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Lowell Brueckner

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Cosas que los ángeles desean ver

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Capítulo 1:1-12

 

Elegidos, renacidos con la vida resucitada de Cristo

       1.    Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, 

       2.       elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas. 

3.      Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, 

4.      para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, 

5.      que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. 

Tras la introducción acerca del apóstol Pedro y las personas a quienes escribe, quisiera referirme al primer versículo una vez más, simplemente para comentar sobre la palabra expatriados. Es la misma palabra griega, parepidemos, que es traducida como peregrino en Hebreos 11:13: “Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.” La idea de esta palabra es expresar la situación de un pueblo que deambula sin una patria.

 Cuando Jacob se presentó delante de Faraón por primera vez, habló de su vida como “una peregrinación”. Fue una persona que no se estableció en ningún lugar, sino que vivió como un nómada, yendo de aquí para allá: “Jacob respondió a Faraón: Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación(Gé.47:9). Su estilo de vida fue infundido por su padre, Isaac, y su abuelo, Abraham.

 En Salmos 39:12, David se identificó con sus antepasados, como un peregrino forastero: “Porque extranjero soy junto a ti, peregrino, como todos mis padres(LBLA). Pedro, en su epístola, escribe a peregrinos, y no veo otra posición para un cristiano en este mundo (v.1). Somos residentes temporales sin permanencia aquí. 

 El apóstol está interesado en decir a estos peregrinos en la tierra que tienen una historia en Dios el Padre que fue iniciada en la eternidad. Los había elegido desde que tuvo conocimiento de ellos. Por supuesto, tenemos que saber que, debido a Su omnisciencia, Su presciencia no tiene principio. Desde la eternidad, Él conoció a estos peregrinos y los eligió como Suyos. El país que ocuparon en los días de Pedro fue el lugar que Dios había elegido para ellos soberanamente desde antes del principio del tiempo. El plan era plantarles donde pudieran desarrollar su vida cristiana y ser testigos a la sociedad que les rodeaba.   

 Su plan para ellos incluyó una obra santificadora del Espíritu Santo en su historia personal. Entendemos santificación como una separación de todo lo demás para poder consagrarse solamente a la obediencia a Dios. El Espíritu de Dios fue el Agente que los separó de todas las circunstancias que les harían echar raíces en esta tierra. Cada individuo fue rociado con la sangre de un valor infinito, derramada por Cristo en la cruz, purificándole personalmente del pecado. Por decir “no” al ritmo y la mentalidad del mundo, el cristiano es hecho un recipiente de la obra más importante de la historia humana. Dios aplica esta salvación individualmente y busca a cada uno como el Pastor que busca a la oveja perdida. Una compositora del siglo XIX, Elizabeth Clephane, lo expresó hermosamente:

       Ninguno de los redimidos sabía              

   Qué tan profundas fueron las aguas cruzadas;            

Ni qué tan oscura la noche que el Señor pasó,         

Hasta hallar Su oveja perdida; 

 Lejos en el desierto escuchó su gemido,  

 Enferma, indefensa y casi muerta.

“Gracia y paz os sean multiplicadas”. Al empezar su carta, Pedro pronuncia sobre los peregrinos bendiciones celestiales de gracia y paz. En mi niñez, escuché a un predicador sueco mayor, John Nelson, decir: “Cinco más cinco son diez; pero cinco por cinco son veinticinco. ¡Dios no suma, sino multiplica!” Nunca se me olvidó aquella simple declaración. El apóstol derrama múltiple gracia y paz divinas sobre el lector. Es tiempo de llegar a dos conclusiones: 1) Esta es la Palabra de Dios y se aplica a todos los que creen. 2) Es más que un saludo, es una bendición viva y activa sobre el lector (v.2).

 Es un Dios asombroso, digno de toda gloria, por diseñar con una sabiduría infinita un evangelio de vida triple, que es expresado en el versículo 3: “Nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos”. Fíjate en las expresiones de vida: renacer, esperanza viva y resurrección. Por la inspiración del Espíritu Santo, Pedro relata cómo Dios toma a personas muertas en pecado e infunde nueva vida celestial en ellos. Son resucitadas juntamente con Cristo Jesús. Él conquistó la muerte y la tumba, garantizando una esperanza viva anclada en el lugar Santísimo (He.6:19). Lo que motiva a Dios a otorgar ese don es una misericordia sin límites hacia un pecador que está perdiéndose, por quien no escatimó esfuerzos para rescatarle de la condenación eterna (v.3).

 Junto con el regalo de la vida eterna, Dios adjunta una herencia celestial que, porque no es terrenal, no se somete a sus impurezas o características temporales. Es incorruptible: no cede a la descomposición o desintegración. Es incontaminada: es pura y no se debilita o deslustra por ningún aditivo o elemento comprometedor. Es inmarcesible: el tiempo no disminuye su valor. Es perfección infinita y eterna, y es guardada en un cielo sin defecto (v.4). 

