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Lowell Brueckner

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Buscando al Espíritu del Reino, capítulo uno

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EL ESPÍRITU SANTO Y EL HOMBRE

El capítulo es tomado de este libro. 





ESCLAVITUD ESPIRITUAL
Pablo tenía una revelación clara sobre el valor incomparable de los beneficios comprados por Cristo para aquellos que creyeran en Él. Esto hizo de Pablo un ardiente enemigo de todo obstáculo y engaño que pudiera robar al cristiano lo que Dios tenía para él. Si en el tiempo de los apóstoles existía la posibilidad de que los cristianos fuesen desviados de un camino tan clara y poderosamente marcado por alguien tan ungido como lo fue el apóstol Pablo, piensa en las posibilidades de que esto suceda en estos días de apostasía, influenciados por las manipulaciones de hombres que no tienen ni un cinco por ciento de la revelación bíblica ni de la autoridad espiritual que Pablo tenía.

Por eso, en el primer versículo de su carta a los gálatas, entrando poderosamente en el tema que va a tratar, Pablo usa un término que no se encuentra en ningún otro de sus escritos – “Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre...)”. Con estas palabras lanza un ataque contra la fuente principal de un elemento negativo que amenazaba la fe, la libertad, la gracia, y la obra del Espíritu en ellos. Este elemento se basaba en una doctrina y un esfuerzo meramente humanos, deficientes de verdadero poder espiritual y contrarios al evangelio de Jesús. Pablo afirma que él, quien les había llevado el evangelio, era “un enviado” (significado de la palabra “apóstol”) por Jesucristo y el Padre. Él no era un representante de hombres o de cualquier movimiento producido por ellos. Su llegada hasta los gálatas no había sido por medio de oportunidades brindadas por seres humanos.


Pablo sabe que tras cualquier plan humano existe un intento, consciente o inconsciente, de agradar a los hombres, lo que produce cierto tipo de esclavitud. Hemos visto que gente esclavizada a la droga, el alcohol, la nicotina…, e incluso a otras personas son, de forma especial, idóneas para tener una dependencia espiritual. Sin embargo, Pablo no excluye a nadie de esta tendencia porque, en verdad, Dios nos ha creado como seres dependientes, aunque el propósito es que lo seamos de Él. Esta predisposición en nosotros hace que fácilmente nos hagamos dependientes de otros hombres, algo que nos requerirá un precio sumamente alto a cambio de la seguridad que esto ofrece. Por eso en el versículo 10, Pablo pregunta: “¿Trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no seria siervo (esclavo de amor) de Cristo”. La devoción a Cristo no permite otras cosas que desvíen nuestra atención de Él. No es posible servir a dos maestros. Había escrito lo mismo a los corintios: “Toleráis si alguno os esclaviza...” (2 Co. 11:20). Qué triste es ver a personas que por estar esclavizadas a los hombres y a sus sistemas, nunca llegan a obtener la libertad del Espíritu.

Seguramente los maestros que llegaron a Galacia se relacionaban con los que Pablo encontró en Jerusalén: “Ni aun Tito… con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse; y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud” (Gá. 2:3-4).

Para que el cristiano pueda andar con plena libertad en el Espíritu, primero tiene que ser librado de cualquier tipo de esclavitud a los hombres. Cuando los israelitas rechazaron a Dios para poder tener, como las demás naciones, un hombre como rey, Samuel les advirtió de las consecuencias: “Tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros… a que aren sus campos y sieguen sus mieses… que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras… Tomará vuestros mejores jóvenes... y con ellos hará sus obras… Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel, y dijo: No, sino que habrá rey sobre nosotros” (1 S. 8:11-19). Pero ahora, mirando en el Nuevo Testamento, vemos a un pueblo cayendo en una esclavitud aun peor, ya que las consecuencias no tienen que ver con asuntos materiales y terrenales, sino espirituales y eternos.

LA BASE PRINCIPAL DEL EVANGELIO
No debemos malinterpretar la intención de Pablo al explicar su experiencia en los dos primeros capítulos de su carta. Él no trató de demostrar su espiritualidad para que los gálatas le vieran como un gran líder, digno de ser seguido. No cabe duda que la experiencia de Pablo fue sobresaliente, en el sentido de haber estado muchos años apartado, y que tenía que ver con algo de suma importancia para el futuro de la iglesia. La cuestión de haber sido enseñado directamente por Dios y no por los hombres, no fue algo exclusivamente para él. Al contrario, usó su experiencia como un ejemplo de lo que debe ser normal para cada persona llamada a tener una relación con Dios.

