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Lowell Brueckner

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Apocalipsis 1:8-11

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8. Yo soy el Alfa y la Omega – dice el Señor Dios – el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.
9. Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, me encontraba en la isla llamada Patmos, a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús.
10. Estaba yo en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz, como sonido de trompeta,
11. que decía: Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.


El propósito número uno de la Escritura

Las Escrituras tienen que ver con quien es Dios; son una revelación de Su persona. En primer lugar, no tienen que ver con la raza humana, aunque, de todos modos, su verdadero pueblo solamente quiere saber de Él. Desde el principio de su vida cristiana, tuvieron un encuentro personal con Él, y su mayor deseo es fijarse en Su palabra cada día, con corazones hambrientos, para poder conocerle más.  

En el versículo 8, Dios nos ha dado algo sobre qué meditar. Hay muchas cosas útiles para poder describirle, sin embargo, tenemos que reconocer las limitaciones del lenguaje humano y de todo lo que el hombre conoce, para poder descubrir totalmente Su esencia y naturaleza infinitas. El alfabeto griego es, en este texto, la herramienta. No solamente palabras completas, sino las mismas letras, nos ayudarán a abrir el entendimiento. El Señor Dios utiliza desde la primera a la última letra del alfabeto griego, alfa y omega. Significa que Dios está en cada detalle más pequeño de la verdad escrita.


Sabemos, con toda seguridad, que Él es el principio y el fin, pero también sabemos que Él existió antes que cualquier cosa creada. Él es el Creador del mismo tiempo, y Él rellena su pasado, presente y futuro. Él quiso dar principio a todo lo que conocemos. El fundamento de todo el conocimiento espiritual es conocer a Dios como el Creador de todas las cosas. Las creó para Su propio placer, y toda la creación tiene que darle cuentas sobre el propósito por el cual ha sido creada. Los colores y sonidos tienen que manifestarse con toda su plenitud. Los animales y las aves existen delante de Su ojos y oídos, y todas sus características existen para Su placer y gloria. Flores de toda especie exhiben su aroma sólo para agradarle a Él.

La raza humana es una creación; éste es el fundamento de la doctrina del hombre. Él es la máxima expresión de la creación, hecho a semejanza e imagen de Dios. Tristemente, al decirlo, nos lamentamos al contemplar la infinita tragedia de su caída y el hecho de que se hiciera inútil para Dios. No solamente existe en vano, sino que es una ofensa continua contra su Hacedor… bueno, es decir, si no ha sido re-creado.

Habiendo aclarado el punto, volvemos nuestros pensamientos hacia Él, quien es el Alfa y la Omega. Él se revela en primera persona de esta manera y en este lugar, situándose perfectamente en el contexto de este capítulo inspirado y en todo el libro. Al considerar el alfabeto griego, pensamos en palabras y literatura. Específicamente, Dios se revela como Autor y pronto, mandará escribir a Juan. Él es el principio de toda la verdad y expresa Su verdad por medio de Su palabra.

Él es el Omnipotente. Su poder está más allá de todo lo que existe en el cielo y en la tierra. En este libro, significa que Su habilidad hará lo que ha prometido hacer. Las fuerzas manifestadas en el Apocalipsis están bajo toda la autoridad de Su brazo poderoso y nada pasará sin Su consentimiento.

La situación y condición del apóstol Juan

Juan se presenta humildemente como un siervo, y para el lector, es un hermano y compañero, no alguien superior. La distancia entre el Omnipotente y el más grande de todos los hombres empequeñece la distancia entre los más distinguidos y los menos estimados entre los hombres. Apunta hacia tres elementos que identifican la vida de Jesús: la tribulación, el reino y la perseverancia. 

La tribulación es una característica del cristianismo y Jesús prometió a Sus discípulos que tendrían tribulación: “En el mundo tenéis tribulación; pero confiad yo he vencido al mundo” (Jn.16:33). Juan vivió después de que los otros once discípulos hubieran dado sus vidas como mártires. Pronto, Policarpo, discípulo y amigo de Juan, tras leer estas palabras sufrirá la muerte de un mártir, junto a muchos más de la época. En estas páginas, Juan observa el tiempo más horrible de la tribulación jamás conocido, como Cristo dijo en Mateo: “Habrá entonces una gran tribulación, tal como no ha acontecido desde el principio del mundo hasta ahora, ni acontecerá jamás” (Mt.24:21), lo mismo que escribió el profeta Daniel más de 500 años antes: “Será un tiempo de angustia cual nunca hubo desde que existen las naciones hasta entonces” (Dn.12:1).

