El Alto y el humilde
52. Un estudio expositivo de Isaías, capítulo 57
Los justos perecen
Observo
cómo el Señor arregla las circunstancias a menudo, ordenando mis pensamientos
en cierta dirección. Justo esta mañana alguien me preguntó sobre el significado
de 2 Tesalonicenses 2:6-7: “Vosotros sabéis lo que lo detiene… sólo que hay
quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio”. Brevemente,
expliqué mi punto de vista (el mismo que tienen muchos cristianos), diciendo
que “el misterio de la iniquidad” es detenido por el Espíritu Santo en la
iglesia, y que cuando el Señor venga a por ella, el anticristo será soltado sin
que nadie en el mundo le detenga.
Ahora
tenemos este primer versículo ante nosotros: “Perece el justo, y no hay quien
piense en ello; y los piadosos mueren, y no hay quien entienda que de delante
de la aflicción es quitado el justo” (v.1). Recuerda que, si hubieran existido
diez personas justas en Sodoma, Dios habría evitado su destrucción. Lot pudo
escapar. El principio que escribí en el último párrafo, sobre la iglesia
arrebatada, también es cierto cada vez que un justo abandona este mundo para
estar con el Señor. Cada uno de ellos es la sal de la tierra (en el sentido de
preservarla). Una fuerza que detiene la maldad es quitada, como si fuera una
presa o dique frente a las aguas de iniquidad y, como resultado, este mundo se
hace cada vez peor.
La
muerte salva al justo de la aflicción. En la segunda mitad del siglo XX, tras
morir varios influyentes y verdaderos siervos de Dios, pensaba que, en
realidad, Él estaba protegiéndoles de mucha lamentación y batallas contra una
maldad que está siempre incrementándose. Muchos no entienden ni piensan en lo
que pasa en el mundo y se conforman con sus tendencias. No entienden por qué
hay una minoría entre ellos que está molesta y protesta tanto contra las modas
en la iglesia y la sociedad que la rodea. Un día, la verdadera novia de Cristo
será quitada y el mundo quedará sin una influencia santa.
Los
piadosos, no solamente son salvados de las maldiciones que vienen sobre la
tierra, sino que incluso la muerte es su amiga y les ayuda a escapar. Sus
cuerpos descansan en las sepulturas y sus espíritus entran en la paz del cielo:
“Entrará en la paz; descansarán en sus lechos todos los que andan delante de
Dios” (v.2). El apóstol Pablo enseña la clara doctrina sobre este descanso y la
confianza que podemos tener sobre el destino después de la muerte. En su carta
a los filipenses y en la segunda carta a los corintios nos declara esta
sencilla verdad: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia… de ambas
cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero
quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (Fil.1:21-24). “Sabiendo
que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes de Señor… más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y
presentes al Señor” (2 Co.5:6,8).
Adulterio
espiritual… la idolatría
¿Cuántas veces, en la
Biblia, estamos obligados a considerar el estado, no sólo de los justos, sino
también de los que andan en rebelión? Es imposible ser únicamente positivos y
seguir fieles a la Palabra de Dios. En el versículo 3 vemos a “hijos de la
hechicera, generación del adúltero y de la fornicaria”. El adulterio espiritual
es la idolatría. Supongo que un sinónimo bueno para hijos sería, en sentido bíblico, productos. Son los resultados
espirituales producidos en los que practican la hechicería en lugar de la
verdadera religión; el adulterio, más que la fidelidad; y el libertinaje, en
lugar de un carácter estable. Éstos son los que dan la espalda a la verdad.
El Señor demanda que mediten
sobre su condición. El trabajo de un profeta o un predicador es dirigir a sus
oyentes a tenerse que preguntar seriamente: “¿De quién os habéis burlado?” ¡Pensad
en lo que estáis haciendo! No solamente habláis en contra de Dios, sino que
también “ensanchasteis la boca, y alargasteis la lengua”. Sois extremadamente
contrarios y abiertamente agresivos en vuestro lenguaje. ¿No sois productos de
la mentira y del engaño? Estáis caminando fuera de los perímetros de la verdad,
en el camino ancho del engaño que os conduce a un estilo de vida pecaminoso
(v.4).
