Entradas Recientes
Lowell Brueckner

Ingrese su dirección de correo electrónico:


Entregado por FeedBurner

1 Corintios 4

Etiquetas:



Capítulo 4
La importancia del juicio de Dios

1.      Que todo hombre nos considere de esta manera: como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.
2.      Ahora bien, además se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel.
3.      En cuanto a mí, es de poco importancia que yo sea juzgado por vosotros, o por cualquier tribunal humano; de hecho, ni aun yo me juzgo a mí mismo.
4.      Porque no estoy consciente de nada en contra mía; mas no por eso estoy sin culpa, pues el que me juzga es el Señor.
5.      Por tanto, no juzguéis antes de tiempo, sino esperad hasta que el Señor venga, el cual sacará a la luz las cosas ocultas en las tinieblas y también pondrá de manifiesto los designios de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de parte de Dios.

¿Cómo debemos considerar a aquellos que son llamados al ministerio? En este capítulo tenemos los requisitos correctos para los líderes, en cualquier época de la iglesia. Poco después Pablo definirá, especialmente, el ministerio apostólico, pero en el primer versículo, él se define a sí mismo con dos títulos, junto a todos aquellos que tienen un ministerio específico en la iglesia. No estamos hablando aquí de posiciones en la iglesia local, como ancianos y diáconos, sino como él mismo, Apolos y Pedro, en la iglesia en general.  

Debemos verlos, primeramente, como servidores y, después, como administradores. En el último capítulo vimos que un ministro es lo mismo que un servidor y, ahora, seguimos viéndolo así. Hay varias palabras griegas que son muy interesantes e importantes en este capítulo. Ahora, Pablo, ha elegido otra que fue traducida como servidor en español, que es huperetes. La definición es, literalmente, un remero subordinado. Describe a los esclavos que remaban en los grandes barcos romanos. La posición es totalmente opuesta a la del capitán y, por eso, los corintios estaban muy equivocados en la posición tan distinguida que habían dado a sus líderes preferidos. Pablo, hablando de ellos, dice que deben ser considerados como esclavos de la cubierta inferior, encadenados a sus bancos y totalmente subordinados. Si aplicamos literalmente este término a los líderes cristianos, significa que son remeros, sujetos a Cristo, que adelantan la iglesia en medio del mar de la vida. Obviamente, no hay ninguna justificación bíblica para los que se enseñorean sobre otros, y Pedro avisó a los ancianos, siendo él también un anciano: “No como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 P.5:3).   

El otro término es administrador. Los administradores eran como gerentes de casas de familias nobles, bajo la autoridad de la cabeza de la casa. Por ejemplo, ellos administraban la compra, la distribución del alimento y otros gastos económicos. Un administrador de la iglesia, en este contexto, es aquel cuyo trabajo es recoger y distribuir los misterios de Dios. Lo hace bajo la dirección del Espíritu Santo, quien le revela los secretos. Después, el administrador tiene que distribuirlos para el beneficio del cuerpo de Cristo. Es un siervo de Cristo y de la iglesia.


Un administrador tiene que ser fiel (v:2) en cuanto a cómo administra las finanzas y en cómo hace la contabilidad. Jesús habló una parábola acerca de un administrador infiel, que redujo la cantidad debida a su señor, de parte de sus deudores (Lc.16:1-8). Un administrador de las cosas de Dios jamás debe rebajar las demandas de Cristo, desbaratando el costo del discipulado. Tiene que mantenerlas tal y como Jesús lo estipuló en los Evangelios: “El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lc.14:27). “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc.14:33, y también Lc.9:57-62).

El valor, sea mucho o poco, que la gente pueda dar a Pablo, no le interesa mucho. En el transcurso de toda la Escritura podemos ver que, tanto los profetas como los apóstoles, no tenían que preocuparse si el pueblo les aprobaba o no. Pablo ni siquiera tiene mucha confianza en su propia opinión acerca de su ministerio (v:3). Por supuesto, es porque está pesando el juicio de la gente y su propio juicio, contra el Tribunal de Cristo. Siempre debemos tener en mente este Tribunal, como un temor constante. Recuerdo haber oído una vez decir a A. W. Tozer: “Vivo constantemente bajo el temor del Tribunal de Cristo. No es un temor desagradable; no me quita el sueño en la noche, pero, sin embargo, estoy continuamente consciente de ese juicio”.

