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El Hijo Prodigo

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El hijo pródigo

Por David Brueckner

Sublime gracia del Señor,
Que a un infeliz salvó;
Fui ciego más hoy veo yo,
Perdido y Él me hallo.

“¿Cómo es Dios?” Existe una respuesta segura en la Biblia para todos aquellos que tienen suficiente serie-dad como para leer sus páginas sagradas.

  El ser humano es la corona de la creación de Dios, y una de las cosas que Él anhela tener, es comunión con el hombre. En Génesis, le vemos paseándose en el jardín, con la frescura de la mañana, buscando a Adán. En Marcos, llama a Sus 12 discípulos “para que estuviesen con él…”. Cuando Sus discípulos supieron que Jesús les iba a dejar, les dijo que iba a prepararles un lugar… “para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. 

                                                                                       Los buenos y los malos
  En Lucas 15, encontramos a los publicanos y a los pecadores alrededor de Él, escuchándole. Los fariseos y los escribas también estaban al alcance de Su voz, pero guardando la distancia con los “malos”. El odio que sentían los que guardaban la ley hacia los que comían con Él, era tangible. Si un fariseo tocaba a uno de ellos en la calle, iba el estanque más cercano para lavarse, y no sólo a sí mismo, sino también su ropa. Ellos observaban a Jesús y murmuraban: “A los pecadores recibe y con ellos come”.

  Toda la creación está representada por estos dos grupos, simplemente dos… los malos y los buenos. O quizá sería mejor decir, los que saben que son malos y los que piensan que son buenos. Los buenos siempre desprecian a los malos.  

  ¿Cómo se siente Dios en cuanto al grupo despreciado? ¿Cómo trata a los cobradores de impuestos y a los pecadores? Para expresar como es el corazón de Dios, Jesús les enseña unas parábolas. Empieza hablándoles acerca del dueño de 100 ovejas, que deja a las 99 para encontrar a la que se había perdido. Habla del gozo que siente al encontrarla. 

  Seguidamente habla de una mujer que pierde una de sus 10 piezas de plata y la busca diligentemente. Cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas para que se gocen con ella. Jesús sólo quiere que seamos conscientes de la alegría experimentada al encontrar lo que se ha perdido. Se trata de cosas pequeñas, pero todo el cielo se goza en extremo cuando un pecador se arrepiente.   

  ¡Gozo! Eso es lo que describe el corazón de Dios. Aunque la Escritura enseña que Dios puede entristecerse, también se goza.

El padre y sus dos hijos
  La 3ª parábola tiene que ver con un padre y sus dos hijos (Lucas 15:11-32). El más joven representa a gente como los publicanos pecadores, y el mayor, a los fariseos y los escribas. El menor no quiso esperar hasta que muriera el padre para recibir su herencia. Posiblemente deseaba su muerte, para poder así tener su parte.

  Después de preparar su equipaje se va a un país lejano. Quisiera decir que este ‘país lejano’ no tiene que ver, necesaria-mente, con un país lejano geográfica-mente. Uno puede estar allí en poco tiempo, después de un corto viaje. Para llegar, sólo tienes que fijar tu mirada en el mundo. En el mismo momento en que das la espalda a Dios, ya estás en ese ‘país lejano’. Puedes estar en una iglesia y a la vez estar en ese país. La proximidad física no significa verdadera cercanía.   

  El más joven tiene la actitud de una sanguijuela que dice “dame” (Pr.30:15), y con esa palabra empezó su descenso. Él mismo era el centro de su propio mundo, excluyendo a todos los demás.  

La versión de los fariseos
  Los escribas y fariseos escucharon con mucha atención mientras Jesús hablaba del hijo menor y de cómo éste había desperdiciado todo su dinero llevando un estilo de vida malvado. “¡Se lo merece!”, tuvieron que estar pensando, cuando les mencionó la hambruna que le sobrevino.

