Hechos 1:1-5
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Reina-Valera 1569 |
Pruebas indubitables de la resurrección
1. En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar,
2. hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido;
3. a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios.
4. Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí.
5. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días
Lucas dirigió sus dos libros a un conocido suyo a quien llamó excelentísimo Teófilo. La razón por la que algunos piensan que era un nombre simbólico y que Lucas se estaba refiriendo a cada lector de sus libros, es porque Teófilo significa amigo de Dios. Sin embargo, el título excelentísimo nunca le es otorgado al creyente común. Por eso, estoy seguro de que Teófilo era algún noble de la sociedad: un oficial, un romano o un griego distinguido. Los gobernadores Félix y Festo también fueron nombrados de la misma manera: excelentísimo. Teófilo era un convertido y Lucas le escribió personalmente a él para establecerle en la fe.
Quisiera apuntar hacia dos verbos que Lucas usó en el versículo 1, hablando en general de la obra del Señor en la tierra… “hacer y enseñar”. Mientras el escritor escuchaba lo que decían los testigos que habían visto y oído personalmente a Cristo, quedó con la impresión de que Jesús manifestaba la autoridad de Su persona a las multitudes a través de una señal poderosa, y después continuaba dando una enseñanza sobre el tema que el mismo milagro ilustraba. Hay muchas situaciones en las que Jesús obró de esta manera, pero sólo mencionaré una en Juan 6, donde relata cómo Él dio de comer milagrosamente a cinco mil hombres, más mujeres y niños, y después, en el mismo capítulo enseña que Él es el Pan de Vida que descendió del cielo.
Debemos fijarnos en otro verbo que Lucas utilizó justo antes de los dos ya mencionados: “comenzó”. El escritor consideró que en su Evangelio solamente había comenzado a contar la historia del principio de la obra de Jesús, que después continuó en el libro de los Hechos, y todavía hoy, vive y está activo en las actividades de Su iglesia verdadera. Mateo le citó, prometiendo a Sus discípulos: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mt.28:20). Marcos lo relató de esta manera: “Ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían. Amén” (Mc.16:20).
Lucas escribió más acerca de la primera etapa de la vida de Cristo que cualquier otro de los tres evangelistas. En verdad, incluso antes de que Él naciera, Lucas dedicó casi todo el primer capítulo a la promesa y nacimiento de su predecesor, Juan Bautista, que nació seis meses antes que Jesús (Lc.1:36). En el segundo capítulo dio detalles sobresalientes sobre Su nacimiento y la anunciación angélica a los humildes pastores. Lucas describió Su presentación en el templo cuando tenía justo cuarenta días, según la Ley de Moisés (Lv.12:2-4; 6-8). Allí, la familia se encontró con el profeta Simeón, la profetisa Ana y otros que esperaban Su venida (Lc.2:22-38). Lucas cuenta cuando la familia fue de Nazaret a Jerusalén durante la pascua, y cómo Jesús, con doce años, se quedó atrás cuando su familia regresaba a casa. Esto causó una gran consternación a María y a José pero, como un adolescente, les dejó claro que Él estaba ya en el horario de Su Padre en el cielo (Lc.2:41-51)
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Tres lomas del Monte de los Olivos |
Desde este punto en adelante, el Evangelio de Lucas, generalmente, continúa como los otros evangelios sinópticos de Mateo y Marcos, contando el ministerio, la muerte, la sepultura, la resurrección de Jesús, y cerrando el libro con Su ascensión desde el monte de los Olivos. En Hechos 1: 2, Lucas mencionó de nuevo Su ascensión, enfocada a la aceptación de Su Padre. Me gusta la manera en la que el escritor de Hebreos se expresó: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión” (Heb.4:14). Traspasó el primer y segundo cielo, y no se detuvo hasta llegar al Lugar Santísimo, donde se sentó a la diestra del trono de Dios (Mc.16:19). Esto es extremadamente importante, porque afirma que Su obra en la cruz, la cual resultó en el perdón de los pecados, fue aprobada en el cielo.
Por un momento, nota la autoridad celestial con la que dio mandamientos a Sus discípulos (v. 2). Fueron dados por medio del Espíritu Santo a un pueblo escogido que los llevaría a cabo durante toda la edad de la iglesia. Los primeros escogidos fueron todos galileos, pero volveremos a hablar sobre el hecho un poco después.
Durante cuarenta días, Él dio “pruebas indubitables” de su resurrección a más de quinientos discípulos. El número cuarenta tiene un significado simbólico por toda la Biblia. Los ejemplos bíblicos nos ayudan a captar su significado: La lluvia que cayó por cuarenta días trajo la gran inundación (Gé.7:12); Moisés estuvo en el Sinaí cuarenta días y noches (Éx.24:18). Israel vagó por el desierto durante cuarenta años; los espías reconocieron Canaán por cuarenta días (Nú.13:25). La Ley ordenó que no se castigara a un criminal con más de cuarenta azotes (Dt.25:3); varias veces Israel cayó en manos de sus enemigos por cuarenta años. Goliat desafió al ejército israelita por cuarenta días (1 S.17:16); el profeta Elías caminó por cuarenta días después de comer el alimento preparado por el Ángel (1 R.19:8). El simbolismo continúa en el Nuevo Testamento; Jesús fue tentado en el desierto por cuarenta días, y empezamos este párrafo mencionando la prueba de cuarenta días de la resurrección de Jesús (1 Co.15:5-8).
