El evangelio del Antiguo Testamento
Gálatas 3:6-14
7. Sabed,
por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham.
8. Y la Escritura, previendo que
Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena
nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones.
9. De
modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham.
No importa quien, ningún
líder moderno puede compararse con el apóstol Pablo. Su enseñanza estaba bajo una
inspiración especial e inerrante. No hay errores en su doctrina, la cual
intentaremos entender en este estudio expositivo de Gálatas.
Creo que hemos concluido que
nadie puede dirigir la manada de Dios sin un entendimiento de la revelación de
toda la Escritura, desde Génesis hasta Apocalipsis. Jesús mismo lo requirió de
Sus discípulos en Lucas 24:25-27 y 44-46. ¿Puede verse los dirigentes en el
lugar de Pablo, como pastores sobre la manada de Jesús, si Jesús mismo no “les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”, como lo hizo con los
dos en el camino a Emaús? ¿Pueden imaginarse a líderes cristianos, como los
apóstoles, si Jesús no “les abrió el
entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras?” Las Escrituras, de las
que se habla en estos versículos, eran el Antiguo Testamento, las únicas
Escrituras que existían en aquel tiempo. No debemos tomar en serio la
presunción de un llamamiento divino de ninguno que no haya sido instruido en la
Biblia desde el principio hasta el fin. Cualquier pastor tiene que entender y
enseñar fielmente lo que cumplió Jesús en la ley de Moisés, en los profetas y
en los salmos.
Ahora, intentaremos seguir
mientras Pablo cambia de un argumento
personal, en los versículos del 1 al 5, a un argumento bíblico, empezando en el versículo 6. Un argumento sobre
la experiencia personal nunca es suficiente; tenemos que entender el evangelio
según la Biblia. J. C. Ryle dijo: Nunca,
nunca, olvides que el único fundamento de una fe sana es un conocimiento
textual profundo de la Biblia. Pablo razona con los gálatas y, por medio
del Espíritu Santo, también razona con nosotros, acerca de la vida de Abraham
en el libro de Génesis (Gé.15:6). La verdadera fe en el evangelio de Jesucristo
es la misma fe que poseía Abraham. Esa fe le llevó a la justicia y es la única
forma de llegar a la justicia en cualquier tiempo y lugar. Es la fe que viene
de Dios la que salva y produce en el creyente la confianza en Él.
En primer lugar, tenemos que
entender lo que es la justicia que Pablo enseña. Simplemente, es un estado de
estar bien delante de Dios. Si tenemos cualquier concepto de la santidad de
Dios, entenderemos que nunca lograremos esta justicia por medio de guardar la
ley o por esforzarnos en perfeccionar nuestro comportamiento. Siempre estaremos
miserablemente destituidos de la gloria de Dios. Abraham encontró la manera de hacerse absoluta y
perfectamente justo delante de Dios, y fue por creer en Él. En su gran
presentación doctrinal del libro de Romanos (4:3), Pablo cita el mismo texto que
aquí, en el versículo 6.
Ser “contado por justicia” significa
que, cuando una persona cree, la justicia hace que sus deudas, donde estaban
detallados los pecados cometidos contra Dios, quedan borradas. En Romanos
4:23-24, Pablo escribe: “No solamente
con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con
respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en
el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro”. En esa cuenta ahora aparece una sola palabra… “justificadas”.
Cada verdadero creyente
tiene los mismos genes espirituales de Abraham y, siendo un hecho, somos sus
hijos. La genética espiritual, tanto como lo es la genética física, es una
realidad, y es más fuerte y exigente. La Biblia tiene mucho que decir sobre el
tema. Cuando encontramos la palabra generación
en el Nuevo Testamento, normalmente no se está refiriendo al tiempo o a
cierto pueblo de alguna época, como normalmente entendemos. La palabra griega
es la misma de la cual derivamos nuestra palabra gen en español. Tiene que ver con la genética, una raza de gente.
