Entradas Recientes
Lowell Brueckner

Ingrese su dirección de correo electrónico:


Entregado por FeedBurner

Un Pacto Mejor

Etiquetas:

Un estudio expositivo del libro de Hebreos

Capítulo 8


 1.      Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos,

2.      ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre.

3.      Porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios; por lo cual es necesario que también éste tenga algo que ofrecer.

4.      Así que, si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley;

5.      los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte.

6.      Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas.

7.      Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo.

 

Una posición perfecta

 El Espíritu Santo está glorificando a Cristo, exactamente como Jesús prometió que haría: “Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber” (Jn.16:14). En los siete capítulos anteriores, el Espíritu Santo nos dirigía hacia el punto principal, y ahora nos presenta al Sumo Sacerdote de un orden de sacerdocio mejor que el levítico; el orden de Melquisedec. En el último capítulo, citó el Salmo 110:4, en el que Dios declara al Hijo como eterno Sacerdote, según Melquisedec. Así, Jesucristo, es la perfección de Sumo Sacerdocio que Dios deseaba desde la eternidad.

 Él es el Sumo Sacerdote que describió al final del capítulo 7; santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores y más sublime que los cielos. Él es la realidad, quien cumple todos los tipos y sombras del Antiguo Testamento. Está posicionado sobre el trono del cielo en perfección (v:1) y dirige Su ministerio desde un verdadero tabernáculo, del que el tabernáculo levantado en el desierto era sólo un modelo. El Señor lo levantó y no el hombre (v:2); estas son la realidad y perfección celestiales. ¿Quién sería tan insensato como para abandonar la realidad y regresar a las figuras y sombras? 

 Él “traspasó los cielos” (4:14), dejando atrás el atrio celestial y el Lugar Santo, para llegar al Lugar Santísimo y descansar de Su obra. Es una obra totalmente cumplida; podemos decir que es una obra real, porque Él está sentado sobre el trono, como Rey y Sacerdote. No está sentado sobre cualquier trono, sino sobre el verdadero trono, que es único; un trono digno de un Rey perfecto. Como hemos dicho, el escritor enfatizó Su sumo sacerdocio citando repetidamente el Salmo 110:4. Ahora vemos que también cita el Salmo 110:1 varias veces. Empezó citándolo en el capítulo 1 de Hebreos, versículo 3, y lo mencionará otras veces en 10:12 y 12:2: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”.    

 

 El ministerio del sumo sacerdote era ofrecer sacrificios y ofrendas; de igual manera, este Ministro tiene algo que ofrecer (v:3), pero no de la misma forma que un sacerdote terrenal, según la ley de Moisés, ya que supondría regresar a las sombras y figuras (v:4). Él se ofrece a Si mismo en un Nuevo Pacto. Moisés, el gran legislador, vio un modelo, pero no vio la realidad (v:5) que el Espíritu Santo nos está permitiendo ver. Dios ha anulado el pacto del cual Moisés era mediador para su pueblo, y lo ha reemplazado por un pacto mejor, con mejores promesas. Cristo es el único Mediador verdadero, y media a través de un verdadero pacto (v:6).

 El escritor está mostrando claramente las imperfecciones de aquello que era lo más sagrado bajo el Antiguo Pacto; las personas, lugares y creencias más sagradas de su religión, y lo hace utilizando sus mismas Escrituras. Comprueba que Dios nunca propuso que fueran permanentes y, por eso, prometió un día mejor, proveyendo un ministerio excelente, basado sobre un mejor pacto. La lógica que presenta es la siguiente: ¿Por qué prometería Dios un segundo pacto si el primero fuera perfecto? Además, éste tenía sus puntos débiles, porque el mediador era un hombre… un buen hombre, pero un hombre imperfecto, al que Dios ni siquiera permitió entrar en la Tierra Prometida (v:7).

 8.      Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto;

9.      no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor.

10.  Por lo cual, éste es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo;

11.  y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos.

12.  Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades.

13.  Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer.

 

El Nuevo Pacto


Cuando leemos el Antiguo Testamento, aprendemos la historia, la ley, la literatura y la profecía judías. El propósito de Dios es que todo el mundo aprenda lo que sucede cuando hay un pueblo cuyo Dios es Jehová, el Señor. Ellos son una luz para nosotros. Al estudiar su historia vemos que, no solamente nos enseña sus éxitos, sino también sus fracasos. Sus éxitos se los atribuimos totalmente a Dios, y sus fracasos son la consecuencia de Su castigo por su infidelidad. En todo ello observamos Su amor, Su poder y Su justicia.

