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Lowell Brueckner

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A lo que debemos ser leales

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El hombre que escribió lo siguiente es de las asambleas de hermanos y así escribe a los suyos con términos que ellos reconocen. Sin embargo, creo que nosotros también reconoceremos lo que nos está hablando y cómo podemos aplicarlo a nuestro círculo de compañerismo .. a lo que pensamos que es nuestro.

Qué piensas tú de la persona que dice: “Mis padres eran miembros de esta denominación. Yo nací en ella y moriré en ella.” Dices tú: “Ah, yo creo que es incorrecto hablar así.” Sí, pero ¿por qué es incorrecto decirlo? “Pues, porque él presume de que su denominación es correcta y siempre será correcta.” Entonces, ¿a qué denominación o grupo debe ser leal? “Pienso que no debe ser leal a ninguna denominación, porque ninguna es perfecta”. Vale, una pregunta más: Si no debe ser leal a ninguna denominación o grupo de cristianos, ¿a qué debe ser leal? “Debe ser leal al Señor y a los principios de Su palabra.” ¡Sí, por supuesto! Esta es la única respuesta correcta. Es un error desarrollar una lealtad imperecedera a cualquier comunidad de cristianos, no importa lo bíblica que pueda ser en el momento.

Vamos a suponer que tú rechazas por completo la idea de las denominaciones. Supongamos que te reúnes con cristianos que rehúsan tener cualquier nombre sectario. Supongamos que ellos hablan de sí mismos sencillamente con un nombre tan neutral como “una asamblea” y además se apegan celosamente a la enseñanza de la Palabra. ¿No debes unirte permanentemente con ellos y ser leal solo a ellos? Si lo haces, te encontrarás en una situación difícil. Estás entregándote a un grupo que forzosamente cambiará sobre los años, porque esto ha sido la historia de casi todas las comunidades de cristianos. Poco a poco entran tendencias liberales. El entusiasmo y la frescura terminarán en formalismo y tarde o temprano se desarrollará una jerarquía denominacional. Pronto podrás escribir Icabod sobre toda la cosa – la gloria se habrá apartado.



Ahora, si tú permaneces leal a un grupo de cristianos, la siguiente cuestión siempre estará por delante: ¿Con cuál podrás estar de acuerdo? De la misma manera que existen grandes diferencias entre cualquier grupo de iglesias locales, también existen entre individuos. Algunos son muy exclusivistas, otros se abren más. Algunos son liberales, otros son conservadores. Algunos tienen su pastor dentro de la congregación, otros rechazan el ministerio de un solo hombre. No encontrarás a dos que sean completamente iguales. Así es que hay un problema real. ¿A cuáles debemos ser leales? ¿Podemos aceptar ciegamente una lista de iglesias que existen bajo cierta organización? Parece ser obvio que no podemos hacerlo con constancia. Tenemos que juzgar cada grupo individualmente por la Palabra de Dios, para ver si podemos estar personalmente involucrados.

Presento otro problema: Si mi lealtad es para un grupo de iglesias locales, ¿cómo debe ser mi actitud hacía otros grupos cristianos que posiblemente en algunas áreas están más cerca al modelo del Nuevo Testamento que el mío? ¿Cómo los voy a evaluar? ¿Puedo sencillamente rechazarles por decir: “No son parte de los nuestros”?

Entonces consideraremos el asunto de individuos, obreros cristianos “fuera de nuestro círculo”. ¿Cómo los evaluaremos? ¿Preguntaremos si han sido recomendados por alguno de los nuestros? ¿Están con nosotros? ¿O solamente inquiriremos si están sirviendo al Señor de acuerdo con los principios del Nuevo Testamento? Ciertamente la manera más fácil de juzgar a un individuo o grupo es por ver si está con nosotros o no, pero esto no requiere ningún ejercicio o discernimiento espiritual. Este es un estilo de juicio que es falso y peligroso. Esta manera deja fuera la Palabra de Dios como la autoridad final. Presume que nosotros estamos en lo correcto y todos los demás deben conformarse a nosotros. Nos dirige a una confusión, inconstancia y vergüenza. Los cristianos tienen que ser enseñados a comprobarlo todo de acuerdo a las Escrituras. Ellas son nuestra única autoridad. La pregunta no es ¿cómo funcionamos nosotros?, sino ¿qué es lo que la Biblia enseña sobre esto? Nuestra lealtad tiene que ser en primer y último lugar, y siempre, al Señor y a los principios de Su palabra. Nunca debemos presuponer que cualquier grupo de creyentes tiene el monopolio de la verdad, y que va a vivir siempre apegado al Nuevo Testamento por completo, y que nunca va a poder alejarse y salir de la verdad.

