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Lowell Brueckner

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Una alegoría… cuarta parte

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 PROCESOS EN EL DESIERTO Y MONTES DE CRISIS


…Recorrimos una larga distancia llevados por el Río (ya no podemos llamarle “Corriente”). Existía vida por todos lados. Había una rica vegetación y los pescadores en la ribera gozaban de un éxito tremendo. Más adelante, el Río fue empujando  al pequeño grupo, uno por uno, hasta sus orillas.

Personalmente sentí cómo una corriente poderosa me llevaba desde el centro del Río hacia un lado; verdaderamente fue el Río el que me impulsó a una playa de arena. Mirando a derecha y a izquierda, pude ver a algunos de mis compañeros lejos de mí, pero cuando les llamaba, ellos no contestaban ni hacían por acercarse. El paisaje ahora era totalmente diferente. No había árboles, el aire estaba caliente, y el sol brillaba con fuerza sobre mí. Sin embargo, me sentí obligado a investigar este nuevo ambiente. Era una amplia extensión de tierra seca sin un sendero que seguir; pero aún así caminé hacia el interior.

Mi mente luchaba por comprender lo que estaba viviendo. Mis emociones eran tan secas como el paisaje que presenciaba, y me sentí vacío y abandonado. ¿Qué pasó con el sentir de la presencia del Rey? Me parecía que estaba lejos de mí,  y mi fuente interior seca. Me volví hacia atrás, pero ya no podía ver el Río. ¿Sería posible que hubiese vagado tan lejos de él? Seguí adelante tambaleándome, y pronto se hizo de noche. Monté mi tienda e intenté dormir, pero no me fue posible.

Esa noche pasé más tiempo despierto que dormido. Escuché voces durante toda la noche, y aunque no podía diferenciar unas de otras, sembraban dudas de todo tipo dentro de mí. De madrugada me levanté y seguí vagando por ese desierto, y así continué por muchos días. Los días resultaban cortos y las noches largas.
 
Sentía la fuerza del rey enemigo por todos lados. Sin ser invitados, varios de sus emisarios venían a visitarme a mi tienda o mientras caminaba. Eran muy reales. Durante los primeros días, al abrir el Libro del Rey, encontraba palabras espantosas, que aunque las había leído muchas veces antes, no me resultaron así. Mientras pasaba el tiempo, llegué a saber que había algo más profundo que mis emociones y más fuerte que la confusión de mi mente. En lo más hondo de mi ser existía una calma y un sentir de que todo estaba bien; el Rey controlaba todo y Él me estaba conduciendo por un desierto sin camino.

Sin saber como describirlo diré que, poco a poco, las palabras del Libro penetraban en mi ser como una verdad desnuda y sin adornos. No toda la verdad fue agradable, de hecho, gran parte de ella ni quería saberla, pero era la verdad. La verdad es un elemento terco e insistente. Rehúsa ser negada. Tenía que enfrentarme a ella y reconocerla.

A pesar de mi incomodidad personal y la de mi ambiente, veía que algo bueno estaba pasando. La confusión y el temor poco a poco empezaban a desaparecer y podía ver más claramente que antes. Después, cuando llegaba un emisario del enemigo, mi alma tenía una respuesta para sus mentiras. Pero lo más importante de todo, es que el desierto me quitó toda la confianza en mi propia voluntad y capacidades, en mis propios esfuerzos para defender o atacar, y me enseñó que la única manera de sobrevivir fue por la Mano soberana y los esfuerzos del Rey. Empecé a valorar lo que estaba viviendo y sabía que jamás sería igual. Más que un deseo o un anhelo, pude sentir la verdadera necesidad de la intervención poderosa del Rey en mi vida y entre Su pueblo…



LA FE ES PARA LOS DÉBILES

…Una mañana, después de haber caminado cerca de una hora, divisé una silueta a lo lejos, a mano derecha. Me dio la sensación de que si ambos seguíamos caminando en la misma dirección, pronto nuestros caminos se cruzarían. Mientras se iba acercando, pude distinguir que era mi antiguo compañero. Apretamos el paso para encontrarnos y, como puedes imaginar, el encuentro fue gozoso.

No habíamos hablado mucho, antes de darnos cuenta que nuestra conversación alcanzaba un nivel más alto que antes. Él también había estado solitario en el desierto y, aunque en una manera diferente, había aprendido algunas de las mismas lecciones que yo. 

¡Fue asombroso! Ni él ni yo teníamos un sendero que seguir y sin embargo, después de muchos kilómetros, nos encontramos otra vez. Obviamente, una mano invisible nos conducía todo el tiempo, y nada de lo que vivimos fue por casualidad o sin propósito. Aprendimos que en circunstancias crudas, pudimos confiar en el Rey. Aunque no podíamos escuchar ni ver el Río, sus propiedades estaban presentes y cumplían su función.

Teníamos que saberlo, porque en los días venideros vendrían pruebas aún más grandes. Ambos habíamos sentido que el Rey, en lugar de animarnos, nos desanimaba. Existieron tiempos en que clamábamos y nadie respondía. Lo que más nos desconcertaba era cuando nos hablaba y  decía cosas que no queríamos escuchar. Pero a pesar de todo, había algo dentro de nosotros que nos obligaba a seguir adelante. ¿Qué más podíamos hacer? Habíamos dejado todo lo demás atrás y nada de esto tenía importancia para nosotros. Después, alguien nos dijo que el desierto se llama “Refinador”.

Uno por uno, nos encontramos con aquellos que la corriente del Río había separado de nosotros. Nos sorprendimos de sus experiencias. Uno llegó a una aldea desde el desierto y fue acusado falsamente por su pueblo; pasó tiempo en la cárcel. Otro contrajo una fiebre, y durante mucho tiempo su vida estuvo en peligro. Además hubo otro que fue atacado fuertemente por el dragón, hasta el punto de creer que iba a perder la razón. Pero a pesar de todo, aquí estábamos otra vez, todos vivos y juntos, pudiendo compartir lo que nos había pasado. A través de todo, la mano fiel del Rey nos había guardado. 

Su mano es libertadora. Un hombre joven vino antes que el otro a la misma aldea, donde el primero que he mencionado pasó tiempo en la cárcel, y le acusaron de la misma manera. Una anciana fue a decir al alcalde que el extranjero era un criminal malvado, que había hecho cosas terribles en otros lugares. El alcalde, de no haber sido por un joven de su edad, le habría metido en la cárcel, pero este le había conocido años atrás e intervino respondiendo por su integridad. Justo cuando decidió dejar la aldea, la misma hostigadora anciana le invitó a su casa y aderezó mesa delante de él. Pensó que a lo mejor había envenenado la comida y pidió protección del Rey; entonces comió con ganas y no hubo ningún mal desenlace.

Durante esta reunión, después de los tiempos que habíamos vivido individualmente en soledad, las experiencias que estábamos compartiendo parecían ser historias del Libro del Rey…


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