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Solo lo perdido puede ser encontrado

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Aquí hay un artículo que escribí en otoño, 1997. Es algo, creo, que puedes dar a gente que no creen. Espero que te sea útil:
 
Sólo lo perdido puede ser encontrado

 

“Este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.”             Lucas 15:24

 

H
ace mucho tiempo conocí a un hombre cuya desesperada actitud ha quedado impresa en mi memoria, a pesar de no recordar su nombre ni su cara. Fue en los primeros tiempos de mi ministerio, mientras visitaba el hogar de un pastor luterano al sur de Minnesota. El hombre que estaba en la puerta era un miembro importante de la iglesia, aunque era obvio que había llegado a una profunda crisis en su vida. No le bastaba con ser un miembro de la iglesia, y sólo había una cosa que le importaba. La desesperación le había conducido hasta la casa del párroco, donde expresó su misión en tres palabras: “¡Necesito la salvación!” Descubrió que era un pecador perdido.  

Un sentir de estar perdido

Durante todo el capítulo 15 de Lucas, Jesús se enfocó en artículos perdidos. Primeramente, habló de una moneda perdida, después de una oveja perdida y, finalmente, de un hijo perdido. Estaba enseñando un principio cristiano que ningún expositor de la Biblia debe atreverse a excluir, a pesar de lo incómodos que se sientan sus oyentes. Un sentir de estar perdido es esencial para poder tener un encuentro con Cristo. Jesús habló claramente de esta condición: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”.

Seguramente, los del vecindario, detestaban a un joven que no había correspondido a un padre diligente y bondadoso. Abandonando su casa, desperdició su heredad, malgastándola desordenadamente. Después de perderlo todo fue contratado para cuidar cerdos. Si dejamos esta historia como algo que pertenece al pasado, bajo una cultura desconocida, con el lenguaje de traductores discretos y cautelosos, perderemos el impacto que originalmente tuvo sobre la gente que escuchó a Jesús. Permíteme poner esta historia en un marco actual: 

El pródigo es el hijo de una pareja maja de la vecindad, que tuvo un accidente con el coche nuevo de su padre. Después de abandonar su casa, se juntó con una banda de motoristas y empezó a tomar drogas. Ni siquiera se preocupó de decir a sus afligidos padres cual era su paradero. Por supuesto, también tiene una compañera. Es la chica de quien las señoritas más cultas chismean en grupos en los pasillos del instituto y en las ciudades universitarias, o a quien las viejitas hacen pedazos en sus charlas tomando café.    

El propósito del evangelio

El perdón para los pecadores es el centro y el corazón del evangelio. Esta es la meta que proyectó Cristo, sin la posibilidad de malinterpretarla, desde el pesebre hasta la cruz. Aprendemos cómo un ladrón profesional, trás tomar su último aliento, pudo ser perdonado y entrar en el paraíso eterno, mientras que gente que ha sido diligente, decente y religiosa toda su vida, caen en la condenación eterna. Si este pensamiento choca contra tu sentido de justicia, no estás solo. Este principio siempre ha corrido contra la corriente de la razón natural. Tenemos que aprender a entender las cosas como Dios declara que son.
 
                  "El esnobismo ha conseguido más
 
                  billetes al infierno que el homicidio."
 
Cristo es el Salvador de aquellos que desesperadamente le necesitan. Él no puede ser tratado como un aditivo a una vida fácil y cómoda. La persona que clama al nombre del Señor, no solamente reconoce y confiesa sus pocos o muchos pecados, sino que se ve a sí mismo como un pecador sin esperanza. “He pecado”, dice el pródigo, “y ya no soy digo de ser llamado tu hijo”. Si todavía culpa a sus padres, compañera o compañero, al ambiente que le rodea…, entonces todavía no está preparado para encontrar a Cristo. No es suficiente reconocer que ha cometido este u otro pecado, sino creer que él es la fuente que los origina. Él es quien los fabrica. Debe ser capaz de confesar que es capaz de hacer todo, menos el bien. Aún lo que es “bueno” en él, proviene de motivaciones corruptas y una consciencia retorcida. Debe ser la revelación y reconocimiento de su incorregible naturaleza y su corazón engañado, lo que le conduzca finalmente a Cristo para obtener Su sobrenatural ayuda. Un pródigo llega a este punto relativamente fácil, mientras que una persona bien equilibrada es muy difícil que lo reconozca.

