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Lowell Brueckner

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Apocalipsis 1:4-7

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4.      Juan, a las siete Iglesias que están en Asia: Gracia a vosotros y paz, de aquel que es y que era y que ha de venir, y de los siete Espíritus que están delante de su trono,
5.      y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos libertó de nuestros pecados con su sangre,
6.      e hizo de nosotros un reino y sacerdotes para su Dios y Padre, a Él sea la gloria y el dominio por los siglos de los siglos, Amén.
7.      He aquí, viene con las nubes y todo ojo le verá, aun los que le traspasaron; y todas las tribus de la tierra harán lamentación por Él; sí. Amén.

Gracia y paz de la trinidad

La isla de Patmos
“Gracia y paz” fue la salutación de Pablo en las trece cartas a las iglesias, incluido a Tito. Es curioso que añadió “misericordia”, al escribir a Timoteo. Pedro usa “gracia y paz” en su segunda epístola, y Judas agrega misericordia y amor a la paz. Juan, en su segunda carta también añade misericordia, pero ahora, en Apocalipsis, él saluda de manera más sencilla, como lo hace más comúnmente en las epístolas. Solamente quiero señalar que, en la Palabra de Dios, es importante entender que estas salutaciones son más que costumbres; llevan todo el peso de la bendición divina.

El libro está dirigido directamente a las siete iglesias de Asia Menor, quienes, literalmente, son los primeros recipientes de ello. Sin embargo, vale la pena saber que había más de siete iglesias en esta provincia romana en el día de Juan. Es fácil suponer, por el simbolismo y la naturaleza profética del libro, que solamente siete iglesias fueron elegidas para servir a un propósito más amplio. Siete es el número de perfección completa y creo que, estas iglesias representan toda la iglesia de todas las edades. Pienso que sus características son las mismas que encontramos en diferentes iglesias en cada periodo de la historia. Me inclino a pensar que cada una representa también a un tipo dominante de iglesia en siete épocas históricas, siendo la iglesia de Laodicea la que representa a la iglesia que domina en nuestros tiempos. Escribiré más sobre este tema al llegar a los capítulos 2 y 3.


El libro es una revelación, un final apropiado a toda la Biblia, cuyo propósito mayor es revelarnos la esencia y naturaleza de Dios. Desde el libro de Génesis, donde empieza la revelación, hasta el libro final de Apocalipsis, la Biblia claramente representa a la deidad como una trinidad. Si una persona no puede discernir este hecho, no tiene con que empezar un verdadero estudio de la Palabra de Dios. Probablemente, le hace falta el Espíritu de Verdad morando en él, el que Cristo prometió que enseñaría a Sus discípulos todas las cosas. Si es así, esta persona todavía no ha sido regenerada, y por lo tanto, es todavía un enemigo de Dios, incapaz de aceptar por fe las cosas que van más allá de su entendimiento.

“Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” (Gé.1:26-27). En el primer capítulo de la Biblia, Dios se revela como un ser trino, y en 11:7-8, vemos exactamente la misma terminología.

Al empezar este último libro de la Biblia, Juan envía un saludo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El Padre es “aquel que es y que era y que ha de venir”. Él es eterno, inmensurable en cuanto al tiempo, sin embargo, Él llena cada área que tiene que ver con el tiempo, tanto históricamente, como actualmente y en el futuro, llevando a cabo en el tiempo Sus propósitos eternos, que involucran a la humanidad. La descripción del Espíritu Santo, como “los siete Espíritus”, es un término complicado. El lenguaje humano es muy limitado como para describir a la infinita Deidad. Por eso, Juan tiene que hallar la mejor manera de comunicar lo que ha visto.

Cuando Isaías profetizó del Mesías venidero, escribió en 9:6: “Se llamará su nombre (singular)”, procediendo a dar cuatro nombres, en el intento de transmitir la idea de Sus operaciones divinas. De la misma manera, en Isaías 11:2, se presenta al Espíritu que reposa sobre el Mesías como “el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor” siete en uno. Quizás, Juan estaba pensando en este versículo cuando escribió del Espíritu delante del trono.

La persona y la obra de Jesucristo

Este libro es la revelación de Jesucristo. Juan le describe de una forma más allá de lo que tenemos en los Evangelios, dándonos así la revelación más completa posible de Su persona.

1) Jesucristo es el testigo fiel: Él es perfectamente fiel al revelar al Padre a Sus discípulos, como también al revelarse a sí mismo como el Hijo de Dios; es fiel al vivir y enseñar la Palabra de Dios, y al describir correctamente la verdadera condición de cada individuo y de toda la humanidad.