En Jesús, estamos involucrados en un gran reino, un reino sobre todos los reinos, que un día brotará y gobernará sobe la tierra. Derrumbará los imperios más poderosos que han dominado al mundo durante los siglos. Si estamos en Jesús, formamos parte de este reino. No tenemos elegido a un presidente, ni a un primer ministro, sino a un Rey, que Dios nombró antes de formar el mundo, para que gobernara sobre los cielos y la tierra para siempre. Este reino fue fundado por una Majestad que observó Su reino desde una cruz. En el tiempo de Juan, era un reino perseguido, y ha seguido siéndolo durante gran parte de la historia del mundo. Aún en el mundo libre del oeste, sentimos las fuerzas de oposición en la mente y el corazón de la sociedad. Pero no nos importa, porque éste, es el único reino que heredará el mundo futuro y reinará por la eternidad.

En la tribulación está Jesús, triunfante en la perseverancia… “Yo he vencido al mundo”. Tenemos promesas inalterables que dirigirán a Su pueblo a pesar de todo lo que el diablo y el hombre puedan hacer contra él: “Ellos lo vencieron por medio de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio de ellos, y no amaron sus vidas, llegando hasta sufrir la muerte” (12:11). Juan ya sabía acerca de esta victoria y escribió en su epístola: “Esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe” (1 Jn.5:4).

Juan participó también con los que estaban en una tribulación. Estaba exiliado en la isla de Patmos, cerca de la costa de la antigua Asia Menor. El Cesar Domiciano no le permitía circular en la sociedad libre. El humilde pescador de la pequeña provincia de Galilea suponía una amenaza para el poderoso imperio romano. Existe una autoridad morando en el discípulo menos valorado que está en Jesús. No puede ser encarcelado ni detenido y, como Juan, aunque no tiene cualidades ni fuerzas en sí mismo, testifica por medio de su vida la presencia de Jesucristo y proclama la palabra de Dios. En esas cosas reside su poder, y los poderes del mundo intentarán, de la manera que sea, silenciarle y paralizarle (v.9). Él es un enemigo del sistema mundano.

El dilema que confunde al mundo se demuestra en la condición de Juan en la isla en aquel día. Él estaba en el Espíritu. ¡Estaba envuelto en el Espíritu Santo! El hombre natural no sabe nada de esto, pero hay un estado en el que un creyente puede encontrarse, bajo el control divino. Incluso los que se entrometen en el mundo de los espíritus por medio de ritos satánicos y hechizos, entrando en trance y viendo visiones, no pueden llegar a este nivel. Juan habla de algo más allá que solamente estar en oración y pensar en las cosas espirituales. El Espíritu Santo, dentro de él, toma control de sus facultades naturales, y le lleva a una esfera sobrenatural (v.10). 

Está allí en el día del Señor. Yo me acuerdo muy bien del tiempo, en el que los cristianos enfatizaban el día del Señor. La doctrina de la iglesia, una generación atrás, incluía y enseñaba a reverenciar el primer día de la semana, algo que se ha perdido casi totalmente en estos días de ligereza e irreverencia. Los padres de la iglesia, desde los primeros tiempos, enseñaban que este día pertenecía al Señor, y Su pueblo se congregaba para honrar el día de Su victoria sobre la muerte y el infierno (Mc.16:1-9). 

Ellos recordaban cómo, ese día, Él se apareció a Sus discípulos después de Su resurrección (Jn.20:19, 26). Este fue el día, cuando ocurrió el Pentecostés (La Fiesta de las Semanas), cincuenta días después de la resurrección que aconteció en el Día de las Primicias (fíjate en Lv.23:10, 15-16, y también Dt.16:9-11). Hay una confusión común acerca de la enseñanza de Pablo en Romanos 14. Él no estaba refiriéndose a ese día, al decir: “Uno juzga que un día es superior a otro, otro juzga iguales todos los días” (Ro.14:5). Estaba dirigiéndose a los cristianos judíos que continuaban con el sábado judío y las fiestas anuales.

Todos los cristianos, tanto judíos como gentiles, honraban el primer día de la semana y se congregaban ese día (Hch.20:7; 1 Co.16:2). Juan, estando solo en Patmos, se asociaba con las iglesias en Asia Menor, congregándose en el día del Señor. Otra vez, el Cristo resucitado se aparece a Juan el domingo y, al menos, John Wesley, creía que todo lo demás del libro, aconteció ese día. Jamieson-Fausett-Brown comentaba: “Aunque Juan fue detenido forzosamente de la comunión con la iglesia y fue separado de sus hermanos en sus reuniones en el día del Señor, la conmemoración semanal de la resurrección, él en el Espíritu tenía comunión con ellos”. Todos mis comentaristas están de acuerdo.