El peligro de ser “bueno”

Vamos a considerar la otra personalidad en esta historia… el hijo mayor. Está incluido con el fin de dar a los buenos ciudadanos de Jerusalén la oportunidad de verse a sí mismos. Algunos sentían mucho respeto por Jesús, pero estaban incómodos con las personas a las que Él recibía. Se quejaban de Su asociación con la “basura” de la sociedad. Al hijo mayor en la historia le fue dada la oportunidad de participar de la gozosa celebración, preparada por el padre, al regresar su hermano a casa, pero él mismo se separó y se excluyó. Rehusó participar de cualquier cosa con esta escoria inútil que había desperdiciado en prostitutas y con sus apestosos colegas todo lo que el padre había ganado con su sudor. El orgullo social y sus propios escrúpulos fueron un obstáculo demasiado alto como para poder saltarlo. 

Me atrevo a decir que el esnobismo ha conseguido más billetes al infierno que el homicidio. Para que uno sea aceptado por Cristo, tiene que caer en una degradación profunda… quizás no en la práctica… pero sí en la propia evaluación de sí mismo. El apóstol Pablo era un fariseo de alto rango, un amigo de la élite de la sociedad, y una persona respetada y honorable. “En cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible”… así es como él mismo describió su estilo de vida estricta y disciplinada. Sin embargo, había aprendido la lección que Jesús enseñó una vez a los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios”. Después de calcular correctamente la distancia a la que se encontraba de Dios, y comparándola con la vida de los pecadores más fétidos, Pablo exclamó: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Se vio a sí mismo peor que un pródigo. Los más extravagantes pecadores, los que más lejos están de Dios, son los que se justifican a sí mismos. Son los últimos en doblar la rodilla delante de Cristo. Por llegar a tal conclusión, este judío estaba dispuesto a asociarse con extranjeros fuera del Israel elegido, ajenos al pacto, sin esperanza y sin Dios. Algunos eran fornicarios, afeminados, ladrones, borrachos y estafadores (fíjate en 1 Co.6:9-10) que podía ganar para Cristo. Como Saulo de Tarso, cada “buena” persona tiene que abandonar su orgullo y sus logros o éxitos.  

Gracia asombrosa

Jesucristo vino a salvar a los pecadores. Él vino a buscar a los perdidos, no importa cuan lejos hayan vagado. A veces, incluso los cristianos pierden la visión de lo que debe ser prioritario. Las iglesias son construidas generalmente en lugares donde poder atraer a la gente digna de buena compañía. Cuando un sobrino mío llevó un domingo a la iglesia a unas personas de los barrios marginados, la esposa del pastor se quejó. No la gustó el olor que traían con ellos.

John Newton fue un implacable traficante de esclavos, desprovisto de cualquier sentido de decencia, derechos humanos, o ética. Él violaba a las mujeres africanas en su barco destinado a las Américas. Es probable que hiciera, además, otros muchos hechos viles. Si hubo un hombre que representaba la escoria de la humanidad, que fuese digno del infierno, ese era él... ¡Un desgraciado! Es el calificativo que usó para describirse a sí mismo en el himno más amado del lenguaje inglés… el himno escrito por el mismo John Newton:                 

“Gracia asombrosa, que dulce el sonido,

Que salvó a un desgraciado como yo.

Una vez fui perdido, pero Él me halló;

         Una vez fui ciego, más ahora veo.”                         

 

 

 

 


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