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Lowell Brueckner

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Asuntos que no pueden esperar hasta mañana

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A veces me dan la fama de ser muy estudioso. La verdad es que me gustaría poder leer mucho más. Intento de leer de un libro diariamente, pero solamente una o dos páginas. Leo de la Biblia cinco capítulos cada mañana antes del desayuno. Lo leo, digo, no escucho una grabación, porque lo que entra por el ojo te impresiona mucho más que lo que entra por el oído. Bueno, mi intención al decir esto, es para que sepáis que no hay comparación entre la atención que doy a la palabra de Dios y a los libros. Con estos comentarios, os presenta el siguiente artículo escrito en inglés en 2002, que abre con un pensamiento sobre la comparación que acabo de mencionar:  

“Como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.” Hebreos 3:7

El escritor de Hebreos, citando el Salmo 95, menciona al autor, no como el salmista, sino como el Espíritu Santo. En las Escrituras no tratamos con los hombres, sino con Dios.

Por eso no podemos tratar con la Palabra de Dios como lo hacemos con otros libros. Tenemos derecho a evaluar las obras de los hombres y decidir hasta que punto estamos conformes con lo que está escrito, pero no podemos hacerlo con el libro de Dios. Ignorarlo o rechazarlo pone en peligro nuestras almas eternas. 

  
Dios nos da un ultimátum, y no tenemos más opción que obedecer. Demorar en ello causará dureza de corazón; una enfermedad más peligrosa que cualquier otra. Las enfermedades físicas pueden enviarte al sepulcro, pero la dureza de corazón te mandará al infierno. Si no obedeces a Dios hoy, es menos probable que lo harás mañana, y llegará el día, tarde o temprano, cuando no sientas Su toque en tu interior.


La voz de Dios en el desierto
Hubo un hombre, enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Antes de nacer, el Espíritu Santo le movió en el seno de su madre. Cuando creció, fue al desierto para oír de Dios, y éste, puso Su palabra en su corazón. Él fue la voz de Dios clamando en el desierto de Judea. Su obra y ministerio fueron preparar un camino para Jesucristo en el corazón del hombre. La gente que no quería escucharle perdía la oportunidad de estar bajo la influencia del Mesías. La misma gente que se oponía a Jesucristo, era la que anteriormente había rechazado a Juan Bautista. Los mismos cobradores de impuestos y rameras que le escuchaban tan alegremente, también lo hacían al escuchar la voz de Cristo. Era necesario que el pueblo escuchara a Juan Bautista, porque si ellos endurecían sus corazones a su predicación, no podrían escuchar el mensaje de Jesús, que pronto llegaría a ellos.

El primer artículo del ultimátum de Dios: El arrepentimiento

El arrepentimiento no espera hasta mañana
El mensaje de Dios por medio de la voz de Juan el Bautista fue: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Este mensaje no se ha quedado obsoleto. Muchos años después, Pablo estuvo en el Areópago y clamó: “Dios… ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan”. La voz resuena por todos los siglos, y hoy en día, llega a tu vida con la misma demanda: “¡Arrepiéntete!”… Si oyes hoy su voz, no endurezcas tu corazón.

La única manera de poder acercarte a Jesús es cuando das la espalda a tu pecado. No puedes venir a la fe en Cristo sin arrepentimiento. Hay tres fuentes de las que mana todo el pecado: la carne, el mundo y el diablo. Pablo explica nuestra situación en Efesios 2: “Estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira”. Tienes que vaciarte de estos tres para poder ser lleno de Dios; ahí es donde el arrepentimiento te conduce. No puedes añadir a Cristo a un corazón que ya está lleno.  
                                                           
Darnos la espalda a nosotros mismos
Primeramente, Pablo, declara la condición de cada hombre, diciendo que está muerto en delitos y pecados, sin esperanza. Nosotros podemos rehabilitarnos de ciertos hábitos que se hayan apegado a nuestra vida, pero no existe tal cosa para un pecador. Para los muertos sólo existe un remedio, y es la resurrección. Los hombres pueden rehabilitarse, pero sólo Dios puede dar vida a un muerto.

Arrepentirse significa que he llegado a verme mí mismo, es decir, que he visto mi naturaleza y mi carne como la fuente de mi pecado. Si no puedo ver esto, jamás me acercaré a Cristo; más bien, intentaré reparar mi vida por mis propios esfuerzos. Tengo que reconocer que no me metí en el pecado por la influencia o falta de influencia de mis padres, ni por tener malas compañías que me dirigían por mal camino; tampoco fue por el ambiente en el que fui criado, ni por el que vivo actualmente. Lo que tengo que reconocer es que yo peco porque soy una fábrica de pecado, incapaz de producir otra cosa. Por eso, no puedo hallar ninguna esperanza en mí mismo ni en ninguna otra cosa que me ayude a ser mejor; tengo que arrepentirme de lo que soy.  

Dar la espalda al mundo y al príncipe del mundo
Pablo dice también que andamos según la corriente de este mundo. Eso significa que nos dejamos llevar, que estamos de acuerdo con el sistema del mundo. Que nuestro estilo de vida y manera de pensar se conforman a lo que hay en el mundo. Recibimos nuestras fuerzas del mundo y ponemos nuestra confianza en él. Ahora, tenemos que dar un giro completo y ponernos en dirección opuesta totalmente. Eso es lo que significa arrepentirse del mundo.

No puedes llevar al mundo contigo al pasar por la puerta angosta que te dirige a la vida eterna. El mundo con sus placeres, deseos y costumbres tiene que ser abandonado. Entregas tus viejos gustos mundanos; entregas su música a cambio de “una nueva canción”; entregas sus ambiciones y obtienes nuevos anhelos. Abandonas su ambiente para vivir en la presencia de Dios.  

Y finalmente, también tenemos que reconocer la influencia de espíritus malos sobre nuestras vidas. No es fácil para el hombre admitir que ha sido un compañero del diablo, pero esa es la verdad que Pablo enseña. No somos amigos de Dios por naturaleza, más bien somos aliados de Sus enemigos. Tenemos que confesarlo y renunciar a la influencia del infierno sobre nuestras vidas.

Tienes que llegar a verte totalmente desesperanzado. No puedes esforzarte para ser mejor, y otros tampoco te pueden ayudar. No hay nada ni nadie que pueda socorrerte, aparte de Dios. Tienes que dar la espalda al mundo, al diablo y a ti mismo, y tienes que hacerlo ya. Mañana es muy tarde para arrepentirse. Hoy Dios te está dando un ultimátum. Si quieres oír Su palabra de esperanza y saber cómo obtenerla, entonces tienes que responder a Su voz, que demanda que te arrepientas. Si no obedeces de inmediato, habrá menos probabilidad de que lo hagas mañana, porque tu corazón se endurecerá rápidamente contra la penetración de Su voz.   


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