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Lowell Brueckner

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El primer mensaje apostólico

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 Hechos 2:14-39 

14.  Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras.

15.  Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. 

16.  Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: 

17.  Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; 

18.  y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.  

19.  Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo;

20.  el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto; 

21.  y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. 

22.  Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; 

23.  a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; 

24.  al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella. 

25.  Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. 

26.  Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, y aun mi carne descansará en esperanza; 

27.  porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción. 

28.  Me hiciste conocer los caminos de la vida; me llenarás de gozo con tu presencia. 

29.  Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. 

30.  Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, 

31.  viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. 

32.  A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. 

33.  Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. 

34.  Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, 

35.  hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. 

36.  Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. 

37.  Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? 

38.  Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 

39.  Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. 

Los once apóstoles del Cordero apoyan a Pedro mientras predica el primer sermón apostólico. Ellos tienen un solo propósito: asegurarse de que sus hermanos, el pueblo judío, escuchan el evangelio, comenzando en Jerusalén… cumpliendo la gran comisión que Jesús les dio. Me parece que el mensaje es un modelo de cómo deben ser las predicaciones evangelísticas. Ya hemos visto que los ciento veinte discípulos no estaban predicando cuando hablaron en lenguas. El propósito de las lenguas no era predicar, sino hablar de las maravillas de Dios, alabándole. La multitud de muchas naciones quedó asombrada y perpleja al observar esta manifestación sobrenatural. Fue un milagro que preparó los corazones para que pudieran recibir el mensaje del evangelio. Pero ahora Pedro lo predica en hebreo, de manera que todos pudieron entenderlo (v.14).

El cristiano tiene que ser sensato al pensar en las cosas reveladas por el Espíritu Santo. Pedro demuestra que no es razonable pensar que los discípulos, o cualquier persona normal, estuvieran borrachos a las nueve de la mañana (v.15), algo que quisiera comparar con lo que Juan y Pedro vieron en la tumba de Jesús. No era razonable pensar que los ladrones se hubieran llevado Su cadáver y hubieran dejado los lienzos tan ordenados allí. Vieron todo en orden: los lienzos en su lugar y el sudario enrollado aparte. Los ladrones no lo hubieran dejado así. Fue una Persona ordenada quien abandonó el sepulcro dejando todo en orden después. Por eso Juan, conociendo el carácter de su Señor, creyó (Jn. 20:6-8).

 Todo lo que le suceda al cristiano, individualmente, o a la iglesia, corporalmente, tiene que hallar su explicación en las Escrituras. El Espíritu Santo siempre obra de acuerdo con Su palabra. En las actividades de la iglesia, cada testigo de Cristo debe poder apuntar a lo que está ocurriendo entre los cristianos, y después apuntar a la Escritura, afirmando: “Esto es lo dicho” por la Escritura. El que escucha no tiene la obligación de creer cualquier cosa fuera de la Biblia. El predicador tiene que conocer y hablar la palabra, bíblicamente (v.16).

 Cuando Dios le dio Su palabra a Joel, hizo que el profeta supiera, exactamente, lo que iba a ocurrir el día de Pentecostés ante los ojos de los judíos. Sería conveniente que cada cristiano estudiara las palabras habladas directamente por el profeta Joel 2:28-32. Lo que Joel profetizó y lo que pasó en Pentecostés  fue el desarrollo del plan de Dios, y nos cuenta lo que los judíos, y después los gentiles, experimentarán en los postreros días. Los postreros días, de los cuales habló Joel, marcaron el tiempo total del evangelio. Los días tempranos fueron los del Antiguo Testamento, y los postreros días los del Nuevo, que no han finalizado todavía, sino que siguen cumpliéndose. Joel hablaba del derramamiento del Espíritu Santo sobre todas las personas en el mundo.