 El individuo nacido de nuevo, al que se le ha otorgado una esperanza sin fin, ganada por la resurrección del Hijo de Dios, no es dejado en este mundo para levantarse o caerse según su propia capacidad. Incluso lo mejor de este mundo: poderosos guardaespaldas o personas ricas, no son suficientes para garantizar el bienestar de los escogidos de Dios. Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Jn.5:11-12). Es “guardado por el poder de Dios.” Cristo poderoso, quien habita en el creyente, lo tendrá bajo su cuidado ilimitado. El creyente vive confiando en Él y descansando en Su palabra. La omnipotencia guarda su salvación y su futuro, hasta que, al final, los observe con sus ojos (v.5).

 

El anhelo de profetas y ángeles

6.      En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, 

7.      para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, 

8.      a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; 

9.      obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas.

10.  Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación,

11.  escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. 

12.  A estos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles

Pedro reconoce que no hay ningún motivo de gozo que pueda compararse con el poder de Dios, personal y guardador, sobre la vida del creyente. Nos ha parecido bien depositar nuestras almas a Su cuidado y depender totalmente de Él. Confiamos que Él la llevará por todo el camino hasta llegar a nuestro destino final. Nunca he podido entender cómo un predicador puede quedarse impasible cuando expone que la vida eterna es asegurada divinamente. ¿Cómo puede compartirlo a sus oyentes con una voz perfectamente controlada y bien modulada? Me da la impresión de que su única experiencia con ella viene de una biblioteca, donde ha adquirido su información de algún libro de texto teológico. No existe pasión, por lo que deduzco que el tema no ha llegado a las cuerdas de su corazón.

 El gozo que vivimos está basado en la honestidad total de Dios, sabiendo que la eternidad está segura en Él. Lo que hemos experimentado del evangelio en la tierra, alcanzará alturas incomparables al ver a Cristo cara a cara. Cuando llegue este día, “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Ap.21:4). Sin embargo, en este mundo, un periodo que Pedro expresa como “un poco de tiempo”, con aflicciones que Pablo define como “leve tribulación” (2 Co.4:17), hay diversas pruebas, que sí, causan dolor (v.6).

 Sin embargo, tenemos que quitar los pensamientos que sugieren que Dios permite el sufrimiento para saber cuánta presión aguantaremos o cuanto tiempo podremos soportarlo hasta que desmayemos. No, el Señor ya sabe nuestra capacidad bajo el dolor antes de que empiece la prueba. Las pruebas no son necesariamente castigos ni disciplina paterna por haber cometido un acto pecaminoso. Por favor notad que Pedro compara la prueba cristiana como la obra de refinar el oro, que es expuesto a un fuego intenso. Se hace para quitar las impurezas.

 Recuerdo cómo un conocido mío, profesor de instituto, enseñó a su clase cómo se refina la plata. La puso en un tubo de ensayo y encendió un mechero Bunsen bajo el tubo. Cuidadosamente, mantuvo el tubo sobre la llama para poder producir un calor intenso en el recipiente. La sólida plata, al llegar a cierta temperatura muy alta, se hizo líquida. Nos explicó el profesor: “Después, una pequeña manchita negra se fue formando en el tubo de ensayo, y poco a poco fue subiendo en medio de la plata líquida. Al llegar a la superficie, desapareció en el aire.” La plata fue refinada, y Pedro dice que el oro “se prueba con fuego”, de igual manera.

 El valor de la piadosa fe imperecedera es mucho más allá del oro, pero Dios tiene que remover todas las impurezas humanas. El apóstol quiere que el lector cristiano, mientras está sujeto a las pruebas y sufrimientos, entienda este principio. Cuando Jesucristo aparezca, entonces la fe será perfectamente refinada hasta ser “hallada en alabanza, gloria y honra” (v.7).

 La fe de la que habla Pedro tiene que ser hallada genuinamente piadosa, y el amor tiene que ser el que menciona en el versículo 8. El amor humano funciona y crece según experiencias naturales, muy sometido a los cinco sentidos. El amor de Dios es sobrenatural, y no depende de la vista ni el oido: “Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto.” Jake DeShazer declaró que el amor de Dios es milagroso… procede de Dios y o lo tienes o no lo tienes. DeShazer fue un sargento ateo en la Fuerza Aérea americana durante la II Guerra Mundial. Entró como voluntario en una unidad especial, formada para bombear Japón. De las cinco personas de la tripulación de un avión B25, él tiraba las bombas. Aborrecía profundamente a los japoneses y, al ser capturado por ellos y llevado a un campo de prisioneros de guerra, el odio solo se hizo más fuerte. Fue golpeado, malnutrido y estuvo aislado treinta y cuatro meses. Por una circunstancia inusual, consiguió una Biblia y, por medio de la Palabra de Dios, dobló sus rodillas ante el Señor Jesucristo y fue transformado. El odio a los japoneses se transformó en amor y, después de la guerra, fue de misionero a Japón.