La única esperanza para
ellos es que lo reconozcan y lo confiesen, para que, meditando en sus propias
palabras, pueda abrirse una puerta en sus propios corazones. El ministerio de
Jesús siguió de la misma manera que los profetas: “El hombre malo, del mal
tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la
boca” (Lc.6:45). Es imperativo que Sus portavoces revelen la misma verdad. A
menudo, sus reprensiones tienen que exceder las palabras de consuelo y
aprobación.
“Os enfervorizáis con los
ídolos…” Deseos intensamente malignos conducen a actos sexuales extremos y
hechos asesinos. Los malignos utilizan la religión para justificarse y calmar
la conciencia, y eso les facilita practicar la maldad. Los israelitas
practicaban la idolatría en arboledas donde habitaban prostitutas, machos y
hembras, y sacrificaban a sus hijos a Moloc, siguiendo la religión de los
cananeos (v.5). Nada ha cambiado en el cruel corazón humano, aunque los métodos
y apariencias de hoy en día sean más sutiles y sofisticados. Millones de
personas están participando en la matanza de bebes en el seno materno y están
votando a favor de la libertad de género.
Los israelitas levantaban
sus ídolos desde los valles de los ríos hasta los lugares altos de las
montañas, mezclándolos con los ritos religiosos hallados en el libro de
Levítico. Intentaban incorporar las formas más degradables del paganismo, su
perversión sexual y crueldad, con las prácticas ceremoniales de su ley (vs.6-7).
¿Puede uno agradar a Dios incluyéndole en la adoración a los ídolos? Nuestra
sociedad no tiene derecho a criticarles porque, no solamente corrompen el culto
a Dios igual que ellos, sino que también han adoptado la evolución como un
intento de eliminar a Dios, el Creador, por completo.
El lenguaje figurativo del
versículo 8 señala la forma en que van degenerando sus prácticas religiosas… “Tras
la puerta y el umbral pusiste tu cama… y
cómo, más y más, estas prácticas son aceptadas por el pueblo… ensanchaste tu
cama… Se habían comprometido con el mundo que les rodeaba y amaban sus maneras…
hiciste con ellos pacto; amaste su cama…”.
La gente del Nuevo
Testamento no está excluida de estas mismas prácticas, descubiertas por
Isaías. Santiago acusa: “¡Oh almas
adúlteras! (el mismo término usado por Isaías en el versículo 3) ¿No sabéis que
la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser
amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg.4:4). Como Isaías tuvo que
redefinir a Israel lo que era la piedad, Juan tuvo que redefinir a la iglesia
de su día lo que era y no era la verdadera cristiandad: “Si alguno ama al
mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los
deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida (el
orgullo por tener posesiones), no proviene del Padre, sino del mundo” (1
Jn.2:15-16).
Los caminos errantes de los
religiosos entraron en el mundo político internacional, pidiendo prestado a sus
deidades extranjeras. Entonces, se degradó hasta convertirse en algo satánico, recibiendo
la influencia misma de Seol (el infierno): “Fuiste al rey con ungüento, y
multiplicaste tus perfumes, y enviaste tus embajadores lejos, y te abatiste
hasta la profundidad del Seol” (v.9). Esto mismo sucede en la esfera política, donde
se mantiene el optimismo a pesar de sus repetidos fracasos: “En la multitud de
tus caminos te cansaste, pero no dijiste: No hay remedio; hallaste nuevo vigor
en tu mano, por tanto, no te desalentaste” (v.10). ¡Es asombroso observar hasta
donde puede llegar la gente manteniendo una actitud positiva!