 Brevemente, Dios prometió que, en estos días postreros, jóvenes, chicos y chicas, profetizarán, es decir, que ambos, varón y mujer, descendientes de aquellas personas presentes, hablarán como los oráculos de Dios. La profecía es un mensaje dado espontáneamente por el Espíritu Santo. Aunque la predicación pueda contener algo de profecía, Joel no dijo que estas personas predicarían. Pedro escribió en su primera carta: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras (gr. logios, un orador, oráculo) de Dios (1 Pedro 4:10-11). No encontrarás, en ninguna parte de la Biblia, la predicación entre los dones del Espíritu; sin embargo, la profecía es un don sobrenatural, dado tanto a hombres como a mujeres. Felipe tenía cuatro hijas que profetizaban (Hch.21:9), y Pablo, específicamente, mencionó que las mujeres profetizarían: “Toda mujer que ora o profetiza…” (1 Co.11:5). Joel añadió que los jóvenes verán visiones y los ancianos soñarán sueños. (v.17).

 El versículo 18 afirma el hecho de que Dios derramará Su Espíritu sobre Sus siervos y sobre Sus siervas, y profetizarán. En la siguiente porción, el Señor demuestra, a través de Joel, cómo terminarán esos postreros días. Habrá señales únicas en la tierra y en los cielos, y la Biblia habla de ellas en varias partes, especialmente en Apocalipsis: sangre, fuego y vapores. El sol se oscurecerá y la luna se convertirá en sangre: Antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto”. Estas asombrosas señales en la naturaleza acontecerán en la Gran Tribulación y justo antes del Milenio, el reino literal de Cristo (vs. 19-20).

 La última cita que dio Pedro de Joel descubre la misericordia del Señor en los peores tiempos, incluso utilizando el juicio para provocar el arrepentimiento. El profeta Habacuc ora al Señor pidiéndole que manifieste Su misericordia en el juicio: “Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio de los tiempos hazla conocer; en la ira acuérdate de la misericordia” (Hab.3:2). Los comentaristas Jamieson-Faucett-Brown, mencionan Daniel 9:27 como una declaración impresionantemente semejante a la de Habacuc: “Por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda”. Daniel informa al lector acerca de la maléfica obra del anticristo al romper su pacto engañoso con Israel. Sin embargo, es un hecho, en el libro de Apocalipsis, que el Señor obra llamando a la gente al arrepentimiento durante los juicios de la Gran Tribulación. Un ángel anuncia la predicación del evangelio durante este tiempo (Ap. 14:6), y hay evidencias de que muchos, sí, se arrepentirán (v. 21).

 Pedro abre las Escrituras y las cita antes de compartir sus comentarios con la multitud. El modelo apostólico nos enseña que toda la predicación tiene que ser bíblica. Lo aplica a lo que están viviendo en ese mismo día. Empezando sus comentarios, sus primeras dos palabras son: “Jesús nazareno”, y les continúa predicando del Cristo. Es el modelo para toda la predicación evangélica del futuro; nuestro mensaje tiene que centrarse en Cristo. Anota cómo le presentó: Jesús nazareno. Pudiera haberle presentado correctamente de muchas formas: el Hijo de Dios, Dios encarnado, el Hijo de Abraham y David, el Mesías prometido, etc. Pero no, Pedro nos dirige a Su aldea nativa de Nazaret en Galilea; y así le presentaron los discípulos por todo el libro de los Hechos.

 Él se identificó con los galileos durante Su ministerio, y no nos deja olvidar que Él mismo era un galileo. De esta forma, debemos predicar al mundo a nuestro Campeón. Cada oyente tiene que humillarse y creer en el Hombre de Galilea… “y a este crucificado” (1 Co. 2:2). Fue enviado de Dios, y las señales comprueban Su aprobación celestial; dondequiera que el mensaje es predicado, Él fue y es un obrador de milagros (v. 22). El escritor de Hebreos le proclamará como “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb.13:8).

