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Lowell Brueckner

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Despertar a la realidad espiritual

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Existe una idea en nuestros días que tiene a mucha gente engañada. Suena más o menos así: “No importa si conocemos o entendemos mucho sobre la Biblia, lo importante es vivirla, porque hay personas que saben mucho, pero no la viven”. Y claro… ¿qué maestro fiel no enseña que no es suficiente con ser oidor de la palabra, sino también hacedor? Aunque esto es muy cierto, el problema es que hay espíritus engañadores que son capaces de tomar una verdad, añadir algunos ejemplos que la apoyen, y al final acabar aplicándola de forma incorrecta. Por ejemplo, en este caso, crean la impresión de que uno es mejor cristiano si no estudia mucho, y los que sí lo hacen, posiblemente son hipócritas religiosos. El resultado de esto es que se forma un peligroso prejuicio en la mente y en el corazón contra el estudio intensivo de la Palabra y también contra la persona que lo lleva a cabo.

Esta mentalidad ya se estaba formando fuertemente entre algunos cristianos en los años 1980, y Martyn Lloyd-Jones se dio cuenta de ello. Siendo ya muy mayor, visitó los Estados Unidos, y en uno de sus últimos mensajes predicó contra este error. Habló acerca de cómo Pablo adoctrinaba a los tesalonicenses, siendo ellos gentiles (no judíos) paganos e idolatras. Pablo escribió de la “entrada” (1:9) que tuvo a ellos; es decir, de la manera que se les presentó el evangelio. Tenía que empezar enseñando de un único y solo Dios verdadero y vivo, y demandar que se arrepintiesen de su idolatría. Después les enseñó sobre la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios. Que siendo el Hijo, era igual al Dios eterno, hecho Hombre, y que habitó entre la humanidad. Habló de Su muerte y Su resurrección (v.10), y de Su segunda venida desde el cielo. Les enseñó también sobre la ira de Dios y el castigo eterno. La gente convertida por Pablo estaba bien informada sobre la buena teología; conocían y entendían las doctrinas importantes.

No, la persona que estudia mucho la Biblia y no la vive es una excepción y, por otro lado, la persona que no se mete a estudiar seriamente las Escrituras es un cristiano pobre, si es que, en verdad, es un cristiano. ¿Cómo sabe si la vida que vive, por muy entregada que sea, es la vida cristiana, ya que no ha estudiado seriamente para saber lo que, según la Biblia, es la vida cristiana? Debe examinarse para estar seguro de si está o no en la fe, porque la mentira que ha creído es muy grande.

(El artículo es tomado
del último capítulo
del libro, "Tenemos un
altar".)

Despertar a la realidad espiritual


Una noche, mientras hacía los preparativos para un viaje, se me hizo muy tarde. La tarde siguiente pensaba compartir acerca del muy conocido texto de Zacarías 4:6: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”. Estuve muy disgustado al ver que eran las 5:30 de la mañana cuando desperté, y mi único deseo era volverme a dormir un rato. Pero pensamientos muy persistentes, no sobre el versículo 6, sino sobre el primer versículo del capítulo, no paraban de dar vueltas a mi cabeza. “El ángel… me despertó, como un hombre que es despertado de su sueño”. Al fin, tuve que levantarme de la cama y escribir estas nuevas anotaciones que comparto contigo, para el mensaje que iba a dar aquella tarde.
 
“Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Ef.5:14), dijo Pablo. No fue un placer para mí despertar a esas horas, y nunca es agradable despertarse durante la noche o antes de querer levantarse por la mañana. ¡Qué importuno es ser despertado por la brillante luz de la realidad espiritual! Nos llama al arrepentimiento y a cambios bruscos y fundamentales en nuestros caminos y mentalidad. Zacarías, sin embargo, fue un hombre con un gran anhelo por comprender los misterios espirituales y, cuando menos, en esta situación, le costó el sueño. En los primeros seis capítulos de su libro vemos diez preguntas que él hizo. Dios comparte Sus secretos con la persona que está involucrada en cuerpo y alma en Sus negocios. Vale la pena escuchar a la persona que ha oído de Dios.

Las cosas eternas y espirituales son las únicas realidades que existen. El mundo visible y material llegó a existir por medio de las cosas invisibles, que son más poderosas y duraderas. Los hombres de esta tierra están inconscientes a ellas porque están embrujados por los dulces sueños de un mundo físico y natural. Son sueños engañosos que consumen el tiempo del ser humano, distrayéndole de las realidades espirituales. Cuando el Espíritu de Dios habla al hombre, sus pensamientos sobre el cielo y el infierno se hacen muy intensos, y el mundo natural empieza a desvanecerse. Esto es lo que sucedía en tiempos de avivamiento.

Dios quiere un encuentro consciente con Su pueblo. He experimentado personalmente la voz de Dios a través de sueños, pero pienso que es una manera inferior de la comunicación con Él. Al estar dormidos es demasiado fácil que el ángel de las tinieblas invada nuestra mente inconsciente con adivinaciones falsas, que pueden afectar nuestra teología y confundir el discernimiento.