Ahora, con cierto sarcasmo,
el Señor les cuestiona, intentando hacerles razonar. Les pregunta sobre la
grandeza de la deidad a la que ellos prestan tanta atención y que les hace olvidarse
del Dios verdadero: “¿A causa de quién te intimidaste? ¿De quién tuviste temor
para que negaras tu fe, y no te acordaras de mí, ni reflexionaras en tu
corazón?" (v.11, BTX). La mentira prevalece contra la verdad entre ellos. La
rebelión de su naturaleza caída contra el Dios verdadero se demuestra por su
temor a los dioses falsos. Su traición es simple y clara, comprobada por sus
creencias y prácticas. Es la única manera de explicar el camino que el hombre
ha tomado, desde el día de Isaías hasta ahora. Si Dios guardara silencio y no
les reprendiese, si les tratara con paciencia, bondad o tolerancia, en lugar de
que esto sea motivo para arrepentirse (Ro.2:4), solamente les dejaría con menos
temor todavía.
La justicia propia es otra
forma de rebelión y Jesús, en Su día, lo definió como ¡hipocresía! La auto
justicia es el pecado en su estado más destructivo y peligroso, porque exalta
el ego y desprecia la gracia. Es la idolatría de la auto-adoración. “Todos
pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”, dijo el apóstol (Ro.3:23), y
ésta es su doctrina en los capítulos 2 y 3. Los mejores intentos que uno pueda
llegar a hacer por su propia justicia, le dejan destituido de la gloria de
Dios. Isaías está diciendo lo mismo en el versículo 12.
Viviendo
en el cielo… tiempo presente
Las consecuencias de la
idolatría se revelan en el tiempo de crisis, cuando Dios abandona al idólatra a
la impotencia de sus ídolos… “que te libren tus ídolos”. No conozco una
manifestación más clara de la desesperanza por poner la confianza en dioses
falsos, como la que vemos en el enfrentamiento de los 450 profetas de Baal con
Elías. Me conmuevo tristemente cada vez que leo el siguiente versículo: “No
hubo ninguna voz, ni quien respondiese ni escuchase” (1 R.18:29). Compara esta
frase con la promesa de un Dios que contesta la oración: “Mas el que en mí
confía tendrá la tierra por heredad, y poseerá mi santo monte” (v.13).
El camino de Dios, contrario
al camino degradado de Israel, es un camino de edificación. Cuando un creyente
toma el camino de Dios y lo hace su camino, todo coopera para el bien y
ningún obstáculo podrá estorbar. “Allanad, allanad; barred el camino, quitad
los tropiezos del camino de mi pueblo” (v.14). Oí a un misionero veterano decir
muchas veces: “El camino de Dios no cuesta, sino paga”. Obviamente es el camino
correcto a tomar y rehusar andar en Su dirección es locura. La población mundial
ha elegido el camino de la vanidad y la ruina, mientras una pequeña minoría se
somete al señorío de Cristo y recibe sus beneficios.
Medita con adoración ante
las siguientes palabras procedentes del trono celestial, algunas de las que más
inspiran, no solamente en este libro, sino en toda la Biblia: “Así dijo el Alto
y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en
la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer
vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los
quebrantados” (v.15). Si necesitas ánimo, lo mejor que puedes hacer es fijarte
en el Alto y Sublime, asegurándote de que Él sea tu Señor, en quien has puesto
tu confianza. Isaías insiste que Él es el Santo de Israel y Su nombre, en todas
las circunstancias, tiene que ser santificado.
“Porque también Cristo
padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios…” (1 P.3:18). El
evangelio es el camino al trono de Dios para el que está dispuesto a humillarse
y someterse a Él. Nos levanta al lugar
alto y santo, según una doctrina que Pablo hace muy clara, declarando que
Dios “juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares
celestiales con Cristo Jesús” (Ef.2:6). Como escuché a mi amigo, Melo, decir
hace poco, el apóstol está hablando de nuestra posición ahora, no en el futuro.