Mientras Pedro continúa, recordaremos a José como un tipo anterior de Cristo en el libro de Génesis, diciendo a sus hermanos: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Gé. 50:20). Semejantemente, Pedro declara que la muerte violenta del Mesías, ocasionada por los judíos, fue “el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios”, al mismo tiempo que pone la culpa de Su muerte frente a cada uno de sus oyentes. Una vez más, esta predicación es nuestro ejemplo, que incluye la culpabilidad del hombre, para que reconozca su culpa al haber tomado parte en la muerte de Cristo. Es porque si cada individuo no hubiera pecado, Jesús no hubiera tenido que morir como sacrificio por su pecado. El hombre tiene que ver la gravedad de sus ofensas contra Dios (v. 23).

 El siguiente punto de este mensaje es la resurrección, declarando primeramente la enorme verdad de que el Dios/Hombre tiene que gustar la muerte. Después ilustra la imposibilidad de que el Dador de la Vida pudiera quedarse en la tumba. Charles Wesley, en su gran himno, cantado por todas las ramas del cristianismo, declara que la muerte de la divinidad es uno de los misterios de la cruz (lo traduciré directamente del inglés original): 

Himnario antiguo y escaso de los Wesley
          ¡Es un misterio total! ¡Muere el Inmortal!

Quién puede captar este gran plan de Dios?

En vano intenta el serafín

sondar la profundidad del amor divino.

¡Pero es todo misericordia! ¡Que la tierra adore!

¡Que las mentes angelicales ya no inquieran más!

Asombroso amor, ¿cómo puede ser,

que Tú mi Dios, muriera por mí?

  Creo apropiado exponer a un pastor presbiteriano muy conocido, difunto desde no hace mucho tiempo,que negó la verdad del himno de Wesley. No permitió que se cantase en su iglesia. Al saber de ese hecho, inmediatamente eliminé todo su material de mis estudios personales. Pienso que muchos jóvenes teólogos, especialmente, deben saber de la seriedad de sus errores y terminar con la lealtad a este hombre, porque muchos le siguen.

 Yo quisiera apuntar a algo muy importante doctrinalmente, y es que Dios murió la muerte del hombre. Al morir, el hombre no entra en un estado de inconsciencia, ni cesa de existir, sino que su alma abandona el cuerpo y sigue viviendo conscientemente. Así, la Escritura enseña que el Espíritu de Cristo dejó Su cuerpo y continuó activamente funcionando. Tengo que insistir… si Dios mismo no hubiera hecho un sacrificio infinito para nuestra redención, entonces continuaríamos en nuestros pecados. Y la razón es porque nuestro pecado fue infinito, cometido contra un Dios infinito, por lo que demandó un castigo infinito. Por ello, solamente podemos ser redimidos por medio de un sacrificio infinito, que únicamente el Dios/Hombre pudo proveer, proporcionándonos una salvación infinita. Él se levantó triunfante del sepulcro, cumpliendo, por el hecho, el mensaje sin comparación del evangelio (v. 24).

 Ninguna de las religiones del mundo puede prometer un redentor vivo. Todos sus héroes están muertos, pero el antiguo himno famoso de Alfred H. Ackley (1887-1960),“Yo sirvo a un Salvador resucitado que vive en el mundo hoy”, proclama la verdad gloriosa de la resurrección. Otra vez, Pedro nos dirige a la Escritura (vs. 25-28), a las palabras proféticas del rey/profeta, David, a su Salmo 16:8-11. Nos enseña, en su primera epístola, que el Espíritu de Cristo estaba en los profetas (1 P. 1-11) y, por eso, a veces habla a través de ellos en primera persona. Fue así con David.

 Aunque Isaías, en el capítulo 53, habló del Cristo en tercera persona, su entendimiento de eventos futuros era tan exacto que el eunuco etíope, al leer el capítulo, preguntaba si hablaba de su propia experiencia. Este noble, sensible e iluminado por el Espíritu, entendió el oficio profético y sabía que Isaías era un profeta. 