Por eso, Juan Bautista llamó
a los fariseos y saduceos una “generación de víboras” (Mt.3:7). Pedro, positivamente, usando la misma
raíz de la palabra griega, llamó a los cristianos “una generación (linaje, RV60 y LBLA) escogida” (1
P.2:9). Cada ser humano tiene que
ser fiel a sus genes. Jesús estuvo hablando de genes espirituales, al decir a
los judíos: “Si fueseis hijos de
Abraham, las obras de Abraham haríais” (Jn.8:39). Les acusó: “Vosotros hacéis las obras de vuestro padre” (8:41), y después,
llanamente, dijo: “Vosotros sois de
vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (8:44).
Por eso, ya que por nuestra naturaleza procedemos de la simiente
caída de Adán, cada uno de nosotros tenemos que ser convertidos por medio de un
nuevo nacimiento, para poder hacer la voluntad de Dios. Entramos en la nueva
creación por medio de la fe. La fe es la que hizo de Abraham el hombre justo
que era en el centro de su personalidad; él era “el creyente Abraham” (es lo
que era él), y Pablo define a los creyentes “los de la fe” (es lo que son ellos). Estamos hablando de una nueva esencia, un nuevo carácter. Por
fe, somos hijos de Abraham y venimos de su misma naturaleza espiritual y, porque
esto es cierto, vivimos bajo la bendición de Dios, tal como Abraham.
Ya desde la antigüedad, Dios vio de antemano que la
justificación de los gentiles sería de la misma manera por la que Abraham fue
justificado, y aquí Pablo cita Génesis 12:3: “Serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. La palabra “justificar” significa ser
declarado ‘no culpable’. Por supuesto, Dios no solamente sabía de antemano acerca
de la justificación de las naciones no-judías, sino que también la ordenó de
antemano.
De aquí en adelante, verás que toda la enseñanza de Pablo procede
de su conocimiento de la Escritura. No enseña nada fuera de ella, y nos ha advertido
de que cualquier enseñanza extra-bíblica es herejía y trae una maldición sobre
el maestro. Notarás, en el versículo 8, que Dios predicó el evangelio a Abraham
y que no hay otro evangelio. Es el mismo que predicó Pablo. El mensaje declara
la manera de ser salvo, es decir, bendecido, y empieza en el libro de Génesis,
no en Mateo.
Vs. 10-14 “Porque todos los que dependen de las obras de la
ley están bajo maldición,
pues escrito está: Maldito todo aquel que no
permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para
hacerlas.
11. Y que por la ley ninguno se justifica para con
Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá;
13.
Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros
maldición (porque está escrito: Maldito todo el
que es colgado en un madero),
14.
para que en
Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por
la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.”
Utilizando el ejemplo de Abraham,
Pablo nos indica la única manera de ser salvo (lo que es sinónimo de ser
contado como justo). Viene solamente por la fe, y la fe significa creer,
confiar, aferrarse y depender de Dios. Cualquier otra manera es falsa, y el
gran problema de los gálatas es que escogieron la falsa. Por ello, Pablo trata
con esa mala elección, declarando que la consecuencia por ello es estar bajo
maldición.
La bendición de Dios está sobre Abraham,
porque él creyó a Dios y, de la misma manera, cada creyente está bajo Su
bendición. Los que intentan ganar Su bendición por medio de las obras de la
ley, no solamente no logran tenerla, sino que, en verdad, caen bajo Su
maldición. Como siempre, Pablo quiere que el lector sepa que esto no es una
conclusión, opinión, o revelación personal suya, sino la enseñanza del Espíritu Santo por todas las Escrituras.
Jesús estableció el principio de
basarse solamente en las Escrituras antes de empezar Su ministerio, cuando fue
tentado por el diablo. Él atacó la mente de Jesús, introduciendo falsos
conceptos, pero Jesús le contestó con la Escritura. Aun cuando Satanás citó un
texto y ofreció una interpretación falsa, Jesús le desafió con otro texto,
aplicado correctamente. Así hará Pablo ahora, desafiando la doctrina de los
judaizantes con la clara enseñanza de la Biblia, citando Deuteronomio 27:26.
