¿Competidores o hermanos?
Capítulo 2:1-10
Vs 1-2. “Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé,
llevando también conmigo a Tito. Pero subí según una revelación, y para no
correr o haber corrido en vano, expuse en privado, a los que tenían cierta
reputación, el evangelio que predico entre los gentiles.”
¿Por qué Pablo se está
enfocando en Jerusalén, dando casi la impresión de que la menosprecia? La
respuesta es fácil, ya que los gálatas estaban demasiado obsesionados con la
iglesia de Jerusalén y su liderazgo. La ven como el modelo ideal del
cristianismo y como la fuente de espiritualidad para todas las iglesias. La
mayoría de ellos, gentiles de fuera de Israel, no tenían por qué haber puesto
tanta atención hacia una de sus ciudades.
¿Es posible que este énfasis
fuera fruto de una revelación del Espíritu Santo? Seguro que éste no fue el
caso, ya que no es característico de Dios elegir un lugar físico para
declararlo como el centro de instrucción y ejemplo cristianos. Él siempre nos señalara
hacia Cristo y Su cruz. Él nos traerá a la Escritura inspirada y nos enseñará a
venir ante el trono de Dios en oración. A Él le importan las bendiciones
espirituales en lugares celestiales.
Los gálatas no fueron
atraídos a esta enseñanza naturalmente, ni tampoco a través de algo celestial,
sino por una carnalidad fruto de fuentes humanas para cumplir sus propósitos. Algunos
judaizantes habían venido desde Jerusalén con el propósito de dirigir a los
gálatas lejos de la gracia, hacia las obras; simplemente, les habían lavado el
cerebro.
Pablo osa demostrar que, referente
a él, Jerusalén no tiene ningún significado en cuanto al propósito de Dios en
Galacia. Antes de terminar este capítulo le veremos criticando severamente a
Pedro, el líder más destacado e influyente entre los cristianos judíos. Se siente
obligado a hacerlo para despertar a la gente del error de la enseñanza en la que
han caído. La razón por la que esta carta está escrita en tu Biblia es por las situaciones
semejantes que han ocurrido, ocurren y ocurrirán durante toda la historia de la
iglesia.
Bernabé y Tito le
acompañaron en este viaje. Tito, probablemente, fue llevado a la iglesia en
Jerusalén como ejemplo de la obra espiritual que se estaba llevando a cabo
entre los gentiles. Lo que Pablo cuenta es lo que ocurrió en Hechos 15, cuando
trataron en Antioquía el mismo problema que estaba pasando en Galacia. Jacobo,
Juan y Pedro intentaron ayudar, pero Pablo no fue allí para obtener el apoyo de
los apóstoles y ancianos de Jerusalén, sino por una revelación que había
recibido de parte del Señor.
Albert Barnes confirma este
propósito: “Tenemos que recordar que el
diseño de Pablo en escribir esto, es para demostrar que no había recibido el
evangelio de seres humanos. Por eso él tiene el cuidado de declarar que fue
allí por el preciso mandato de Dios. No fue para recibir instrucciones de los
apóstoles allí sobre su propia obra…”
Pablo ya nos había mostrado,
enfáticamente, que sólo hay un evangelio. Sin embargo, para el apóstol a los
gentiles, el evangelio había sido aún mejores nuevas entre los no judíos que entre
los mismos judíos. Los gentiles estaban “sin
Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la
promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef.2:12). Nosotros, como la
mujer sirofenicia, no tenemos derecho de acceder al Mesías de Israel, excepto
por medio de la fe (Mc.7:24-30).
Sin embargo, algo que fue
diferente en la enseñanza de Pablo, comparándola a la enseñanza entre los
judíos, fue que excluyó todo lo ceremonial. Espero que esta verdad sea una
lección para la tendencia que existe en nuestros días de que gente no judía
esté volviendo a la celebración de las fiestas judaicas. Herbert W. Armstrong
enseñaba a sus seguidores engañados a adoptar estas costumbres, incluso a
guardar el sábado, y añadía la mentira de que los europeos y los americanos eran
las tribus perdidas de Israel. Todos estos conceptos, no inspirados, brotan de
mentes corruptas.
Pablo habló en privado a
unos pocos líderes en Jerusalén acerca de la puerta que Dios había abierto a
los gentiles, aunque ya sabían esto por el ministerio de Pedro en Cesarea. Tuvo
que tener cuidado de con quien hablar y evitó la discusión pública, porque conocía
el elemento judaizante que existía allí y que era un peligro para toda la
iglesia. Si no hubiera hablado primeramente con los líderes, ellos podrían
pensar, por los argumentos del partido farisaico, que su ministerio era en
vano. Él quería que su viaje tuviera éxito completo.
Vs. 3-6. “Mas ni aun Tito, que estaba conmigo, con
todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse; y esto a pesar de los falsos
hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad
que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, a los cuales ni por
un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio
permaneciese con vosotros. Pero de los que tenían reputación de ser algo (lo
que hayan sido en otro tiempo nada me importa; Dios no hace acepción de
personas), a mí, pues, los de reputación nada nuevo me comunicaron.”