Pedro no tuvo que argumentar mucho ese día para convencer al pueblo de que el gran rey David estaba muerto; era un hecho del que no dudaba el judío. En el tiempo de Pedro el sitio de su sepulcro era muy conocido, y nadie, en todo Israel, creía que David hubiera experimentado una resurrección (v.29). Nadie lo había sospechado, pero sí, se acordaron del pasaje muy conocido de 2 Samuel 7. Allí el Señor prometió a David, por medio del profeta Natán, un reino eterno que saldrá como fruto de su propio cuerpo.

 Los Salmos repiten la palabra segura del Señor: “En verdad juró Jehová a David, y no se retractará de ello: De tu descendencia pondré sobre tu trono” (Sal. 132:11). Empezó con Salomón, continuó por generaciones, y llegó hasta la eternidad: “Para siempre confirmaré tu descendencia, y edificaré tu trono por todas las generaciones.  Selah” (Sal 89:4). La palabra profética vivió en David, y él llegó a conocer al Prometido, íntima y personalmente (v. 30).

 El ángel Gabriel reveló a Daniel el año de la muerte de Cristo, pero David habló de Su resurrección. En el versículo 31, Pedro reitera el versículo 27. El cuerpo de Cristo no experimentará corrupción y abandonará la tumba. En 1874, Robert Lowry escribió uno de los más poderosos himnos de la Pascua (otra vez traduciré las palabras originales): 

1.      Profundamente en el sepulcro descansó, Jesús mi Salvador,

Esperando el día siguiente, ¡Jesús mi Señor! 

Estribillo:

De la tumba se levantó con un triunfo poderoso sobre sus enemigos,

Se levantó victorioso sobre el dominio de las tinieblas

y vive para siempre para reinar con los Suyos.

¡Se levantó! ¡Resucitó! ¡Aleluya! ¡Cristo se levantó!

 2.      En vano vigilan Su cama, Jesús mi Salvador,

En vano sellan su sepulcro, Jesús mi Señor.

(Estribillo)

 3.      La muerte no puede detener a su Víctima, Jesús mi Salvador,

Él removió la piedra de Su celda, Jesús mi Señor.

(Estribillo) 

Ahora, en el versículo 32, Pedro declara algo que justifica el tiempo, el esfuerzo y el costo involucrados en llegar a Jerusalén desde la tierra más distante, para celebrar ese día de Pentecostés: A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos”. Incluso más gloriosamente ha sido exaltado a la diestra del Padre. Gloriosamente también, habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo  ha derramado esto que vosotros veis y oís”Le recibió para poder sumergir a Sus ciento veinte discípulos en Su persona y Su presencia eternamente. Por eso, Dios ha reunido a esa gran multitud en Jerusalén, para atestiguar lo que está sucediendo: un enorme acontecimiento en el plan eterno de Dios. Está observando a hombres y mujeres que han sido revestidos con el poder celestial por medio de la Tercera Persona de la Trinidad. Dios ha vuelto a la tierra en la Persona del Espíritu Santo, y Él estremecerá el mundo entero. Es el cumplimiento de la fiesta de Pentecostés (v. 33).

 El amado rey David, no resucitó y no ascendió, pero sí escuchó al Padre prometer al Hijo: “Dice el SEÑOR a mi Señor (LBLA): Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies” (Sal.110:1). El Hijo era el Señor de David, a Quien el rey se había sometido, y a Quien había conocido íntimamente. Gobernó sobre su vida y sobre su reino. Jesús preguntó a los fariseos: “¿Cuál es vuestra opinión sobre el Cristo? ¿De quién es hijo?”

 En todos sus estudios teológicos habían aprendido que el Mesías era el Hijo de David. Y, aunque era verdad, solamente era un punto de vista carnal, físico y terrenal. Jesús fue el Señor de David, engendrado en la eternidad y glorificado por toda la eternidad como Señor de los cielos y la tierra. En su teología hacía falta una masiva renovación, y una verdad sobresaliente cayó en los oídos de millares, al escuchar al apóstol Pedro.

