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Lowell Brueckner

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La introducción de "Lo que palparon nuestras manos"

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Más que nunca, en estos días cuando el mundo te ofrece todas las garantías para toda área de la vida, hace falta un pueblo que sabe que el mundo es engañador y la vida humana es un vapor. Dios busca personas que viven por la fe sencilla de un niño en un Padre todopoderoso. Quiero presentarte el comienzo del libro que cuenta un poco del cristianismo que he tenido el privilegio de observar desde mi niñez...    


  Hace poco visité a mi hermano en California y me hizo recordar una escena que se repitió varias veces cuando vivíamos en casa de nuestros padres. Mi papá, un misionero entre gente nativa americana, pasaba muchas horas a solas con Dios, estudiando y orando. En algunas ocasiones por estar lista la comida, mi madre tenía que interrumpirle para que viniese a sentarse a la mesa. Cuando atravesaba la puerta hacia la cocina, su conducta y rostro delataban que había venido de otro mundo. Dando gracias antes de la comida, o a veces aún, antes de inclinar la cabeza, de repente le sobrecogía la emoción, las lágrimas fluían y disculpándose, dejaba la mesa para volver a su cuarto. Para él, la presencia de Dios era una realidad.

  Yo era un adolescente cuando, después de que mis hermanos mayores abandonaran permanentemente la casa, al despertar una mañana, vi a mi madre visiblemente estremecida. Había soñado durante la noche, y en el sueño, el Señor se la apareció con la misma pregunta que hizo a la gente hace dos mil años: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” La preocupación que reflejaba el rostro de mi madre, hizo que aquel momento se grabara en mi mente, y que algo cayera profundamente en mi ser. Quizás en parte, el sueño fue para mí, dándome algo que, en el día de hoy, debo que compartir con otros.

  Antes de que empieces a leer las páginas de este libro, quisiera aclarar que lo escribí con propósito. En él hablo acerca de personas y situaciones con las cuales estoy muy familiarizado, incluso hay dos capítulos donde relato mi propia experiencia, con el fin de eliminar, si fuera posible, las exageraciones y faltas que acontecen cuando la información pasa por varios canales. Sin embargo, no estoy rememorando la vieja historia con sentimentalismo, como algo personal que no puede repetirse; ni tampoco intento entretener al lector con cuentos del pasado.

  En primer lugar, quisiera animarte a usar este libro como un punto de referencia, comparándolo con el cristianismo de hoy en día que tú conoces. Las circunstancias, puede que sean totalmente diferentes a las tuyas, pero hay cosas básicas que siguen iguales. Debes hacerte estas mismas preguntas: “¿Tengo yo una relación con Dios que es real y personal? ¿Es la fe que poseo la que me lleva más allá de las esferas naturales, a las que son sin límite y celestiales? Profeso haber recibido el Espíritu Santo, pero ¿puedo ver en mi vida que hay fuerzas trabajando que son mucho más allá de mi propio conocimiento y capacidades?” En segundo lugar, espero que estas historias sean una tentación para tus papilas espirituales y te estimulen el hambre de acercarte más a Dios y caminar más íntimamente con Él.

  Creo que si Dios hace una obra, durará para siempre. Cuando mi padre recibió una llamada para alcanzar a los nativos americanos, misioneros con más experiencia le dijeron que podía esperar mucha desilusión y frustración trabajando con ellos. Mantenían la opinión de que su cultura y personalidad tienden hacia la inconstancia y falta de estabilidad, y que aunque algunos hiciesen la decisión de seguir a Cristo, lo único que podía esperar era verlos, después de poco tiempo, borrachos en la calle. Papá desechó esta insinuación. “Si alguno está en Cristo”, dijo, “nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. Durante los años siguientes pudo comprobar que la Escritura tenía razón, y que lo que los expertos aseguraban, era falso. Hasta el día de hoy, a veces escucho acerca de personas que fueron convertidas durante el ministerio de mi padre, personas que anduvieron fielmente con Dios toda la vida. También oigo acerca de otros que han llegado a conocer a Cristo por medio de ellos o de sus hijos, que están siguiendo sus pasos. Una obra genuina de Dios produce fruto que permanece.

  No niego que sospecho de una falta de realidad en muchas de las experiencias religiosas de estos días. Me dificulta aceptar como normal, entregas que duran poco tiempo y características dudosas en “creyentes” que no permiten que uno confíe en ellos. Por desgracia son características que dominan en las vidas de demasiados que profesan ser cristianos. ¿Poseen la fe salvadora?, me pregunto.

