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La primera parte de la biografía de David Brainerd

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.Una revista para todo cristiano · Nº 33 · Mayo - Junio 2005

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La breve y fructífera vida de David Brainerd.

Sacrificio de olor fragante

David Brainerd nació el 20 de abril de 1718 en Haddam, Connecticut, Estados Unidos. Murió de tuberculosis a la edad de 29 años, el 9 de octubre de 1747. Ezequías, el padre de Brainerd, era un legislador de Connecticut y murió cuando David tenía nueve años. Él había sido un puritano riguroso. La madre de Brainerd, una mujer también piadosa, murió cuando él tenía 14 años.

Había una rara tendencia a la debilidad y a la depresión en la familia. No sólo los padres murieron tempranamente; también los hijos. Nehemías murió a los 32, Israel a los 23, Jerusha a los 34, y él mismo a los 29. Así, al sufrir la pérdida de ambos padres, como un niño sensible, heredó una cierta tendencia a la depresión.

En su corta vida padeció a menudo negros abatimientos. Él mismo dice al principio de su diario: «Yo era en mi juventud inclinado más bien a la melancolía». Cuando su madre murió, se fue a vivir con su hermana casada, Jerusha. Él describió su fe durante estos años como muy celosa y seria, pero no teniendo verdadera gracia. Cuando cumplió 19, heredó una granja y trabajó en ella durante un año. Pero su corazón no estaba allí. Él anhelaba ‘una educación liberal’.



Intenta prepararse para el ministerio

Así que empezó a prepararse para entrar a la Universidad de Yale. En el verano de 1738, tenía veinte años, y se había ofrecido a Dios para entrar en el ministerio. Pero aún no era convertido. Leyó la Biblia dos veces en ese tiempo, y empezó a percibir que toda su religión era legalista y totalmente basada en sus propios esfuerzos. Dentro de su alma, contendía con Dios; se rebelaba contra el pecado original, contra la estrictez de la ley divina y contra la soberanía de Dios. Reñía con el hecho de que no había nada que él pudiera hacer en sus propias fuerzas para consagrarse a Dios. «Todas mis buenas apariencias no eran sino justicia propia, no estaban basadas en un deseo por la gloria de Dios; en mis oraciones, no había amor o consideración hacia él».

Pero entonces sucedió el milagro de su nuevo nacimiento. Tenía 21 años de edad. Dos meses después, entró en Yale a prepararse para el ministerio. En principio fue duro. Había relajo en las clases superiores, poca espiritualidad, estudios difíciles, y él contrajo sarampión, así que tuvo que volver a casa por varias semanas durante su primer año. Al año siguiente, le enviaron a casa porque estaba tan enfermo que escupía sangre. Por ese tiempo escribía: «Por la tarde mi dolor aumentó terriblemente, y tuve que permanecer en cama. A veces casi perdía la razón por lo extremado del dolor».

Cuando regresó a Yale en 1740, el clima espiritual había sufrido un cambio radical. George Whitefield había estado allí, y ahora muchos estudiantes eran muy serios en su fe. Pero surgieron tensiones entre los estudiantes entusiastas y la fría Facultad. En 1741, la visita de unos predicadores de avivamiento sopló aún más las llamas del descontento.

Jonathan Edwards fue invitado a predicar a comienzos de 1741, con la esperanza de que él aplacaría un poco los ánimos y apoyaría a la Facultad. Algunas autoridades incluso habían sido tildadas de ‘inconversas’. Edwards defraudó a las autoridades de la Facultad al declarar que el despertar era genuino. Brainerd estuvo entre la multitud que oyó a Edwards.

Esa misma mañana, las autoridades habían anunciado que cualquier estudiante que, directa o indirectamente, tildase al Rector u otra autoridad, de hipócrita, carnal o inconverso, debía en primera instancia hacer confesión pública de su ofensa, y en caso de reincidencia, ser expulsado.

En 1742 Brainerd estaba académicamente en la cima, cuando alguien le oyó por casualidad decir de uno de los tutores que tenía «menos gracia que una silla», y que él se maravillaba cómo el Rector no caía muerto al castigar a los estudiantes por su celo cristiano. Inmediatamente fue expulsado. Esto le afectó profundamente. En los años siguientes, intentó una y otra vez volver; muchos vinieron en su ayuda, pero todo fue en vano. Dios tenía otro plan para él. En lugar de unos años reposados en el pastorado o el salón de lectura, Dios quiso llevarlo al desierto, para que sufriese por Su causa y produjese un impacto incalculable en la historia de las misiones.

Antes de esto, Brainerd nunca había pensado ser un misionero a los indios. Pero ahora tuvo que replantear su vida entera. Una ley estadual, recientemente promulgada, señalaba que ningún ministro podía establecerse en Connecticut si no era graduado de Harvard, Yale o una Universidad europea. Así que él se sentía despojado de su llamamiento.

Una palabra ociosa, hablada de prisa, y la vida de Brainerd pareció caer en pedazos ante sus ojos. Pero Dios sabía lo que era mejor, y Brainerd llegó a aceptarlo. De hecho, sin la influencia de Brainerd tal vez el movimiento misionero moderno no hubiera tenido lugar; y esto no hubiera ocurrido si él hubiese obtenido en Yale su acreditación de ministro.

En el verano de 1742, un grupo de ministros simpatizantes del Gran Avivamiento aprobó su examen y autorizó a Brainerd para ir como misionero a los indios.

Más tarde, cuando ya estaba claro del verdadero llamamiento de Dios, habría de rechazar varias invitaciones para hacerse pastor, y seguir una vida mucho más fácil y estable. La carga y el llamamiento eran superiores: «Yo no podía tener libertad para pensar en ninguna otra circunstancia o asunto en la vida: Todo mi deseo era la conversión de los paganos, y toda mi esperanza estaba en Dios, y él no me permitía agradarme o confortarme con la esperanza de ver a mis amigos, de volver a mis queridos conocidos, o disfrutar los consuelos mundanos».


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