Jesús usó el término, el testigo fiel, al presentarse a la iglesia de Laodicea (Ap.3:14). Él dijo a Sus discípulos, en el Evangelio de Juan: “Yo soy… la verdad” (Jn.14:6). Dijo a Pilato: “Para eso yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn.18:37). La verdad triunfará al final. Todo lo demás se desmoronará, caerá y será arrastrado al reino de la oscuridad. No hay relatos exagerados en Su libro. Él registra los fallos y faltas de los hombres, así como sus éxitos. Él nunca colorea nuestros hechos para hacerlos más atractivos. Él nunca remarca un aspecto para así crear una falsa impresión. Él habla tanto del infierno como del cielo; de la persecución como de la felicidad; del infortunio y la aflicción como del júbilo y la alegría; de la ira de Dios, como de su amor y misericordia.

2) Jesucristo es el primogénito de los muertos. Jesucristo es el último Adán, el último progenitor. No habrá otro. “El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre es del cielo” (1 Co.15:47). Concebido en una virgen cubierta por el poder del Altísimo, Él trajo una nueva vida celestial a una raza condenada y sin esperanza. Desafió a la muerte, vertiendo con gusto Su sangre y descendiendo al sepulcro. Millones se han ido antes y después que Él, pero ninguno ha vuelto jamás.

En la mañana después de la Pascua, las garras de la muerte que han sostenido a cada hombre desde Adán, se hicieron pedazos bruscamente. El último Adán emergió del sepulcro y vive para siempre, triunfante sobre él. Él es el primogénito de los muertos. Es Su vida la que entra en el espíritu humano a través de un nuevo nacimiento, y lo aviva para siempre. Ocurre un verdadero milagro. El hombre es re-creado de forma sobrenatural. Sólo de esta manera se entra en el Reino de Dios. Hasta su carne mortal asumirá la inmortalidad, porque los que mueren físicamente en Cristo, resucitarán de nuevo.

3) Jesucristo es el Príncipe de los reyes de la tierra. Pedro advirtió de falsos profetas, “negando aun al Soberano que los adquirió” (2 P.2:1, BTX). En este versículo, la palabra griega es muy fuerte… despotes, que significa gobernante absoluto. Este título es impropio e infame aplicado a un hombre, pero totalmente legítimo para el Príncipe de los reyes de la tierra. Cuando los hombres gobiernan como déspotas, sus súbditos están oprimidos, pero Él es déspota y la justicia prevalece.

Jesucristo no ocupa esa posición porque nosotros lo hayamos elegido. Su majestad no sube y baja con la opinión pública. “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil.2:9-11). El escritor de Hebreos anotó otra palabra profética aplicada al regio Mesías: “Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos” (He.1:8). No habrá quien pueda oponerse con éxito a Su reino eterno. No se encontrará fallo ni desperfecto en ello. “Lo dilatado de Su imperio y la paz no tendrán límite” (Is.9:7).

4) Jesucristo es el que nos ama y nos libertó de nuestros pecados. José se había convertido en un gobernante verdaderamente firme y recto, pero no fue cruel ni vengativo. Esto fue debido a que, durante los terribles años de esclavitud, José había aprendido los secretos del amor de Dios. Él encontró que sólo a través de los infortunios y las dificultades se fuerza a los hombres a tener una visión honesta de ellos mismos. Su propio sufrimiento, durante trece años de esclavitud y prisión, se convirtió en algo de mucho provecho en cuanto a su trato con los demás. Cuando sus hermanos se presentaron ante él en Egipto, su corazón se conmovió fuertemente, debido al amor que sentía por ellos, aunque les trató rudamente. Intentó, no sólo salvar a su familia del hambre, sino también dirigir sus almas hacía una correcta relación con Dios.

La cruz revela la profundidad de nuestra corrupción, pero también es la mayor manifestación de amor jamás representada. El amor une a Cristo a la cruz y Su sangre limpia todas nuestras manchas pecadoras. José fue arrancado de las manos de su padre, pero el Padre celestial dio a Su Hijo con gusto. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito” (Jn.3:16). La importancia de estas palabras nunca debe tomarse con ligereza, debido a su familiaridad. Exceden, sin ningún género de dudas, al más sublime de los pensamientos hablados o escritos jamás por un simple hombre. Hay pasión en esas palabras; un amor convertido en hechos.

Pablo intentó expresarlo así: “A su tiempo Cristo murió por los impíos. Porque a duras penas habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros…. Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Ro.5:6-10).