Este hecho no debe producir una falta de cuidado ni eliminar el auto-examen. Pablo se examinó y, sin embargo, no estaba consciente de ningún fracaso o mala acción por su parte. Si hubiese encontrado cualquier error o pecado, hubiera tomado las medidas oportunas para librarse de ello. Lo que quiere que veamos aquí es que Dios es el último Juez. Aun si la persona cree que está limpia en cuanto a lo que sabe de sí misma, ante los ojos del Señor que todo lo ve, no puede estar seguro de que el veredicto, en su caso, será “no culpable” (v:4). Los romanos tenían el axioma: “Ignorancia de la ley no excusa”. David cuestionó: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos” (Sal.19:12) y, el siguiente, fue su oración: “Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno” (Sal.139:23-24).   

Tenemos que aceptar humildemente la imperfección de nuestros puntos de vista y entender el hecho de que nuestro Dios es perfectamente justo y de que nosotros no lo somos. Pablo lo comprueba rotundamente en Romanos 9: “(Cuando aún los mellizos no habían nacido, y no habían hecho nada, ni bueno ni malo, para que el propósito de Dios conforme a su elección permaneciera, no por las obras, sino por aquel que llama), se le dijo a ella (su madre Rebeca): El mayor servirá al menor. Tal como está escrito: A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí” (Ro.9:11-13). Pablo no explica esta complicada determinación de Dios. Él lleva el asunto a su fin con una pregunta y una respuesta simple: “¿Hay injusticia con Dios? ¡De ningún modo!” (Ro.9:14).

Él descansa en Su perfecta justicia. El entendimiento perfecto de la justicia procede del Señor y no de nosotros. No pongas a Dios bajo juicio en el asiento del acusado. Nosotros no somos los jueces ¡Él sí! Por eso, en cuanto a nosotros, tenemos que esperar el juicio futuro, cuando Dios presentará todas las evidencias, incluyendo las motivaciones de nuestro corazón. Solamente entonces, sabremos exactamente cómo estamos ante el Juez del universo (v:5).

Pablo no se refiere a un juicio sobre la salvación o condenación. No es el juicio del Gran Trono Blanco: “No hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús” (Ro.8:1). Cristo llevó esta condenación y pago la pena; los que confían en Su obra pueden estar absolutamente seguros de esto. El Día futuro, del que escribe en 3:13 y en esta porción, es el Tribunal de Cristo. 

Algo de sarcasmo apostólico

6.      Esto, hermanos, lo he aplicado en sentido figurado a mí mismo y a Apolos por amor a vosotros, para que en nosotros aprendíais a no sobrepasar lo que está escrito, para que ninguno de vosotros se vuelva arrogante a favor del uno contra el otro.
7.      Porque ¿quién te distingue? ¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?
8.      Ya estáis saciados, ya os habéis hecho ricos, ya habéis llegado a reinar sin necesidad de nosotros; y ojalá hubierais llegado a reinar, para que nosotros reinásemos también con vosotros.


Para enseñar esta lección, Pablo ha puesto a Apolos y a sí mismo (también Cefas/Pedro) como ejemplos ante la iglesia en Corinto. Igual que ellos, aparte de permanecer firmes sobre la clara enseñanza de la Escritura, no debemos permitir divisiones entre nosotros, lo cual sería una segura evidencia de orgullo personal. Por supuesto, las transgresiones contra la Escritura deben ser juzgadas, condenadas y, necesariamente, disciplinadas en la iglesia. Aparte de la Escritura, tenemos que ser humildemente tolerantes acerca de diferentes puntos de vista y prácticas (v:6).

Estoy pensando sobre la carta de Santiago (4:10-12): “Humillaos en la presencia del Señor y Él os exaltará. Hermanos, no habléis mal los unos de los otros. Él que habla mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres cumplidor de la ley, sino juez de ella. Sólo hay un dador de la ley y juez, que es poderoso para salvar y para destruir; pero tú, ¿quién eres que juzgas a tu prójimo?”

