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Lowell Brueckner

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Buscando el Espíritu del Reino, capítulo 8

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CARACTERÍSTICAS DE UNA PERSONA CONTROLADA POR EL ESPÍRITU

UNA ILUSTRACIÓN DEL PLAN ETERNO

La palabra Génesis significa principio u origen. El libro de Génesis nos lleva al principio de todo lo que conocemos. Es allí donde empieza la revelación de la persona de Dios y Su eterno propósito. Nos habla de la creación, y podemos ver allí los primeros pasos en el desarrollo del propósito por el cual el universo fue creado. Apenas nos adentramos en el libro, descubrimos a Abraham, un hombre que existió solamente para el Reino de Dios, y cuya existencia tenía que ver con dos importantísimas razones. La primera es que Abraham era el patriarca de una nación que Dios iba a levantar para, por medio de ella, manifestarse a toda la tierra. Y la segunda es que iba a ser el padre de todos los que se acercaran a Dios por medio de la fe.

Génesis 24 relata una historia que ocurre cuando la vida de Abraham está llegando a su fin. Sara, su mujer, ha muerto, y Abraham empieza a pensar en la siguiente generación, y en cómo el plan divino puede seguir adelante. Es obvio su hijo Isaac tendría que casarse y tener un hijo, que a su vez llevaría la simiente prometida por Dios. Entonces Abraham envía a su siervo a Mesopotamia, lugar de sus raíces y donde estaba su parentela, para buscar una novia para Isaac.


Muchos estudiantes de la Biblia han visto en esta historia el plan eterno de Dios de forma alegórica. Es muy importante que nosotros también nos demos cuenta exactamente de lo que se trata, para poder dirigir nuestros pies hacia esta meta. En pocas palabras, todo el plan tiene que ver con esto: El Dios Padre manda al Espíritu Santo al mundo en busca de una novia para Su Hijo eterno. El Hijo murió para comprarla (Isaac simbólicamente fue sacrificado en el capítulo 22) y llegará el día cuando Él llevará a esta novia al cielo para celebrar las bodas, la gran boda suprema. Después volverá a la tierra con ella, como un Rey con Su reina, para reinar durante mil años. Cada cristiano debe tener este pequeño esquema grabado profundamente en su mente y en su corazón, y tenerlo como el punto central de sus pensamientos y actividades. Debe involucrarse enteramente dentro de este plan para el Reino de Dios.

En esta alegoría el siervo de Abraham representa al Espíritu Santo y Su propósito principal en la tierra. Hemos hablado de cómo se identificó con los apóstoles en el libro de los Hechos y, hoy en día, sigue identificándose con los siervos de Dios, los cuales viven por el mismo propósito y manifiestan las mismas características de la Persona divina que llena sus seres. El fruto de sus vidas manifiesta la personalidad del que hace su morada en ellos y toma el control de sus cuerpos, almas y espíritus. “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gá. 5:22-23). Quisiera que viéramos ahora en el siervo de Abraham las características y propósitos de una vida llena del Espíritu Santo funcionando para la gloria de Dios.

Sabemos, por otros pasajes, que el nombre del siervo era Eliezer, pero en este capítulo se presenta como alguien anónimo. El fruto del Espíritu es mansedumbre, y todo lo que hace es para el propósito del Padre y el bienestar del Hijo. El siervo, en toda su misión, no buscó un beneficio personal por el servicio y el esfuerzo ofrecidos. Sabía que cuando su tarea terminara, él no iba a ser un hombre más rico ni con más fama, sino más bien todo lo contrario, ya que al nacer Isaac iba a perder toda la herencia que hubiera podido ser suya. No vemos en él ningún remordimiento ni rencor. Al contrario, dedicó su vida a servir al hijo. No sé en que lugar de la Biblia podemos encontrar una mejor representación de Aquél que no vino al mundo para hablar de sí mismo, sino de glorificar al Hijo.