Este asunto no es nada superficial o secundario, sino que va directamente al corazón del evangelio. Dios sabe bien lo que pasa cuando un hombre domina la voluntad y los movimientos de otros, y por eso, junto a la promesa de una vida sin comparación que Él ofrecería por medio del evangelio, dijo que “no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande” (Jer. 31:34). Dios anhela una relación íntima y directa con el individuo, sin intermediarios. Desde el principio de esta relación, que empieza el día que la persona (el más pequeño) cree en Cristo y nace de nuevo, no quiere que ningún otro se entremeta, es decir, que interfiera en el contacto directo con Él. La misma profecía nos enseña que Jesús no fue a la cruz, en primer lugar, para salvarnos del infierno. La razón principal por la que nos libra del pecado, es porque el pecado es lo que no nos permite acercarnos a Dios: “Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”, concluye el versículo 34. Inmediatamente después de ser quitado el pecado que ofende a Dios, tenemos entrada a Su presencia para disfrutar de una comunión con Él. Pedro confirma la profecía: “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios…” (1 P. 3:18). Por esta razón el Padre “quiso (literalmente, se complació en) quebrantarle” (Is. 53:10), y Jesús, “por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz…” (He. 12:2).

Los judíos de aquel tiempo manifestaban la mentalidad humanista típica de líderes mundanos, e intentaron provocar a celos a Juan Bautista: “El que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos viene a Él” (Jn. 3:26). Juan demuestra el corazón de un verdadero siervo de Cristo al contestar: “El que tiene la esposa, es el esposo” (vr. 29). Él entendía bien el propósito y deseo de Dios, como también lo entendía Pablo: “Os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (2 Co. 11:2). Este testimonio viene en el mismo capítulo y un poco antes de declarar que los corintios estaban tolerando que los hombres les esclavizaran.

Esta enseñanza es tan clara y básica que sería muy difícil refutarla. ¿Quién no ha oído de la necesidad de tener una relación personal con Dios? Ahora pregunto: ¿Es esta también la meta principal que tenemos ahora para los nuevos creyentes?

Recuerdo que estuve molesto cuando leí de A. W. Tozer acerca del peligro de referirse a “la obra” cuando estamos tratando de la formación y desarrollo de una nueva o varias iglesias. ¿Por qué estuve molesto? Pues porque éste era un término que yo utilizaba comúnmente, aunque tuve que confesar que tenía razón. Los términos que empleamos a veces revelan nuestras intenciones. La impresión que la palabra “obra” puede darnos es que es algo relacionado con el trabajo, el esfuerzo y la organización. Esta idea hace que podamos olvidar o tener como un propósito secundario que Dios y Su evangelio, es decir, “Su obra”, tiene que ver con gente. Para Él, cada individuo es amado e importante, y el anhelo de Su corazón es que pueda tener una relación con Él, y unos con los otros.

De forma práctica y muy a menudo entre el mundo cristiano, se usan trucos psicológicos y autoritarios para dominar al pueblo de Dios. Algunos se hacen a sí mismos dioses y señores sobre el rebaño del Buen Pastor. Con arrogancia pretenden llevar su visión hacia delante, afirmando que ellos tienen la capacidad de ver las cosas como Dios las ve y dictaminar todo lo que hace falta para que “la obra” funcione. Argumentan que “Dios también nos habla por medio de hombres”, y con esta afirmación dan muy poca oportunidad a los individuos para que, personalmente, puedan escuchar y obedecer Su voz.

Por estar tan involucrados en otro tipo de obligaciones que demandan mucho de sí, hoy en día pocos tienen el hábito de tomar suficiente tiempo a solas con Dios en oración, con la Biblia abierta enfrente. Esto hace que muchas veces el entendimiento de la Escritura sea deficiente. El mismo resultado se observa también en la vida espiritual de los creyentes que han sido enseñados por ellos. Según veo a través de la historia, nunca ha habido personas con estas características entre los verdaderos líderes de la iglesia.