5) Jesucristo hizo de nosotros sacerdotes para Su Padre. Jesús no hizo nada que no hubiese visto y oído de Su Padre. Su ministerio en la tierra fue parte de un plan glorioso, concebido en la mente de Dios antes de que el mundo empezase. Toda la creación fue hecha para su deleite (ver Ap.4:11). El propósito de Cristo no sólo era salvarnos, sino también iniciar una nación de sacerdotes, que sirviesen, trabajasen y tuviesen comunión con Dios.

Como resultado, nos convertimos en beneficiarios, pero sólo cuando nos sometemos a Dios y seguimos Sus deseos y propósitos. Jesús oró por Sus discípulos: “Eran tuyos y me los diste, y han guardado tu palabra” (Jn.17:6). Antes de que Cristo entrase en sus vidas, ellos pertenecían al Padre. Ellos fueron dados a Cristo y, a través de Él, podían aprender a mantener la palabra del Padre. Jesús vino a esta tierra, antes que nada, por amor a Su Padre y, después, por amor a la raza humana. Él ha sembrado el amor en nosotros y nos ha colmado con indecibles regalos, para que nosotros podamos, llenos de alegría, satisfacer los deseos del Señor. Él no obtiene ningún placer en tener a un grupo de sumisos esclavos; Él desea y busca gente libre, amorosa y apasionada para rodear Su trono.

Juan rebosa con una expresión de alabanza a Dios desde el corazón, dándole la gloria y el dominio que le pertenece, por toda la eternidad. Cada cristiano verdadero conoce tal respuesta espontánea al escuchar una declaración de verdad. Juan añade un amén, palabra que da autoridad absoluta a todo lo que ha dicho. La palabra amén se oye en la iglesia dondequiera, sin importar el lenguaje nativo, ya que no existe otra palabra en el mundo con la que poder traducir adecuadamente el término hebreo. Cuando Jesús quiso afirmar poderosamente alguna declaración, usaba dos veces esta palabra, “¡Amén, amén!” (a menudo traducida al español con menos efecto, “en verdad, en verdad” o “de cierto, de cierto”).

6) Jesucristo viene otra vez. La revelación de Cristo produjo en Juan una pasión por Su regreso, que
Las siete iglesias de Asia Menor
encontró su expresión al final del libro: “¡Ven, Señor Jesús!” Exiliado en la isla de Patmos, los ojos del viejo apóstol se dirigieron hacia el principio de un nuevo mundo. La iglesia a la que escribe ha de vivir esperando un gran evento futuro, que sobrepasa cualquier cosa registrada en los últimos 2.000 años. En su epístola, Juan lo llamó “esta esperanza”, ya que “seremos semejantes a Él porque le veremos como Él es” (1 Jn. 3:2- 3). Pablo instruyó a su converso Tito, que aguardase “la esperanza bien-aventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús” (Tit.2:13)

Llegará el día en el que el mundo estará en manos del crucificado. Millones y millones llorarán y se lamentarán cuando sean despertados de sus ilusiones temporales y vean las realidades eternas. Él, de quien dudaron, a quien ignoraron y odiaron, será mostrado ante todos los ojos. Las almas afligidas y las conciencias culpables se inundarán de dolor y desesperación. El Cordero es una terrible visión, cuando es visto desde el lado opuesto de la redención. Reyes, presidentes, grandes intelectuales, generales, adinerados, atletas, esclavos y hombres libres, clamarán para que las rocas y las montañas caigan sobre ellos. Nuestro libro apocalíptico predice sus palabras: “Caed sobre nosotros y escondednos de la presencia del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero” (6:16).

Cuanto más claro entendemos que merecemos la condenación, más gloriosos son los pensamientos acerca de la misericordia y la gracia de Dios. Los que realmente adoran, han aprendido la grandeza de la redención. Ellos han sido transportados desde el umbral del infierno hasta el portal del cielo, y transformados de la hedionda naturaleza de Adán en partícipes de la vida del Hijo de Dios. Sus alabanzas fluyen de un corazón roto. Ellos esperan el día en el que, la semilla que vive en su interior, ahora maltratada en un ambiente hostil, florezca en eterna perfección con la primera visión de Cristo en Su gloria. El Cordero les llevará a la casa de Su Padre.

Otra vez, Juan añade un amén, terminando lo que podemos llamar la revelación evangélica de Jesucristo, porque lo que hemos estudiado es lo que los evangelistas nos han enseñado. Después nos mostrará a Cristo en su gloria celestial, algo esencial para ser visto por todos los cristianos, especialmente en nuestros tiempos. Tendré mucho que decir sobre esto en el siguiente artículo.








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