Al meditar en estos ejemplos es fácil ver lo que simboliza el número cuarenta. ¿Puedes ver que significó un periodo de pruebas, a veces un tiempo provisional de crisis que introdujo cambios drásticos? En algunos casos, la prueba incluyó el castigo. Algunas veces el periodo duró cuarenta días y otras veces cuarenta años. Ahora volveremos a las “pruebas indubitables” de Su resurrección.
Pablo enseñó a los nuevos creyentes gentiles acerca de la realidad de un Cristo resucitado y les habló de las consecuencias si Él no hubiera resucitado (1 Co.15:17-20). Cuando las mujeres encontraron la tumba vacía volvieron a Jerusalén, pero en el camino Jesús las encontró y ellas se abrazaron a Sus pies. Lo que Pedro y Juan vieron en la tumba (Lc.24:12) quitó la posibilidad de que el cadáver del Señor hubiese sido robado. Los lienzos fueron dejados allí perfectamente ordenados, algo que los ladrones no se hubiesen preocupado en hacer después de su crimen.
Cuando Jesús se apareció a Sus discípulos ellos se quedaron espantados y atemorizados pensando que estaban viendo un espíritu (Lc.24:37), entonces Él les invitó a examinar cuidadosamente Sus manos y Sus pies, e incluso a tocarle (Lc.24:39-40). Dijo: “Palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que no tengo”. Además comió, literalmente, delante de sus ojos (Lc.24:43).
Me anima que Juan relatara lo de la duda de Tomás, porque hizo que Jesús tomara otro paso hacia la prueba indubitable de Su resurrección. Invitó a Tomás a observar Sus manos y Sus pies, y también a tocar Su costado, donde había entrado la lanza (Jn.20:25-27). No era un espíritu, era un cuerpo humano resucitado. Algunos dudarán también de esta realidad al pensar en la imposibilidad de que un cuerpo pudiera entrar en un lugar con las puertas bien cerradas (Jn.20:19, 26). Sólo recuerda que este era el mismo cuerpo que caminó sobre las aguas (Mt.14:26-31). Además, es de gran consuelo que Jesús pudiera llegar a donde estaban Sus discípulos, sin importar la situación en la que se encontraran, fuera en un lugar cerrado o en medio del mar.
A través de Su ministerio terrenal, Jesús enseñó a los discípulos y a la población, en general, de la naturaleza de Su reino presente. Informó públicamente al gobernador romano, Pilato: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Jn.18:36). El reino literal vendrá, pero primeramente Su pueblo tenía que ser preparado para ello y, por eso, en el reinado presente Él busca gobernar sobre el corazón humano. Un día, la iglesia reinará con Él desde Jerusalén por mil años. Mientras tanto, la obra, en tiempo presente, es cumplir la Gran Comisión, y para los discípulos era recibir, inmediatamente, el poder para llevarla a cabo. La Gran Comisión es la misma para nosotros hoy, hasta que se complete perfectamente. El propósito del libro de los Hechos, escrito por Lucas, es contar cómo comenzó esta obra.
La necesidad esencial para ellos fue la preparación divina para poder llevar a cabo todo lo que este libro nos dice que hicieron. Sin el poder del Espíritu Santo sería imposible. Tenían que quedarse en Jerusalén hasta recibir “la promesa del Padre” (v. 4).
Jerusalén era la capital de Israel, una tierra que Dios reclamó, especialmente, como Suya (Lv.25:23). La ciudad fue elegida como algo significante en el plan de Dios. Fue allí donde el misterioso sacerdote/rey Melquisedec gobernó y ministró (Gé.14:18). El Señor dirigió a Abraham a este lugar para ofrecer a Isaac en sacrificio y es donde David compró una parcela sobre la que se edificaría el templo. Era el único lugar en el que a Israel le fue permitido ofrecer sacrificios. Por esta razón, desde que el romano, Tito, destruyó el templo, no han podido reedificarlo, y por eso no han podido llevar a cabo sus ritos religiosos completamente hasta el día de hoy. Jerusalén tenía muy mala fama por dar muerte a los profetas (Lc.13:33); sin embargo, Isaías la llamó “el Valle de la Visión” (Is.22:1), donde los profetas recibían inspiración. Dios la apartó para la crucifixión, la resurrección y la ascensión del Mesías. También fue el lugar donde el Espíritu Santo se derramó, y será allí, en Jerusalén, desde donde Cristo reinará por mil años.
Para que el ser humano entienda lo esencial que es el arrepentimiento en el plan de Dios, justo antes de que Jesús fuera presentado a Israel, toda la vida de Juan Bautista fue apartada llevar a la gente al bautismo de arrepentimiento. Para que Cristo pueda tomar Su lugar en el corazón humano, es necesario este arrepentimiento. Sin embargo, Juan entendió que su ministerio no era comparable al ministerio del Señor (Mc.1:7). Juan sumergió a la gente en el agua, pero Jesús la sumergiría en el Espíritu Santo.
Las personas a las que Jesús instruyó especialmente, no estaban cualificadas para un plan eterno. Ni siquiera pudieron empezar en el estado espiritual en el que se encontraban, sino que tuvieron que esperar un poco más. Particularmente Juan, había enseñado acerca de la obra del Espíritu Santo (Jn.14:16-26; 15:26; y 16:7-15), acerca de un bautismo al que Juan Bautista se refirió como una obra del Mesías. No era un bautismo en agua, sino una capacidad espiritual que cada discípulo tenía que recibir si quería llevar fruto que glorificara al Padre (Mt.3:11; Mc.1:8; Lc.3:16; Jn.1:33; Jn.15:8), y pronto les sumergiría en él (v. 5).
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