Si preguntas al azar a cristianos: “¿Por qué asistes a esa iglesia? ¿Cuántos podrán darte una respuesta claramente bíblica? Seguramente pocos. Existe una ignorancia general sobre la verdad de lo que es una iglesia neotestamentaria y por eso hay una falta de convicción sobre el tema. ¿Cómo podremos tener fuertes convicciones sobre cosas que no sabemos ni entendemos? En un grupo sano y neotestamentario, los que asisten saben porque están allí. No están saboreando enseñanzas, ni son seguidores de hombres, sino cristianos bien arraigados en la verdad del evangelio y de la iglesia. Están preparados para juzgar todo según la Palabra. No están entregados incondicionalmente a un grupo en particular. Si empiezan tendencias que no son bíblicas y deshonran al Señor, ellos buscarán la dirección del Espíritu Santo para buscar la compañía de personas que sí se reúnen en obediencia a la Biblia. Vamos a examinar algunas de las grandes verdades acerca de los grupos, que se encuentran en el Nuevo Testamento.

La unidad del cuerpo
Una de las verdades más obvias es la unidad del cuerpo de Cristo. Hay un solo cuerpo, una iglesia. Ésta es la verdad y todos los creyentes tienen la responsabilidad de reconocerlo. Cuando nos reunimos, debemos expresar esta verdad de forma práctica. Nada de lo que hagamos o digamos debe negarlo. Muchos cristianos ven claramente que las sectas y las denominaciones niegan la verdad de un solo cuerpo (1 Cor. 1:10-13; 3:3). Las sectas crean la impresión de que Cristo está dividido, y así representan mal la verdad de la palabra de Dios. Muchos de nosotros lo vemos claramente y rehusamos ser nombrados Bautistas, Luteranos, Metodistas, Episcopales… Pero a veces no vemos que cualquier nombre que nos separa de otros miembros del cuerpo, no es bíblico y divide.

Al tomar un nombre, desde el momento en que lo iniciamos con una letra mayúscula o lo calificamos, erramos. Es tan falso identificarnos como Hermanos de Plymouth, Hermanos Unidos o Hermanos Exclusivos, como lo es llamarnos Presbiterianos o Pentecostales. Hermanos con un H mayúscula implica que hay algunos creyentes que no son “hermanos” o que hay algunos que son hermanos de una forma distinta. Oímos a personas preguntar: “¿Está con los Hermanos?” O lamentan tristemente. “Ha dejado a los Hermanos.”

Por supuesto, la verdad es que si es una persona salvada, está con los hermanos, y no puede dejarlos. Es correcto que debemos reunirnos sólo en el nombre del Señor Jesucristo, pero en el momento que nos identificamos como “Cristianos que se reúnen sólo en el Nombre del Señor Jesucristo”, queriendo decir con esto que nosotros sí lo hacemos y otros no lo hacen, ya somos una secta. Hablar de cualquier grupo de cristianos exclusivamente como “El pueblo de Señor” demuestra una actitud sectaria. Estamos clasificados como los de Corinto que decían: “Yo soy de Cristo” – significando que eran de Cristo y los otros no (1 Cor. 1:12). Esta contradicción también ocurre de otra forma por un hábito de llamar a cualquier grupo de cristianos en un pueblo “La asamblea”. O hablamos de estados y ciudades donde “no hay asambleas”. En verdad, ésta es una manera incorrecta de hablar.

La iglesia en cualquier pueblo incluye a todos los creyentes verdaderos que viven allí. Dentro del pueblo puede haber varias reuniones de cristianos. Además puede haber algunos cristianos verdaderos que no se asocien con un grupo local por una u otra razón; quizás están siendo disciplinados, por ejemplo. Todos forman parte de la iglesia en ese pueblo, aunque no todos se reúnen en un solo lugar. Nunca debemos olvidarnos de que somos cristianos, creyentes, hermanos, discípulos, y santos… y también lo son todos los que han sido redimidos por la sangre preciosa de Cristo. Al negarlo, con cualquier forma de sectarismo, denominacionalismo o exclusivismo, es negar la verdad de la Biblia y ser culpables de carnalidad y orgullo.