El profeta Jeremías dijo algo respecto a la manera en que el pueblo se había olvidado del nombre de Dios “con sus sueños que cada uno cuenta a su compañero” (es decir, los sueños cambiaron su concepto de Él). Escribió acerca de los profetas soñadores de su día, haciendo una comparación entre ellos y el profeta que hablaba una palabra verdadera dada por Dios. La diferencia, él reveló, es comparable a la paja con el trigo. Un encuentro consciente con la poderosa palabra de Dios hubiera salvado a Israel… “¿No es mi palabra como fuego… y como martillo que quebranta la piedra?” (Jer.23:27-29)… pero sus sueños confusos solamente sirvieron para hacer más profundo el sueño espiritual.

Ya hemos visto cuando Jesús entró en Getsemaní y llamó a tres de Sus discípulos más cercanos para que velaran con Él, lo cual no hicieron, y por ello no pudieron participar en las realidades espirituales del momento. Cristo les había advertido: “Velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mr.14:37-41). El cristiano superficial que no escucha este aviso, fácilmente abandonará los propósitos de Dios y se rendirá a la carne cuando es tentado. Ciertamente todos los discípulos habían estado viviendo una mentira en cuanto a la profundidad de su discipulado y la calidad de su amor. Pero cuando despertaron de su sueño, pudieron ver la realidad de su estado espiritual, individualmente y como un cuerpo.

Pablo habló de la “participación de sus padecimientos”, pero estos hombres no estaban, en ninguna manera, preparados para ello. Todavía estaban tan profundamente atrincherados y metidos en la mentalidad y los caminos de la carne, que no pudieron tener contacto íntimo con Él.

¿Cuántos somos como ellos, pensando que nuestro pequeño círculo de comunión cristiana es superior a los demás y que nuestra revelación, enseñanza y actividades son las mejores? ¡Es tiempo de que despertemos a la realidad y dejemos que Cristo exponga nuestra ceguera, desnudez, pobreza y tibieza! Él está a la puerta como en la iglesia de Laodicea. ¡Ábrele y deja a otros que hagan lo que quieran!

El gallo despertó a Pedro de su mundo de sueños. ¡Qué despertar tan duro y brusco! Confiaba excesivamente en sí mismo y estaba convencido de que su amor por Cristo era profundo y verdadero. Incluso, en cuanto a su entrega, se sentía algo superior a los demás: “Aunque todos se escandalicen, yo no… Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré” (Mr.14:29,31). Recuerda que éste fue el mismo hombre que había dejado su trabajo en el mar para seguir fielmente a Jesús durante tres años y medio. No era ningún cobarde. Cuando vio a la tropa que venía para prender a Jesús, sacó su espada y estuvo dispuesto a entrar en una pelea a vida o muerte. Sin embargo, estaba viviendo un sueño falso que se evaporó cuando fue confrontado con la verdad espiritual. Al despertar lloró amargamente. ¿Somos acaso nosotros mejores que él?

La iglesia de Laodicea tenía una necesidad terrible de examinar honestamente su estado espiritual. Igual que Pedro, estaban convencidos de una espiritualidad superior acerca de sí mismos. Pensaban que no les faltaba nada: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad”, decían. Éstos que profesaban ser cristianos estaban viviendo en un engaño total, un sueño, completamente contrario a su verdadero estado. “No sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Ap.3:17), les dijo Jesús.

Escucha ahora estas palabras, escritas a cristianos, y aplícalas a tu vida personal, a tu círculo de compañeros y a tu situación: “Conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño… La noche está avanzada, y se acerca el día…” (Ro.13:11-12). Hace falta una evaluación honesta del cristianismo de este tiempo en que vivimos. El problema no es con el mundo de incrédulos, sino con el propio pueblo de Dios. A veces parece que el evangelismo moderno produce más hijos bastardos que legítimos. Puede que su madre sea la iglesia, pero son el fruto de su adulterio con todo tipo de trucos y persuasiones para atraer a la gente. Y los que sí son hijos de Dios, muchas veces son superficiales. Fácilmente se distraen del propósito divino, y cuando se presenta la tentación, que atrae al ego, los deseos naturales toman la prioridad. Cuando algo pone en peligro su economía, por ejemplo, automáticamente se ponen en marcha los instintos de auto preservación, y la fe en Dios es tirada por la ventana.

Creo que es tiempo de que nos hagamos, estando muy despiertos y conscientes, algunas preguntas que pueden sacudir nuestra alma. La primera es esencial: ¿Soy yo un verdadero cristiano?, y si lo soy, ¿está basado mi estado espiritual sobre una fina y peligrosa capa de hielo, que se rompería con el peso más ligero?

Un predicador escocés, quien no llegó a cumplir los treinta años, Robert McCheyne, hizo la siguiente observación: “Lo que es el hombre arrodillado delante de su Dios, eso es lo que verdaderamente es, ni más, ni menos”. En esta posición y con una actitud sincera, es cuando todas mis propias opiniones acerca de quién soy y todo el respeto de los demás, se desvanecen. Mi éxito y mis logros ya no son pruebas de una buena vida espiritual, sólo son sueños crueles y faltos de sustancia. Ante Dios, sólo vale la pura verdad… sólo queda una brillante luz divina, no eclipsada por dulces, pero falsos, sueños.

Ahora, con los ojos abiertos, sabiendo cómo somos y cómo es la situación en la que nos encontramos hoy, pasemos a considerar la siguiente pregunta: ¿Qué pueden hacer o qué pasos pueden dar los cristianos despiertos y sinceros, si quieren vivir fielmente, glorificando a Dios en medio de un tiempo de tanto engaño, que ni el mundo ni la iglesia han visto anteriormente?







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