  Una vez oí a un predicador decir que los fariseos tenían una parábola semejante, pero según la versión de ellos, cuando el menor vuelve a la casa, ya no puede seguir siendo hijo, sino que el padre le hace un jornalero. Si es cierto que los fariseos tenían esta versión, entonces Jesús relató la historia con otro resultado.

  Sin embargo, Jesús no justifica la maldad de los pecadores. Él describió más detalladamente la maldad del hijo menor que como supuestamente figura en la versión de los fariseos. Dice que alimentó cerdos y quiso comer su pienso. Jesús estaba diciendo a los fariseos: “¿Pensáis que estos publicanos y pecadores son malos? Pues sí, así es. E incluso, son peores aún de lo que habéis pensado”. Acto seguido, les reveló el corazón del Padre en el cielo.

  Por supuesto, el cerdo es un animal inmundo para el judío, y el joven, no solamente tocó a los cerdos, sino que además los guardó vivos. Es semejante a los publicanos que fueron considerados traidores por tomar el dinero de los judíos para dárselo a la fuerza gentil/romana que controlaba su país.

  Dios permite la hambruna para que el joven “vuelva en sí”. Cada quien, en el ‘país lejano’, vive una locura, gastando todos sus esfuerzos en este mundo, mientras pone en peligro toda la eternidad. El resultado es que siempre termina vacío.

  ¡Vete, planea tu corta vida, vive para las cosas pequeñas! Marianavich vivía para el futbol americano. Empezó a la edad de 14 años y, al graduarse en el instituto, había ganado el record nacional de passing. En la universidad jugó en el famoso Rose Bowl al mismo tiempo que se introducía en el mundo de la droga. Profesional-mente, cumplió con su sueño de ganar a los New York Giants y pensó…“¿Será esto todo lo que ofrece la vida?” Finalmente… acabó vacío.

  ¡Qué corta es la vida terrenal! Algunos dedican mucho tiempo para prepararse…, una carrera…, planear la jubilación…, pero no han invertido ni un solo de sus pensamientos en la eternidad. ¡Qué locura!... que habiendo sido creados para vivir eternamente con Dios, estén tan involucrados en las preocupaciones de un mundo temporal. Viven en un ‘país lejano’ deseando el pienso de los cerdos, mientras en la casa del Padre, aún los siervos, tienen más que lo suficiente.

 Joven, si has vivido tu vida según tu criterio, te pregunto, ¿cómo te ha resultado? ¿No piensas que ya es hora de dar las riendas de tu vida a Uno que tiene un plan mejor? 

El regreso
  Cuando el pródigo pensó en volver a su padre, preparó una oración. Fíjate en la diferencia entre su manera de hablar ahora y la que tuvo al salir. Antes era “dame”, y ahora es “hazme” lo que Tú quieres que sea… Tú sabes mejor.    

   El pródigo pensaba que el regreso a casa sería un largo viaje, pero cuando se puso en camino hacia su padre, Él acortó la distancia… “Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre…y corrió”. ¿No dice la Biblia: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros”? No le bastó con salir al encuentro, sino que se echó sobre su cuello y le besó, a pesar de que apestaba a cerdo.

   Tu regreso del país lejano será tan rápido como lo es inclinar tu cabeza y arrodillar-te. Es instantáneo… en un momento estás en tinieblas, y acto seguido… ¡estás en la luz! Jesús dijo al ladrón en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

   El hijo había sido pródigo (definición: extravagante) en su manera de vivir, pero ahora vamos a ver una prodigalidad aun más profunda en el amor del padre. Él derramó su amor “extravagantemente” sobre su hijo arrepentido. El hijo dijo que ya no era digno de ser llamado su hijo, pero el padre le interrumpió con un gozo sin inhibiciones, y ordenó a sus siervos: “¡Sacad el mejor vestido!”.