El cielo, pues, no es un meta, sino una realidad presente para el creyente. Él
tiene que ser un alma contrito y manso, que ha conseguido vida por medio del
nuevo nacimiento. La única condición que Dios requiere de nosotros para poder
gozar de la comunión con Él, es que seamos humildes.
Hay mucho más que pudiéramos
decir, pero tengo que seguir adelante para poder terminar mis comentarios acerca
de este capítulo. El versículo 16 nos da una maravillosa vista de la naturaleza
de Dios, que es el propósito primordial de toda la revelación escrita. Nos
demuestra dos cosas sobre la ira de Dios en la relación con Su pueblo; que es
lento en la ira y que Su ira es momentánea. En el último capítulo también
enfatizamos esta verdad. Aquí dice: “No contenderé para siempre, ni para
siempre me enojaré”. Es nuestro Creador y tiene compasión para Su creación: “Pues
decaería ante mí el espíritu, y las almas que
yo he creado.”
No hay por qué justificarnos
o esconder nuestro pecado. Dios reacciona favorablemente con un conocimiento
perfecto de nuestra condición pecaminosa: “Por la iniquidad de su codicia me
enojé, y le herí, escondí mi rostro y me indigné; y él siguió rebelde por el
camino de su corazón. He visto sus
caminos; pero le sanaré, y le pastorearé, y le daré consuelo a él y a sus
enlutados…” (vs.17-18). ¡Pon atención! La persona castigada siguió rebelde en
sus propios caminos. Le hacía falta el toque sanador de Dios para sanar de su rebeldía
y ser guiado en el camino del consuelo. ¡La salvación viene de Dios y solamente
de Dios!
“Produciré fruto de labios”.
Tenemos que buscar en la propia Palabra la interpretación de la Palabra. Por
favor, considera Hebreos 13:15: “Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él (Jesús,
v.12), sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios…” Por medio de Jesús y
Su obra en la cruz, obtenemos el perdón de los pecados. Nadie ofrece amor y
alabanza como el pecador perdonado. Éste es el “Evangelio de Isaías”, que nos
dirige hacia la gracia sanadora que consuela con el amor de Jesucristo, creando
una vida repleta de alabanza.
Una vez más, como en el
capítulo 55, recibimos una invitación amorosa y apasionada. Allí recibimos una
invitación para venir y participar de una rica fiesta, una mesa repleta de agua
viva del Señor, y aquí somos invitados a la paz con Dios: “Paz, paz al que está
lejos y al cercano, dijo Jehová; y lo sanaré" (v.19). Pedro, el Día de
Pentecostés, dijo: “Para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos
el Señor nuestro Dios llamare” (Hch.2:39). Es una llamada a la reconciliación y
a la paz con el Alto y Sublime, que habita la eternidad, y que por Su gracia
nos levanta a Su presencia. Es para los cercanos y lejanos… tan lejos como está
Europa, África, América y Australia de Jerusalén. Y aunque dista tanto en el
tiempo, como el Siglo XXI del 700 a.C., la Palabra Viva, que no se mide por el
tiempo, está a nuestro alcance ahora y en este lugar.
Quiero que sepas que, si
pudiera elegir, preferiría escribir como en los versículos del 13 al 19. Sin
embargo, el Espíritu Santo, en su preocupación misericordiosa por los malos,
nos obliga a levantar una palabra de amonestación. El pecador está fuera del
alcance de la paz de Dios y todo lo que hemos visto en los versículos anteriores.
Donde él existe, no hay paz… “los impíos son como el mar en tempestad, que no
puede estarse quieto”. No hay consejo ni psicología que pueda calmar al alma
atormentada, porque está bajo la condenación eterna. No hay posibilidad humana
que le ayude en su dilema; la única esperanza viene desde arriba. Viene del
Dios hecho carne, enviado desde el cielo a esta tierra para poner fin al
maligno y su maldad, por medio del poder de Su cruz.
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