Todos los creyentes son miembros.
Una segunda gran verdad en la que debemos estar firmes, es en reconocer que todos los verdaderos creyentes son miembros del cuerpo de Cristo y por eso son miembros los unos de los otros (1 Cor. 12:12-26). No siempre es fácil. Muchos hombres han puesto barreras. La gente es más leal a su propio grupo que al cuerpo de Cristo. No reconocen la unidad del Espíritu. Pero el problema no es siempre con los demás. Aún en nuestros corazones hay deseos de ser distintos, y pensar de nosotros como los que poseemos la verdad. A menudo hallamos difícil crear amistad con los que no ven las cosas como nosotros. En lugar de regocijarnos cuando otros son dirigidos a conocer algo de la verdad divina, damos más importancia a las maneras en las que son diferentes a nosotros.

¿Cómo podremos entonces, de forma práctica, expresar la verdad de que todos los creyentes genuinos son miembros del cuerpo de Cristo? Primeramente, debemos amarles porque pertenecen a Cristo (1 Jn. 4:11). El hecho de que sean diferentes a nosotros en varias doctrinas o maneras no debe prohibir que les amemos. Debemos orar por ellos (1 Sam. 12:23). Es una deuda que debemos a todos los hombres, especialmente los que son de la familia de la fe. En tercer lugar, debemos buscar compartir con ellos las verdades preciosas que Dios nos ha demostrado en Su palabra (2 Tim. 2:2). No quiero decir que debemos tener la tendencia de robar ovejas, es decir, entrar en otros grupos evangélicos con el propósito de desviar a la gente a nuestras reuniones. En ningún lugar de la Biblia enseña que debamos dividir. En nuestro contacto con otros cristianos, guiados por el Espíritu, debemos mostrar que Cristo es el centro donde Su pueblo debe reunirse. Debemos enseñar “a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” (Col. 1:28). No solo debemos amar a otros creyentes, orar por ellos y buscar como edificarles, sino que también debemos aprender de ellos (1 Cor. 12:21). Es un error pensar que tenemos toda la verdad y que no podemos recibir ningún beneficio por medio de los que están “fuera de nuestro grupo”. Cada miembro tiene algo con lo que contribuir espiritualmente con los demás en el cuerpo. Las barreras puestas por los hombres, que dificultan que los creyentes se ayuden unos a otros, son contrarias a la voluntad de Dios.

El hecho de que debamos reconocer a todos los creyentes verdaderos como miembros del cuerpo, no quiere decir que debamos adoptar sus prácticas y maneras. Tenemos la responsabilidad de obedecer la Palabra de Dios como Él nos la revela. Podemos amar a la gente sin amar el sistema en el cual están y sin llegar a formar parte de ese sistema. En cuanto a nuestro camino, tenemos que ser obedientes a la Biblia sin comprometernos con algo que es contrario a ella.

Cristo es la cabeza de la iglesia
Una verdad que es importante y por la cual tenemos que estar firmes es que Cristo es la Cabeza de la Iglesia (Ef. 5:23; Col. 1:18). Esto quiere decir que tenemos que buscar que Él nos dirija en los asuntos de nuestra iglesia. Tenemos que reconocer, por ejemplo, que la verdad en cuanto de Cristo como la Cabeza sobre la iglesia es rechazada cuando un “papa” pretende ser la cabeza de la iglesia en la tierra. Pero tenemos que tener cuidado de un error más sutil, que es pensar que cualquiera de nosotros tiene el derecho de manejar los asuntos de la iglesia. Es fácil hablar de Cristo como la Cabeza, y a la vez seguir manipulando y actuando de forma carnal, para realizar nuestros propios deseos. En lugar de esperar en Él por medio del ayuno y la oración, aplicamos métodos exitosos procedentes de los negocios y la sabiduría del mundo. Todo esto niega en la práctica que Cristo es la Cabeza. Si Él es la Cabeza entonces todo debe ser llevado a cabo bajo Su dirección y control.

El sacerdocio de todos los creyentes
Hay otra verdad – la verdad de que todos los creyentes verdaderos son sacerdotes. En 1 Pedro 2:5-9, aprendemos que somos un sacerdocio santo y real. Como sacerdotes santos ofrecemos sacrificios espirituales a Dios por medio de Jesucristo (vs. 5). Estos sacrificios incluyen:
- El sacrificio de nuestro cuerpos (Rom. 12:1,2)
- El sacrificio de nuestra alabanza (Heb. 13:15)
- El sacrificio de nuestras posesiones (Heb. 13:15)
Como sacrificios reales demostramos las excelencias del que nos ha llamado de las tinieblas a Su luz maravillosa (1 Ped. 2:9). Esto quiere decir que cada creyente, por medio de su manera de vivir y por medio de la palabra hablada, debe ser un testigo de Cristo. Como sacerdotes santos vamos al santuario para adorar. Como sacerdotes reales vamos al mundo para testificar. La idea de que la adoración y el servicio son funciones de un grupo especial, como sacerdotes o ministros, es algo que el Nuevo Testamento no enseña. Todos los creyentes son sacerdotes y son libres para ejercitar sus funciones sacerdotales.