   Dios no escatima cuando demuestra Su amor. Es un Dios de abundancia. En dos ocasiones, cuando alimentó a las multitudes, todos se llenaron y aún sobró comida. Cuando proveyó para nuestro perdón, fue más que generoso también: “Él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1Jn.2:2). Hay más gracia en el Padre que cantidad de pecado en el pródigo. La sangre de Jesús penetra más profundamente que la mancha del pecado. En el océano del perdón de Dios no se toca fondo y no se ve la orilla.
…Y como un río fluye el perdón,
Sublime gracia, inmenso amor.

  El inmerecido pródigo recibe el mejor vestido, un anillo y calzado. En aquella cultura los siervos no tenían calzado ni anillos, pero el pródigo, al regresar, fue hecho de nuevo un miembro de la familia.
Gloria en lugar de ceniza,
Óleo de gozo en lugar de luto;
Manto de alegría
En lugar del espíritu angustiado.

  Recuerdo todavía la voz de un cristiano, antiguo militante del Ejército Revolucionario Irlandés (IRA), clamar: “Mi pobreza por Sus riquezas; mi pecado por Su justicia. ¡Que oferta más generosa!

  Pero todavía no ha terminado el padre. Él ya tenía preparado un becerro gordo, listo para festejar en una ocasión como esta. Puedo imaginarle llamando a las puertas de todas las calles, clamando a sus vecinos y amigos… “¡Venid a la celebración!”

  ¡Así es el corazón de Dios! Y esto sólo fue el principio porque, comenzaron a regocijarse”. ¿Qué es lo que hace que Su corazón se regocije? ¿Puede ser cuando uno de estos publicanos o pecadores, que apestan a  pecado, viene a Él? Por una sola persona que viene a Jesús, hay una fiesta en todo el Reino de Dios. Escucha tú también: “¡Gozaos conmigo!” (v.9)

  Unos capítulos más adelante (18:9-14), Jesús habló otra parábola “a unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros…” Pero la historia que le sigue no es una parábola, sino una realidad en la vida del jefe de los publicanos, que también había venido de un ‘país lejano’. Este hombre se subió a un árbol para ver a Jesús, y Él acortó la distancia entre ambos diciendo: “¡Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa!”. En el versículo 6, el gozo también irrumpió en esta historia, cuando él pudo tener comunión con Jesús. 

El fariseo de los fariseos
  Bueno, brevemente esta fue la historia del  jefe de los publicanos, pero todavía nos  falta  hablar del hermano mayor…   el fariseo de los fariseos. Su corazón no está en contacto con el del padre y por eso está enfadado con él, por hacer una fiesta al hijo que había malgastado toda su herencia en rameras. Prefiere llamarle ‘su hijo’ en lugar de ‘mi hermano’. Piensa de sí mismo que jamás ha desobedecido los mandamientos de su padre.

  No quiso entrar en la fiesta, como tampoco los fariseos quisieron juntarse con Jesús por encontrarse cerca de los publicanos. La actitud de auto-justicia les prohibió regocijarse de la comunión con el Padre. Ellos no sentían la necesidad de entrar por la misma puerta que los pecadores, porque se veían por encima de ellos.

  Más adelante, en el Nuevo Testamento, conocemos a un hombre que se auto-proclamó “hebreo de hebreos... fariseo, hijo de fariseo”. Pero cuando se vio a sí mismo en los ojos de Dios, él se identificó como el primero de entre los pecadores – y era la verdad, porque había perseguido a la iglesia, causando incluso la muerte de algunos. Sin embargo, Saulo de Tarso entró por la misma puerta que los publicanos y pecadores… por el único camino provisto por Dios… por la sangre preciosa de Jesús.

  Cuando un discípulo se acercaba a Saulo, después de haber encontrado a Cristo en el camino a Damasco, le saludaba así… “Hermano Saulo”. Ahora eran hermanos. Saulo se convirtió en un miembro de la familia, habiendo recibido el vestido inmerecido, el anillo, el calzado y la fiesta.
Hay un precioso manantial
De sangre de Emmanuel,
Que purifica a cada cual
Que se sumerge en él.
El malhechor se convirtió
Clavado en la cruz;
Él vio la fuente y se lavó,
Creyendo en Jesús.
(William Cowper).






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