Entradas Recientes
Lowell Brueckner

Ingrese su dirección de correo electrónico:


Entregado por FeedBurner

Buscando el Rey del Reino, capítulo seis

Etiquetas:



6. JESUCRISTO, EL YO SOY

“Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy. Tomaron entonces piedras para arrojárselas”. Juan 8:57-59

Capítulo seis, tomado de este libro
EL HIJO DE DIOS ES ETERNO Y OMNIPRESENTE

Las palabras de Jesús: “YO SOY”, tuvieron el mismo significado que el que le dio el escritor de Hebreos al decir: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. El único que no cambia es Dios. Los judíos entendieron bien lo que quiso decirles, y por eso quisieron apedrearle. Para ellos su declaración era una blasfemia, porque estaba autoproclamándose Dios. Gramaticalmente, para sugerir que Él existía antes de Abraham, además de decir “antes que Abraham fuese”, debería haber dicho “yo era”. Pero al decir “yo soy”, estaba diciendo que Él existía en la eternidad (desde y hasta la eternidad). Estaba declarándose eterno.

Aun cuando andaba sobre la tierra existía en la eternidad. Jesús dijo algo semejante a Nicodemo, al presentarse como “el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Jn. 3:13). Otra vez estuvo diciendo que existe en la eternidad y además es omnipresente (presente en todos lugares al mismo tiempo). Las dos declaraciones se encuentran en el Evangelio de Juan, que precisamente revela a Jesús como divino, como el Hijo de Dios. De esta forma empieza el Evangelio, hablando de Jesús el Verbo, y dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Jn. 1:1).


Si Jesús no cambia, como el escritor de Hebreos propone, entonces no hubo un tiempo en el que no fuese exactamente lo que es ahora, ni tampoco lo habrá. Ni hubo un tiempo cuando fue menos de lo que es ahora, ni lo habrá. No ha mejorado ni empeorado con el paso de los siglos; Él no era otro ser; ni hombre, ni ángel, que se hubiera hecho Dios.

YO SOY EL QUE SOY

En Dios hizo el campo escribí acerca de Moisés y la zarza que ardía, cómo Moisés fue transformado por esa experiencia y cómo Dios le había preparado durante 40 largos años en el desierto. No quiero repetir esa parte de la historia aquí, pero lo que sí quisiera hacer ahora es señalar exactamente quien se presentó a Moisés en la zarza y cómo contestó a la pregunta que Moisés le hizo: “Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre? ¿Qué les responderé?”

Estamos viendo a personas en diferentes situaciones de necesidad y cómo Dios, el Hijo, es revelado a ellos. Estas experiencias marcaron un cambio permanente en sus vidas. El propósito tras ello, es para que la fe nazca en nuestros corazones al ver que, lo que Dios hizo por ellos, lo hará por nosotros hoy, porque Jesucristo sí es el mismo. Su eterna naturaleza no permite que nos ignore cuando nos encontramos en las mismas circunstancias que otros en el pasado. Él tiene que tratarnos igual.

Vamos ahora al libro de Éxodo, capítulo 3: “Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios. Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza”. El Ángel del Señor atrae a Moisés y se acerca a Él. Es imposible ignorar tal magnífica atracción. ¿Quién no se sentiría atraído? La zarza común representaba a Moisés y el fuego era la gloria de Dios. Él, que es el que nos bautiza en el Espíritu Santo y fuego, se apoderó de Moisés allí e hizo de él un libertador.

Lo que el pueblo de Israel necesitaba, debido a su esclavitud en Egipto, era una tremenda demostración de un poder sobrenatural, que solamente podía venir del Dios todopoderoso. Humillar a la nación más importante de todo el mundo, que gozaba de una gloria sin igual entre todos los pueblos en su día, demandaba algo más potente que lo que cualquier ejército pudiera suplir. Totalmente controlado bajo su dominio estaba un pueblo de al menos dos millones de personas, viviendo bajo una insoportable esclavitud. Pero el Ángel del Señor estaba a punto de intervenir para librarle, utilizando a un solo hombre que, además de tartamudo, estaba armado con nada más que una vara.