Podemos saber, siguiendo los
argumentos de Pablo por toda la carta, qué clase de gente era ésta y qué es lo
que creían. Mentían e intentaba desacreditar la enseñanza y las credenciales de
Pablo. Había una falta de honestidad sobre toda esta rama de “creyentes”. El
relato declara que fueron introducidos secretamente y que se habían infiltrado
(LBLA)… y al decirlo, entra otra duda… ¿Quién les introdujo? Los judíos que habían
ido a Antioquia venían de Judea, así que se supone que no eran todos ellos de
Jerusalén, precisamente. Años más tarde, Jacobo y los ancianos declararon a Pablo: “Ya ves, hermano, cuántos millares de
judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley”. Persuadieron a
Pablo a tomar a cuatro judíos que hacían voto, para purificarse y rasurarse la
cabeza con ellos (Hch.21:20-24). En Jerusalén, tendían a seguir con las leyes
ceremoniales.
Otra vez, demostrando la
falta de honestidad que caracteriza a los falsos “hermanos”, buscaron maneras
de saber, encubiertamente, lo que pasaba en esta conferencia entre Pablo y los
apóstoles de Jerusalén. Eran espías y causaron bastantes problemas hasta que, “después de mucha discusión…” (Hch.15:7),
Pedro relató su experiencia inicial con la casa de Cornelio y el derramamiento
del Espíritu sobre ellos. Él reafirmó que la salvación, tanto para el judío como
para el gentil, era una obra de la gracia.
En esa ocasión, Pedro habló
de un yugo (15:10) que había sido puesto sobre los gentiles por el
partido farisaico, y Pablo volvió a declarar que su intención era esclavizarles.
¿De qué manera? ...obligándoles a llevar “un
yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar”. Por lo que Pablo escribe en esta
carta, no cabe duda de que sus maestros quisieron enseñorearse de ellos y someterles
a su partido y sistema religioso. La religión, inventada por el hombre, siempre
se reconoce por este estilo de esclavitud, que es una característica de la
personalidad del diablo. Sin embargo, el propósito del evangelio verdadero es
romper las cadenas.
Pablo, Bernabé y el liderazgo de Jerusalén no se comprometieron
para lograr la unidad, ni accedieron a someterse a ellos de ninguna forma. Un
cambio en una cláusula del evangelio sería desastroso para su futuro. Ellos
estaban pensando en el creyente común entre los gentiles y en la preservación
del evangelio hasta el fin del siglo, incluso este siglo XXI. Decidieron
conservar la oportunidad de servir a Dios libremente y poder desarrollar una
relación personal y práctica con Él.
Sobre todo, estaban preocupados por el triunfo de la verdad… “para
que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros”, y
según la esencia de la verdad, “ninguna
mentira procede de la verdad” (1 Jn.2:21). Los hermanos en Cristo están de
acuerdo con el siguiente principio: La
lealtad no es, básicamente, a una persona o a un partido o movimiento, sino a
la verdad. ¡Una pequeña falsedad arruina la verdad y no puede ser tolerada
entre el pueblo de Dios!
Quisiera mencionar brevemente
que, en la iglesia primitiva, no existía el profesionalismo. Las expresiones, “los que tenían cierta reputación” (v.2)
y “los que tenían reputación de ser algo”
(v.6), demuestran, más bien, una autoridad espiritual reconocida por los demás,
más que posiciones oficiales. Por supuesto, tiene que haber pastores, obispos y
ancianos (diferentes nombres para el mismo oficio) entre el pueblo de Dios, y
deben ser respetados, pero no deben tener ningún toque de superioridad. Todos
son hermanos, aunque, de parte de Dios, tuvieron una autoridad especial. Lo que
los apóstoles pusieron en práctica estaba de acuerdo con la enseñanza de Cristo
en los Evangelios, estableciendo el principio, como declara Pablo, de que “Dios no hace acepción de personas”.
Cuando Pablo dice, “nada me importa”, refiriéndose al
liderazgo en Jerusalén, no está faltando al respeto con ideas como: “A mí no me
interesan, ni les necesito…”, simplemente está guardando la verdad que ha
presentado desde el principio de esta carta, acerca de que su apostolado no
depende de ellos, ni cambia en ninguna manera quien es él, ni lo que él tiene
que hacer. Ningún hombre podría añadir ni quitar nada a su llamamiento divino.
Vs. 7-10. “Antes, por el contrario, como vieron que
me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de
la circuncisión (pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la
circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles), y reconociendo la
gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como
columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para
que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión. Solamente nos
pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual también procuré con
diligencia hacer.”
