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Lowell Brueckner

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¿Tienes miedo de juzgar?

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Escribí el siguiente artículo mientras vivíamos en los Estados Unidos entre 1979 - 1986. Una iglesia lo publicó y fue distribuido en nuestro territorio. Después fue publicado en diez idiomas más por el periódico cristiano, “La trompeta de Dios”. Hace poco mi hermano me pidió unas copias y tuve que buscarlo. No lo había leído desde hacía varios años, pero cuando lo encontré me sorprendí, viendo cosas que he observado desde entonces y que confirman 100% lo que había escrito. No tengo que cambiar ni una sola palabra para poder aplicarlo, perfectamente, a la situación en 2013.


¿Tienes Miedo de Juzgar?

La lección que Jesús nos dio en cuanto de la viga y la paja en el ojo es, para la mayoría de nosotros, casi tan conocida como Juan 3:16 o la regla de oro. No solamente y a menudo es citada en las reuniones, sino que muchas de las conversaciones o discusiones acaloradas son llevadas a un fin repentino por la reprimenda, ¡no juzgues!  Sin embargo, de la misma manera que una bonita melodía es distorsionada por un exceso de amplificación, poner demasiado énfasis en una verdad, aunque sea totalmente cierta, ensordece al que la escucha, de modo que no puede captar el equilibrio correcto que la Biblia siempre contiene y enseña. 

Si pudiéramos garantizar un resultado por la cantidad de enseñanza que se hace sobre un tema, el esfuerzo que han hecho los maestros de la Biblia contra  juzgar, debería haber eliminado totalmente esta práctica de en entre nosotros. Pero parece que su enseñanza no ha tenido mucho éxito. La verdad es que aunque los creyentes deberíamos estar viviendo en perfecta armonía, son los pleitos y la división lo que prevalece, y lo que es más importante todavía, es que hemos sido enseñados a bajar nuestras defensas. Hemos abierto la puerta a la tolerancia y a la expansión del pecado en relación a las normas espirituales, a la mundanalidad en la iglesia, y a falsos maestros cargados de doctrinas seductoras. ¿Debemos entonces concluir que algo anda mal? Mi opinión es que todavía no hemos proclamado “todo el consejo de Dios” (Hech.20:27) con la misma fidelidad que tuvieron hombres piadosos en tiempos pasados. Hoy en día, el cuerpo de cristianos, no se da cuenta de toda la verdad existente sobre el asunto de juzgar espiritualmente.

Tú y yo tenemos que separarnos de las modas y actitudes comunes de hoy en día, y ponernos en contacto con el Autor de la verdad inalterable, el Espíritu Santo de Dios, para poder percibir la intención original de las Escrituras. Con Su unción y dirección, toda la enseñanza de la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis, tiene que ser explorada. Cada texto extraordinario tiene que ser examinado dentro de su contexto.


Juzgar es inevitable
Persiguiendo esta meta, vamos a empezar con Proverbios 17:15: “El que justifica al impío, y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación a Jehová.” Después de haber leído este artículo seguramente lo juzgarás, y tomarás una posición a favor o en contra. Es algo que hacemos constantemente a la hora de escuchar mensajes, en las conversaciones, en las relaciones con otros… en definitiva, no podemos evitar juzgar. La enseñanza popular de hoy en día, no evita juzgar, sino sacar solamente conclusiones positivas. Por temor a ser criticones, como los fariseos, nos hemos pasado al otro extremo. Sin embargo, cuando nos veamos expuestos a un espíritu seductivo y engañoso a través de una reunión, la televisión, la radio, un libro o película, por ejemplo, y concluyamos diciendo o pensando: “Est es la obra del Espíritu de Dios”, entonces estaremos justificando algo que es falso, y estaremos en el mismo peligro de blasfemar al Espíritu Santo que los fariseos.  Lo mismo sucederá cuando condenemos lo que es verdadero.

Pablo nos advierte: “El ocuparse de la carne es muerte.” No hay consuelo para la carne en el camino de Cristo, aunque ésta escoja una vereda positiva, y no la negativa. No se trata de cosas negativas ni positivas, sino de ser espirituales. “El espiritual juzga todas las cosas” (1 Cor. 2:15). Para poder hacerlo, Pablo concluye diciendo: “Tenemos la mente de Cristo” (1 Cor. 2:16). No podemos quedarnos indecisos. Tenemos que tener entendimiento espiritual.

Cinco principios
Veo cinco principios que determinarán si juzgamos bien o no:

  1. En primer lugar, necesitamos estar abiertos a Dios para que nos revele NUESTROS PROPIOS pecados, fallos y debilidades. La porción de la Escritura a la que nos referimos en el principio, tiene que ver con el que no ve “la viga” en su propio ojo. Esta persona es ciega espiritualmente, y por eso Jesús le habla de arreglar primeramente su problema personal, para entonces, poder ver claramente y (fíjate cuidadosamente) juzgar el problema de su hermano, ya que es instruido por Jesús a quitarle la paja que le irrita (Mateo 7:1-5). El hombre espiritual está constantemente delante de Dios, examinando su propio corazón, muy consciente de su humanidad. Cuando está seguro de que ha quitado de su alma las motivaciones humanas y está actuando conforme a los impulsos dirigidos por Dios, entonces tiene plena libertad para enfrentarse con su hermano.