Así, de esta manera, sin la intervención de ninguna potencia humana, podemos ver Su gloria de la forma más pura. Sus demostraciones de poder fueron contadas hasta las regiones más lejanas, sin que hubiera ninguna duda de quién había sido el Autor de tan asombrosos hechos. La historia continuó siendo contada muchos siglos después.

Moisés tuvo dudas cuando fue llamado por el Ángel del Señor para libertar a su pueblo. Como alguien ha dicho, lo que Moisés necesitaba no era un mejor concepto de sí mismo, sino un mejor concepto del Dios que le había llamado. De igual manera, es lo que nos hace falta a nosotros hoy. Temía ser rechazado por los líderes de su pueblo como lo había sido 40 años en el pasado. Su incertidumbre estaba en cómo presentar a su pueblo al Dios que le estaba enviando a ellos.

Así es como respondió el Ángel del Señor: “YO SOY EL QUE SOY” (vr.14). Era la mejor respuesta que podía dar. No importa si el hombre le honra o no. No importa si toda la raza humana se rebela y le abandona. No importa si ignoramos Su persona o cuánta capacidad mental nos falta para entenderle, porque el Señor sigue siendo igual. El concepto que podamos tener de Él no le cambia. Nuestra falta de entendimiento no le quita nada. En Apocalipsis, Juan vio a uno que se llamaba Fiel y Verdadero, EL VERBO DE DIOS, pero además “tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo” (Ap. 19:12). No solamente entre los hombres, sino entre toda la creación de ángeles, seres vivientes, serafines y querubines, no hay quien pueda entenderle y, mucho menos, definirle. Sin embargo, Él sigue siendo quien es.

Aunque no podemos comprender ni siquiera un uno por ciento de su carácter y gloria, más allá de nuestras limitaciones, podemos disfrutar de lo que Él es. Por eso los escritores del Nuevo Testamento hablan de conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento (Ef. 3:19), de alegrarnos con un gozo inefable y glorioso (1 P. 1:18), y de ser guardados por la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento (Fil. 4:7). Estos son Sus atributos, que no podemos captar con nuestros pensamientos finitos y limitados. Él es quien es.

YO SOY EL QUE SOY no es limitado por ninguna situación. Él es suficiente y no necesitamos nada más. Por eso el salmista hablaba una vez tras otra de confiar sólo en Él. Librar a una nación de dos millones de esclavos no es algo complejo para Él. Sujetar al faraón y toda su potencia mundial no altera sus capacidades. Dividir el mar Rojo está dentro de sus posibilidades. Abastecer de comida y bebida en un desierto a millones de personas no agota sus provisiones. Lo que la iglesia ha olvidado en el siglo XXI es que Cristo es todo lo que necesitamos. Somos idólatras que andamos tras muchos otros dioses de nuestra propia creación. “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?” (Stg. 4:4). Debemos considerarnos adúlteros cuando nos convertimos en amantes de los que proveen una seguridad mundana.

El mensaje de Moisés a Israel no tenía que ver con algo, sino con Alguien. El Ángel de Dios dijo: “Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros”. El mensaje para la iglesia cristiana tampoco es un mensaje basado en consejos, mandamientos, enseñanzas, principios, responsabilidades y deberes. Él sigue diciendo: “Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos” (vr.15). Nosotros, igualmente, tenemos que proclamar Su nombre en este siglo. Por este nombre triunfaron Israel y Moisés. Le hallaron totalmente fiel a Su carácter.

YO SOY ES TODO LO QUE HACE FALTA

El Evangelio de Juan relata cómo Jesucristo, abiertamente, revelaba quien era Él a la misma nación de los judíos, y por medio de los primeros versículos todo el mundo puede darse cuenta. Como hemos mencionado, en el primer versículo Juan proclama que Jesús es el eterno Verbo de Dios; que es Dios. En el tercer versículo dice que por medio de Él el mundo fue creado, y en el versículo 9 dice que Él es quien da luz para que los hombres puedan ser alumbrados. Después cita a Jesús diciendo: “YO SOY la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12). Esta luz hizo a Sus discípulos poder ver cosas de Dios, cosas del cielo y cosas eternas que el ojo humano no puede ver. Sin Él, el hombre no tiene ni idea de quién es, dónde está y qué está pasando. Sólo Él puede alumbrar al hombre.