 Hasta el día de hoy, no solamente existe como Su pueblo escogido, sino que también es una nación próspera, dotada e inteligente. En el siglo XX, Dios cumplió, de forma extraordinaria, lo que había prometido por medio de Ezequiel (cap.37), hace 2.500 años, y por medio de otros santos hombres en diferentes tiempos. Primeramente, les atrajo de nuevo a su patria, la cual había dado a Abraham y a sus descendientes, y después les dio soberanía, convirtiéndose en una nación independiente, el 14 de mayo de 1948.

 Nunca debemos olvidar que el evangelio fue, primeramente, para el judío. El Hijo de Dios vino al mundo como un judío, nacido de una virgen judía, para ser su Mesías. Todos Sus apóstoles escogidos y los escritores del Nuevo Testamento fueron judíos, a excepción de Lucas. Miles de los primeros convertidos fueron judíos, y esta misma carta de Hebreos, de la cual nos aprovechamos nosotros, fue dirigida especialmente a los cristianos judíos. Cuando los discípulos hablaron a Jesús acerca de los griegos que habían ido a Jerusalén para conocerle, Él ya sabía que estaba llegando “El tiempo de los gentiles”, en el que se abriría el evangelio para ellos, y Él les habló de la cruz, por medio de la cual, todo el mundo, podría venir a Él (Jn.12:20-24).

 Hay otra cosa que tenemos que entender, y es que no fue exactamente el primer pacto lo que fue el problema, sino la infidelidad del pueblo. ¡Fíjate!, reprendiéndolos dice, refiriéndose a su infidelidad, les habló de un nuevo pacto. El Antiguo Pacto era para su bien, sólo que su propósito no era el de redimir y transformar. Bajo el Nuevo Pacto vemos a Cristo sentado en el Lugar Santísimo que el Señor levantó, y no el hombre. Lo que falló en el antiguo fue por la parte que tocaba al hombre. Ya hemos considerado que, a Moisés, el mediador, no le fue permitido entrar en la Tierra Prometida. 

 Salomón no escatimó en gastos al construir el lujoso templo. Los príncipes de Israel, los sacerdotes, cantantes y músicos levíticos, estuvieron presentes en su dedicación; vivieron un maravilloso día, cantando y tocando. De repente, “la casa se llenó de una nube, la casa de Jehová… porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios” (2 Cr.5:13-14). No quedó lugar para el poderoso rey Salomón y su  autoridad política, aunque hubiese sido el constructor del edificio. Tampoco los sacerdotes levíticos hallaron un lugar allí. El orgullo espiritual, que es el tipo de orgullo más difícil de tratar, quedó aplastado. La gloria de Dios llenó por completo toda la casa y no hubo espacio para el hombre. Esta fue la lección que el hombre tenía que aprender para entender la necesidad de un Nuevo Pacto.

 El escritor, inspirado por el Espíritu Santo, recuerda el Nuevo Pacto a los judíos cristianos, prometido por su profeta, Jeremías (31:31-34). Jeremías había declarado, explícitamente, que el pacto era con Israel y, más específicamente, con Judá (v:8). Los intérpretes que intentan cambiar el lenguaje de Jeremías, que nombra claramente a Israel y a Judá, e intentan reemplazarles por la iglesia, no son fiables. Pienso que es buen momento para estudiar la enseñanza de Pablo a los Romanos, acerca de este punto. Él sentía una tristeza piadosa por sus compatriotas, “de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas” (Ro.9:4).

 Continuó después informando a sus lectores gentiles: “Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, srán injertados en su propio olivo? (Ro.11:24). Les amonestó contra su jactancia (vs:18, 20), porque la iglesia gentil depende de Israel, y no viceversa: “Sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti”. Su caída fue usada por Dios para que los gentiles fuesen aceptados, pero Dios prometió que los levantaría de nuevo: “Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?” (v:15). Este es el futuro que ellos esperan: “Ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles, y luego todo Israel será salvo” (vs:25-26).

 Jesús introdujo el Nuevo Pacto a Sus discípulos en el aposento alto, mientras celebraba la Pascua con ellos por última vez en la tierra. La reemplazó por “La Cena del Señor”: “Esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada” (Mc.14:24). Pablo aplicó Sus palabras a la iglesia gentil (de la que también son miembros los judíos y lo han sido por generaciones, pero son una minoría) en 1 Corintios 11:23-27.

 Pablo deja muy claro este tema en Romanos 1:16: “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío, primeramente, y también al griego” (griego significando el no judío). Fue al judío a quien Dios anunció el fin del primer pacto, prometiendo uno nuevo. En el versículo 9, podemos ver Su amor por ellos, tomándoles de la mano como un padre a su hijo, sacándoles de Egipto. Y ahora, y durante toda la época de la iglesia, continúa amándolos: “Son amados por causa de los padres” (padres significa los patriarcas, Ro.11:28).