  La pregunta que hizo Jesús a la gente, la misma que hizo a mi madre en un sueño, indica que la incredulidad correrá sin control en los últimos días, antes de que venga Cristo otra vez. Hoy en día, a la gente le resulta muy difícil creer en verdad y en forma práctica lo que la Biblia dice. Después de muchos años de una falsedad terrible de manipulación religiosa sobre la conciencia del hombre, Martín Lutero, como otros reformadores antes, después, y durante su vida, descubrió una verdad que estableció de nuevo un cristianismo verdadero. La verdad era la afirmación bíblica de que “los justos por la fe vivirán”. La fe es la que motiva el cristianismo y no puede funcionar sin ella.

  La incredulidad empieza tropezando en la cuestión de la creación, tal y como la Biblia la describe. La teoría de la evolución, el descubrimiento de esqueletos y fósiles, ha estremecido la fe de muchos cristianos, de unos más que de otros. Hay muchos que no aceptan la evolución, pero se esfuerzan en ampliar el tiempo de la creación, de seis días literales a cierto número de años. Lo que quiero decir, sencillamente, es que si empezamos a formar nuestra teología sin aceptar con todo el corazón lo que el Espíritu Santo nos cuenta en Génesis –una creación de seis días– nos precipitamos rápidamente hacia la apostasía. La revelación bíblica se edifica totalmente sobre este fundamento, y tropezar en ello garantiza un colapso doctrinal.

  Sin embargo, en este pequeño libro, estoy desafiando la incredulidad sobre un nivel más práctico. ¿Qué importa estar correcto en cuanto a la doctrina, aceptando toda la revelación bíblica, si no sabemos nada de vivirla en la vida cotidiana? Si vivir la fe en forma práctica es algo que delegamos a tiempos pasados, es porque el engaño y la apostasía han tomado el lugar de la fe en nuestras vidas. El mundo material nos ha provisto demasiado en forma de seguridad y comodidad.

  Si podemos aprender algo de la relación entre Dios e Israel, como de la relación que nos enseña el Nuevo Testamento, concluiremos que Dios es un Dios celoso. Un día, y puede ser muy pronto, estaremos individualmente delante del tribunal de Cristo, y cada uno dará cuenta por sí mismo. Ningún líder, compañero, esposo, hijo, padre, esposa o madre podrá meterse para influir en el juicio divino. Normalmente, hoy en día, un cristiano se esconde entre una multitud, pidiendo prestado y dependiendo de otros. Dios ha diseñado que en Su reino, cada individuo es responsable de su propia relación con Él y de su propio éxito en la fe. La relación individual con Dios es la prioridad número uno, y “una fe compartida”, sencillamente, no existe. Es decir, nadie puede vivir espiritualmente por la fe de los que le rodean. No puede confiar en otros; en los Salmos encontramos vez tras vez la clave para una espiritualidad saludable: “Sólo en ti confiaré”.

  En estos pocos capítulos describo experiencias acerca de nacer de nuevo, lo que depende, exclusivamente, de una fe puesta en Jesucristo; primeramente en Su persona, y después, en Su obra salvadora en la cruz. Si tú te equivocas en cuanto a Su persona, no importará lo que creas de Su obra.

  Estas historias reales tienen que ver con fijarse en el cielo para recibir toda forma de ayuda espiritual, física y material. Sin embargo, estos relatos no proporcionan un fanatismo que elimina doctores, medicinas y otras maneras terrenales de conseguir apoyo, sino que demuestran que Dios dirigirá, cuando Él lo considere conveniente, a estas gentes y maneras.

  Un día, un pastor del pueblo donde vivíamos en Florida, quien conoció muy bien a mi padre, visitó nuestro hogar. Este hombre, a menudo picaba a mi padre sobre tener unos “calcetines” de provisión escondidos en algún lugar secreto, por si acaso hubiera alguna emergencia. Papá no consideraba graciosas estas bromas hechas sobre una vida de fe, porque era la vida que había vivido, y era muy preciosa y sagrada para él. Como verás en los capítulos venideros, mi padre fue un creyente práctico con una confianza total en Dios, y fuera de Él no tenía nada en qué confiar. El pastor, por su parte, tenía muchas posesiones y mucho en el banco. Yo, siendo un adolescente, fui testigo de estas palabras aquel día, cuando mi padre se cansó de las bromas y exclamó: “¡Si hay algo que no puedo tolerar, es cuando los predicadores que hablan de fe, no la viven!” Y para que no quedara ninguna duda acerca de a quien se estaba refiriendo, señaló con su dedo en dirección a la nariz del visitante y dijo: “¡Tu puedes incluirte en este número!” No nos sorprendió que el predicador abandonara nuestra casa inmediatamente y jamás regresara, pero hay que entender que mi padre creía con todo su corazón que “el justo por la fe vivirá”, y había tomado muy en serio la pregunta de Jesús: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? Cuando leas, por favor, piensa sobre esto.


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