En este encuentro, ninguno
impuso las manos sobre otro, que significaría la ordenación por un cuerpo de
ancianos a un candidato para el ministerio, sino que, sencillamente, se dieron
la diestra en señal de compañerismo entre iguales. Los buenos hermanos en
Cristo reconocen el llamamiento divino, en una sincera comunión, sin envidia ni
competencias. Mientras nos tratamos unos a otros como hermanos, el Señor
levantará a quien Él quiera. Si Dios llama a una persona, entonces Él determinará
las limitaciones sobre su ministerio, y ningún verdadero siervo, compañero en
el servicio del Señor, intentará reducirle o detenerle. Una vez comprobado que
Dios es la fuente, ninguno tiene que decir una palabra. Entre los apóstoles,
por ejemplo, está establecido; el Señor quiere a Pedro con los judíos y a Pablo
con los gentiles. Jacobo, Cefas y Juan (fíjate otra vez en el término, “considerados como columnas”), al ser
verdaderos siervos de Dios, llenos del Espíritu Santo discernidor, llegan a un
acuerdo y a una comunión con Pablo y Bernabé.
El liderazgo de Jerusalén
está especialmente consciente de la necesidad de un ministerio humanitario, y
Pablo compartió esa convicción con ellos. Ya que tenemos este tema delante,
permíteme comentar acerca de lo que es la compasión cristiana verdadera y lo
que no lo es. En primer lugar, tenemos que reconocer que una persona puede ser
genuinamente humanitaria por naturaleza sin haber nacido de nuevo. Hay los que
son compasivos desde su nacimiento y el mundo nos da muy buenos ejemplos de ellos.
De hecho, la sociedad casi siempre aplaude el esfuerzo humanitario. Es un error
pensar que ese esfuerzo o la motivación sea algo básicamente espiritual, cuando,
en verdad, puede ser lleno de un
orgullo feo.
Oí contar un cuento acerca de
un hombre, en cierto pueblo, conocido por su amor hacia la humanidad; un amor
auto sacrificado. Era capaz de traer a su casa a un hombre sin hogar y
prestarle su propia cama. También era capaz de quedarse sin dinero por pagar la
cuenta de un pobre, y quedarse sin comer por dar su comida a un mendigo
hambriento. Cada ciudadano le alababa y su nombre aparecía frecuentemente en los
periódicos.
Poco después, un hombre se
mudó al pueblo y, he aquí, este hombre era aún más generoso que el primero, más
dispuesto a sacrificarse para poder ayudar a su vecino y aliviar las cargas de
los pobres. Inmediatamente, el público empezó a prestar atención a aquel
extranjero y a olvidarse del primero, quien por tanto tiempo había destacado
entre ellos por su caridad. El primer hombre también había escuchado hablar del
nuevo habitante y evitó, a toda costa, un encuentro con él. Así, de igual
manera, el último se portó con el primero, cruzándose a la otra cera si le veía
aproximarse a él. Podríamos alargar la historia, pero creo que ya hemos
aprendido lo suficiente.
¿Qué pasa en este cuento?
Pablo dijo: “Si repartiese todos mis
bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser
quemado, y no tengo amor…” ¡Párate ahí mismo, Pablo! He oído que el amor no
es algo que sentimos, sino algo que hacemos… Repartiese mis bienes… entregase mi cuerpo para ser quemado… ¿No es
eso el amor? Ah, pero el apóstol escribe del amor de Dios, comparándolo con el
amor humano, y sigue: “El amor no tiene
envidia, el amor no es jactancioso” (1 Co.13:3-4). En estos puntos
fracasaron nuestros dos amigos del cuento.
Juan dijo: “En esto consiste el amor (amor
verdadero, el amor de Dios); no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su
Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1Jn.4:10). Vamos un momento al
Evangelio y comparemos el amor de una mujer con un vaso de alabastro de perfume
carísimo con el amor de los mismos discípulos de Jesús. Ya conoces la historia…
ella lo derrama totalmente sobre Jesús y Sus discípulos reaccionaron enfadados:
“¿Para qué este desperdicio? Porque esto
podía haberse vendido a gran precio, y haberse
dado a los pobres” (Mt.26:6-9). A estas cosas, solamente añadiré la
última frase de la oración sacerdotal de Jesús a Su Padre: “Que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Jn.17:26).
El amor del Señor no es un amor
humano, de hecho, es absolutamente diferente. Su amor nos motiva, primeramente,
a amar a Dios y a hacer todo para glorificarle. Él nos moverá a favor del
prójimo, priorizando su alma eterna sobre sus necesidades temporales; obrará
para llevarle a una posición en la cual dará gloria a Dios por haber sido
reconciliado con Él.
Primero tenemos que ser motivados por medio del Espíritu Santo
desde adentro de nosotros, y Él nos conducirá y dará poder para poder llevar a
cabo lo que Él quiere. ¿Obra el Espíritu Santo para aliviar el sufrimiento de
los pobres? Por supuesto, pero siempre con la intención de ayudarles de una
manera mucho más importante. Hay cuatro cosas que siempre caracterizan a la
obra del Espíritu Santo: es espiritual, celestial, sobrenatural y eterna. El
único bien verdadero que podemos hacer por el pobre, es darle lo que podrá
llevar por sí mismo al cielo. “Sí”, dice Pablo, “Yo también me acordaré con
diligencia de los pobres”.
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