Podemos parafrasear la declaración con la que empieza el versículo 7, “¿quién te distingue?”, como, ¿Por qué piensas tú que eres tan especial? Todo lo que haya de valor en el cristiano es una dádiva de la gracia que recibió de Dios. Nada vino por medio de sus propios esfuerzos o bondad. Esta verdad no solamente pone fin a la superioridad espiritual personal, sino también elimina la tentación de pensar que cualquier iglesia local o grupo cristiano es superior a otros. No estamos recibiendo el pago por hechos admirables, sino que Dios está derramando sobre nosotros bendiciones que no merecemos.

No hay lugar para jactarse de nadie ni de nada. Otra vez, voy a una de las declaraciones de Santiago: “No os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica… Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Stg.3:14,15,17).

“Ya estáis saciados”, dice el versículo 8… aunque el griego es más fuerte aún: “Estáis embutidos o empachados” (gr. dorennumi). Pablo se burla sarcásticamente de la alta estima que los corintios tienen de sí mismos. ¿Cómo estiman su espiritualidad? ¡Ellos creen que son ricos! ¿Cómo estiman su autoridad? ¡Ellos creen que reinan como reyes… y lo han logrado por sí mismos! Si este fuera su estado verdadero, Pablo afirma, estaría alegre y se gozaría con ellos de su posición.

¿Qué es un apóstol?

9.      Porque pienso que Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles en último lugar, como a sentenciados a muerte; porque hemos llegado a ser un espectáculo para el mundo, tanto para los ángeles como para los hombres.
10.  Nosotros somos necios por amor de Cristo, mas vosotros, prudentes en Cristo; nosotros somos débiles, mas vosotros, fuertes; vosotros sois distinguidos, mas nosotros, sin honra.
11.  Hasta el momento presente pasamos hambre y sed, andamos mal vestidos, somos maltratados y no tenemos dónde vivir;
12.  nos agotamos trabajando con nuestras propias manos; cuando nos ultrajan, bendecimos; cuando somos perseguidos, lo soportamos;
13.  cuando nos difaman, tratamos de reconciliar; hemos llegado a ser, hasta ahora, la escoria del mundo, el desecho de todo.

Llegamos a una porción en la que Pablo, especialmente, evalúa el ministerio apostólico. No creo que podamos entender bien el versículo 9, sin ayuda de los comentaristas. Traduzco de la Biblia Amplificada en inglés: “Estamos expuestos a la vista pública en último lugar, como hombres en una procesión triunfal de sus opresores, sentenciados a muerte… un espectáculo… un show en el anfiteatro del mundo”. Añadimos los comentarios de John Wesley para clarificar más el asunto: “La costumbre romana de poner personas en el último lugar del escenario, para pelear una contra la otra o con bestias salvajes, destinados a la muerte, se debía a que, si escapaban en una ocasión, fueran expuestas de nuevo, hasta por fin ser matadas”. Fueron una exhibición o exposición, y los hombres y los ángeles eran los espectadores.

En lugar de reinar como rey, Pablo se estima como un prisionero de Roma en un coliseo. Contrasta la posición del apóstol, el que es enviado y exhibido, con los espectadores corintios, que aprovecharon de su testimonio. Los detalles de su verdadera descripción acerca de sí mismo demostrarán que el mundo le ve como un insensato que despreció las maravillosas oportunidades que le fueron ofrecidas, para poder conocer a Cristo (fíjate en Fil.3:4-10).

Ayer, leí la historia de un misionero en Méjico, Marc Sankey, que asistió al funeral de una misionera en Tejas asesinada en Méjico. Marc Sankey mismo estuvo al borde de la muerte cuando, una enorme piedra, fue lanzada contra su parabrisas por unos ladrones en la carretera cerca de Celaya, Méjico. Un reportero de televisión se quedó asombrado al oír que Marc planeaba volver a Méjico con su esposa y tres hijos. Sin duda, le consideró un insensato. Sin embargo, el mártir, Jim Elliot, asesinado por los indios aucas, proclamó: “No es un insensato el que entrega lo que no puede guardar, para poder ganar lo que no puede perder”.  Escribiendo su libro, Marc Sankey citó El himno de la reforma por Martín Lutero:

“Nos pueden despojar de bienes, nombre, hogar,
El cuerpo destruir, Mas siempre ha de existir;
¡De Dios el reino eterno!”