El ministerio no es para un solo hombre
Por supuesto, hay peligros potenciales cuando todas o la mayoría de las enseñanzas son presentadas por un solo hombre. La gente empieza a aceptar su palabra como la de más autoridad. Si no estudian las escrituras ellos mismos, no les será fácil discernir los errores. Además, ningún hombre puede proveer la diversidad de ministerios que es posible cuando el Espíritu Santo tiene libertad de hablar por medio de varias personas. Tenemos que preocuparnos, no solamente por un ministerio que sea correcto doctrinalmente, sino también por un ministerio que provea una dieta equilibrada para el pueblo de Dios. La Escritura manda: “Los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen” (1 Cor. 14:29). El ministerio de un solo hombre ahoga a menudo el desarrollo de los dones. No hay oportunidad para que otros participen. Algunos ministros insisten en que deben ser ellos mismos los que hagan la mayor parte del trabajo; les molesta si otros invaden su oficio. En 3 Juan 9-11, por ejemplo, leemos de que Diótrefes fue un tirano en su iglesia local.

La presidencia del Espíritu Santo
Otra verdad vital que cada iglesia está obligada a mantener y a practicar es la presidencia del Espíritu Santo. (Juan 14:16, 26). Esto quiere decir que el Espíritu Santo es el Representante de Cristo en la iglesia sobre esta tierra. Él es quien debe dirigir al pueblo de Dios en la oración, la alabanza y la adoración. La mayoría de nosotros reconocemos que el ministerio del Espíritu Santo ha sido grandemente apagado por la introducción de los ritos y la liturgia. Es obvio en el uso de oraciones escritas, en mensajes estereotipos para ciertos días del “calendario eclesiástico”, en un orden de culto prescrito que hay que seguir sin desviarse… Estas cosas encadenan al Espíritu Santo en las reuniones de la iglesia. Pero también tenemos que preocuparnos por maneras más sutiles de apagarle. Por ejemplo, tenemos que cuidarnos de las reglas hechas por hombres en las reuniones de alabanza. En algunos lugares hay una ley no escrita de que una reunión no puede pasar de cierta hora. O que al estar adorando, no debemos meditar en nuestros pecados o falta de mérito. O que tenemos que sentarnos o ponernos de píe cuando oramos o cantamos. Todas estas reglas apagan el espíritu de adoración espontanea y nos llevan al formalismo.

Cada iglesia es responsable delante de Cristo de forma independiente
Hay otro principio en la palabra de Dios que nos debe guiar, y es precisamente que cada iglesia se gobierna independientemente y es responsable solamente delante de Cristo. No hay tal cosa en el Nuevo Testamento como “una denominación”, “una federación de iglesias”, o “un círculo de comunión”. No hay en la tierra un centro de mando que tenga autoridad sobre de un cierto tipo de iglesias locales. El centro de mando de la iglesia es donde está la Cabeza… es decir, en el cielo. Cada iglesia local debe evitar con mucho cuidado todo lo que les conduce a un control centralizado sobre la tierra. Esta centralización es la maldad que ha causado el desarrollo del modernismo. Los liberales se han aprovechado del control del centro de mando denominacional y de sus seminarios. Saben que si pueden controlar el centro de mando, entonces al final podrán controlar a todas las iglesias. La formación de un grupo central a menudo viene por las exigencias gubernamentales o de un deseo de obtener algunos beneficios del gobierno. Pero esa centralización hace que fácilmente los gobiernos totalitarios repriman a la iglesia. Si pueden controlar a algunos líderes denominacionales, entonces podrán controlar las actividades de la denominación entera. La voluntad de Dios es que cada iglesia sea una unidad independiente, responsable directamente ante el Señor Jesús. Así evitamos que los errores se esparzan y ayudaremos a la iglesia a funcionar de forma clandestina durante los tiempos de persecución.