El primer mandamiento que Abraham dio a su siervo fue negativo: “No tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos, entre los cuales yo habito” (vr. 3). Aconsejamos mucho a los jóvenes cristianos para que no se unan en yugo desigual, y seguramente a Abraham también le preocupaba esto. En realidad, Dios advirtió a Su pueblo, durante toda su historia, para que no se juntase con las mujeres de los cananeos. No quiere que Su simiente sea corrompida. El siervo no debía buscar una novia para Isaac a través de cualquier medio ni de cualquier manera, sino de la única forma que fuera para la gloria de Dios. Igualmente, los siervos de Dios deben tener cuidado para no comprometerse con el mundo, para poder cumplir así la comisión que Jesús les ha dado de ir y hacer discípulos en todas las naciones.

El cristiano que es motivado por la carne utilizará cualquier medio o sistema que le venga a la cabeza, pero la persona llena del Espíritu se sujetará a Su dirección. Antes de poder empezar a funcionar en el Reino de Dios, tenemos que tener bien claro quién nos va a dirigir.

Después de recibir las instrucciones, el siervo se hizo la misma pregunta que seguramente nos haríamos nosotros: “Quizá la mujer no querrá venir en pos de mí a esta tierra. ¿Volveré, pues, tu hijo a la tierra de donde saliste?” (vr.5). Una vez más la respuesta fue negativa. Precisamente aquella era la tierra de dónde Dios había mandado salir a Abraham para conducirle a la tierra donde moraba (vrs. 6-7). Por tanto, su hijo ahora se encontraba en el centro de la voluntad de Dios y no iba a dar un paso atrás. Dios nunca retrocede en Sus planes, ni da lugar a los sentimientos o a las comodidades humanas. La joven, al igual que Abraham en el principio, tendría que dejar su casa y su parentela para involucrarse con Isaac en el mismo plan de Dios. No podía haber ningún tipo de cesión en este caso. Nosotros, de la misma manera, nunca debemos dar un paso atrás, a pesar de las dificultades y las complicaciones en que nos veamos metidos.

También vemos cómo Dios estaba preparando los corazones para el cumplimiento de Su voluntad (vr. 7b). El siervo no eligió una chica al azar, ni por suerte. La obra no empezó cuando él entró en Mesopotamia, sino que el Ángel del Señor había ido delante de él. El siervo, simplemente, había entrado en una obra eterna, concebida antes de la fundación del mundo. La soberanía de Dios sigue siendo el factor principal en Su obra y no está limitada por la mentalidad del hombre.

COOPERANDO CON EL PLAN DIVINO

Bajo esta dirección, el siervo llegó a la tierra de la parentela de Abraham, y se quedó a las afueras de la ciudad de Nacor, junto al pozo. ¿Cuántas veces en la Biblia ha tenido que ver un pozo con el plan de Dios? Ahora mismo tengo cuatro casos en mi cabeza, siendo este el primero. Jacob, que era de la siguiente generación, llegó a la misma tierra y, junto al pozo, se encontró con Raquel. Allí Jacob removió una piedra del pozo para que su rebaño bebiera. Moisés, al huir de Faraón, vino a Madián, y allí defendió a siete hermanas pastoras junto a un pozo. Y como no, tenemos también la muy conocida historia donde Dios, hecho carne, cansado del viaje, se sentó junto a un pozo para encontrarse allí con la mujer samaritana.

Igual que Jesús muchos siglos después, el siervo tampoco entró de golpe en la ciudad. La importancia de su misión no le hizo ser impulsivo ni atrevido. El fruto del Espíritu es mansedumbre, paciencia y templanza. Él esperó afuera porque sabía que Dios tenía toda la situación controlada.

¿Qué hizo mientras? Pues, como reconocía la necesidad de Dios en el asunto, hizo lo que el pueblo de Dios siempre ha hecho antes de poder ver un movimiento divino: oró (vr.12). Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, la manifestación de la presencia de Dios es para la persona o grupo que se pone a orar. No hay excepción. Si una obra no es el producto de la oración, seguramente se corromperá por el humanismo.