En el capítulo 6, versículo 35, Él dice: “YO SOY el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. Nos enseña que Él es la base de la vida y el alimento principal. Depender de Él no es una actividad que practicamos para mantener cierto equilibrio entre la vida espiritual y la vida física, las emociones o el intelecto, sino que Él es básico para la vida. De igual manera que cada persona tiene que comer para vivir, Él nos enseña que los que no comen y beben de Él, no tienen vida (vr.53). El hombre no puede vivir sin Él.

En el capítulo 10, versículo 9, Jesús nos da una alegoría de un pastor y sus ovejas. Declara: “YO SOY la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá y hallará pastos”. La persona que busca la salvación no la hallará en una religión o en una filosofía. Tampoco la hallará a través de otra persona, porque no hay dos entradas. La puerta es única y cualquier otro que, completamente o en parte, ofrezca algo que tenga que ver con Dios y la eternidad, es un ladrón y salteador (vrs. 8 y 10). La puerta es su persona, Jesucristo. Él ofrece una vida de libertad, donde uno no tiene que estar siempre protegido por un redil de compañeros que estén siempre a su lado para sostenerle, sino que podrá salir para hallar pastos en el campo abierto, guiado personalmente por el pastor. Por eso Jesús también dice: “YO SOY el buen pastor” (vr.11). Él conoce personalmente a cada uno, y cada uno, individualmente, le conoce a Él. Él llama por nombre a los que son suyos, y estos son guiados por Él a todos los pastos del mundo y hasta las puertas de la Gloria. Ninguno que le tenga como pastor se perderá en el camino hasta llegar a su destino (vr.28).

“YO SOY la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (11:25-26). Jesucristo es capaz de librarnos totalmente de la muerte, de hecho, para el creyente no hay muerte. El que tiene la vida eterna, al separarse de su cuerpo, pasa inmediata y conscientemente a la presencia de Dios. Incluso el cuerpo podrido que vuelve otra vez al polvo, será resucitado por Él, quien es la resurrección. Su voz trae vida y, un día, Él llamará a los cuerpos que están en los sepulcros.

En una sola frase, en el capítulo 14, versículo 6, Jesús proclama ser todo lo que hace falta para llegar a la casa de Su Padre: “YO SOY el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. ¿Cómo puede el ser humano encontrar la manera segura de llegar al buen destino? ¿Qué tiene que saber para poder caminar en este camino? ¿De dónde viene la capacidad para poder cumplir y llevar a cabo todo lo necesario para llegar hasta el final? Todo esto es hallado, no en una enseñanza religiosa, sino en una persona gloriosa. Cualquier persona que quiera hallar el camino seguro, tiene que seguirle a Él. Cualquier persona que quiera saber lo que hay que saber sin equivocarse, tiene que seguirle a Él. El que sabe que no tiene en sí mismo las fuerzas para cumplir, y reconoce que necesita algo más fiel que lo que la vida humana provee, tiene que seguirle a Él. El que confía en Él, nunca será desilusionado. Pero ten mucho cuidado, porque no hay otro que pueda garantizar lo mismo. Si alguien más te lo ofrece, ese es un ladrón que te hurtará, te matará y te destruirá.

EL PRINCIPIO, EL FIN, Y TODO LO QUE HAY EN MEDIO

Juan también escribió en tres diferentes versículos del libro de Apocalipsis algo más de lo que Jesús, hablando de sí mismo, declaró ser: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, el Todopoderoso” (1:8). “Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último” (1:11). Y finalmente en 22:13: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último”. El primero incluye también las siguientes palabras: “El que es y que era y que ha de venir”, que significa exactamente lo mismo que hemos visto en Hebreos 13:8: “Jesucristo es el mismo ayer, hoy, y por los siglos”. En verdad, todo lo que estamos viendo aquí tiene el mismo significado. Si Él es el principio y el fin, nos está dando a entender que también es todo lo que está en medio.