 Pedro toma el martillo de Jeremías para asestar un segundo golpe a cada corazón: “¿No es mi palabra como fuego—declara el SEÑOR— y como martillo que despedaza la roca?” (Jer. 23:29). Pedro golpea fuertemente con este martillo ardiente: “Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”. La reacción no pudo ser más fuerte y devastadora. La Escritura dice que fueron compungidos de corazón, y no fue la única vez que sucedió. Por todas las edades en la iglesia, los predicadores, bautizados en el Espíritu Santo, aplastaron los corazones de los hombres con la llameante palabra de Dios. De la misma manera que Pedro, sus palabras penetraron en los corazones, sin embargo, hoy en día raras veces ocurre.

 Katanusso es la palabra griega para compungidos de corazón, cuyo significado es perforar hasta atravesar, es decir, (figurado) agitar violentamente, compungir (cito directamente del diccionario griego Strong *2660). ¿Es esa definición suficiente para convencernos del pobre y débil evangelismo del siglo XXI? Lo que pasó en el Pentecostés, era común en los días de John Wesley, George Whitefield, Charles Finney, y muchos otros, quienes amaron a los pecadores lo suficiente como para compungirles de corazón.

 El hecho de que los judíos habían crucificado al Mesías que ellos esperaban por siglos, tenía que caer en los oídos de la multitud de judíos como un crimen imperdonable… y fue aún más terrible de lo que alguno pudo imaginar. Fue la atrocidad más horrible de todas las edades, y solamente la asombrosa misericordia de Dios pudo ofrecer un remedio a su súplica: Varones hermanos, ¿qué haremos?”  Tenía que ser un clamor desesperado, casi sin esperanza (v. 37).

 La condición, de parte de Dios, para que la persona se salve, siempre es la misma… ¡Arrepentirse! El arrepentimiento significa dar la espalda completamente a lo que has vivido. No es cuestión de negociar, y tampoco puede haber reservas; es cuestión de todo o nada. El bautismo no salva; es un paso de obediencia y testimonio público de una fe interior, es decir, confiar en la persona de Cristo y Su obra en la cruz. Después, Dios añadirá al don de salvación, el don indecible del Espíritu Santo. Es increíble, primeramente, que Dios esté tan dispuesto a recibir a pecadores sin remedio que le han ofendido profundamente; sin embargo, Él derrama bendición celestial sobre ellos (v. 38).

 Dios demanda el arrepentimiento del pecador, que es poner su confianza en Él, y después Él responde con una salvación gratuita y el don del Espíritu Santo, promesa que añadió a todos los presentes en el día de Pentecostés. También la hace extensible a los dejados en casa, y esparce la promesa dondequiera, a todos los pueblos, en cualquier tiempo. Es para el lector hoy; para nosotros, que estamos lejos en tiempo y en distancia. Es para el mundo español en este siglo XXI, a quienes Dios ha llamado por la predicación del evangelio (v. 39).

 He dicho que este sermón de Pedro, su primer mensaje evangelístico, es un modelo para nosotros. Ahora quisiera resumirlo señalando los principales puntos:

I.                    Pedro predicó con autoridad porque se basaba en las Escrituras (como Joel 2:28-32).

II.                 Pedro predicó de Jesús de Nazaret.

III.              Predicó la voluntad de Dios en la crucifixión de Cristo por encima de las intenciones malignas de los hombres.

IV.              Cristo resucitó de los muertos; profetizado en las Escrituras y testificado por los ciento veinte.

V.                Él está ahora glorificado a la diestra del Padre.

VI.              Dios ha vuelto a la tierra en la persona del Espíritu Santo.

VII.           Jesús es Señor sobre el rey David, y Pedro lo comprobó con la Escritura.

VIII.        Pedro demanda el arrepentimiento y promete el don del Espíritu Santo a todo el mundo, por todas las generaciones.

 

 

 

 

 

 


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