Los corintios estaban disfrutando de todos los beneficios del evangelio y se consideraban sabios. Pensaban que eran fuertes, sin embargo, Pablo declaró que era él débil. Fue despreciado mientras ellos eran honrados (v:10). Todas sus conclusiones fueron las de una mente carnal; Pablo ya les había dicho que eran carnales. Ellos exaltaban su posición y a sus predicadores favoritos. Él continúa con una presentación literal de las cosas que había experimentado: hambre, sed, mal vestido, mal tratado y sin hogar (v:11).

Pablo trabajó físicamente durante su ministerio. En Corinto había fabricado tiendas junto a sus nuevos amigos, Aquila y Priscila, que habían sido expulsados de Roma. Después, el trabajo más exigente, el de predicar la palabra, ocupaba totalmente su tiempo. Por haber dicho: “Cuando nos ultrajan, bendecimos”, demostró que había aprendido bien el principio cristiano de devolver bien a los que te tratan mal. Jesús enseñó: “Bendecid a los que os maldicen; orad por los que os vituperan” (Lc.6:28). En las pruebas, el cristiano tiene que aprender que Dios no le abandona para que tenga que depender de su propia fuerza, sino que puede mirar hacia arriba para recibir gracia: “Él mismo ha dicho: Nunca te dejaré ni te desampararé, de manera que decimos confiadamente: El Señor es el que me ayuda; no temeré. ¿Qué podrá hacerme el hombre?” (He.13:5-6). Pablo aprendió a soportar la persecución (v:12).

Expuesto a mentiras y a la difamación, intentó reconciliar a sus acusadores con Dios, presentándoles la verdad del evangelio. Sobre ser la escoria del mundo, el desecho de todo, Adam Clarke explica que ambos, la palabra griega para la escoria y el desecho tienen que ver con un estilo de sacrificio pagano: “Para captar toda la fuerza de estas palabras, cómo se aplican al apóstol en esta porción, tenemos que observar que él está refiriéndose a ciertas costumbres entre los paganos. Cuando ocurría alguna calamidad pública, elegían a hombres infelices, con el carácter más miserable y despreciable, para que hicieran una expiación pública para todos… Una vez, habiendo echado todas las maldiciones de la nación sobre sus cabezas y, también, habiéndoles azotado siete veces, les quemaban vivos. Después lanzaban sus cenizas al mar” (v:13).

Aconsejando a hijos queridos

14. No escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos amados.
15.  Porque aunque tengáis innumerables maestros en Cristo, sin embargo no tenéis
      muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio.
     16.  Por tanto, os exhorto: sed imitadores míos.
17.  Por esta razón os he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el  Señor, y él os recordará mis caminos, los caminos en Cristo, tal como enseño en todas partes, en cada iglesia.
18.  Y algunos se han vuelto arrogantes, como si yo no hubiera de ir a vosotros.
19.  Pero iré a vosotros pronto, si el Señor quiere, y conoceré, no las palabras de los arrogantes sino su poder.
20.  Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder.
21.  ¿Qué queréis? ¿Iré a vosotros con vara, o con amor y espíritu de mansedumbre?

Ningún verdadero líder cristiano se goza ante la obligación de tener que reprender, y Pablo no disfrutaba de la dirección que tuvo que tomar al escribir esta carta. El método que usó para exponer la arrogancia de los corintios fue el contraste con la baja estima que él tenía de su propia posición. Seguramente, esto causó mucha vergüenza a los que eran sensibles y abiertos a la corrección. Sin embargo, esta no era la meta de Pablo; su motivación era el amor, semejante al amor de un padre para sus hijos (v:14).