  1. El segundo principio que tiene que ver con juzgar depende de tener o no, intereses personales que influyan en nuestras decisiones. Acuérdate del rey Saúl: “Oíd ahora, hijos de Benjamín: ¿Os dará también a todos vosotros el hijo de Isaí tierras y viñas, y os hará a todos vosotros jefes de millares y jefes de centenas?” Si te pones de acuerdo con alguien como Saúl que va a darte beneficios, ofrecerte dinero, una posición o una seguridad, entonces nunca podrás juzgar bien (1 Sam.22:7-8). Muchísimas personas se encuentran en tal situación y jamás podrán ver las cosas correctamente. Para Saúl era incomprensible que Jonatán elijiese “para confusión tuya”, sacrificar el trono a David, sometiéndose a la voluntad de Dios (1 Sam.20:30-31). Jesús dijo: “Mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30).

  1. En tercer lugar, como dijo Jesús: No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio  (Jn.7:24). Cuando Samuel fue a ungir a un hijo de Isaí para que fuese rey, eligió el hijo mayor, dando prioridad a su apariencia física. La experiencia del pasado le ayudó llegar a esta decisión. ¿No escogió Dios a Saúl, cabeza y hombros más alto que cualquier otro en Israel? Sin embargo, la apariencia y la experiencia no influyen en las decisiones divinas. “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho... pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Sam.16:7).

  1. Esto nos guía al cuarto principio: No confíes en las opiniones o sentimientos personales. No existe hombre que, por si mismo, pueda juzgar las cosas espirituales correctamente. Aún Jesús dijo: “No puedo hacer nada por mi mismo; según oigo, así juzgo” (Jn.5:30). Ser bautizado en el Espíritu tampoco garantiza cien por ciento un buen juicio. Pablo determinó que la iglesia de los corintios, a pesar de haber sido tan enriquecida con dones espirituales, era “carnal”. El rey ungido, David, y el profeta, Natán, en 2 Samuel 7 se unieron, errando. David tuvo una idea y Natán la confirmó diciendo: “Anda, y haz todo lo que está en tu corazón, porque Jehová está contigo”. ¡No, Natán! ¡No, cristiano moderno! Deja la doctrina de la infalibilidad para los seguidores del papa en Roma.

  1. Natán ignoraba nuestro quinto principio, que es el más importante: Es preciso que oigamos a Dios, en todos los casos. Jesús nos dio el ejemplo: “Según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo” (Jn.5:30), y tres capítulos más adelante dijo: “y si yo juzgo, mi juicio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre” (8:16). La persona que permanece horas con Dios en comunión secreta, que se esfuerza por escuchar los consejos de la trinidad, discernirá constante y correctamente las situaciones y la gente de su generación.
Un precio que pagar
Los que no quieren pagar este precio no aguantarán la pena de examinar su propia vida. Tanto los que aman la seguridad y una posición dadas por los que andan según la carne, como los que confían en su experiencia e inteligencia, fallarán en el juicio o, como se hace en la mayoría de los casos, cuando llegue el tiempo de tomar una decisión, sencillamente, se mantendrán en una posición neutral. Encubrirá su cobardía con una falsa piedad (diciendo, por ejemplo...yo no juzgo”), que no es la que Jesús enseñó. Al contrario, Él dijo: “Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros... lo que he oído de él, esto hablo al mundo” (Jn.8:26). Si quieres ver algunos ejemplos de cómo juzgó a Sus discípulos y a otros alrededor de Él, puedes estudiar bien los capítulos del 5 al 8 de Juan.

Decir “Dios se encargará de todo”, es una excusa y una manera de escapar. Muchos son los que abusan, siguen en el pecado y continúan en medio de la gente de Dios, muchas veces como líderes, porque los cristianos han sido enseñados a no juzgar. Muchos falsos maestros y sus doctrinas no son rechazados porque no se les expone a la luz (fíjate en Tito 1:11). Un número alarmante de líderes en la iglesia se divorcian, y entre los cristianos hoy en día, ya es común. Por no escuchar la conciencia y tomar las precauciones necesarias, se desarrollan muchas prácticas incorrectas entre hombres y mujeres, llegando incluso a la inmoralidad. El mundo entra a la iglesia sin ser desafiado. Este libertinaje podría ser detenido si suficientes personas, despertadas por Dios, no solamente los lideres, sino los cristianos en general, levantaran una protesta. “Os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis... ¿no juzgáis vosotros a los que están dentro?  (1 Co.5:11-12)

¡Pablo mismo mandó echar al fornicario fuera de la iglesia en Corinto!, y después amonestó diciendo: “¿No sabéis que los santos han de juzgar el mundo? Y si el mundo ha de ser juzgado por vosotros, ¿sois indignos de juzgar cosas muy pequeñas? ¿Pues qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus hermanos?” (1 Co.6:2,5).


¿Quieres orar así?
¡Oh Padre! Reconocemos el mucho daño causado por el espíritu que ha entrado entre nosotros, sin que muchos cristianos se den cuenta. Líbranos de la presión que hay hoy en día de conformarnos con este espíritu de tolerancia. Hemos sido pasivos, crédulos y abiertos al engaño, y de esta manera te hemos deshonrado y avergonzado ante los ojos del mundo. Déjanos sentir el asco y las nauseas que movieron a Jesús a decir: “¡Si no te arrepientes, te vomitaré de mi boca!” Te lo pedimos para que Tu nombre, tan majestuoso, sea santificado.


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