Estudia bien su oración y observarás que todos sus anhelos tenían que ver con el bienestar y el propósito de Dios en sus amos. No hizo ninguna petición basada en un plan personal, y por eso su oración fue contestada. Al orar, el siervo no tenía en su mente a muchas chicas para elegir. Su oración estaba dirigida hacía una sola joven, y pidió que ella fuera digna de formar parte en el plan al cual Dios la estaba llamando: “Sea, pues, que la doncella a quien yo dijere: Baja tu cántaro, te ruego, para que yo beba, y ella respondiere: Bebe, y también daré de beber a tus camellos; que sea ésta la que tú has destinado para tu siervo Isaac” (vr. 14). Quiso que fuera una sierva, dispuesta a hacer mucho más de lo que la fuera requerido.
A través del profeta Isaías, Dios demuestra Su disposición de contestar a los que oran como este siervo. “Antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído” (Is. 65:24). Antes de que el siervo pronunciara la primera palabra, Dios ya estaba en la ciudad moviendo a Rebeca para que fuese al pozo a sacar agua, y antes de que terminara de hablar, ya estaba frente a él: “Y aconteció que antes que él acabase de hablar, he aquí Rebeca… salía con su cántaro sobre su hombro” (vr. 15).

¡Qué dispuesta estuvo la muchacha! No imagino que fuera un trabajo fácil dar agua a diez camellos sedientos después de un largo viaje, hasta que acaben de beber (vr. 19). ¿Cuántas veces tuvo que hacer descender su cántaro por el pozo para sacar agua? Nadie la pidió que lo hiciera, pero lo hizo de corazón. Cuando vemos esto mismo en personas sabemos que estamos tratando con corazones preparados por Dios.

El siervo observaba admirado mientras la muchacha hacía exactamente todo lo que él había pedido en su oración. ¿Cuál fue la reacción del siervo ante esto? “El hombre entonces se inclinó, y adoró a Jehová” (vr. 26). Él fue lo que el Padre siempre está buscando, un verdadero adorador. Era un hombre lleno del Espíritu Santo que existía solamente para la gloria de Dios. Él verdaderamente correspondía con el tipo de persona de la que Jesús habló a la samaritana: “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Jn. 4:23). Dios anhela más que creyentes, e incluso, más que discípulos. Él, sobre todo, busca adoradores. ¿Somos nosotros como este siervo? ¿Sabemos adorar como él lo hizo? Sin duda sabemos alabar, pero me parece que A. W. Tozer tuvo razón al escribir: “La adoración es la joya que la iglesia ha perdido”.

¿Estamos también nosotros buscando adoradores? Creo que Pablo sí, y por eso dijo a los corintios: “Si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, por todos es juzgado; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros” (1 Co. 14:25). No debemos quedarnos satisfechos viendo a los que nos visitan cantar, orar, o levantar las manos. Estas cosas no deben darnos ninguna garantía de que la presencia de Dios está entre nosotros. Sabremos que Dios está verdaderamente entre nosotros cuando, al entrar un incrédulo a la reunión, los pecados que nunca ha confesado a nadie, sean expuestos a la luz, y él quede bajo dos fuertes convicciones. La primera, que es un sucio pecador, y la segunda, que no debe estar donde está, o al menos no debe estar de pie. Y como resultado se postrará a adorar ante un Dios santo y temible.

Esto se lleva a cabo por la plenitud del Espíritu Santo, manifestándose con dones sobrenaturales a través de los miembros del cuerpo de Cristo. En este caso, el incrédulo es convencido y juzgado de sus pecados por todos los que ejecutan el don de profecía, de manera que la evidencia de la presencia del Señor en ese lugar es sobrecogedora, convirtiendo al incrédulo en un adorador, rendido a los pies de bronce bruñido (ver Ap.2:18), dando gloria al majestuoso Hijo del Hombre.