El Espíritu Santo revela a Cristo

En los primeros versículos de este capítulo, Juan presenta a Jesucristo como le vemos en su Evangelio y en los otros Evangelios. Sin embargo, ahora Juan nos va a llevar más allá de los Evangelios para ver al Cristo glorificado en Su estado celestial. Todos los cristianos necesitan verle así para poder tener un concepto completo de la revelación bíblica del Señor. ¿Cuántas veces hemos escuchado un sermón o leído literatura cristiana con una punzante descripción del Cristo del libro de Apocalipsis?

Pablo amonestó a los gálatas con relación a una perversión del evangelio de Cristo. Él les advirtió que ángeles y apóstoles, incluido él mismo, podrían ser herramienta de engaño. A los corintios les avisó de que otros podrían llegar predicando a “otro Jesús” (2 Co.11:4). Jesús mismo dijo: “Muchos vendrán en mi nombre, diciendo: ‘Yo soy el Cristo’ y engañarán a muchos” (Mt.24:5). Los demonios podrían acercarse por medio de revelaciones, un sueño o visión, pretendiendo ser Cristo, y por eso Juan aconsejó: “Probad los espíritus para ver si son de Dios” (1 Jn.4:1).

Es completamente posible que sólo, con la compresión de Cristo derivada de los Evangelios, un individuo o toda la cristiandad en general, pueda sufrir seriamente. La más clara y completa revelación en toda la Biblia de la gloria del Señor y Salvador Jesucristo, se encuentra en el último libro. Nuestra comprensión nunca podrá considerarse adecuada y completa hasta que lleguemos al capítulo final del Nuevo Testamento. Ignorar esta revelación creará un desequilibrio en nuestra mente, sobre la personalidad del Señor. El canon no terminó hasta que Juan añadió esta presentación inspirada e inequívoca del Señor Jesucristo. El cristiano debería determinar si el Cristo al que él ha llegado, es el mismo que el apóstol vio y representó para ser contemplado durante todas las épocas.

Bajo la dirección del Espíritu Santo, Juan está en la posición que tiene que estar para poder ser enseñado. El Espíritu de Dios es el Espíritu de verdad (Jn.14:17; 15:26; 16:13), y Él es el Maestro del creyente. Juan no hubiera podido ver y escuchar las cosas de este libro, si no hubiera estado en el Espíritu: “Él os enseñará todas las cosas” (Jn.14:26). “El dará testimonio de mí… No hablará por su propia cuenta… Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber” (15:26; 16:13-14). La enseñanza del Espíritu no se centra en Sí Mismo, sino en Cristo. Él glorificará a Cristo; Él testificará sobre Cristo a la iglesia, tomando lo que tiene que ver con Él y haciéndoselo saber a los discípulos. Observa cómo lo hace para Juan y por medio de Juan a toda la esfera de creyentes de todas las edades.

De esta manera, Juan escucha una voz como de trompeta (una trompeta se utilizaba para anunciar la entrada de una personalidad distinguida). Demanda toda nuestra atención; nunca, en todo el mundo, se podría anunciar la entrada de un rey, presidente o primer ministro, que lleve un aire de dignidad y autoridad como Éste. Poder atestiguar esta escena, debemos considerarlo como un grandísimo privilegio. ¡Que Dios nos conceda la influencia del Espíritu Santo en toda Su plenitud sobre nuestras vidas, corazones y mentes, mientras observamos!

Él manda a Juan: “¡Escribe en un libro lo que ves!” (v.11). Juan debe enviarlo a las siete iglesias de Asia Menor… recuerda el significado del número siete, que simboliza una plenitud perfecta. Ya hemos dicho que había más iglesias en ese territorio, así es que el propósito no es sencillamente mandar un mensaje para ser leído en cada lugar. Estas siete iglesias representan a toda la iglesia, en todo lugar y en cada periodo de la historia. Acuérdate también del versículo 3, que pronuncia una bendición sobre cada lector, cada oyente y sobre cada discípulo obediente que guarda las cosas escritas en este libro.

Para mí, esta palabra del Señor es muy emocionante. Al decir, “¡Escribe!”, nos está demostrando Su interés y preocupación por las generaciones futuras y por los creyentes de lugares lejanos. Escribe para que ellos también puedan participar en la bendición celestial y el gozo eterno. Escribe para que ellos también sepan acerca de los eventos de los últimos días. Escribe porque la Palabra del Señor es espíritu y vida. Escribe porque la Palabra es inmortal y nunca pierde su poder. Escribe porque es más cortante y penetra hasta las profundidades el hombre interior, y discierne sus pensamientos hasta alcanzar su corazón, ahora y por todo el futuro.
Una trompeta judía



 



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