La parte que ocupan los dones en la iglesia
Hemos hablado brevemente de la parte que ocupan los dones en la iglesia. En verdad cada creyente tiene algún don, alguna función especial en el cuerpo de Cristo. Además hay dones especiales como evangelista, pastor y maestro (Ef. 4:11). Fueron dados para edificar a los santos para la obra del ministerio, y así para edificar a la iglesia de Cristo. Es claro que la obra del ministerio no es para una clase especial de cristianos, sino para todo el pueblo de Dios. La obra de los dones especiales de Efesios 4 es para edificar a los cristianos, para ayudarles a llegar a un punto donde puedan seguir adelante ellos mismos. En otras palabras, los santos no deben ser constantemente dependientes. Como los padres empiezan a enseñar a sus hijos a cuidarse, así también estos dones enseñan a los nenes en Cristo. Pablo estuvo en Tesalonica solamente “por tres sábados” (Hechos 17:2), sin embargo, dejó atrás una iglesia difundiéndose sola, una iglesia indígena, auto-suficiente (en términos materiales), y auto-gobernada. En cuanto al tiempo en que Pablo se quedó en cierto lugar, el tiempo más largo fueron tres años, que permaneció en Éfeso (Hechos 20:31). No es precisamente la pregunta sobre cuánto tiempo puede quedarse una persona en un lugar, sino cual es su propósito en estar. ¿Qué intenta hacer? ¿Está intentando preparar a los santos para que ellos mismos puedan seguir solos?

Hablando de los dones, hay algo más que debemos mencionar. En el Nuevo Testamento, los dones eran carismáticos y no profesionales. Quiero decir que estos dones eran hombres ungidos por el Espíritu Santo soberanamente de tal manera que no necesitaban entrenamiento. Por ejemplo, el Espíritu alcanzaría y prepararía a un pescador para que fuera un evangelista. O quizás tomaría un pastor para enseñar Su palabra. O prepararía a un carpintero para llevar a cabo un ministerio pastoral entre los santos. El Nuevo Testamento no nos da ninguna indicación de que el entrenamiento profesional pueda hacer a un hombre un don para la iglesia. Da asco pensar que solamente los hombres que han pasado por alguna escuela bíblica son los que están preparados para el ministerio. Esa preparación puede ayudar a un creyente para captar un entendimiento de las Escrituras, pero no existe una cantidad suficiente de entrenamiento para hacer que un hombre sea un evangelista, un maestro o un pastor. Siempre queda el peligro del profesionalismo. Si nos aproximamos a la Escritura de forma filosófica, entonces esta preparación puede ser muy peligrosa y dar lugar a la muerte espiritual.

La iglesia local
En verdad el Nuevo Testamento no nos da una definición concreta de lo que es una iglesia. Sí nos aclara que donde dos o tres se congregan en el nombre de Cristo, Él está entre ellos (Mt. 18:20). La Escritura presupone que los que son de la iglesia son cristianos, aunque nos advierte que incrédulos a veces son admitidos por no ser detectados (Hechos 20:29,30). También el Nuevo Testamento afirma que ancianos y diáconos están presentes en una iglesia normal (Fil. 1:1). Más que esto, no existe una manera de saber si ciertos grupos cristianos son iglesias como en el Nuevo Testamento o no. Ahora la situación entre las iglesias locales en el mundo es la siguiente: Algunas iglesias locales representan pobremente a la iglesia universal. Otras la representan más correctamente; pero ninguna lo hace perfectamente. Algunas iglesias no tienen derecho de ser aceptadas como iglesias cristianas. Estoy pensando de las iglesias liberales, por ejemplo, que niegan todas las doctrinas fundamentales de la fe. Entonces tenemos una variedad de iglesias que sí reconocen a Jesucristo como el único Salvador y Señor. Algunas son más evangélicas que otras. Nuestra responsabilidad es edificar según el patrón, es decir, dar una semejanza verdadera de la iglesia en nuestra localidad. Por cierto, no hay ni una que tenga por qué estar orgullosa. Si pudiéramos vernos como el Señor nos ve, probablemente nos desesperaríamos y moriríamos. El orgullo espiritual niega la verdad que intentamos honrar.

CONCLUSIÓN
¿A que debemos ser leales? Una vez más quiero enfatizar que debemos ser leales a la Escritura y no a un sistema o grupo de cristianos. En estos días de engaño, tenemos que probar todo constantemente por medio de la Biblia y funcionar de acuerdo con ella.

Tendremos que pagar un precio. Cuesta seguir los principios del Nuevo Testamento. Habrá vituperio del mundo y oposición de otros cristianos. Pero tenemos una responsabilidad muy clara. Tenemos que obedecer a Dios y dejar las consecuencias en Su mano.

Por William MacDonald, martes, 19/10/2004


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