DIOS OBRA PRIMERO, DESPUÉS CONTRIBUYEN LOS HOMBRES
Es cierto que Dios nos habla también por medio de otros hombres, pero nunca lo hará solamente a través de ellos. Después que Pablo tuvo su encuentro personal con Jesús, afirmó, “no consulté en seguida con carne y sangre” (Gá. 1:16). En la conversión de Pablo no vemos a un evangelista llevándole a Jesús, sino a Jesús dirigiéndole a un evangelista. Dios no quiere que este cordero sea desviado por la voz de un mensajero falso, por eso se ocupa de que Saulo de Tarso escuche la voz verdadera. “Ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista” (Hch. 9:12). Vemos lo mismo en el caso de Cornelio, el centurión romano, quien fue dirigido por Dios a un hombre verdadero que no iba a desviarle a un camino falso. Dios mismo se preocupa por los suyos. “Envía, pues, ahora hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro. Este posa en casa de cierto Simón curtidor, que tiene su casa junto al mar; él te dirá lo que es necesario que hagas” (Hch. 10:5, 6). Los que han oído la voz del buen Pastor y la conocen, “al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn. 10:5). En el Progreso del peregrino, antes de que el peregrino tenga su primer encuentro con el evangelista, primero recibe la convicción de que su ciudad va a ser destruida y que tiene que huir de ella. Al leer la Biblia es consciente de una carga pesada sobre sus hombros.

Pienso que durante mucho tiempo el apóstol Juan sentía inquietud al recordar las enseñanzas de Jesús, de las cuales Mateo, Marcos y Lucas no escribieron. Después de observar las distintas tendencias de la iglesia primitiva, y los éxitos de algunos y fracasos de otros, fue impulsado por el Espíritu a publicar las doctrinas que para él habían sido tan importantes. Empezó a citar las palabras de Jesús en la parábola del Buen Pastor: “El que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es” (Jn. 10:2). El Buen Pastor entra por la vía correcta. No hace cosas cuestionables o dudosas, ni necesita funcionar exagerando, engañando, ni escondiéndose. Es el ladrón quien busca otros medios para entrar. Principalmente, lo que quiere decir aquí es que el Pastor entra de la manera que Dios ha designado, es decir, por las Escrituras. Sus acciones y enseñanzas son enteramente bíblicas. Este fue el testimonio de Jesús. Toda su vida y doctrinas estuvieron de acuerdo con las Escrituras, que en Su día comprendían únicamente el Antiguo Testamento. Los escritores de los Evangelios presentaban a Jesús de Nazaret citando los escritos de Moisés y los profetas.

“A éste abre el portero…” (vr. 3). No entra forzando la puerta ni usando formas incorrectas. Viene en el nombre del Señor, llamado y enviado por el Padre, y el Espíritu Santo, que apoya su ministerio, está esperando su llegada para darle entrada y abrirle la puerta.

“A sus ovejas llama por nombre” (vr. 3). Para este mundo, el individuo es sólo un número. Tristemente a veces en la iglesia sucede lo mismo, ya que el valor del individuo se sacrifica por el valor del grupo o “la obra”. Pero en Cristo uno nunca debe temer ser tratado de la misma manera. No me canso de contar la historia de la entrada de Jesús a Jericó, donde le esperaba un hombre corto de estatura, con una extraña llama ardiendo en su pecho. Posiblemente sin saber porqué, sencillamente quiso ver a Jesús, y el anhelo fue tan fuerte que, como un niño, se subió a un árbol para poder hacerlo. Este publicano jamás había tenido un encuentro con Jesús, pero Él le reconoció como una de Sus ovejas y le llamó por su nombre. Es esta primera palabra la que me conmueve: “¡Zaqueo!” Después, en otra ocasión, aunque posiblemente con una voz menos amigable, dirigiéndose al ferviente fariseo que Él había elegido como instrumento para llevar su nombre a los gentiles, exclamó: “¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues?”. También le llamó por nombre.

Si pensamos que esto sólo tenía que ver con las personas de los tiempos bíblicos, Juan, cuidadosamente, captó la palabra de Jesús para individuos entre los gentiles: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz…” (vr. 16). Puedes contar con un llamamiento personal, directo y por nombre, del Buen Pastor.

