ciudad de Jerusalén (v.31). No le debe nada, sino la destrucción, una verdad que podemos declarar contra toda la raza humana. No sería injusto que el Señor enviara a cada persona al infierno. Empezando con Adán y Eva, somos una raza de pecadores, y todos los descendientes de Adán fueron concebidos en pecado. En este siglo XXI, la población del mundo ha descendido al nivel más bajo de depravación, negando a su Creador y despreciando Su ley. A sus ojos, la maldad es buena y lo bueno es malo; incluso he llegado a oír decir a gente incrédula que esta generación ha enloquecido.

      En el tiempo de Jeremías, grandes y pequeños se unieron para provocar a Jehová. Ambos, Israel y Judá, con “sus reyes, sus príncipes, sus sacerdotes, sus profetas, y los varones de Judá y los moradores de Jerusalén.” Los mundos gubernamentales y religiosos, y toda la población eran enemigos innatos de Dios (v.32). Le dieron la espalda a la Autoridad Suprema del universo, que es digno de la reverencia más profunda y de que todos se humillen, postrados en adoración (v.33). Aun peor, despreciaron la tan benigna atención y cuidadosa instrucción que les había dado (v.34).

       En lugar de a Él, adoraron a Su archienemigo, llegando a las profundidades de la crueldad y la perversión para poder hacerlo. El valle del hijo de Hinom fue un lugar ignominioso, donde sacrificaron niños ofrecidos a Moloc, una imagen que representa a un demonio sumamente horroroso. Tal práctica es opuesta a lo que la naturaleza divina aprueba y no halla ningún lugar en la hermosura de Su personalidad. En nuestra generación, la humanidad ha llegado aun más allá de la maldad de aquellos tiempos, sacrificando a millones de bebés en el seno de sus madres. Vivimos en el tiempo más salvaje e impiadoso que ha existido jamás en la historia mundial (v.35).

 

Un profeta tiene un ministerio de esperanza

 36.  Y con todo, ahora así dice Jehová Dios de Israel a esta ciudad, de la cual decís vosotros: Entregada será en mano del rey de Babilonia a espada, a hambre y a pestilencia: 

37.  He aquí que yo los reuniré de todas las tierras a las cuales los eché con mi furor, y con mi enojo e indignación grande; y los haré volver a este lugar, y los haré habitar seguramente; 

38.  y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios. 

39.  Y les daré un corazón, y un camino, para que me teman perpetuamente, para que tengan bien ellos, y sus hijos después de ellos. 

40.  Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí. 

41.  Y me alegraré con ellos haciéndoles bien, y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma. 

42.  Porque así ha dicho Jehová: Como traje sobre este pueblo todo este gran mal, así traeré sobre ellos todo el bien que acerca de ellos hablo. 

43.  Y poseerán heredad en esta tierra de la cual vosotros decís: Está desierta, sin hombres y sin animales, es entregada en manos de los caldeos. 

44.  Heredades comprarán por dinero, y harán escritura y la sellarán y pondrán testigos, en tierra de Benjamín y en los contornos de Jerusalén, y en las ciudades de Judá; y en las ciudades de las montañas, y en las ciudades de la Sefela, y en las ciudades del Neguev; porque yo haré regresar sus cautivos, dice Jehová.  

Jeremías comparte correctamente las intenciones del Señor al profetizar acerca de la conquista babilónica sobre Jerusalén, y al declarar que los ciudadanos conocerán la matanza por la espada, el hambre extrema por el asedio y la enfermedad por la pestilencia (v.36). Sin embargo, si verdaderamente ha oído de Dios, no será todo lo que compartiría. Veremos ahora el destino final para todo Israel.

 Por haber acontecido los terribles desastres descritos anteriormente, el bienestar que Dios ha determinado será ampliado cuando Su ira sea aplacada. Insistiré de nuevo en decir, como en capítulos anteriores, que las siguientes profecías tienen doble cumplimiento. El Señor traerá a los israelitas de Babilonia, pero un regreso de esta pequeña parte del mundo no puede completar la grandeza de esta profecía. El versículo 37 habla de una dispersión a “todas las tierras”, de donde Dios los reunirá para recibir protección divina en Israel.

 Él habla de la intimidad más alta que existe… la que hay entre un pueblo y su Dios (v.38). Esta intimidad supera la cercanía que existe entre los miembros de una familia o entre amigos. Es lo que el Señor se propuso desde antes de la fundación del mundo y reveló a través de todas las páginas de Su palabra. Por eso creó la humanidad a Su imagen y semejanza. A este gran punto culminante llega cerca del fin de Apocalipsis: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Ap.21:3).

Un nuevo pacto o testamento será expedido, basado en una eterna transformación. Su nueva naturaleza se conformará de forma innata con la naturaleza de Dios y ellos conocerán Sus caminos. Caminarán en la sabiduría y el temor de Dios, desde el corazón (v.39) y nunca más habrá necesidad de castigo. No se apartarán de Él, y el pacto con Él no será quebrantado jamás (v.40).

 El último capítulo del libro de Sofonías es hermoso, y hace eco de lo que tenemos en Jeremías 32:41. Proclama lo siguiente: “Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos” (Sof.3:17). Vemos a Dios contento, alegre con Su pueblo. No tiene reservas, desde el corazón y el alma, al establecerle firmemente. Aunque han conocido las severas consecuencias de Su disciplina, ahora vivirán Su fiel bondad (v.42).

 El capítulo termina garantizando el futuro, que fue ilustrado con la transacción del negocio de Jeremías con su primo. La compra del profeta fue una aventura insensata en los pensamientos de un pueblo que había perdido la esperanza. El enemigo fue demasiado fuerte: la desolación de la tierra demasiado devastadora. Pero no fue así en los pensamientos de Dios. Ordenó a Su profeta hacer la compra simplemente para proveer esperanza en su severa crisis. El dominio de los babilonios sobre Israel terminará. Babilonia, en verdad, experimentará una desolación perpetua después de 70 años. La carta de venta entre estos dos primos será descubierta y caerá en manos del heredero correcto. Y solamente es un ejemplo del trato entre los israelitas en el futuro (v.43).

 Quedarán libres en toda su patria. Me parece que el Señor habla con emoción al describir, con énfasis, la figura de la tierra y la población de la nación, donde universalmente practicarán sus negocios, según sus propias leyes: “En tierra de Benjamín y en los contornos de Jerusalén, y en las ciudades de Judá; y en las ciudades de las montañas, y en las ciudades de la Sefela, y en las ciudades del Neguev.”

 La gran lección para cada uno de nosotros es la revelación de Dios mismo dada en este capítulo como el Dios de la esperanza. Si Dios ha sido y es fiel al judío, entonces será igual de fiel a nosotros, a pesar de nuestra indignidad, porque Él no puede negar Su propia naturaleza. Pablo nos da esta consolación: “El Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Ro.15:13).

 

 

 

 


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