Siempre que vemos adoración en la Biblia, encontramos al pueblo postrado. Leonard Ravenhill contaba sus experiencias cuando oraba con A. W. Tozer. En una ocasión éste le dijo: “Len, otros pueden orar como quieran, pero tú y yo adoraremos postrados”. Tozer había adquirido un pequeño tapete de más o menos el tamaño de su cuerpo, y allí, con un pañuelo entre su nariz y el tapete para no respirar el polvo, pasaba horas en la presencia de Dios, muchas veces sin pronunciar palabra. La adoración es muy profunda para que pueda expresarse con palabras. Claro, que de nada vale adoptar una posición física, si en realidad no somos adoradores de corazón. Pero Tozer sí lo era.

Raymond McAfee fue un hombre que se juntaba mucho con Tozer a orar. Dijo que a veces Tozer adoraba postrado y otras veces oraba arrodillado frente a una silla. En una ocasión McAfee dijo: “Recuerdo el día cuando Tozer se arrodilló, quitó sus gafas y las puso sobre la silla. Descansando sobre sus tobillos, con sus manos apretadas una contra la otra, levantó su rostro con los ojos cerrados y exclamó: ‘Oh Dios, estamos delante de Ti’. Junto a estas palabras entró un torrente de la presencia de Dios que llenó aquél lugar. Entonces los dos comenzamos a adorar en silencio y extasiados, llenos de admiración y asombro. Jamás olvidaré ese momento y jamás quiero olvidarlo”.

El hombre lleno del Espíritu Santo, que vive para la gloria de Otro, es guiado mientras camina: “Guiándome Jehová en el camino…” (vr. 27). No es difícil andar en la voluntad de Dios cuando existe tal disposición y actitud en un siervo. Salomón, con la sabiduría del Señor, nos instruyó con palabras que muchos han tomado como el lema de su vida: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas. No seas sabio en tu propia opinión; teme a Jehová, y apártate del mal” (Pr. 3:5-7). Estamos viendo en el siervo estas palabras en práctica.

Pero en medio de esta hermosura que acabamos de contemplar tenemos que hacer alusión a algo sucio y apestoso de alguien que no era un adorador, y que no buscaba la gloria de Dios, sino lo que podía sacar para sí. Cuando Labán vio a su hermana entrar y “vio el pendiente y los brazaletes en las manos de su hermana… vino a él… y le dijo: Ven, bendito de Jehová” (vr. 30-31) ¡Que Dios nos libre de tal cosa! En el primer tomo hablamos acerca de Balaam, y ahora aquí tenemos a un hombre parecido. Balaam era una persona que sabía reconocer la soberanía de la palabra de Dios, pero a la vez amaba la recompensa de la maldad.

Labán, junto con su padre, también reconoció lo que Dios había hablado: “De Jehová ha salido esto; no podemos hablarte malo ni bueno” (vr. 50). Eso sí fue correcto. Si Dios ha hablado, no requiere nuestra opinión, ni tampoco le interesa saber si te parece bien o no. Si Dios habla, debemos poner un punto, porque no hay nada más que añadir.

Ahora vamos a ver un buen ejemplo de cómo el tema central de estos tres tomos, Buscad el Reino de Dios, se lleva a cabo de forma práctica. Cuando el siervo entró en la casa le pusieron delante algo para comer, “mas él dijo: No comeré hasta que haya dicho mi mensaje” (vr. 33). La prioridad, antes que ninguna otra cosa, es tratar los asuntos del Rey en el Reino de Dios. En este siervo tenemos el ejemplo de alguien que fue constante en todo lo que hizo. Las consecuencias iban a ser eternas; mientras que Isaac no tuviera una esposa, la simiente no seguiría adelante. Cualquier interrupción en la sucesión de los antepasados de Cristo, significaba que no podría nacer. La responsabilidad que tenía el siervo era bastante seria.