JERUSALÉN Y SUS APÓSTOLES
Pablo era muy consciente del gran valor de ser guiado por la voz del Buen Pastor. Hay que entender esto. Él no era un rebelde que no reconocía el liderazgo de la iglesia, ni poseía un orgullo espiritual que le hacía sentirse superior a todos los demás. Pablo, simplemente, reconocía el gran privilegio de poder conocer la misma voz que creó el universo, que instruyó a profetas, que ordenó la naturaleza, y que un día llamará a los muertos de sus sepulcros. ¡Qué insulto sería para Él si diéramos prioridad a voces humanas! “No consulté en seguida con carne y sangre”. ¡Qué pobre es el hombre que depende de los que tienen las mismas limitaciones que él mismo!

“Ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo” (Gá 1:17). Pablo dio valor a la voz que le había hablado en el camino a Damasco, y se separó al desierto de Arabia para oírla vez tras vez. Las religiones de este mundo tienen sus Mecas. Los maestros judíos predicaban la superioridad del seno que les había engendrado, es decir, Jerusalén. Los gálatas estaban muy impresionados por las historias del comienzo de la iglesia y los hechos de los apóstoles, que se centraban en la santa ciudad. Nada de esto era malo, excepto que sus maestros suponían y decían que, para que el ministerio de alguien fuera legítimo, tenía que ser primero instruido y entrenado en Jerusalén. Esto estaba tan profundamente metido en el corazón de ellos, que Pablo juró al decir: “Delante de Dios, no miento” (vr. 20), para asegurarles que en sus primeros diecisiete años como cristiano sólo había pasado quince días con Pedro en Jerusalén (1:18; 2:1). Y cuando fue, no lo hizo para ser entrenado allí, ni porque dependiera de los apóstoles, sino de visita, dirigido por una revelación (2:2). No conocía a ningún otro de los apóstoles, ni tampoco él era conocido en toda la región de Judea (1:19,22). No estaba impresionado por el famoso liderazgo de Jerusalén, los que eran considerados como columnas (2:9). Nadie había contribuido ni añadido a lo que él ya había recibido de parte del Señor en el desierto (2:6). Fue instruido directa y únicamente por el Espíritu Santo.

Además de lo que acabamos de ver, también resistió cara a cara y públicamente a Simón Pedro, el gran apóstol, el que predicaba a miles de personas y el obrador de milagros, incluido el de levantar a una persona de la muerte. También dos cayeron muertos por su palabra. Aunque no llegó a ser Papa en su día, con el tiempo le hicieron el primero en Roma. Me pregunto, ¿qué escándalo causó Pablo en Jerusalén cuando se supo que había desafiado en Antioquía a Pedro, un anciano que había sido apóstol antes que él? No sé qué dirían, pero en los planes de Dios, Antioquía empezó a ser más y más importante, mientras que Jerusalén dejó de ser la ciudad central del movimiento cristiano. Aquellos que funcionaban como meros hombres en la esfera de la carne y no sabían moverse en el Espíritu, experimentaron una derrota espiritual. La iglesia cambió drásticamente en ese periodo.

En la iglesia del primer siglo sabían valorar la verdad de Dios más que la autoridad de los líderes. También los hombres de Dios, como Pedro, sabían humillarse, frente a una “paliza” como la que Pablo le había dado en Antioquia. Después, en una de sus epístolas, Pedro escribe acerca del “amado hermano Pablo” y estima sus cartas entre las obras inspiradas del Espíritu.

LA UNCIÓN ENSEÑA
Hemos dicho que no debemos pensar que la experiencia de Pablo fue única porque en su infancia como cristiano no hubiera dependido ni consultado con hombre alguno1. Tampoco vamos a considerar su experiencia como algo exclusivo por la manera en que fue enseñado. No fue único ni especial por haber dicho: “El evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo (1:11-12). Todo lo contrario, sin excepción, las personas que verdaderamente han recibido el verdadero evangelio, son personas que han sido enseñadas directamente por Dios, sea como sea la manera en que lo recibieron. Otra vez fue Juan quien recordó lo que Jesús había enseñado sobre la profecía de Isaías: “Serán todos enseñados por Dios (Is. 54:13). Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí” (Jn. 6:45).

Cuando una persona nace de nuevo recibe el Espíritu de Dios, y ese Espíritu es la misma unción que le enseña: “La unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira” (1 Jn. 2:27). Cuando observo que personas que profesan ser cristianas no tienen ningún entendimiento de las cosas de Dios, sé que tras ello existe un problema grande. Principalmente, la razón no es que otros cristianos no hayan sido fieles en enseñarles, sino que dudo de cualquier verdadera vida de parte de Dios en ellos. Si el Espíritu Santo entra en la vida de una persona, ésta, instintivamente, empieza a tener un entendimiento sobre lo que es de Dios, y aunque no lo tenga muy desarrollado en su mente, sí lo tiene en su corazón.