Para poder captarlo mejor vamos a contemplar estas expresiones y lo que Jesús quiso decir cuando, en tres ocasiones, declaró ser el alfa (letra “A”) y la omega (letra “Z”) del alfabeto griego, que es el lenguaje original del Nuevo Testamento. Es una manera de expresar más exactamente lo que es el Verbo o la palabra de Dios. En su Evangelio, Juan eligió la palabra griega, logos, que traducida quiere decir, el Verbo, o más exactamente, el Verbo de Dios, como la mejor manera de definir a la persona que quería presentar. Medita en que la persona de Jesús es la “minuciosa perfección” de todo lo que expresa la deidad. No necesita ninguna letra más para expresarlo mejor. “En Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). El que añadiere o quitare de la revelación que Dios nos ha dado de su Hijo, que es el Verbo (pero más exactamente el Alfa y la Omega), sufrirá severas consecuencias. No había nada antes de Él y no habrá nada después. Él mismo abarca todo el alfabeto de Dios, la primera letra, la última, y todo lo que está en medio. “Porque de él, y por él, y para él son todas las cosas” (Ro. 11:36). En fin, Él es todo, y nosotros estamos completos en Él.

Entre el principio y fin, lo que está en medio le pertenece sólo a Él, y no va a confiar ni a encargar a ningún hombre los planes eternos. El que originó el plan antes de la fundación del mundo, y el que finalmente segará la cosecha que ha sembrado, estará activamente involucrado, llevando a cabo cada detalle. Una cosa que me disgusta mucho es ver la arrogancia del ser humano (incluso yo mismo), que piensa que sabe hacer funcionar y desarrollar el plan divino. El hombre, en cada paso que da y en cada palabra que pronuncia, tiene que ser guiado por una luz del cielo y ser totalmente dependiente de Jesús. Nunca aprende “cómo funcionar”.

Para proteger al hombre de un estado de independencia, Dios no le da un patrón ni un método. Sabe que si lo hace, el hombre rápidamente seguiría fielmente al método, en lugar de seguir a la Persona que se lo dio. Él nos deja dependientes cada momento de Su dirección y Su presencia. Por esta misma razón, Dios no reveló a Abraham el destino cuando le llamó, ni tampoco a Felipe cuando le mandó al desierto. “Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos” (Jer. 10:23). Sí tú y yo no sabemos ordenar nuestros pasos, uno por uno, seguramente Dios no nos va a confiar una ruta de larga distancia. “Lámpara es a mis pies tu palabra” (Sal. 119:105). Él es quien tiene que guiar nuestros pies en cada paso.

Jesucristo es el Todopoderoso (1:8), y nos hace saber que no necesitamos más poder que el suyo. ¡Cómo le insultamos cuando confiamos en otros poderes! Estudia la Escritura para saber cómo Dios fue provocado a celos por un pueblo que, en su hora de necesidad, confió en otras naciones, mayormente en Egipto. ¿De qué pensamos que carecen Sus capacidades divinas, para que Su pueblo recurra a otras fuentes? Este fue el argumento que, vez tras vez, a través de Sus profetas, Él puso delante de ellos.

YO SOY EL QUE SOY, el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Si sacamos provecho de ello o no, Él es; si disfrutamos de ello o no, Él es. “Antes que Abraham fuese, YO SOY”, dijo. En Su día en la carne, con la vestimenta de un carpintero, con las costumbres y acento de un galileo, y con la sencillez de un nazareno, estaba el que habita la eternidad, el inmutable Hijo de Dios. Él no ha cambiado ni puede cambiar.

La persona que se rinde a Él podrá disfrutar de la misma provisión que disfrutaron los que dependieron de Él en el tiempo del Antiguo Testamento, además de los apóstoles y sus discípulos en el del Nuevo. Jesucristo es el pan de vida, la luz del mundo, la puerta, el buen pastor, el camino, la verdad y la vida, la resurrección, el Alfa y la Omega. Él es el Dios que ve de Agar y Jake DeShazer, el Dios de Bet-él de Jacob y Natanael, el Dios que provee de Abraham, Isaac y la mujer adúltera, el Admirable de Sansón y Timoteo, El YO SOY EL QUE SOY de Moisés y el apóstol Juan. Sí, es una realidad para el siglo XXI también. ¿Dónde están los individuos necesitados que deciden depender totalmente del YO SOY, el Todopoderoso, para todo lo que necesitan?


0 comentarios:

Publicar un comentario