En el contexto de esta carta, al denominarse padre, Pablo no está dotándose de un título de superioridad, como la que mencionó Jesús a Sus discípulos: “No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos” (Mt.23:9). Hemos visto, en estos capítulos, cómo Pablo no se exaltaba a sí mismo, sino al contrario; por eso, si aquí se presentara como alguien superior, estaría echando leña al fuego de la controversia que él mismo intenta extinguir. No es así, sino que está hablando desde una profundidad de amor que solamente él puede tener, como la persona que los ha llevado al nacimiento espiritual (v:15). Este es su punto, la carta es una obra de amor.

Al ver su consejo de imitarle, pienso que tan lejos estoy de poder decir lo mismo. Pablo sí lo puede decir. Viendo todas las posiciones que ha tomado, cada miembro de la iglesia quisiera imitarle. Ahora, solamente revisaremos las mencionadas en este capítulo: Desea que los hijos sigan a su padre espiritual como remeros subordinados, como administradores responsables y como un espectáculo vergonzoso en último lugar a los ojos del mundo. Quiere que los cristianos se unan a él, dispuestos a enfrentar la carencia de, incluso, las cosas básicas de la vida, de ser ultrajados y bendecir, sufrir persecución y, con ternura, intentar reconciliar a sus acusadores con Dios. Al terminar, quiere que imiten el amor piadoso del apóstol (v:16). ¡Nos está llamando al discipulado cristiano!

Como el Padre celestial envió a Su Hijo para morar entre los hombres en la tierra, Pablo, aunque en un sentido inferior, envía a su amado hijo, Timoteo, a la iglesia en Corinto. Ya que instruye a que le imiten, Timoteo va para recordarles acerca de los caminos que Pablo seguía en Cristo, por si acaso la memoria les fallaba. Sí, él ha aprendido los caminos de Cristo, tan diferentes a los del mundo, y solamente puede pedirles que le imiten en su andar en estos caminos. No son más que las doctrinas que él estableció en la iglesia primitiva, las que nosotros debemos seguir 20 siglos después (v:17).

Les hace saber claramente ahora que el pecado espiritual, extremamente serio tras todo el desorden en Corinto, es la arrogancia. La arrogancia guarda al cristiano en un estado de carnalidad; la arrogancia crea división y hace sentirse al hombre muy por encima de su estado actual. Es algo más que orgullo; la traducción literal es hinchado, inflado. Es lo que Pablo describe de esta iglesia por todo el capítulo, y es lo que Jesús comparó con la obra de la levadura. Hace que el pan parezca más grande de lo que es en verdad su verdadera sustancia. Los que manifiestan esta condición en Corinto están tomando ventaja de su ausencia de Pablo y no le echan de menos (v:18).

Pero él les asegura que sí irá. Debemos considerar seriamente las evidencias por las cuales juzgará directamente su situación, estando presente. Estará buscando el poder espiritual, porque afirma que es la prueba esencial del reino de Dios. ¿Solamente saben discutir estos “cristianos” arrogantes, o les apoya el Señor por la evidencia de Su presencia, por medio de la demostración de Su poder? (v:19). Al decir que el reino de Dios no consiste en palabras (el griego, logos), no está diciendo que el reino no consiste en la predicación de la palabra, sino que, no solamente es por la predicación de la palabra. La palabra tiene que ser acompañada del poder sobrenatural. Aquí, Pablo usa una palabra griega común, utilizada en todo el Nuevo Testamento: dunamis, que significa, según el diccionario griego, específicamente poder milagroso (implicando un milagro mismo) (v:20). Éste continúa siendo un elemento necesario en nuestros tiempos, a pesar de todas las doctrinas que están siendo enseñadas con la intención de eliminarlo. Fíjate en una señal de los últimos tiempos: “(Los hombres seguirán) teniendo apariencia de piedad, pero habiendo negado su poder” (2 Ti.3:5). ¿Qué diría Pablo del evangelio predicado en nuestros tiempos?

Él continúa hablando directamente a los arrogantes que dudan de su futura llegada a Corinto. Si viene con la vara de la disciplina no será una visita agradable. El mismo hombre que confiesa su debilidad y temor, quien se compara a los insensatos y esclavos en un barco romano, es alguien temible bajo la autoridad del Espíritu Santo. Sería mucho mejor para ellos que llegara con un espíritu de mansedumbre (v:21).


0 comentarios:

Publicar un comentario