El texto nos enseña: “maldito todo aquel que no permaneciere en
todas las cosas escritas en el libro de la ley”. Si una persona cumple
perfectamente todas las cosas escritas en el libro de la ley, vivirá. Sin
embargo, el hecho brutal es que no hay quien, bajo toda la creación, haya hecho
perfectamente todo lo que la ley demanda. Por eso, cualquier persona que elige
estar bajo la ley y se entrega a permanecer en ella y a hacer todo lo que
demanda, vive bajo una maldición horrible. Este era el dilema de la iglesia de
los gálatas.
Aunque el evangelio fue predicado en
los días de Abraham y por toda la historia, fue el profeta menor, Habacuc,
quien nos dio la solución para la maldición en una declaración concisa: “El justo por la fe vivirá”. Es citada tres veces en el Nuevo
Testamento… en Hebreos 10:38, Romanos 1:17, y aquí, en Gálatas 3:11. El tema
central del evangelio ya le fue entregado por medio de la revelación al profeta
del Antiguo Testamento. Permíteme parafrasear: El creyente es hecho justo y
recibe vida espiritual por creer, confiar, aferrarse y depender de Dios. Éste
también fue el tema que despertó al monje, Martín Lutero, y nos trajo la
Reforma. ¡Fue un concepto libertador, una gran liberación de la maldición!
Pablo hace una comparación
entre la ley y la fe: “La ley no es de fe”. ¿Por qué concluye así? Porque la ley requiere el cumplimento
perfecto de sus obras; la fe no requiere obras, de hecho, la fe descansa sin
obrar por confiar totalmente en Otro, y el Otro es Cristo.
Hasta que la fe entra en
nuestras vidas, todos estamos bajo la ley, que espera de nosotros que la
guardemos perfectamente. Esta demanda se aplica a los que conocen la ley, pero
también a los que no la conocen, tanto al gentil como al judío. Nadie escapa
por la ignorancia. Dios se fijó en nosotros por Su misericordia y envió a Su
Hijo para guardar la ley, en primer lugar, para que no estuviera bajo la
maldición por Sus propias trasgresiones. Cristo nos redimió…, pago el precio de
rescate por los esclavos del pecado…, tomó nuestra maldición sobre Su persona
inocente.
Sin ninguna culpabilidad,
sino voluntariamente, se hizo una maldición de la manera prescrita en las
Escrituras; no por ser apedreado, sino por ser colgado en un madero: “Maldito todo el que es colgado en un
madero” (Dt.21:23). Sabiendo esto, Jesús dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra,
a todos atraeré a mí mismo. Y
decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir”
(Juan 12:32-33). Los
judíos no proveyeron la manera apropiada de ejecutar a un culpable, y por eso,
según la Escritura, Él tuvo que morir por una sentencia romana. Murió la muerte
de un gentil “para que en Cristo Jesús la
bendición de Abraham alcanzase a los gentiles”.
Debemos sentir fuertemente en
el corazón la ofrenda de alabanza que dijo Pablo, al contemplar el plan de Dios
para la salvación, incluyendo a todas las naciones de la tierra: “¡Oh profundidad de las riquezas de la
sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e
inescrutables sus caminos!” (Ro.11:33).
Pedro, y todos los judíos que
estaban con él, pudieron atestiguar del derramamiento del Espíritu sobre los
gentiles en Cesarea. Los gálatas también recibieron el Espíritu (v.5). No fue
por las obras de la ley, sino por el oír por la fe. Por la fe en Jesucristo,
los gentiles reciben el Espíritu Santo prometido a los judíos. La fe abre un
camino donde no lo hay.
El moabita era maldito y jamás podía
morar entre los hebreos, pero, por la fe, Rut, una moabita, no sólo vivió con
ellos, sino que también la fue dado el grandísimo honor de ser una antepasada, primeramente,
del rey David, y mucho más maravillosamente todavía, de su excelente Hijo. La
fe se goza sobre las obras de la ley, heredando la bendición eterna… la
bendición de Abraham… y la recibió antes de ser circuncidado.
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