 Todo lo que Dios hizo fue para su bienestar, de manera que dice Pablo: “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Ro.7:12). Pero no fue perfecto… “pues nada perfeccionó la ley…” (He.7:19), pues el propósito de ésta no era transformar el corazón. La gracia de Dios sí, es perfecta, y el Nuevo Pacto está basado enteramente sobre la gracia de Dios, que el pecador recibe por la fe. Pero era necesario ver, primeramente, lo pecaminoso que es el hombre, antes de que la gracia de Dios pudiera ser aplicada.

 El Nuevo Pacto transforma el corazón y la mente del pecador; es un nuevo nacimiento (v:10). Dios no queda satisfecho con nada menos que una religión del corazón y, por eso, cada creyente se introduce en el pacto naciendo de nuevo: “A los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn.1:12-13). El nuevo nacimiento es una obra de la gracia de Dios y no de los esfuerzos del hombre.

 Muy semejante a la profecía de Jeremías, citada en este pasaje de Hebreos 8, es la de Ezequiel: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ez. 36:26-27). Tanto Ezequiel como Jeremías hablaron a toda la nación del tiempo en el que todo Israel será salvo. Dios otorgó la promesa del nuevo nacimiento justo antes de la profecía de la resurrección de la nación, en el capítulo 37: “Pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis” (v:14).

 En esta época, uno entra personal e individualmente al pacto. El versículo 11 alumbra otra característica importante del Nuevo Pacto… una relación personal con Dios. Podemos enseñar el evangelio, pero en cuanto al nuevo nacimiento, cada persona tiene que experimentarlo personalmente. Casi al principiar la oración sumo sacerdotal al Padre, en Juan 17:3, Jesús dice: “Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”.

 En su primera carta, el apóstol Juan, habla de los que no perseveran (2:19). Jesús, en Su parábola del sembrador, había enseñado las razones de por qué algunos no perseveran. En el siguiente versículo, Juan hace otra distinción entre el desertor y los que permanecen en Él, cuya diferencia es tener o no tener al Espíritu de verdad habitando en uno: “Vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas”. Después, continúa escribiendo, totalmente de acuerdo con la enseñanza de Jesús sobre el Espíritu Santo en el Evangelio de Juan, capítulos 14-16: “La unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él” (1 Jn 2:27).

Bajo el Nuevo Pacto, la cruz es esencial, obrando el perdón y la redención del pecado. Allí obra la propiciación, que aplaca la ira de Dios, para que pueda derramar Sus misericordias sobre nosotros. De esta manera, Él hace la paz, es decir, la reconciliación con Dios (v:12), haciendo posible el poder tener una relación con Él, de la que hemos hablado en los últimos dos párrafos.

 Por la obra de la cruz, Jesús, sacrificándose por amor y siendo castigado por nuestros pecados, cumple perfectamente la justicia de Dios. Es entonces cuando nuestros pecados dejan de ser un problema; dos profecías del Antiguo Testamento demuestran su completa aniquilación: “Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Mic.7:19). El buen rey Ezequías también nos cuenta su experiencia personal, que es la misma para cada creyente, gracias a un Dios que no hace acepción de personas: “He aquí, por mi bienestar tuve gran amargura; eres tú quien ha guardado mi alma del abismo de la nada, porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados” (Is.38:17, LBLA). Quizás no fue posible que las versiones LBLA y RV60 extrajeran, en pocas palabras, todo el significado de la palabra hebrea de este versículo, chashaq. He recibido mucha bendición por un comentario que hizo Jamieson-Fausset-Brown sobre esta palabra, en la siguiente frase: “Tú has pegado a mí con amor, librándome del abismo”... una frase llena de emoción intensa que tendríamos que ampliar para darle su verdadero sentido, como en el hebreo: “Tu amor ha descendido al abismo, y me has sacado”.

 Aprendemos mucho de los tipos y símbolos del Antiguo Testamento. Dios se revela a nosotros a través de la naturaleza de Su ley y Sus maneras de tratar con Israel. Contiene las promesas hechas al judío, y le dirige hacia una libertad gloriosa bajo la gracia de Dios si, simplemente, confía en Él. Aunque enriquece nuestro entendimiento del Nuevo Testamento, debemos saber que no vivimos atados al Antiguo Pacto, cuyos términos están obsoletos; en el tiempo en el que fue escrita esta carta, iban desvaneciendo, siendo reemplazados por la fe y la gracia bajo el Nuevo Testamento (v:13).

 Nosotros, los no judíos, hemos entrado en el Nuevo Pacto, aunque fuimos personas sin un Mesías y “sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo… Ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Ef.2:12; 19-20).  


0 comentarios:

Publicar un comentario