 Hemos estudiado un poco de la fe y el amor divinos, y ahora veremos que el gozo que viene de Dios también es sobrenatural… “os alegráis con gozo inefable (más allá de lo que puede ser expresado) y glorioso.” La fe, confiando en Dios, introduce estas cualidades misteriosas y celestiales en la vida humana para, finalmente, llevar al cristiano a su destino… no lo llamaré meta, porque una meta es algo por lo cual uno lucha sin la certeza de que podrá obtenerlo. Un cristiano tiene un destino seguro al final de su jornada, y es seguro que llegará allí (v.9).

 Toda la Escritura contiene el Evangelio, las Buenas Nuevas de la salvación. Empieza en Génesis y llega hasta Apocalipsis. En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios abrió los ojos de los profetas a ello, por lo cual entregaron sus vidas, inquiriendo y emprendiendo una búsqueda de la cual no pudieron ser distraídos. La visión que recibieron fue demasiado maravillosa para poder ignorarla o abandonarla. Conocieron la gracia de Dios y caminaron en ella, sin confiar en sus obras, descansando enteramente en el Señor. Ellos conocieron la Persona de Cristo Jesús y por la fe hallaron su salvación en Él.

 Sin embargo, sabían que vendría una época todavía mejor. La Palabra sería hecha carne y tabernaculizaría entre los seres humanos. Ellos miraron hacia adelante a la obra salvadora de la cruz y confiaron en ella para su salvación personal. Supieron el significado tras cada sacrificio animal que ofrecían. El Dios/Hombre daría Su vida por sus pecados y después resucitaría de la muerte. Ellos profetizaron acerca de estos eventos, siglos antes de que sucedieran, para el beneficio de futuras generaciones bendecidas, pertenecientes a una Nueva Creación. Siendo renacidas, entrarán “por el camino nuevo y vivo” (He.10:20 con v.10).

 Para los profetas todo estaba en el futuro, pero pasaron toda su vida inquiriendo para saber más acerca de la Persona que vendría, cómo sería el evangelio que traería y cuándo acontecerían estos eventos. Era tan maravilloso que, aunque fuera futuro, merecía su total consagración. El mismo Espíritu de Cristo, el Espíritu de la profecía (Ap.19:10), fue el que obró en ellos, dándoles más de trescientos detalles de la futura vida del Mesías. Vieron mucho, pero sabían que estas bendiciones inmensurables estaban reservadas para otras personas. Sobre todas las demás cosas, el Espíritu de Cristo manifestó a los profetas Sus sufrimientos y ¡las glorias incomparables que resultarían de ellos! (v.11)

 Pedro informó a los creyentes que estudiaban su carta que las cosas a las que los profetas habían dedicado sus vidas para poder verlas, fueron las mismas cosas que les fueron anunciadas a ellos, por la predicación de evangelio. Jesús también dijo a Sus discípulos: “Os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron (Lc.10:24).

 La Palabra se ha extendido hasta más allá del Medio Oriente, a Europa, después a las Américas (Norte, Centro, y Sur), a África, a Australia y al Extremo Oriente, y ¡tú y yo hemos recibido la misma Palabra inconmensurable! Piensa sobre la providencia que te trajo esta palabra a ti, hermano y hermana… ¡tú eres el recipiente del mensaje más glorioso que el mundo jamás haya conocido! No fue solamente por el esfuerzo de mensajeros humanos, sino que Dios mismo envió del cielo a Su omnipotente Santo Espíritu para impresionar y hacer penetrar Su palabra en el corazón humano. No hay otra manera para predicar o recibir el evangelio. Él es quien ha obrado en cada persona que ha escuchado y creído, y por Él la Nueva Creación celestial ha sido concebida en cada alma.

 Hay una cosa más que añadir: Seres celestiales, quienes están viendo el rostro del Padre y conocen riquezas más allá de nuestra imaginación, están asombrados por lo que nosotros hemos recibido. Sus corazones se conmueven con una envidia justa. Estamos caminando y experimentando cosas que ellos no tienen la posibilidad de experimentar. ¡El perdón de pecados, el nuevo nacimiento, el bautismo en el Espíritu Santo, los dones y frutos del Espíritu, y la dirección directa y diaria en Sus caminos de justicia, son nuestros! ¡Aleluya!

“Santo, Santo es lo que cantan los ángeles,

Y espero ayudarles a hacer los atrios del cielo sonar;

Pero al contar la historia redentora, ellos doblarán sus alas,

¡Porque los ángeles jamás sintieron el gozo que nuestra salvación nos trae!”

 

 

 


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