Jesús preguntó a sus discípulos acerca de quién creían ellos que era el Hombre carpintero de Nazaret que seguían tan fielmente, dejando todo atrás. Fue Simón Pedro quien dio la respuesta correcta: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:16). Probablemente Pedro se sorprendió por la posterior declaración de Jesús a esto, ya que dudo que fuese consciente de la magnitud de la respuesta que había dado: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (vr. 17). En este asunto, Pedro, claramente, había sido enseñado por Dios. Lo que Jesús dice en el siguiente versículo, tiene que ver con todos los verdaderos miembros de la iglesia de Cristo: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia”. Es decir, la iglesia está formada por personas que han tenido una revelación de Jesús de Nazaret como el Cristo, el Hijo del Dios viviente. No es algo que los hombres les hayan enseñado, sino una revelación concebida por el Espíritu Santo en la profundidad de sus corazones. Hoy en día tenemos que estar seguros de que la base de nuestra fe en la persona de Jesucristo no sea la de dos mil años de enseñanza acerca de Su deidad, sino una revelación personal que viene directamente de Dios.

TIENE QUE VER CON NUESTRA DISPOSICIÓN
Oseas nos habla primero del fracaso espiritual y después de su causa: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos” (4:6). La persona que tiene grandes problemas con la Escritura y no puede captar o siempre malinterpreta su significado, no es que tenga un problema intelectual, sino que en su espíritu, por alguna razón, está rechazando la verdad tercamente. ¡Qué triste es ver que esta persona influye a otros! Es lo que Jesús enseñó sobre un ciego que guía a otros ciegos; los dos caen en la zanja. Esto es algo que a menudo se ha cumplido delante de nuestros ojos y muchas vidas han terminado en ruinas.

Me acuerdo de los testimonios de dos hombres en Méjico que, al recibir el evangelio y una Biblia, regresaron a sus aldeas sin la influencia de otros cristianos allí. Sin que nadie les enseñara, abandonaron sus vicios, dejaron el tabaco y tiraron su aguardiente. Compartieron el evangelio con otras personas de su pueblo, y parientes y vecinos fueron convertidos. Se reunían con ellos para orar y compartir como podían las enseñanzas de la Biblia. Fueron a otros pueblos para hacer lo mismo, y después de no mucho tiempo, fueron pastores de tres congregaciones – todo esto después de haber escuchado el evangelio una sola vez. Mi padre, de igual manera, abandonó su ciudad natal, dejando allí todo su pasado, y llevó a su familia –su mujer y tres hijos– a vivir entre los nativos americanos para enseñarles el camino de Dios, después de sólo un año como cristiano. La unción enseña, y no tuvieron necesidad de que nadie les enseñase.

“Mirad, pues, cómo oís; porque a todo el que tiene, se le dará; y a todo el que no tiene, aun lo que piensa tener se le quitará” (Lc. 8:18). Si uno no escucha con los oídos del alma, y si solamente intenta comprender mentalmente las enseñanzas espirituales, se engañará. Pensará que tiene algo cuando en verdad no ha recibido nada, porque solamente lo ha captado de forma natural. Estas cosas no se comunican de cerebro a cerebro, sino de corazón a corazón. Dios tiene que ser el maestro, no el hombre, y si no es así, todo será en vano. Todo lo que los gálatas habían recibido de los maestros de Jerusalén fue un engaño. No solamente no pudieron recibir de Dios, sino que además la doctrina que recibieron fue falsa y les dirigió hacia un camino contrario. Las maneras de la carne y las del Espíritu están en enemistad. Por eso, “mirad como oís”.

1 No quiero decir con esto que no tuvo contacto con otros cristianos y que nunca escuchó enseñanzas de ellos. Esto sería presentar algo erró­neo y contra las instrucciones de la palabra. Lo que quiero decir es que tuvo un Maestro principal que le conducía en todos sus caminos, con quien tuvo contacto directo y de quien dependía totalmente. No se suje­taba a lo que muchos creían en cuanto a que lo normal era ser instruido por los hombres.


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