Al ver el siervo que el padre y el hermano de la muchacha no opusieron resistencia alguna, pudo contemplar otra vez la obra poderosa de Dios en el caso. Posiblemente los milagros más grandes de parte de Dios acontecen en el mismo corazón del ser humano, cuando, lo que denominaría como la substancia más dura del universo, es ablandada. Si entendemos la profundidad de la dureza, el engaño, y la rebeldía que residen en el centro del ser humano, entonces, cuando el corazón se quebranta, podemos apreciar la magnitud de la obra que Dios ha hecho para romper tal resistencia. El siervo fue consciente de la obra y presencia del Señor en ese lugar y no pudo quedarse en pie. Otra vez, “cuando el criado de Abraham oyó sus palabras, se inclinó en tierra ante Jehová” (vr. 52).

La madre y el hermano de la joven tuvieron una sola petición, que humanamente parecía ser muy razonable, ya que en aquel tiempo no existía la posibilidad de ir rápidamente de un lugar a otro. El siervo había venido en camello y el viaje era bastante largo e incómodo. En aquellos días, una separación familiar, como la que requería la voluntad de Dios para Rebeca, significaba, seguramente, que jamás volverían a verse. La Biblia por lo menos no menciona que volvieron a encontrarse. Por esta razón, sabiendo posiblemente lo que tenían por delante, quisieron despedirse de ella como merecía tal separación, y pidieron quedarse con ella diez días más.

Pero el siervo respondió: “No me detengáis, ya que Jehová ha prosperado mi camino; despachadme para que me vaya a mi señor” (vr. 56). La petición familiar, a pesar de ser humanamente lógica, no estaba tomando en cuenta el respeto que el Señor merece. La intención del siervo fue obedecer de inmediato. Si un rey da una orden espera que se cumpla en el momento. ¡Cuánto más el Rey de Reyes! El tiempo que demoramos en obedecer, es tiempo en desobediencia. El siervo, que representa una vida llena del Espíritu Santo, no tarda en obedecer.

Dios ha propuesto Su plan y Él mismo ha hecho todas las preparaciones. Su promesa es segura e irrevocable, pero lo que siempre espera de nosotros, como he dicho antes, no es una opinión favorable, sino un “amén”. Espera un “¡Sí, Señor, que así sea en mí!”. Cuando el ángel anunció a María aquellos planes únicos pero tan costosos para su vida, esperó su “amén” antes de terminar su visita y salir. Ella respondió: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia” (Lc. 1:38). La reacción de Rebeca, igual que la de María, demostró que Dios había preparado su corazón de antemano. Estuvo dispuesta a dejar su familia y todo lo que conocía, para irse lejos y entrar en un ambiente totalmente desconocido para ella. Se rindió a la voluntad eterna de Dios. Dijo sencilla pero definitivamente: “Sí, iré” (vr. 58).

A través de los años, no pocas veces he oído o leído de hombres, confiables y maduros en la fe, decir que se necesitan personas que sepan apartar tiempo para meditar. Hay pocos que tienen las prioridades de su vida en el orden correcto, como las tuvieron los personajes de esta historia. Vemos a Isaac, por su parte, sabiendo el valor de estar sólo con Dios, meditando. “Había salido Isaac a meditar al campo, a la hora de la tarde” (vr. 63).

El Espíritu Santo ha dejado este testimonio en la palabra para que entendamos que el que medita no está perdiendo el tiempo. Sus meditaciones le llevarán a ver la realidad: “Alzando sus ojos miró, y he aquí los camellos que venían”. Isaac estaba buscando el Reino de Dios, y la persona que iba a unirse a él, para llevar a cabo juntos los propósitos de este Reino, venía en ese momento montada en un camello.

Las personas que más bendición han traído a la tierra, son las que han tenido sus pensamientos en las cosas del cielo. Sólo éstas conocen los secretos que Dios comparte a aquellos que se apartan de las actividades, el ajetreo y las voces de esta sociedad, para poder aprender las verdades antiguas que este mundo mentiroso no puede enseñarles. Desean más que ninguna otra cosa relacionarse con el Espíritu Santo y, por medio de Su plenitud, funcionar para la gloria del Padre en Cristo Jesús.


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