¿Como va tu alma?
¿CÓMO VA TU ALMA?
“… el que gana almas es sabio”. Proverbios 11:30
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o hace mucho tiempo, respondiendo a una pregunta de uno de sus lectores acerca del infierno, una columnista destacada reveló que no había pensado mucho en el tema. Desde que lo leí, me ha estado molestando. ¿Cómo puede ser que una persona, reconocida por su sentido práctico y común, pueda dejar de lado algo tan sumamente importante? No sé lo que profesa creer, pero estoy seguro de que para ella no es una realidad que los seres humanos son almas imperecederas.
El rey Salomón, quien escribió el texto que figura arriba, fue más sabio. Él sabía que la gente necesitaba respuestas a cuestiones mucho más avanzadas que las que tienen que ver con el mero hecho de subsistir diariamente. Entendía que el hombre es más que un animal sofisticado y que sus preocupaciones van más allá que sólo satisfacer al cuerpo y preservar la salud. La gente enseguida va al médico si se enferma, pero su existencia y bienestar no dependen esencialmente de su estado físico. La Biblia enseña que el hombre es un alma que habita en carne y sangre. La Escritura nos lleva hacia el comienzo del tiempo, cuando Dios creó al hombre a Su imagen, sopló en él el aliento de vida y el hombre fue hecho un alma viviente. Sin embargo, pocos se ocupan de sus almas.
El valor sin medida del alma
Hace muchos años, un partido político quiso presentar a Billy Graham como candidato para la presidencia de los Estados Unidos. Después de considerarlo con cuidado, rehusó la oferta. Concluyó correctamente que el trabajo en el que estaba involucrado era más importante que ser presidente. Este hombre, inteligente y respetado a nivel internacional, pudo ver, en contraste total a la columnista antes mencionada, el asombroso valor de las almas. Su trabajo es traerlas a Cristo para recibir la salvación y la sanidad… “el que gana almas es sabio”.
Una etiqueta nos muestra el valor que tiene un artículo. Jesús preguntó si habría una recompensa que el hombre pudiera dar para redimir su alma. ¿Podrá pagar algo que le asegure su seguridad eterna? Dios nunca aceptará las riquezas acumuladas de toda una vida para esto. Todo el dinero del mundo es inútil frente a los estándares celestiales, que no tienen precio. La economía de Dios se trata de asuntos de vida y muerte. No puede ser dinero. El único precio puesto al alma tiene que ver con “la sangre derramada”. Intentaremos comprender su valor al considerar el siguiente hecho: El Hijo de Dios sacrificó Su vida libremente para comprar el alma. Esa sangre lleva suficiente poder adquisitivo: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa (en términos de valor) de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 P.1:18-19, cuatro palabras mías insertadas).
No solo el precio, sino también la utilidad de un artículo, determinan su valor. ¿Cual es el propósito de un alma? ¿Por qué y para qué fue creada? Considera lo siguiente: El rey David quiso edificar un templo de cedro para Dios, pero el profeta le dijo que Dios no demandaba tal vivienda. De hecho, no manifestó ninguna preferencia entre una de cedro y una tienda, que hasta ese tiempo había sido el símbolo de Su presencia entre Su pueblo. Sin embargo, el hijo de David, sí edificó el templo… una maravilla extravagante del mundo antiguo.
Pero el mártir, Esteban, acertó enfáticamente: “El Altísimo no habita en templos hechos de mano”. Cuando vino a la tierra para habitar entre los hombres, Dios dejó los palacios de marfil del cielo para nacer en un pesebre. Años más tarde, Él informó a Sus discípulos: “El Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza”. La razón por la que Cristo rehusó una morada terrenal fue porque Su corazón estaba fijado en un sitio más atractivo para Su hogar. Su destino era habitar en las almas de los hombres. “¿No sabéis”, dijo el apóstol Pablo, “que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”
Atiende a tu propia alma
La gente ha adoptado muchas falsas ideas sobre el futuro eterno del alma. Hay una que es la que más me molesta, porque está muy extendida y es sumamente peligrosa. Concluye que la mayoría de la gente terminará en el cielo. La carta escrita a la columnista incluyó el siguiente informe: El sesenta por ciento de los que creen que hay un infierno asumen que, de todos modos, van a ir al cielo. Otro gran porcentaje no saben donde irán, y sólo unos cuantos admiten que van camino al infierno. Es espantoso ver, cuando uno pregunta a los que se creen destinados al cielo, sobre qué base creen que pueden tener entrada, que raras veces saben dar una respuesta bíblica. Están confiando en opiniones personales, en lugar del consejo de Dios. Con toda sinceridad diré que esta manera de verlo es extremadamente peligrosa y descuidada. Jesús advirtió y enseñó que pocos hallarán el camino a la vida eterna. Parece que la causa en casi todos los casos es la negligencia.
muchas cosas que distraen a la gente, y por eso no cuidan su alma. Dando a entender el valor y la duración de la eternidad, ¿por qué la sociedad no da la más alta prioridad a estos asuntos? En primer lugar, es por la naturaleza del hombre que, desde la caída de Adán, está en enemistad contra su Creador. También existe un enemigo bastante listo, que se encarga de tener preocupada a la humanidad con otros pensamientos y cuidados que demandan casi todo su tiempo y atención diarios. Y así, la vida pasa demasiado rápido y el alma se pierde.
Ahora, permíteme una pregunta personal: “¿Cuánto tiempo has dedicado a pensar en la “etiqueta de precio” que Dios ha atado a tu alma? ¿Vale más para ti que todo el mundo? Puedo garantizarte que cuando des tu último respiro anhelarás otra oportunidad para darle su verdadero valor. Todos los otros asuntos, en comparación, son secundarios y, relativamente, sin importancia. ¿Estás asegurado con la sangre de Cristo para la eternidad? ¿Vive Cristo en ti ahora? La sabiduría requiere que te preocupes de que tu alma valga para Dios y Sus propósitos.
Ganando a otros
Después de una reunión en el norte de Minnesota en los años 50, mi padre preguntó a un hombre que salía de la iglesia: “¿Qué tal va tu alma?” El hombre llevó esta pregunta con él a su casa y no pudo dormir aquella noche. A las cuatro de la mañana, dejando a un lado los grados bajo cero y también su orgullo, tocó a la ventana de la habitación donde dormía mi padre. ¡Qué sabio fue! Aquella misma mañana, el alma de aquel hombre se convirtió en el templo de Dios. Dios le transformó, y lo último que escuché sobre él, es que ahora se dedica a cuidar las almas de gente indígena en Canadá.
Una vez asegurada el alma, la siguiente preocupación que inquieta al sabio es tomar en cuenta las almas de otros. Recuerda que al hablar de almas, nos estamos refiriendo a personas tanto conocidas: madres, padres, niños, esposas, amigos, como desconocidas. No sé qué sería más irresponsable moralmente, cruel, repugnante, y deshonroso para Dios, que no hacer nada para su eterna salvación. La misma fuerza maligna que desvía a la persona para que no atienda su propia alma, también desvía a los cristianos para que no se preocupen por otros. Que las palabras de Salomón, dadas bajo la dirección del Espíritu Santo, conquisten todas las distracciones, y que la preocupación por las almas domine nuestro tiempo y nuestra atención. ■
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